O. Piatnitsky

MEMORIAS DE UN BOLCHEVIQUE
(1896-1917)

 

 

I. 

El principio de mi actitud revolucionaria

(1896-1902)

 

En 1896, siendo aprendiz de un taller de confección, oía con frecuencia a los obreros y obreras hablar de socialistas deportados de diferentes ciudades de Rusia en nuestra localidad. Por detalles cogidos al vuelo me enteré que se reunían con la intelliguensia local y con los obreros, que enseñaban a éstos a leer y escribir y que les daban folletos y otras cosas para leer. Además, en el taller se hablaba frecuentemente de reuniones secretas organizadas en Vilna, en Kovno, en Varsovia, y de detenciones que se hacían; todo ello me traía muy intrigado; pero no conseguía saber más.

En 1896 mis dos hermanos vinieron a pasar las fiestas de fin de año en mi casa. Grande fué mi sorpresa al ver en nuestra casa deportados: intelectuales, obreros y obreras con las cuales yo trabajaba. Me di cuenta también que mis dos hermanos estaban en relación con los más destacados del movimiento obrero, deportados en nuestra ciudad o que habían venido a pasar las fiestas con ellos.

La ciudad en donde yo nací, Vilkomir, tenía 14.000 habitantes. Había entonces gran cantidad de pequeños talleres, dos o tres fábricas de curtidos, sin gran importancia y algunas fábricas pequeñas, donde se manufacturaban sedas de cerda, y un gran taller de cerrajería. Entre los obreros de estos diferentes establecimientos industriales los había que habían trabajado en las grandes ciudades.

Los obreros que trabajaban en Kovno, en Vilna y en Varsovia venían a pasar las fiestas importantes con sus parientes. En estos días, la localidad aumentaba en animación. Los recién llegados organizaban con los obreros conscientes de Vilkomir, en los bosques o en las casas situadas fuera de la ciudad, espectáculos, reuniones o veladas donde se pronunciaban discursos y alocuciones que se alternaban con cantos revolucionarios, etc. (Lo mismo se hacía en 1906, cuando, después de una larga ausencia, regresé a mi ciudad natal para pasar algunas semanas. La organización del Bund existía en Vilkomir desde 1900 al 1901; pero en el verano de 1906 encontré una importante organización del partido obrero socialdemócrata, a la cual estaban adheridos los obreros rusos, judíos, lituanos, polacos y los obreros agrícolas que trabajaban en las grandes propiedades de las cercanías.)

Aspiraba entonces a ser independiente lo más pronto posible. En ese momento me propusieron venir a trabajar, en condiciones ventajosas, a Ponebeje, cabeza de distrito de la provincia de Kovno. Acepté la proposición y me fui sin decir nada a mis padres.

El taller donde entró en Ponebeje tenía de quince a diecisiete obreros. Se trabajaba de quince a dieciocho horas diarias. La ignorancia entre los obreros y las obreras era espantosa. Los salarios eran escasos; pero los obreros y las obreras los aceptaban sin murmurar.

Mi situación era más grave, puesto que no tenía habitación; tanto, que me veía obligado a dormir en el taller, sobre la mesa. La jornada de trabajo, por larga que fuese, no me permitía descansar, ni aun después de la salida de los obreros, pues el patrón necesitaba la mesa sobre la cual yo dormía para cortar géneros.

Jamás tuve ocasión de ver explotación semejante. Cuando yo me fuí de mi pueblo soñaba con otra clase de trabajo y con otra clase de obreros.

Me puse a buscar una organización, una sala de lectura, reuniones; pero no pude encontrarlas. Para colmo de mis males, la nostalgia se cebó en mí. Todo esto fué causa de que, por indicación de mis padres, regresase a mi pueblo. Pero mi estancia fué de corta duración.

Al final de 1897 ya me encontraba en Kovno. Trabajé en un taller donde me daban tres rublos por semana. Vivía con uno de mis hermanos, en cuya casa había con frecuencia reuniones, sesiones de lectura, discusiones, etc. Al principio no me dejaban asistir; pero más tarde participé en iguales condiciones, teniendo que hacerme el mudo a veces.

En esta época empezaron las pesquisas y las detenciones. Los miembros activos del círculo de estudio del sindicato ilegal de carpinteros, que se reunían en casa de mi hermano, empezaron a confiarme misiones serias y clandestinas, como transportar la literatura de propaganda de Kovno a Vilna, entregar paquetes, etc.

Mis dos hermanos eran carpinteros, lo que explica que yo estuviese en contacto con los carpinteros más que con mis camaradas de trabajo. Otra razón era que los primeros me aceptaban entre ellos sin decir nada, mientras que mis camaradas de trabajo me consideraban demasiado joven para tratarme como a un igual. Además, yo prefería, mientras que tenía que ser espectador, relacionarme con los carpinteros, ya que éstos eran hombres maduros, obreros hechos y, al mismo tiempo, relativamente más numerosos que los obreros de otras poblaciones.

En Kovno veía reunirse frecuentemente camaradas en casa de mi hermano. Uno de ellos leía, y luego explicaba lo que leía. Con frecuencia, estas sesiones duraban hasta media noche. Otras veces, los mismos camaradas venían a buscar a mi hermano y discutían tan fuerte y tan acalorados que yo creía que disputaban. Más adelante comprendí que se trataba unas veces de reuniones de un círculo de autodidácticos, y otras de reuniones del sindicato de carpinteros. No recuerdo si asistían a estas reuniones obreros pertenecientes a otras profesiones.

