Revolución democrática y Revolución socialista (Revolución mexicana y Revolución cubana)

Vania Bambirra

1974


Fonte: Arquivo Vania Bambirra - https://www.ufrgs.br/vaniabambirra/ - Datilog. 1974. (Cidade do México, texto produzido em pesquisa com bolsa da Fundação Friedrich Ebert, conforme menção da autora em seu Memorial Acadêmico) (notas de rodapé são da autora, salvo quando indicação diferente)

HTML: Fernando Araújo.


ÍNDICE

Nota Previa

I) PROBLEMAS TEÓRICOS

Dos Modelos de Estudio de la Revolución

1. Planteamiento Teórico

2. El análisis de Marx y Engels

-La revolución de 1848

3. El análisis de Lenin

a) La revolución de 1905
b) Las revoluciones de 1917
-De la revolución de febrero a la revolución de octubre

II) LA REVOLUCIÓN MEXICANA COMO UN MODELO DE REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICO-BURGUESA

1. Enemigos, tareas y fuerzas motrices

2. La frustracción de la revolución y el cardenismo

a) Las condiciones que generaron el cardenismo

b) El significado político del cardenismo

III) REVOLUCIÓN CUBANA: REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA Y REVOLUCIÓN SOCIALISTA

1. El carácter de la revolución
2. El gobierno provisional y la etapa democrática
3. La transformación socialista

CONCLUSIONES

Nota Previa:

Este trabajo tiene por objeto analisar algunas de las más relevantes características de la revolución democrática y de la socialista en América Latina.

Para eso, hemos tratado primero de exponer los análisis concretos realizados por los teóricos marxistas – Marx, Engels y Lenin – para, en seguida, analisar sucintamente los dos modelos más relevantes de ambas revoluciones que ocurrieron en países capitalistas dependientes latinoamericanos: la Revolución Mexicana y la Revolución Cubana.

Las consideraciones sobre las características de la Revolución Mexicana tratan de destacar las especificidades y limitaciones de un proyecto de transformaciones democráticas que encuentra su fuerza motriz principal en el campesinato. La revolución democrático-burguesa en México, si bien dá origen a una constitución de las más avanzadas que puede existir en el sistema capitalista, en la práctica no logra cumplir su programa hasta las últimas consecuencias. Por esto, la mayor parte de los cambios sociales que emergen como ideales de la revolución en la segunda mitad del siglo, siguen vigentes y sólo serán implementados, de manera significativa, en el gobierno de Lázaro Cárdenas, en la década de los treinta. Por esto, centramos nuestra atención en este período, tratando de destacar el sentido y la orientación del proceso de reformas que impulsiona la política cardenista.

Es importante señalar que nuesto análisis no llega a constituir un trabajo sistemático de investigación.

Existe una muy amplia bibliografía y una gran cantidad de fuentes documentales sobre la Revolución Mexicana y el período cardenista. Estos temas han sido muy trabajados, bajo distintas orientaciones, en las últimas décadas. Nosotros no hemos tenido acceso, (por el relativamente corto período de tiempo de que disponíamos para la realización de este trabajo) sino a una parte considerablemente pequeña de los materiales bibliográficos y documentales correspondientes. En esto reside, en parte, las obvias limitaciones de nuestro presente trabajo.

Las tesis expuestas sobre la Revolución Cubana parcialmente resumen una investigación que hemos realizado anteriormente sobre el tema.(1) Esta exposición se hace con el objeto de destacar como un proceso típico de revolución burguesa en un país capitalista dependiente, cuando es llevado hasta sus últimas consecuencias, genera las condiciones para su superación y para la apertura de una nueva etapa revolucionaria, calitativamente distinta, de destrucción del viejo sistema y de construcción de una sociedad realmente nueva, socialista.

Como se puede muy bien apreciar en los análisis de le Lenin que nos hemos esforzado por exponer, el paso de la etapa democrática a la socialista ocurre en el contexto de una aguda lucha de clases, en donde se agotan las posibilidades de la mantención del sistema capitalista y, el proletariado, en alianza con el campesinado pobre, con los asalariados agrícolas y con los sectores radicalizados de las clases medias y de la pequeña burguesía, logra adueñarse del poder y ejercer la hegemonía.

Pero cuando se estudia el fenómeno llamado revolución es necesario tener presente lo que decía Karl Marx:

“ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su resistencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua.”

I) PROBLEMAS TEÓRICOS.
Dos Modelos de Estudio de la Revolución.

1.- Planteamiento Teórico.

