OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

SIGNOS Y OBRAS

 

 

"CHOPIN OU LE POETE", POR GUY DE PORTALES1

 

Hermético, recatado, tímido, casi en el gesto, la palabra y el acto, Chopin no está elocuente y entero sino en su obra artística. «Jamás pudo expresar nada sino en la música». He aquí la frase más feliz del comentario biográfico que le ha dedicado Guy de Portalés, en un volumen de La vida de los hombres ilustres de la N.R.F. Un personaje tan pudoroso y huraño se presta poco a la biografía. La novela de Chopin seria el análisis de una serie de estados psíquicos más que el relato de una acción, más que la crónica de una existencia. Y para esto los datos biográficos, el rigor objetivo, no bastan. Por momentos, al contrario, estorban. El biógrafo tendría que reinventar a Chopin con libertad de novelista, buscando, en todo caso, los datos más exactos de su drama, de su espíritu, en las "polonesas", preludios, mazurkas, nocturnos, etc. El novelista, el psiquiatra, debe carecer de pudor en la indagación. Su arte, por esto, está precisamente a las antípodas del arte de Guy de Portalés.

Portalés no se permitiría, por nada del mundo, ninguna audacia imaginativa, en un asunto tan serio como la vida de Chopin. Su relato quiere ser severo, seguro, puntual. Portalés tiene un gusto suizo de la biografía; en su trabajo se reconoce y aprecia las cualidades de un pueblo que a la construcción de rascacielos, zepelines y máquinas monstruosas, prefiere su producción, lo genuino o lo exacto, chocolates, relojes, quesos, objetivos fotográficos. Pueblo pulcro, aseado, estricto, por pudoroso. Virtudes que vigila el libro de Portalés, vedándole toda inspección indiscreta en la intimidad de Chopin, todo psicoanálisis descortés de sus actos fallidos, de sus sueños musicales.

Por su objetividad respetuosa, por su mesura imaginativa, esta vida de Chopin, entre otros méritos, tiene el de reivindicar, en cierto grado a George Sand y Chopin, antes que el de vituperio de la novelista, fácilmente descrita como una vampiresa que atormentó sádicamente los últimos años de su amante. El honrado relato de Portalés justifica a George Sand, contra esta barata leyenda. George Sand y Chopin eran indiferentes, antagónicos, incompatibles. La duración de su amor primero, de su amistad después, es una prueba de que George Sand hizo por su parte todo lo posible por atenuar este conflicto; Chopin, hesitante, susceptible, esquivo, no podía hacer mucho. George Sand tuvo, al lado de Chopin, un oficio algo maternal. Si esta imagen de madre les parece a muchos excesiva, a algunos tal vez sacrílega, puede escogerse entre la de nodriza y la de enfermera. George Sand combinó sabiamente en la terapéutica sentimental y síquica —de Chopin— los estimulantes intelectuales y estéticos del amor, con las solicitudes materiales del cuidado materno y médico. Ella era para él excitante y sedativo; erotismo creativo y orden doméstico; vigilia y reposo; exaltación y método; fiebre pasional y tratamiento recons­tituyente.

Ella le garantizaba, con su sagaz instinto, la temperatura de la pasión en un clima sanitario, en un horario higiénico.

Las mas interesantes páginas de esta biografía son las de George Sand. Portalés copia dos cartas de George Sand al conde Albert Gerzmal­da, amigo íntimo de Chopin. George, como es sabido, sobresalía en este género, que exige acaso cualidades femeninas. Puede olvidársele por sus novelas; pero para todo el que haya leído la carta al doctor Pagelo, que Maurras transcribe en su libro Les Amants de Venise,2 George será siempre inolvidable. En la carta de Gerzmalda, correspondiente a los primeros tiempos de su amor por Chopin, una delicada preocupación por la felicidad de éste, se une a una sincera y a la vez inteligente confesión de sus verdaderos sen­timientos sobre el amor. Ella explica así su experiencia amorosa: «Me he fiado mucho en mis instintos que han sido siempre nobles; me he engañado algunas veces sobre las personas, jamás sobre mí misma. Tengo muchas tonterías que reprocharme, mas no vulgaridades ni maldades. He de decir muchas cosas sobre las cues­tiones de la moral humana, de pudor y de vir­tud social. Todo esto no es todavía claro pa­ra mí».

«Jamás he llegado a una conclusión al res­pecto. No soy sin embargo indiferente a estas preocupaciones; os confieso que el deseo de acordar una teoría cualquiera con mis sentimientos ha sido siempre más fuerte que los razonamientos, y los límites que yo he querido ponerme no me han servido nunca para nada. He cambiado veinte veces de idea. He creído por encima de todo en la fidelidad, la he predicado, la he exigido. Los otros han faltado a ella y yo también. Y, con todo, no he sentido remordimientos porque había siempre sufrido en mis infidelidades una especie de fatalidad, un instinto del ideal, que me empujaba a dejar lo imperfecto por lo que me parecía acercarse a lo perfecto. Amor de artista, amor de mujer, amor de religiosa, amor de poeta, qué se yo. Los ha habido que han nacido y muerto en mí el mismo día, sin haberse revelado al objeto que los inspiraba. Los ha habido que han martirizado mi vida y me han llevado a la desesperación, casi a la locura. Los ha habido que me han tenido clausurada, durante años, en un espiritualismo excesivo. Todo esto ha sido perfectamente sincero. Mi ser entraba en estas fases diversas, como el sol, decía Saint Beuve, entra en los signos del zodíaco. A quien me hubiese seguido superficialmente, yo habría parecido loca o hipócrita; a quien me ha seguido, leyendo en el fondo de mí misma, he parecido lo que soy en efecto, entusiasta de lo bello, hambrienta de verdad, muy sensible de corazón, muy débil de juicio, frecuentemente absurda, de buena fe siempre, jamás pequeña ni vengativa, bastante colérica, y, gracias a Dios, perfectamente pronta a olvidar las malas cosas y. las malas gentes». Hipócrita es el calificativo que esta misma carta merecerá a quien la lea de prisa, sin ahondar en el secreto de sus contradicciones. George Sand no era sino una romántica.

A propósito de otra biografía,3 he escrito que en el amor, como en la literatura, sólo hay dos grandes categorías: clásicos y románticos. Para los clásicos, el amor es eterno; su arquetipo son las parejas históricas: Romeo y Julieta. Para los románticos, el amor es algo menos individualizado y permanente: no existe el amor sino el estado amoroso. George Sand es quizá la protagonista por antonomasia del amor romántico. Musset, en el amor, tendía al ideal clásico. Constance Gladkowska, Delfina Potokca, María Wodzinska, cualquiera de estas mujeres pudo haber sido el amor de toda su vida. En su amor con George Sand, hay la nostalgia del amor clásico.

Pero a este amor debe Chopin una parte rica y vasta de su obra. Los ocho años de su amor con George Sand, son acaso los de su producción más intensa. Y en su biografía, este capítulo de su vida, es el que llena más páginas. La de Guy de Portalés en gran parte, es la historia del amor de George Sand.

 

 


NOTAS:

 

1 Publicado en Variedades: Lima. 10 de Mayo de 1929.

2 Los Amantes de Venecia.

3 Se refiere a su obra La Novela y la Vida, Siegfried y el Profesor Canella.