En las reuniones del sindicato se fijaba la tarifa semanal o diaria de las diversas categorías de obreros carpinteros, y nadie podía aceptar trabajo por tarifa más baja. Los carpinteros tenían una bolsa de trabajo (en plena calle; esto pasaba en verano), donde los contratistas y los patronos venían a contratar a los obreros. Que yo recuerde, en aquel verano no hubo grandes huelgas entre los carpinteros, aunque las hubo en otras profesiones (manufacturas de papel, de cigarrillos, sastres, etc.).

Los elementos activos de los carpinteros organizaban veladas frecuentemente. Se pronunciaban discursos cortos y cada uno debía, a su vez, decir algunas palabras, que se resumían generalmente en: “¡Abajo el capitalismo! ¡Viva el socialismo!” Me acuerdo de dos obreros carpinteros que se destacaban sobre los demás; uno de ellos tenía unos veinte años; el otro era ya viejo. El primero, muy enérgico, era un espíritu vivo, que se hacía cargo en seguida del fondo de las cosas; añadía a esto una palabra elegante y fácil. Los obreros le querían y respetaban. Se llamaba Zoundel. El día en que tuvo que pasar por el Consejo de revisión, muchos de sus camaradas estuvieron toda la jornada en los alrededores del local para saber si le habían cogido. (En 1905 lo encontré en Berlín; pertenecía a la mayoría del partido obrero socialdemócrata ruso y se dirigía a Rusia por encargo de la redacción del Vpériod (¡Hacia adelante!) El segundo había venido de Inglaterra o de América, donde había estado empleado en un club o en una biblioteca del partido socialista. Contaba muchas cosas sobre el movimiento obrero en el extranjero, y como había leído mucho, nos hablaba de libros interesantes. Se le escuchaba con atención y se le estimaba. Desgraciadamente, olvidé su nombre.

La solidaridad entre los obreros de las diversas profesiones era muy grande. Cuando estallaban huelgas en otras profesiones, los carpinteros no se contentaban con ayudar a los huelguistas sólo con socorros pecuniarios y consejos: prestaban también su concurso para la agitación entre los obreros y obreras en huelga, y se dedicaban a la caza de los amarillos en los alrededores de los talleres. Frecuentemente se producían colisiones, seguidas de detenciones, entre los esquiroles y los piquetes de huelguistas.

Respecto a los presos, la actitud de los obreros era magnífica; puede decirse con plena veneración. Tan pronto llegué a Vilna, en 1899, cundió la noticia por los talleres que un zapatero llamado Mendel Harbe y otros camaradas deportados a Siberia debían pasar por la estación. Los obreros abandonaron el trabajo, corrieron hacia el andén y, cuando el vagón celular apareció, fué acogido con gritos de felicitación dirigidos a los deportados y de maldiciones al régimen zarista. Por lo que puedo juzgar ahora y por la diversidad de elementos que tomaron parte en la manifestación, fué improvisada.

Como en los puestos de policía los obreros detenidos eran molidos a palos, había el temor de que en el interrogatorio, contra su voluntad, diesen los nombres de sus camaradas. De ahí que los más conscientes de los camaradas hiciesen una activa propaganda sobre la manera de conducirse en el momento de la detención y durante el interrogatorio. (Más adelante, un folleto fué editado especialmente con este objeto por el Bund.) Todos los que se portaban mal en el interrogatorio eran expulsados de los círculos obreros y considerados como apestados. En cuanto a los que entregaban a sus camaradas de una manera premeditada, se les castigaba en seguida sin piedad. (Me acuerdo que una vez, en Vilna, corrió la noticia en la Bolsa del Trabajo que un traidor había llegado de Riga. Se pusieron a buscarlo y, después de haberlo atraído hacia una calle desierta, lo apalearon.) Viviendo en casa de mi hermano, cuyo alojamiento era registrado con frecuencia, tuve tiempo, antes de ser inquietado por mis propios actos, de asimilarme a fondo la manera de comportarme en el interrogatorio.

En la mitad de 1898, a pesar de que mi hermano quería verme instruido antes de entrar en el movimiento revolucionario, me adherí al sindicato ilegal de sastres.

En Kovno, los obreros con quien yo me reunía en aquella época eran, sobre todo, menestrales. Estaban organizados en sindicatos ilegales por profesiones. Luchaban sobre todo por obtener la jornada de doce horas y salarios más elevados; la agitación colectiva e individual en favor de esas reivindicaciones, las huelgas, la intimidación a los obreros que trabajaban más de doce horas, eran los medios de acción a los cuales se recurría.

En las asambleas de obreros y obreras se leían los folletos La razón de vivir, de Dikchtein, y El derecho a la pereza, de Lafargue. El primero les entraba fácilmente en la cabeza; el segundo, con más dificultad.

Respecto a los amarillos, además de la persuasión, se empleaba la violencia. En casa de los patronos donde era imposible organizar huelgas por falta de conciencia de los que trabajaban, se les rompía los cristales. Esto daba buenos resultados. El sindicato al cual yo pertenecía recurría a estos procedimientos.

