O. Piatnitsky

MEMORIAS DE UN BOLCHEVIQUE
(1896-1917)

 

 

VI.

Detención estúpida

(1908)

 

En 1908 me encontré en mi ciudad natal. La reacción de 1908, que había puesto la garra sobre todo aquello que había de viviente en el movimiento revolucionario de las grandes ciudades, reinaba allí dueña y señora. La ciudad estaba llena de guardias móviles que acababan su expedición punible en las campiñas lituanas. No pasaba día sin que los guardias móviles trajesen a la ciudad campesinos del distrito de Vílkomir. En la ciudad todo estaba muerto. Aun la organización del Bund, que se había mantenido en el período de reacción más violenta anterior a 1905, también había desaparecido. Los camaradas que todavía pertenecían a una misma organización evitaban el encontrarse. Desde que me vi allí me di cuenta de la falta que había cometido viniendo a este agujero, donde una gran cantidad de gente del pueblo me conocía de 1906. Sentí haber hecho caso a mis padres, que me habían prometido procurarme un pasaporte para el extranjero, olvidándose decirme lo que pasaba en la ciudad. Era demasiado tarde para reparar mi error. En cuanto a mis padres, recorrían la ciudad buscándome el pasaporte que yo necesitaba para salir.

Diez días después de mi llegada, de madrugada, oí llamar violentamente a la puerta. A la pregunta: “¿Quién está ahí?”, una voz desconocida respondió que se trataba de un telegrama urgente a nombre de mi cuñado. Dije que lo trajesen por la mañana; pero desde fuera empezaron a forzar la puerta de la habitación donde yo dormía (tenía una salida a la calle). Comprendí en seguida de qué “telegrama urgente” se trataba. Abrí la puerta, por la que entraron los dos gendarmes que había en la ciudad, los guardias móviles, el comisario de Policía y sus ayudantes. Se echaron sobre mí diciéndome: “¿Tú eres un tal...?” (dijeron mi verdadero nombre). Les dije que me llamaba Pokémounski (nombre con el cual había vivido en Odessa).

Anteriormente, desde que me di cuenta de la situación, pensé cómo debía llamarme si llegaba a ser detenido. Me parecía imposible dar mi verdadero nombre, ya que la Okhrana de Moscú lo conocía, lo mismo que mi trabajo, y desde entonces yo debía esperar ser juzgado en Moscú y seguramente condenado a la deportación o a trabajos forzados.

Por eso resolví dar el nombre con el cual yo había sido encarcelado en Odessa, pensando, con razón, que la Dirección de la Gendarmería no se había dirigido a mí en 1906 y a la sociedad que en 1905 (por cien rublos) me había dado un pasaporte que, dicho sea de paso, me había proporcionado un gran servicio en Odessa. Los gendarmes me pidieron el pasaporte; excuso decir que yo no lo tenía. En mi casa todo el mundo, excepto mi madre, sabía el nombre que yo debía dar, Pero, en el preciso momento del registro, que fué atrozmente largo, mi madre entró. Quedé parado. Pensé en seguida que por inadvertencia ella iba a llamarme. Pero no hizo nada. Ella estuvo allí silenciosa, viendo el registro y cómo me llevaban.

Por la mañana empezaron las tribulaciones. El comisario me interrogó; después me llevaron ante el jefe de Policía del distrito; al día siguiente, de mañana, el oficial de Gendarmería Sviatchkin llegó de Kovno, trayendo mi fotografía, tomada en la prisión de Kiev en 1902. Se me condujo solemnemente al despacho del jefe de Policía, donde estaban el comisario, el oficial de Gendarmería y otro personaje. El gendarme Sviatchkin me dijo que se sabía todo, que se me espiaba desde hacía tiempo, pero que esta vez ya me tenían. Y para impresionarme más, sacó mi fotografía. Habiéndola visto, me dirigí inmediatamente a él y le pregunté si no se daba cuenta que no era la mía, porque, agregué, yo quisiera saber si la cabeza de un hombre se achica a medida que envejece. (En 1908 yo gastaba una gran barba que me daba un aspecto sólido que no correspondía a mi edad, mientras que en la foto, hecha en la prisión de Kiev, tenía el aspecto de un chiquillo con una cabeza enorme). Los policías quedaron confusos. El mismo día dos gendarmes me llevaron a Kovno y empezaron a remover la ciudad. El oficial de Gendarmería hizo venir a mis padres y a varios habitantes y los interrogó. Otro gendarme dió un salto de algunos centenares de kilómetros para interrogar a mi hermana y enseñarle mi foto. No obstante, los gendarmes no consiguieron obtener confirmación de sus acusaciones. Los gendarmes de Kovno vinieron al hotel, donde interrogaban a todos los que convocaban. Los mozos del hotel se mostraron astutos; escuchaban la conversación de los gendarmes, y así sabían a quién iban a interrogar. Comunicaban todo lo que oían a mis padres, y éstos hacían lo necesario para que las personas convocadas no me molestasen. Mis padres también previnieron a mi hermana para que ella no me reconociese en la foto. Los muchachos del hotel se enteraron en qué condiciones yo había sido denunciado. El delator, un curtidor, era un antiguo militante bundista: Verel Gruntvagen. El día de mi detención lo había encontrado en la calle; todo eso lo supe después.