El análisis marxista sobre el carácter de la revolución supone, como condición previa, la rigurosa determinación de la estructura de clase de sociedad, vale decir, la definición del carácter del sistema de relaciones sociales de producción que, en función del desarrollo de las fuerzas produtivas tiende a ser el dominante, buen como su coexistencia, en contradicción y en lucha, con el sistema de relaciones socio-económico decadente.

Esta coexistencia que se verifica en los estertores del modo de producción feudal y en la gestación del capitalista perdura hasta el momento en que “al llegar a una determinada forma de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entan en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social”.(2)

El análisis de la estructura de clases, de los intereses y perspectivas que les corresponden, es la base de la cual debe partir el análisis de la conyuntura política, o sea, de la forma específica que asume en un dado momento histórico la confrontación de clases.

Este método permite comprender además al móvil de las alianzas de clases. Las clases antagónicas no se enfrentan solas, una en contra de la otra. Por el contrario, tratan de establecer alianzas con otras clases o sectores de clases para enfrentarse en mejores condiciones al adversario. Los aliados se definen a através de la coincidencia relativa de intereses y de perspectivas.

La defininición del carácter de una revolución implica pues la determinación de tres elementos fundamentales que son: En primer lugar, cuales son las fuerzas motrices, o sea, de las clases y sectores de clases revolucionarias; En segundo lugar cuales tareas que pretenden realizar, vale decir, el programa de la revolución, sus objetivos; En tercer lugar, quienes son los enemigos a los cuales se enfrenta (el orden anterior no implica niveles de importancia). Pero, como lo planteaba Lenin, el carácter de la revolución se define en última instancia por la clase que irá detentar hegemónicamente el poder, puesto que puede darse momentaneamente en el proceso revolucionario una coincidencia de objetivos y de enemigos entre clases que, en una etapa inmediatamente posteriores se enfrentarán entre sí como antagónicas. Estos son los planteamientos teóricos generales que se puede inferir de los análisis marxistas sobre el tema. En los clásicos marxistas esta metodología se encuentra aplicada en el “análisis concreta de una situación concreta”. Por ejemplo, en el análisis que realiza Marx y Engels de la revolución de 1848, en Francia y Alemania; o en los análisis de Lenin en 1905 y en 1917, de las revoluciones en Rusia.

Es partiendo de la definición del carácter de la revolución que se puede elaborar una táctica de lucha que corresponda a las particularidades de un proceso revolucionario. Si bien esta definición es una condición necesaria para la orientación de la lucha de clases no es por sí sola una condición suficiente. Hay que tener en cuenta el grado de conciencia política, de organización y de experiencia de lucha, la correlación de fuerzas a nivel internacional, bien como la capacidad de armar alianzas, que dispone en un dado momento histórico una clase. En suma, es necesario saber distinguir cuando una clase tiene condiciones objetivas y subjetivas de actuar revolucionariamente, de ser una vanguardia, de proponer como tarea suya la conquista del poder, de cuando esas condiciones no son aún más que un potencial, que un embrión de una etapa futura.

Es este sentido, en análisis sobre el carácter de una revolución que han realizado los clásicos marxistas y, posteriormente Lenin, son sin duda, verdaderos modelos de interpretación del fenómeno de una revolución social. En estas están concentradas todas las determinaciones que inciden sobre el proceso revolucionario. Y es, por ejemplo, la capacidad de Lenin de comprender el peso específico y la articulación de los varios factores revolucionarios qye se conjugan en un momnento histórico y de proponer una línea de actuación de clase coherente con las posibilidades concretas de la situación revolucionaria, que distingue esencialmente su análisis y sus proposiciones tácticas de los de todos los demás sectores de la izquierda rusa (mencheviques, social-revolucionarios, trotskistas, etc.). En 1905, todos caracterizaban la revolución como democrático-burguesa, sin embargo, de este denominador común partían concepciones tácticas radicalmente distintas.

Con el objeto de profundizar un poco más sobre el análisis marxista respecto del carácter de la revolución pasaremos a destacar algunos de los aspectos metodológicos y de sus implicaciones tácticas más sobresalientes en el análisis de Marx, Engels y Lenin sobre el tema.

2.- El Análisis de Marx y Engels.
– La revolución de 1848.

El proceso revolucionario que ocurre en Alemania en 1848 era el resultado de las contradicciones engendradas entre las superviviencias del modo de producción feudal y el desarrollo progresivo del capitalismo. Por esto, Marx y Engels definieron el carácter de la revolución como democrático-burgués y antifeudal. De esta caracterización provenía el programa propuesto por ambos, cuyo objetivo principal era la destrucción del feudalismo, la estatización de importantes sectores de la economía y la separación de la iglesia del Estado.