Cierto centro político se ocupaba de introducir literatura revolucionaria del extranjero, de San Petersburgo y de otros sitios; de organizar círculos de estudios, sesiones de lecturas y cursos para los obreros, con lo cual el centro político estaba en relación con el que deseaba aprender a leer o recibir instrucción general. El centro político organizaba algunas veces massovkai , o simplemente fiestas en los numerosos bosques de los alrededores de Kovno. En estas asambleas se reunía bastante gente, que se enteraban uno a uno. Al pasar al lado de los destacamentos de vigilancia designados por los organizadores, era necesario decir la palabra de consigna, después de la cual le decían a uno dónde se verificaba la reunión. En revancha, salían del bosque todos reunidos y entraban en la ciudad con banderas rojas a la cabeza y entonando cánticos revolucionarios; una vez llegados a la ciudad, nos separábamos de nuevo uno a uno. Por mediación de los obreros que frecuentaban los círculos de estudios, el círculo político ejercía su influencia sobre los sindicatos ilegales.

Habiendo adquirido, al final de 1898, la reputación de ser miembro activo del sindicato y además la de “nihilista” y de “huelguista”, ningún sastre quiso admitirme. Tuve que abandonar Kovno y dirigirme a Vilna. Tenía direcciones; pero desde que llegué encontré trabajo y ganaba cinco rublos por semana. En seguida me inscribí en el sindicato ilegal de sastres para señora, en donde llegué rápidamente a ser el secretario y tesorero.

En esta época todas las profesiones tenían su sindicato: los metalúrgicos, los carpinteros, los pintores, los sastres para hombres y para señoras, los fabricantes de ropa blanca, modistas, etc. Pero no había enlace orgánico que uniese los sindicatos entre sí. Sin embargo, ocurría que los representantes de los sindicatos eran convocados, por la organización del Bund, a las reuniones comunes en las que se disponían los preparativos de la manifestación del primero de mayo o de otra fiesta revolucionaria. Pero esto no era necesario. Diariamente, todos los elementos más o menos activos, revolucionarios de los sindicatos, se encontraban en la Bolsa del Trabajo, que existió al aire libre por mucho tiempo, aunque la policía intentase muchas veces disolverla. Terminada la jornada, los obreros y las obreras se dirigían en masa a la Bolsa y allí, paseábase, liquidaban sus asuntos.

La Bolsa del Trabajo desempeñaba un papel importante, como lo muestra el hecho siguiente:

Una vez, en un arrabal de Vilna, no lejos de la Bolsa del Trabajo, tres camaradas (E. Raitsouk, R. Zaky y S. Leifer) fueron denunciados y detenidos. Se supo en la Bolsa. Espontáneamente los obreros se dirigieron hacia la Comisaría de Policía; en el camino, los trabajadores del arrabal se unieron a ellos. La muchedumbre exigió la libertad de los camaradas detenidos. La policía se negó, y en un abrir y cerrar de ojos los cables telefónicos fueron cortados, y después de una verdadera batalla, en el curso de la cual la Comisaría fué saqueada, los camaradas fueron libertados. Pero otros varios recibieron sablazos.

Para dar una idea del estado de espíritu de los obreros de entonces, me vaya detener un momento en este motín. Los camaradas detenidos estaban encerrados en el piso superior de la Comisaría de Policía. Tanto es así que, cuando los obreros entraron en la Comisaría, tuvieron, para libertarlos, que subir la escalera, en cuya parte alta estaban los policías, que a golpe de sable tajaban a derecha e izquierda. Viendo esto los asaltantes, treparon hasta el techo y se escurrieron por el desván, y desde allí se pusieron a apedrear a los policías, que tuvieron que abandonar el sitio. Después de aquello, los camaradas fueron libertados por la muchedumbre. Al amanecer, los obreros recogieron los heridos y los trasladaron al arrabal. Todas las calles que daban acceso a la ciudad estaban guardadas por la Policía, que detenía a aquellos que policía y soplones indicaban. No obstante haber mayor número de víctimas que camaradas libertados, no recuerdo que algunos de los obreros que tomaron parte en el ataque, ya en el taller o en la Bolsa, se arrepintiesen de lo que habla pasado.

Dos semanas más tarde se me ordenó acompañar primero a uno y después a otro obrero hasta la frontera, lo que yo acepté inmediatamente. Dejamos Vilna sin obstáculo y llegamos a nuestro destino.

Eso ocurría en junio de 1900. Me sentí orgulloso de haber sido encargado de una misión tan delicada. Los intelectuales daban cursos a los obreros más activos y conscientes. Así, el sindicato de sastres para señoras tenía dos ciclos de estudios. Participé en los dos. Un grupo estudiaba economía política; el otro, la vida de los partidos obreros, la política colonial de las grandes potencias, etc.

Algún tiempo más tarde, las tropas acantonadas en Vilna abandonaron la ciudad con destino a China para reprimir la “sublevación de los boxers”. Una muchedumbre de mujeres, de viejos y de niños les acompañó, llorando, hasta la estación.

En cuanto a mí, comprendía claramente que los soldados eran enviados a la matanza sin ningún interés para los pueblos chino y ruso.