Los detenidos de la celda en que yo fuí encerrado en la prisión de Kovno me recibieron con hostilidad. Cuando quise conocer las razones de esta actitud me declararon en términos muy vivos que yo estaba allí para provocarlos. Cuando los más serios de los detenidos vieron que yo estaba sinceramente sorprendido de su nerviosidad y hostilidad, me dijeron, mostrándome las provisiones que yo llevaba, que ellos habían declarado la huelga del hambre para protestar contra el riguroso régimen de la prisión, y que esto era una provocación por parte de la dirección de la prisión al ponerme con ellos.

Que el régimen de la prisión era riguroso me di cuenta en seguida; al llegar tuve que desnudarme completamente, y los guardias me registraron minuciosamente. Desde que conocí las razones del “caluroso” recibimiento que me habían hecho los habitantes de la celda, arrojé todas mis provisiones y me agregué a la huelga. Todos los presos de nuestro corredor se unieron a su vez, y después todos los detenidos políticos. Nos quitaron las camas, los jergones y todos nuestros objetos (como en el calabozo); tuvimos que acostarnos sobre el suelo, no solamente la noche, sino el día, ya que muchos de nosotros, y yo entre ellos, al cabo del tercer día estábamos postrados.

La huelga del hambre duró sin efecto y el régimen de Kourlov fué aplicado, y esto por la simple razón de los elementos poco seguros, especialmente campesinos, que no estaban habituados a tener hambre por su propia voluntad, y fueron encerrados con los detenidos políticos. La prisión de la actual capital de la “República popular democrática” lituana encerraba entonces muchos intelectuales llenos de sentimientos nacionalistas, y muchos campesinos detenidos por tomar parte en levantamientos agrarios contra los propietarios rurales polacos; entre otros estaba el presidente secreto de la “República lituana” de entonces y su hijo. Todo el Gobierno de Kovno estaba invadido por los guardias móviles. Los comisarios de Policía rural se habían convertido en jueces de instrucción en materia política. Con todos los métodos de instrucción eran lo mismo de simples y de uniformes: llevaban a uno o varios campesinos de una aldea y les daban de palos hasta que éstos habían declarado todo lo que se quería. Desde que los campesinos así “interrogados” habían designado sus cómplices, éstos eran inmediatamente detenidos, y se hacía un proceso monstruo. Todas las prisiones del distrito y del Gobierno, todos los locales de encarcelación de las oficinas de Policía estaban llenos de campesinos. El sostén de una turba de guardias móviles “reportaba” bastante. El trabajo no les faltaba. Además de una muchedumbre de campesinos, la prisión encerraba muchos obreros lituanos, polacos, judíos y rusos. La mayor parte estaba allí por casualidad y por denuncia de enemigos personales. También había camaradas lituanos, denunciados por los provocadores que se encontraban en sus organizaciones. Desgraciadamente no recuerdo sus nombres. Después de mi salida de la prisión de Kovno no los volví a ver.

