OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

CARTAS DE ITALIA

 

 

EL MATRIMONIO Y EL AVISO ECONOMICO1

 

El aviso económico, que sirve muchas veces para buscar una cocinera y otras veces para ofrecer una ama de llaves, el vil aviso económi­co, el ínfimo aviso económico, sirve también en la actualidad para buscar novia y para ofrecerla. Cotidianamente aparecen en los diarios avi­sos como estos: "Viudo de cuarenta y ocho años, sin hijos, afectuoso y rico, desea contraer ma­trimonio con señorita de treinta años, de bue­na familia y de pelo castaño". "Capitán de arti­llería, distinguido, elegante, desea conocer, con fin matrimonial, señorita de veintidós a veinti­cinco años, con cuatrocientos mil francos de dote". "Viuda joven, bella y tiernísima, excelente ama de casa, desea casarse con viudo o soltero de sólida posición económica. Acompañar a car­ta detallada fotografía restituible".

La gama de los avisos matrimoniales es va­riadísima. Como son variadísimas las condiciones de los novios en oferta y demanda. Hay siem­pre en los diarios novios y novias de todas cla­ses. Hoy atrae la mirada curiosa del lector una huérfana rica, recién salida de un colegio de monjas, a quien su inocencia angélica no impi­de soñar impacientemente con el matrimonio. Mañana, una viuda hábil, experta y entrenada para el matrimonio como un "race-horse" para la carrera. Pasado mañana, una solterona que camina a la cuarentena y que juega su última carta matrimonial en la cuarta plana de un dia­rio de la tarde. Esta solterona será absoluta-mente modesta en la enumeración de las condiciones apetecidas. Apenas si insinuará una pe­queña preferencia. Por los bigotes rubios ver­bigracia.

No hay que ver, por supuesto, en esta no­vísima aplicación del aviso económico, una mo­da ni una veletería arbitraria. Hay que ver, más bien, una consecuencia de la vida moder­na. En estos tiempos y en estas ciudades las gentes tienen cada día menos ocasión de tra­tarse y conocerse bien. Algunos hombres viven tan a prisa que les falta tiempo para detenerse a elegir novia. Y estos hombres, el día en que la necesitan ¿por qué no van a solicitarla por medio de un aviso? Un aviso los puede colo­car delante de una inmensa variedad de novias. Delante de un muestrario completo y surtido.

Se dirá que asistimos a una desvalorización sentimental del matrimonio. Bien. Pero esta desvalorización no es reciente. Es muy anterior a los avisos matrimoniales. Hasta ayer se había cui­dado de ocultarla, de disimularla un poco. Se sabía que el matrimonio era una cuestión de interés; pero no se decía esto en voz alta. Mien­tras que ahora sí. Ahora se pregona públicamen­te que el matrimonio es un negocio. (Un mal negocio generalmente, conviene agregar).

 Ocurre simplemente que en el terreno matri­monial, como en todo, domina hoy una orien­tación práctica contra la cual protestarán en ma­sa las gentes sentimentales, y con ellas yo; pero que reposa en las desagradables verdades de la vida. Como la mayoría de las orientaciones prác­ticas. Las gentes están demasiado desencantadas respecto al amor. En la eternidad del amor no cree ya nadie. Ni siquiera los enamorados, que son las gentes más a propósito para creer tonterías. Se quiere, por esto, dar al matrimo­nio una base más estable, menos movediza que el amor.

Un hombre o una mujer que van a casarse, se preocupan, sobre todo, de que los intereses de su novia o de su novio sean concordes con los suyos. Procuran asegurar a su matrimonio la mayor solidaridad posible. Y no se confían absolutamente en la solidaridad del amor. Saben que la solidaridad determinada por el amor no dura sino lo que dura el amor que, regularmente, dura muy poco. Un matrimonio es una alianza fundada en una sabia coordinación de intereses.

Estos intereses no son únicamente intereses económicos. Son también intereses sociales, in­tereses psicológicos y hasta intereses estéticos. Se cree que de la armonía, de la reciprocidad, de la correspondencia de todos estos intereses depende la solidaridad conyugal. Imaginémonos una mujer cuyo ideal sea un marido que tenga los ojos muy azules y las pestañas muy largas y soñadoras y que se ponga chaqué los domin­gos. E imaginémonos que esta mujer se case con un hombre, muy apreciable bajo sus otros aspectos, pero sin ojos azules, sin pestañas largas y finalmente, sin chaqué. ¿No es verdad que la paz de este matrimonio, la digestión de este marido y la honradez de esta mujer estarán eternamente amenazadas por todos los hombres de chaqué y ojos azules, aun por los más des­preciables? El amor puede desviar momentáneamente a una persona de su interés estético; pero nada más que momentáneamente.

Se trata, pues, en estos tiempos, de confor­mar, acordar, coordinar el matrimonio hasta donde sea dable, con la condición, psicología, conveniencia, idealidad, gusto y sazón de las partes contratantes. Se trata por ende de sustraerle de la influencia arbitraria y traviesa del amor que tan caprichosamente desvía a las gentes de sus intereses. Se trata, por otra parte, de apuntarlo y reformarlo, precaviéndolo con­tra los sentimientos revolucionarios que lo amenazan.

Lo más probable es, naturalmente, que mo­dernizando el matrimonio, que orientándolo cien­tíficamente y que saturándolo de positivismo, se le conduzca a la ruina. El amor es vegetativo y todopoderoso. Su revancha será terrible y diabólica. Consistirá en el enseñoramiento del amor, con todas sus miserias y con todas sus alegrías, sobre los escombros de la santa, vieja y respetable institución del matrimonio. Pero por ahora no se piensa esto. Por ahora no se piensa sino en armonizar el matrimonio con el espíritu práctico del presente. En que el ma­trimonio sea para todos y para cada uno un buen "affaire".

Y dentro de esta tendencia nada más natu­ral que el empleo del aviso económico. Puesto que el matrimonio se moderniza en sí, tiene que modernizarse, igualmente, en sus medios. ¿Se indignan las gentes sentimentales? ¿Dicen que eso del aviso económico no, que eso del aviso económico es el colmo del prosaísmo? Estas po­bres y buenas gentes, carecen de razón. Hay que hacerles entender, sin tardanza, dos cosas. Primera, que ya nadie, ni los poetas, hablan de prosaísmo. Y segunda que, para tranquilidad de las almas demasiado susceptibles, también al empleo matrimonial del aviso económico se le puede encontrar, buscándosele, un lado senti­mental y un aspecto lírico.

Según un ilustre mito, el hombre y la mu­jer son las mitades de un solo ser perfecto y armonioso. Son dos mitades que se buscan a tientas, sin encontrarse, sin reconocerse. Coti­dianamente, mitades diferentes se unen y se repelen. Vuelven a unirse y vuelven a repelerse. (Un mito, como se ve, que explica, por otra parte, la imposibilidad de la paz matrimonial y la fugacidad del amor). Ahora bien. ¿No sería más probable que esas dos mitades que vengan, cie­gas y desventuradas, se encontrasen con la ayu­da de un aviso en el periódico que sin ayuda alguna? ¿Si un aviso económico puede servirnos para recuperar un "fox-terrier" perdido, no puede servirnos, asimismo, para recuperar a nuestra mitad desconocida y misteriosa? Yo, co­mo periodista, siento el deber de responder afir­mativamente. Y siento, sobre todo, el deber de asumir la defensa del aviso, aunque se trate del aviso económico.

 


NOTA:

1 Fechado en Roma, octubre de 1920; publicado en El Tiem­po, Lima, 14 de noviembre de 1920.