Los círculos de estudio eran seguidos con asiduidad, y los que los frecuentaban adquirían un bagaje efectivo, aunque elemental de conocimientos políticos. Todos los sindicatos tenían círculos de esta clase.

Ocupado en mi trabajo en el taller y en el sindicato, me quedaba muy poco tiempo para mí. No podía leer más que de noche. Además, no era fácil, en aquel tiempo, encontrar libros buenos. El comprarlos era un lujo que mi salario no me permitía. Aunque había bibliotecas públicas, y las de diez sindicatos, no valían gran cosa. Cuando tenía ocasión de poder tener buenos libros, lícitos o ilícitos, los leía sin detenerme. André Kojouklov, de Kravtchiski, y un libro (cuyo título no recuerdo) sobre la Comumme de París me causaron una profunda impresión.

Una vez, a fines de febrero de 1899, o a principios de 1900, me enteré que en la Bolsa de Trabajo me esperaban en un alojamiento situado al extremo de la ciudad. Marché inmediatamente. Allí encontré una asamblea de representantes de sindicatos asistidos de un camarada intelectual. Se discutía la celebración del primero de mayo. Se trataba de decidir lo que se haría. Después de largos debates, se resolvió organizar la manifestación en la calle principal de la ciudad. Cada sindicato debía convocar sus miembros antes de primero de mayo y proponerles la manifestación. Un intelectual debía asistir a cada una de estas asambleas. Yo convoqué mi sindicato, pero en vano esperamos al orador intelectual; tuve que tomar la palabra para explicar el sentido de primero de mayo y las razones por que debíamos manifestarnos en la calle (hasta entonces se festejaba el primero de mayo clandestinamente). No era cosa fácil que se admitiese, ya que en aquella época toda acción se resumía en la lucha económica que se dirigía contra los patronos, evidentemente sostenidos por la policía. Me acuerdo que, en mi discurso, indiqué la necesidad de manifestarse en la calle diciendo que en los dos últimos años con las huelgas no habíamos alcanzado nada, y que desde entonces debíamos mostrar al más alto funcionario del Gobierno, al gobernador de la ciudad, que los obreros, descontentos, protestaban contra la situación que les había sido creada. El sindicato decidió por unanimidad tomar parte en la manifestación. Inmediatamente se designó los jefes de “decenas” que, a la cabeza de nueve manifestantes, de los cuales ellos serían responsables, debían dirigirse el primero de mayo por la tarde, a la salida del trabajo, a una calle lateral a la Gran Avenida (calle principal de Vílna), donde la manifestación se celebraría.

A la hora señalada me presenté con mis nueve camaradas. Cuando desembocamos en la avenida estaban todos los manifestantes.

La calle se llenó de repente de una muchedumbre de obreros y obreras que se mezcló a los paseantes burgueses. Los cosacos y la policía, que veían que la muchedumbre que invadía la calle principal no era la muchedumbre ordinaria, estaban alerta. De repente, una bandera roja apareció al mismo tiempo que la muchedumbre, y, con algún desconcierto, entonaba cánticos revolucionarios. Esto fué la señal del tumulto. Los almacenes se cerraron a toda prisa y los paseantes desaparecieron. Los cosacos y la policía cargaron sobre los manifestantes a latigazos. Esta manifestación fué el bautismo de fuego de los obreros de Vilna.

Al año siguiente, el primero de mayo fué domingo. Se decidió que la manifestación se hiciese en el parque situado al final de la Gran Avenida. La manifestación se celebró. Pero cuando quiso salir del parque, los cosacos cargaron. Hubo gran número de heridos y muchas detenciones.

Otro año no transcurrió con pérdida. En esta ocasión, la cuestión no se planteó para saber cómo y dónde se manifestaría. Y aunque la preparación se limitó a comunicar a los sindicatos la hora y el sitio de la concentración de la manifestación, tomó parte una muchedumbre numerosa.

En aquel tiempo, la acción sindical consistía principalmente en atraer al sindicato el mayor número de obreros de una profesión determinada, en obtener una jornada de trabajo más corta y un salario más alto.

También ciertas organizaciones clandestinas enviaban jefes escogidos entre sus sindicatos a los círculos de estudios, y cada vez que se proyectaba una manifestación, estas organizaciones convocaban a los delegados de los sindicatos. Que yo recuerde, la cuestión de saber cuáles eran esas organizaciones era cosa que no interesaba.

Yo guardaba el material de imprimir del Robotcheié Znamia (La Bandera Obrera), que más tarde se llevó Moisés Laurié, uno de los organizadores del grupo Rabotcheié Znamia. En aquel tiempo iba con frecuencia a Kovno a buscar literatura revolucionaria, cosa que me era posible gracias a las relaciones que yo conservaba en los círculos de estudios de aquella ciudad. La llevaba a Vilna y la entregaba a la organización del Bund.

Al final del verano de 1901, cuando ya mis relaciones con la organización de la Iskra (la chispa) eran bastantes firmes, los miembros locales del Bund me invitaron, en un viaje que yo hice a Kovno para negocios de la Iskra, a tomar parte en la organización y a dirigir una huelga de obreros que trabajaban en el Niemen en el transporte de madera destinada a Alemania.

No es necesario decir que yo acepté.