A poco de mi llegada fuí llamado para el interrogatorio. Los gendarmes que habían llamado declararon reconocerme perfectamente. ¡Hacían frecuentes investigaciones en casa de mi hermano, y es allí, según parece, donde ellos me habían visto! El absurdo y la mentira de sus declaraciones eran evidentes, va que yo no había estado en casa de mi hermano desde 1899. El mismo Viatzhkin, que había llegado después de mi detención trayendo mi fotografía, quiso asustarme amenazándome con enviarme a las secciones ele prisioneros como un vagabundo, de confrontarme con mi hermano, etc.; a decir verdad, yo no me encontraba muy contento, puesto que ignoraba cómo reaccionaría mi hermano al verme. No obstante, el interrogatorio se terminó sin resultado; yo esperaba en cada momento una confrontación, que en definitiva no tuvo lugar, pues los gendarmes habían rnanifiestamente perdido la esperanza de demostrar que era yo el que buscaban. Me dejaron tranquilo durante dos meses. Pero estuve constantemente en la incertidumbre de mi suerte. En el fondo yo me inquietaba poco; me era indiferente ser relegado bajo mi nombre verdadero o de ser enviado en seguida a las secciones de presos con los vagabundos. Pero otra idea me torturaba: si se llegaba a demostrar quién era yo, mis padres, que habían afirmado que yo me llamaba Pokémounski, serían detenidos y probablemente enviados a Siberia sin otra forma de proceso.

Finalmente, se me llamó de nuevo al interrogatorio. Cuando me vi en medio de qué aparato debía tener lugar el interrogatorio, comprendí que los gendarmes fraguaban alguna cosa contra mí, y me puse en guardia. Al llegar observé que había testigos judiciales detrás de la puerta. Después de haberme preguntado varias cuestiones, Sviatchkin me preguntó en qué ciudades de Rusia había estado. Como yo no respondiese, él se puso a enumerarlas. Al final nombró a Kherson. Le respondí categóricamente no haber estado allí nunca. El gendarme saltó de gozo, ya que en la oficina de reclutamiento de Vilkomir se había encontrado la antigua hoja de matrícula de Pokémounski. Sin reflexionar mucho le respondí que, siendo hijo único, yo estaba exceptuado del servicio militar, y es más, que no había pasado del Consejo de revisión. Esta hoja matrícula no era seguramente la mía, esperando que sin hoja no se habrían aceptado los documentos que demostraban que yo me beneficiaba de la excepción; y como en ese momento yo no estaba en Vilkomir, era la tarjeta de otro la que habían metido allí. El gendarme me dijo que me daba un plazo de tres días para hacer conocer mi verdadera identidad; pasado ese plazo, sería enviado ante los tribunales como vagabundo. Al cabo de una semana se me hizo partir por etapas, sin decirme adónde iba. Era a Vilkomir a donde me expedían de nuevo. Iba a pie desde Ianov; paisanos que me vieron avisaron a mis padres. En las cercanías de la ciudad me esperaban conocidos. Tan pronto entré en el cuerpo de guardia de la Dirección de la Gendarmería, mi cuñado vino a verme y me entregó un paquete de cartas de Moscú, de Rostov y del extranjero. (Aquellos tontos de gendarmes corrían por todos lados para buscar la prueba de que yo no me llamaba Pokémounski, pero ellos olvidaron totalmente el ver las cartas a nombre de mi cuñado. Entre ellas las había cifradas, y esto era bastante para inculparme de nuevo.) El me informó que todas las pesquisas de los gendarmes habían sido vanas, y tan pronto como él supiese la razón por la cual se me había llevado allí, me lo comunicaría. (Mi cuñado había conseguido verme por un rublo.) Me sentí algo más confortado. Por la noche recibí un pequeño recado en el cual me informaban que iban a confrontarme con los padres de Pokémounski, pero que se haría todo lo necesario para que ellos declarasen que me reconocían.

A la mañana siguiente, yo y un obrero fuimos conducidos por la ciudad en dirección de Dvinsk. En el camino vi por mis propios ojos las cámaras donde se sometía a los campesinos y a los criminales a la tortura para obligarlos a reconocer que se habían sublevado, que habían tomado parte en ligas, en robos, etc., ¡cuando eran inocentes! En una de esas cámaras de tortura nos detuvimos, y los mismos que acababan de sufrir los horrores del “interrogatorio” nos hicieron el relato de los métodos de instrucción judiciales en vigor. Por un momento creí que se me había llevado allí para obligarme a declarar mi identidad. Después de haberme llevado a casa del comisario de Policía y de su adjunto, nos condujeron más allá, cosa que estaba lejos de desagradarme. Mi compañero de camino y yo ignorábamos todavía que iríamos a dar con un oficial de Policía que era el terror de la región.