En los círculos de estudio se nos educaba en un espíritu internacionalista.

Se nos hablaba mucho de los partidos obreros extranjeros. Entonces me parecía que sería muy difícil a los obreros rusos conquistar las libertades que ya gozaban los obreros de otros países. Me figuraba que estos últimos debían venir en nuestro socorros y que todos juntos podríamos fundar un régimen donde se pudiese leer todo lo que se quisiese, donde no serían detenidos por ocultar escritos revolucionarios, donde la policía ya no intervendría en las huelgas, y en fin, donde los obreros no volverían a ser maltratados en las comisarías. Resultó lo contrario: veinte años más tarde la clase obrera no ha podido obtener en ningún país lo que yo soñaba. En cambio, la clase obrera rusa puso fin al régimen capitalista, y todas sus fuerzas van en ayuda del proletariado del mundo entero.

No recuerdo que en aquella época hubiese problemas en los círculos de estudio del Bund o del partido socialista polaco, que no tardaría en aparecer en el escenario político. Solamente me acuerdo que se recibían con frecuencia proclamas que los camaradas más activos del sindicato y yo hadamos circular según plan anteriormente establecido. La discusión de la literatura revolucionaria entonces estaba mejor organizada que en los partidos ilegales extranjeros en la actualidad. Un grupo de camaradas se presentaba en un lugar determinado; allí, cada uno de ellos recibía un paquete de proclamas que debía distribuir en una o varias calles. Terminada su distribución, debía dirigirse a un lugar convenido y declarar que su misión se había cumplido. De manera que el centro político tenía una visión neta de la situación, conocía los más pequeños detalles, sabía dónde la distribución había tenido éxito y dónde no se había podido hacer.

¿Quién publicaba las proclamas? ¿Qué organización las firmaba? Eso no interesaba. Me bastaba con saber que aquello era necesario al proletariado. Desde entonces podía correr el riesgo de la detención; todo lo que fuese necesario, desde el momento que la causa lo exigía.

Los años de 1899 y 1900 se pasaron en disputa entre los representantes del Bund y del partido socialista polaco. El Bund tenía en su mano los sindicatos ilegales de obreros judíos (quizá él fuese quien los organizara). El partido socialista polaco no estaba de acuerdo y le hacía una competencia encarnizada al Bund.

Las tácticas que los sindicatos adoptaban, por lo que toca a los patronos, no daban resultado. Durante algunos años, los obreros no consiguieron obtener la más pequeña mejora. La explicación que daban los sindicatos era que, durante el período del trabajo, los patronos hacían concesiones a los obreros, que al llegar la época de paro forzoso las retiraban. Evidentemente, los obreros estaban descontentos.

Ya antes de mi primera detención (marzo de 1902) me hacía cargo que el trabajo que sólo se hacía en determinaba época del año no era la única razón que hacía fracasar los sindicatos. Las causas eran más profundas. Los obreros judíos, habiéndose organizado antes que nosotros, la propaganda entre ellos era más fácil que entre los letones, polacos y rusos. De hecho, la organización del Bund no actuaba ni quería actuar con obreros que no fuesen judíos. Por ejemplo: después de mi fuga de la cárcel, en agosto de 1902, me oculté en Jitomil, en casa de un camarada enfrente del Bund (se llamaba Ourtchik). Iba con él a las reuniones del Comité del Bund. Se pretendía que los obreros rusos de Jitomil saboteasen, por su falta de conciencia, la lucha económica de los obreros judíos cuyas plazas ocupaban durante las huelgas. Se decidió escoger algunos obreros rusos para que militasen entre sus camaradas. Por aquella época, en Vilna -lo mismo que en otras ciudades del Oeste- no había sindicato que englobase todos los obreros de una misma profesión, sin distinción de nacionalidad. La lucha contra los patronos se hacía con dificultad. Casi todas las organizaciones políticas -los socialdemócratas lituanos, los socialdemócratas polacos, el partido socialista polaco- tenían sus sindicatos. Hasta las manifestaciones del primero de mayo eran organizadas por varias agrupaciones a la vez y fechas diferentes. El Bund no era el menos responsable de esta situación. En el momento de su fundación, era muy fácil militar simultáneamente en todos los partidos obreros del Oeste. De ahí que yo recuerde que, en 1903, encontré en Berlín a uno de los directores de un círculo de estudios de Vílna cuyos cursos había seguido. Le pregunté por qué el Bund se aislaba de los obreros de otras nacionalidades, sobre todo cuando los obreros judíos no lo deseaban; me dió esta respuesta: “La Iskra no pregunta a los obreros qué es lo que quieren; hace la política que le parece justa y necesaria a los obreros. El Bund hace lo mismo.”

El partido socialista polaco, con su programa de lucha política contra Rusia y de la separación de Polonia, se impuso en el momento de su aparición. Pero nosotros habíamos recibido en los círculos de estudio una educación internacionalista, y de ahí que el partido socialista polaco no podía atraernos.

Por aquella época, el cerrajero Faivtchik se instaló en Vilna. Venía de París, en donde había formado parte del grupo Liberación del Trabajo. Faivtchik me expuso el programa de aquel grupo y me volví su ardiente partidario. A fines de 1900 o principios de 1901, Faivtchik me presentó al hermano de Martov -Sergio Tsederbavm (Iéjov)-, que estaba encargado de un grupo de la Iskra con el cual se había fusionado el grupo Liberación del Trabajo. Me volví iskrista.

Sin dejar el taller, manejando las relaciones que me quedaban del tiempo en que yo frecuentaba los círculos de estudio y las que yo tenía en el Bund, ayudé a organizar el transporte de la literatura revolucionaria que llegaba a Rusia y a facilitar el paso de camaradas al extranjero (para la Iskra, el transporte de la literatura publicada en el extranjero y la unión con Rusia era lo más urgente en aquella época).

Poco tiempo después empezaron a indicar a Iéjov, desde el extranjero, a qué lugares era dirigida la literatura revolucionaria; me encargó de irla a retirar de la frontera. Tuve que ausentarme con frecuencia del taller, y como esto coincidía con la época de mayor trabajo, fuí despedido varias veces. Entonces era para mí la época de miseria y de hambre.

A mi regreso de Kovno entré, por contrato de un año, en casa de un patrono que se comprometió a darme un salario de cinco rublos por semana. Por Navidad, el patrón despidió un obrero. Al ver esto, todos dejamos el trabajo en plena época de prisas. Pero al llegar la época mala el patrón esperaba una ocasión para separarme, por “agitador” de la huelga. El verano (1899 ó 1900) me enviaron con frecuencia a Kovno a buscar literatura revolucionaria. El patrón se aprovechó para despedirme. Estábamos de lleno en la mala época y estuve mucho tiempo sin trabajo. Tuve que privarme de comida y de habitación (mejor dicho, no me las daban). Declaro que mi situación no era muy buena.

Por el contrario, en el sindicato tenia exceso de trabajo (como secretario del sindicato debía leer y explicar los estatutos del sindicato a los nuevos adheridos, combatir la agravación de las condiciones de trabajo en los talleres y hacer diferentes trabajos). Para colmo de mis males me sobrevino un contratiempo que empeoró mi situación. Los miembros del Bund proyectaron celebrar el aniversario del nacimiento de Gutenberg (organizaban frecuentemente fiestas de esta clase, que daban excelentes resultados desde el punto de vista de la cohesión y de la solidaridad). Los delegados de varios sindicatos en que yo estaba se dirigieron en ferrocarril a un lugar cercano al sitio donde debía celebrarse la fiesta. Nos alojamos en una casa de campo con el objeto de estar en el bosque temprano y tener todo preparado para la fiesta. Nos acompañaba una mujer. Le cedimos la habitación que se encontraba en el interior de la casa. Después de desnudarnos en el gabinete nos instalamos en la terraza. Nos levantamos muy temprano, pero fué inútil: unos rateros se habían burlado de nosotros con gran astucia. Nos habían desvalijado; ¡desde los calcetines hasta los sombreros se llevaron! Nuestra situación era verdaderamente cómica; no teníamos nada que ponernos para ir hasta la casa más próxima. Para colmo de nuestra desgracia, nadie venía a buscarnos; todos los nuestros estaban ocupados en preparar la fiesta. Estuvimos en aquel estado hasta el mediodía, en que una obrera conocida vino a averiguar qué nos pasaba. Cuando la pusimos al corriente fué por las casas de los alrededores pidiendo con qué vestirnos. Me tocó un traje con el cual me era imposible salir a la calle. La chaqueta estaba pasadera, lo mismo que los pantalones, que eran los pantalones de trabajo de un pintor. En cuanto al calzado, una bota era de hombre y la otra de mujer. El equipo de los otros no era mejor. Además de mi traje me robaron mis papeles de identidad y cincuenta kopecks que me habían prestado con gran dificultad. Denunciarlos no podíamos, puesto que casi todos llevábamos proclamas, folletos y otros objetos ilícitos. Este suceso fué para mí un gran contratiempo y agravó seriamente mi situación material. Me llené de deudas que no pude pagar hasta el final del invierno.

Pero las miserias y privaciones no pudieron obligarme a abandonar la acción revolucionaria y el trabajo del partido. En otoño tuve trabajo. En marzo, el delegado de la Iskra me envió al extranjero para acompañar, creo yo, al camarada Kopp, y al mismo tiempo para examinar la posibilidad de poder recibir la literatura revolucionaria editada por la Iskra. En cuanto llegué a Vilkovichki (cerca de la frontera), camaradas del Bund, a quienes conocía personalmente, me pidieron que les ayudase a transportar una gran cantidad de literatura revolucionaria a Vilna o a Dvinsk. Acepté. Era un medio de no regresar con las manos vacías. Pero los paquetes fueron detenidos bastante tiempo en alguna parte, tanto que tuvimos que esperar cerca de tres semanas varios camaradas y yo en la pequeña ciudad de Mariampol. Por fin, todo estuvo listo y salimos en ferrocarril hacia Vilna. En la estación de Pilvichki debían llevarnos la literatura al vagón. En el andén vimos las valijas y el camarada que debía entregárnoslas. Pero el tren arrancó sin que nadie tocase las valijas. Después nos enteramos que el envío había sido descubierto y que los gendarmes esperaban que alguien se aproximase a las valijas para detenerlo.

De regreso a Vilna, de nuevo perdí la colocación, y mis tribulaciones volvieron a empezar.