Estuvimos en camino tres días y dos noches. En la noche del tercer día, un sábado, llegamos a la desagradable aldea de Outsani, por donde pasa el ferrocarril de vía estrecha Poneveje-Sventsiani. El comisario de Policía tenía su despacho en un patio; un poco más lejos, separado, se percibía una pequeña casucha que había servido en otro tiempo de sala de baños, y que la habían transformado en “prisión”. Esta última estaba vacía.

Nos metieron a los dos en una celda estrecha, oscura, que no tenía más abertura que un tragaluz. El domingo hubo juerga en casa del comisario, ecos de voces embriagadas, de cantos y de danzas; llegaban hasta nosotros. El mismo día, el guardia que trajo nuestra comida nos puso al corriente de todos los delitos cometidos por el comisario y su adjunto. Los detenidos eran fustigados y torturados en la primera sala que habíamos atravesado para llegar a nuestra celda. El guardia nos enseñó sobre un banco huellas de sangre que provenían de detenidos fustigados, y agregó que por más que hubiesen denunciado al comisario y alguno hiciese abrir una encuesta, las torturas continuaban como antes.

El domingo por la noche nos estremecimos. La celda estaba oscura; en el patio, voces de hombres embriagados parecían acercarse a nuestra casucha. Toda la noche esperábamos una agresión; pero, no sé por qué, no nos tocaron. El lunes al anochecer llamaron a mi compañero. Apenas había cerrado la puerta de nuestra celda se oyeron gritos desgarradores. El desgraciado había sido molido a palos porque la dirección de la prisión de Kovno le había dado un falso itinerario: en lugar de expedirlo por el ferrocarril a Dvinsk, vía Vilna, lo habían enviado a Vilkomir. El “sutil” comisario había deducido en seguida que mi involuntario compañero había él mismo escogido esta ruta para escaparse. Le pegaron hasta que cayó sin sentido. Cuando lo trajeron a la celda me llamaron. Resolví defenderme. Subí el cuello y estuve mirando en la oscuridad de dónde podía venir la agresión. Pero sin incidente me condujeron a una sala alumbrada. Allí estaba el comisario de Policía, y a lo largo del muro cinco viejos, entre ellos algunos lituanos. El comisario me ordenó callar y se puso a interrogar a los viejos, éstos declararon que yo era efectivamente el hijo de Pokémounski, que había emigrado a América mientras que yo había quedado en Rusia; que ellos me conocían bien, y que yo me parecía mucho a mi padre. No volví a ver a estos bravos hombres. Por otra parte, yo estaba tan seguro que se me llamaba para torturarme, que en el primer momento, cuando estuve delante del comisario, no comprendí nada de lo que pasaba. A la mañana siguiente, el comisario me dijo que yo había tenido la suerte de ser conocido, que si no, no habría salido vivo de sus manos. Mientras me llevaban, un desconocido se acercó a mí y me dió cinco rublos; entonces comprendí que algunos de mis amigos habían hecho lo necesario para que yo fuese reconocido.

Después de que los testigos hubieron declarado que yo era Pokémounski, los gendarmes me abandonaron; pero en revancha caí en manos del comisario. Me acusó de haber enviado al Consejo de revisión una tercera persona, delito castigado por la ley. (La acusación pretendía que Pokémounski había respondido en efecto al llamamiento, ¡pero yo, no!). Me llevaron a la oficina de reclutamiento. Esta decidió enviarme al Tribunal, que me puso en libertad bajo fianza de cien rublos. Así terminó este encarcelamiento estúpido. Fué el más corto de mi vida revolucionaria, pero también el que me costó más caro de nervios y de dinero. Físicamente estaba agotado. Después de mi liberación me dirigí a Kovno. Cogí un pasaporte para ir a Odessa a ver al camarada Orloski (V. Vorovski), a quien me había enviado la oficina del Comité Central en el extranjero. Me entendí con él respecto a la recepción y difusión de la literatura. A este efecto le presenté a mi antiguo coacusado, el camarada Levit.

En noviembre de 1908 dejé Odessa para dirigirme, por Kamenets-Podolks, a Lemberg, donde me enviaba el Comité Central.