Conseguí pasar camaradas al extranjero, y aun más, recibir personalmente dos grandes envíos de literatura de la Iskra, de los cuales el uno pesaba tres pouds y el otro diez.

Debo llamar la atención respecto a las dificultades que había en aquel tiempo para recibir literatura revolucionaria. En otoño de 1901 recibí un primer envío de literatura de la Iskra en la pequeña localidad de Kirbaty -situada en la frontera alemana-. Pesaba tres pouds. Allí tenía camaradas del sindicato que habían pasado la literatura desde Alemania. Desde Kirbaty me era imposible transportar la literatura en ferrocarril, ya que en las estaciones próximas a la frontera los bagajes eran inspeccionados minuciosamente. De manera que no había otro recurso que los coches de alquiler que hacían el servicio entre Kirbaty, Mariampol y Kovno. Los cocheros sospechaban que transportábamos “contrabando”; en todos los kilómetros se detenían y aumentaban el precio del transporte. Conseguimos llegar a Kovno. En el puente por el cual se entra a Kovno estaban de guardia los consumeros. Éramos dos los que transportábamos la literatura. Pero en el caso en que fuera descubierta, habíamos convenido que yo solo asumiría la responsabilidad mientras que mi compañero debía hacer como que no me conocía. En el puente nos detuvieron. El coche continué su camino, lo mismo que mi compañero. Quedé yo solo con el paquete. Al abrir el cesto descubrieron la Iskra (hasta el séptimo número) y diversos folletos, especialmente la Lucha de clases en Francia, de Carlos Marx. ¿Qué clase de contrabando es éste? -el aduanero no se hacía cargo de lo que era aquello. No se ocupaba más que de su pipa, té, etc. No sabía qué hacer con aquella “mercancía”, pero no me dejaba. Intentó leer el título del periódico y los libros encendiendo cerillas (esto sucedía de noche), pero el viento que soplaba del Niernen las apagaba inmediatamente. Cansados de estos manejos deslicé en su mano todo el dinero que me quedaba (una moneda de oro de cinco rublos) y le pedí que me dejase partir inmediatamente; si no, sería responsable del perjuicio que me causaba: estos periódicos debían estar en Kovno a la mañana para venderlos en un quiosco. El aduanero, que veía estos periódicos por primera vez, quería detenerme hasta la mañana; pero precipitando las cosas le dije que me ayudase a poner el cesto sobre el hombro, cosa que él hizo; pero antes me pidió que le dejase un número del periódico y un folleto. Le di un folleto, pero me negué a darle un diario (era conveniente que no se supiese que la Iskra se recibía por aquel camino). El cesto pesaba, no había coche en las proximidades y yo me había quedado sin dinero porque se lo había dado todo al cochero y al aduanero. El cesto al hombro, tambaleé y me caí. No pudiendo colocarlo sobre mi hombro, conseguí con gran dificultad hacerlo rodar hasta el muelle, donde, por quince kopecks (que por casualidad encontré en un bolsilla, y era todo mi capital) alquilé un coche y pude llegar a mi casa. En la puerta encontré a mi compañero, de quien me habla tenido que separar en el puente. Estábamos los dos tan nerviosos por lo que acababa de sucedemos, que en toda la noche no pudimos dormir. De pronto llaman a la puerta. Quedamos helados. ¡Me han descubierto! Pero eso no podía ser, desde el momento que yo me había venido directamente a mi casa. Me dirigí primeramente a un pequeño hotel, donde no conseguí que me abriesen, y después de haberme asegurado que no había nadie por los alrededores me decidí a ir al alojamiento convenido. Viví unos momentos angustiosos oyendo llamar, puesto que al ser descubierto no sólo nos detendrían a mí y a mi camarada, sino también a los dueños de la casa, que ignoraban en absoluto lo que yo llevaba: estábamos en la casa por ser antiguos conocidos de mis padres. Afortunadamente, eran mujeres, que estando próximas las fiestas venían a limpiar la casa.

Tenía miedo de estar en la ciudad y aventurarme en ella. ¿Quién sabía si el aduanero había tenido la fantasía de enseñarle a su jefe la “mercancía”, La lucha de clases en Francia, que había dejado pasar? Además, no me quedaba ni un kopeck para ir desde Kovno a Vilkomir.

Por último, la competencia entre propietarios de los coches que hacían el servicio de pasajeros entre dichas ciudades me sacó del apuro. Les exigí una fianza para asegurarme que nos reservarían unas buenas plazas. Con este dinero aun pudimos hacer algunas compras. De este modo, llegamos sin obstáculo primero a Vílkomir, después a Vilma, desde donde la literatura fué expedida por toda Rusia. Esto ocurría en agosto o septiembre de 1901.

De regreso a Vilna, volví a mí trabajo. Iéjov me presentó muchos intelectuales que estaban alrededor del delegado de la Iskra. Conocí a A. Soltz, a casa del cual fuí algunas veces.

No pude trabajar mucho tiempo en el taller; tuve que salir con Iéjov a Kovno y preparar un alojamiento para recibir un importante envío de literatura. Iéjov se instaló también en Kovno. Poco más tarde, unos campesinos vinieron a decirnos que tenían para nosotros paquetes de literatura. Me fuí con ellos a recogerlos. Esto ocurría en diciembre de 1901.

Una violenta tempestad de nieve nos obligó a detenernos en casa de unos aldeanos para pasar la noche. Viajamos varios días sin que yo supiese adónde íbamos; la comarca me era desconocida y los campesinos nada decían. Hasta que nos acercamos al final no me di cuenta de en dónde estábamos; era cerca de la frontera ruso-alemana, en Jourbori. Llegamos de noche a una gran isba, llena de suciedad, teniendo por todo mobiliario bancos instalados a lo largo de las paredes. El ganado y la gente dormían allí, ésta sobre el fogón. Experimenté una sensación lúgubre y no pude cerrar los ojos.

Por la mañana nos pusimos en camino con los paquetes de literatura. Sin incidentes -sin contar las paradas que hicimos en todas las tabernas que encontramos, donde los cocheros bebieron a mi cuenta todo lo que pudieron trasegar- llegamos a Kovno.

La literatura fué transportada sin obstáculo al alojamiento preparado al efecto (esto sucedía un viernes por la mañana). Yo tenía que pagar a los aldeanos; pero como no tenía dinero, corrí al hotel donde Iéjov debía esperarme. En su ventana estaba la señal convenida y yo entré decidido en el hotel (una choza). Me detuvo un criado del hotel, que me dijo: “¿Usted qué viene a hacer aquí? Váyase en seguida, que lo están esperando. Sucedía que a Iéjov lo habían detenido y la policía había armado una especie de ratonera en su cuarto. Salí del hotel sin que se diesen cuenta; pero me quedé sin dinero y sin enlace.

Los “militares” debían venir a Vilna a buscar esta literatura. Lo que me inquietaba seriamente, porque temía que se presentasen en el hotel donde estaba la ratonera y yo no tenía posibilidad de prevenirlos. Habiendo conseguido que me prestasen dinero, pagué a los aldeanos. Ignoraba la buena pesca que la policía acababa de hacer. Con dos compatriotas -el fundidor Salomón Rogout y Saúl Katsenlenbogen, con quienes me encontraba frecuentemente en la Bolsa de Trabajo de Kovno y de Vilkomir-, el mismo día envié con ellos la literatura a la aldea de Ianovo para que desde allí la transportasen a casa de mis padres, a Vilkomir. Mis compatriotas consiguieron llegar a Ianovo sin incidentes. Pero en la mañana del domingo, cuando llegaron a Vilkomir, el jefe de policía salió de la iglesia, acompañado de los pisaverdes de la ciudad. El caballo del coche que transportaba a mis compañeros llevaba un gran cascabel que llamó la atención del jefe de policía, quien dió orden de detener el coche. Con arreglo a una de sus disposiciones, sólo él y los bomberos podían llevar cascabeles en sus coches.

Uno de los camaradas que iban en el coche, Katsenlenbogen, cogió un paquete y desapareció; pero Salomón Rogout tuvo que acompañar al cochero a la comisaría de policía, donde los paquetes fueron abiertos y se descubrió su contenido. Toda la policía se puso en movimiento para encontrar al segundo camarada que se había fugado. Salomón Rogout fué molido a palos hasta dejarlo sin sentido; lo arrastraron desnudo por la comisaría, se le exigió que entregase a sus camaradas y que dijese de dónde procedía la literatura. Después de aquello lo enviaron a Kovno. Cuando me enteré de la detención de Salomón Rogout me abatí completamente. Me consideraba responsable de la detención de un camarada, que no formaba parte del grupo de la Iskra y de nuestra organización. Mi conciencia me ordenaba que me entregase inmediatamente a la policía y declarara que era yo quien había confiado esta misión. Comuniqué mis intenciones a mis camaradas del partido socialista polaco, cuyos nombres no recuerdo ahora, excepto el de una obrera: Blun. Ellos asintieron. Pero en mí todavía luchaba otra cosa: el presentimiento de que si yo hacía recaer en mí la falta me detendrían, sin que por ello pusiesen en libertad a Salomón Rogout. Resolví continuar buscando partidarios de la Iskra y continuar el trabajo del partido.

El cochero fué detenido y enviado a Petersburgo, donde estaban encerrados Iéjov y me parece que también Soltz.

En cuanto a Salomón Rogout, lo enviaron a la prisión de Kovno.

Algunos meses después nos enteramos que se había ahorcado. (No se pudo esclarecer si él se había suicidado o si le habían golpeado hasta que sobrevino la muerte.) En 1908 fuí encerrado en la misma prisión y los guardianes me enseñaron su celda. Me contaban que después de los interrogatorios en la dirección de la gendarmería lo llevaron en tal estado que fuera posible que él se ahorcase para evitar las torturas que le hacían pasar.

La muerte de este camarada, de que me hacía responsable, me causó profunda impresión. Resolví firmemente que a partir de ese momento mi vida sólo pertenecía a la revolución.

Hoy, después de la lucha titánica que la clase obrera sostuvo con el capitalismo, y después de todos los sacrificios que el proletariado ha tenido que sufrir, esta manera de reaccionar ante la pérdida de un camarada puede parecer extraña; pero en aquella época la idea de que yo había causado la muerte de un camarada me impresionaba profundamente.