El cumplimiento de este programa mínimo, a través de una república democrática, posibilitaría un intenso desarrolo del capitalismo, condición indispensable para la preparación de la clase obrera y de sus aliados para la nueva y superior etapa de luchas en contra del poder burgués. Por esto, Marx y Engels planteaban que la clase obrera debería mantener su independencia política.

Durante la revolución de 1848, en Alemania, Marx dirigió personalmente la Federación Democrática del Rhin desde donde trataba de implementar sus posiciones. Desde allí, frente a la reacción monárquica, Marx lanzó la consigna de la insurección en defensa del gobierno revolucionario. Sin embargo, la burguesía alemana temía las consecuencias de la radicalización del proceso revolucionario, pues, temía perder su control. Ya había transcurrido más de medio siglo desde la Revolución Francesa que fue la revolución burguesa más consecuente en la destrucción del feudalismo. En ésta, el radicalismo jacobino después de cumplir las tareas burguesas, pudo ser facilmente desplazado por la burguesía. Pero, en los mediados del siglo XIX, la burguesía Alemana no estaba dispuesta a correr el riesgo siquiera de permitir la actuación tipo jacobina, en un país en donde el proletariado, pese a sus debilidades, se encontraba en un nivel de desarrollo superior que en Francia en 1789.

Este instinto de superviviencia de clase la condujo a una situación de compromiso con la monarquía, que se expresó en una serie de concesiones recíprocas, culminando con la deserción de la burguesía del movimiento revolucionario, abriendo de esta manera el paso a la contra-revolución que se abatió implacable en contra de la clase obrera y de la pequeña burguesía.

Desde Inglaterra (Marx fue expulsado de su país en 1849 después de ser absuelto de un proceso en el cual fue acusado de subversión), hasta el año e 1851, Marx y Engels aún contemplan la posibilidad de un nuevo ascenso del movimiento revolucionario en Alemania provocado por la situación de frustracción en que se encontraban importantes clases y sectores sociales – en particular la pequeña burguesía – que habían sido defraudadas por los resultados de la primera etapa de la revolución.

Estas convicciones fueron expresadas por ambos en el mensajem del C.C. a la Liga de los Comunistas,(3) que, pese al equívoco de las previsiones en relación al nuevo ascenso revolucionario en Alemania, es, sin duda, uno de los escritos marxistas más importantes sobre cuestiones de estrategia y táctica.

En este mensaje, Marx y Engels señalan que “la actitud del partido obrero revolucionario ante la democracia pequeño burguesa es la siguiente: marcha con ella en la lucha por el derrocamiento de aquella fracción a cuya derrota aspira el partido obrero; pero marcha contra ella en todos los casos en que en la democracia pequeño-burguesa quiera consolidar su posición en provecho propio”.

Marx y Engels advierten que las reivindicaciones que representan el máximo programa para los demócratas pequño-burgueses “no pueden satisfacer en modo alguna al partido del proletariado (…) nuestros intereses y nuestras tareas consisten en hacer la revolución permanente hasta que sea descartada la deminación de las clases más o menos poseedoras, hasta que el proletariado conquiste el pode del Estado, hasta que la asociación de los proletarios se desarrolle, y no sólo en un país sino en todos los países dominantes del mundo, en proporciones tales, que cese la competencia entre los proletarios de estos países, y hasta que por lo menos las fuerzas productoras decisivas estén concentradas en manos del proletariado”.(4)

Los autores plantean también que “cuando la pequeña-burguesía democrática es oprimida en todas partes, ésta predica en general al proletariado la unión y la reconciliación, le tiende la mano y trata de crear un gran partido de oposición”. Pero destacan que este resulta “en exclusivo beneficio de la pequeña-burguesía e insisten en la “organización propia del partido obrero, a la vez legal y secreta”. “Para luchar contra un enemigo común no se precisa ninguna unión especial”.(5)

Cuando triunfe la revolución burguesa “desde el primer momento de la victoria es preciso encausar la desconfianza no ya contra el partido reaccionario derrotado, sino contra los antiguos aliados, contra el partido que quiera explotar la victoria común en su exclusivo beneficio”. La condición para impedir que se consolide la traición de la pequeña-burguesía hacia la clase obrera es que ésta esté armada y tenga su propia organización independiente. Pues “tan pronto como los nuevos gobiernos se hayan consolidado en poco comenzarán su lucha contra los obreros”.(6)

Los obreros, según Marx y Engels, deben proponer una serie de medidas que, sin ser aún comunistas tendrán como objeto:

“1.- Obligar a los demócratas a irrumpir em todas las esferas posibles del régimen social existente, a perturbar su curso normal, forzarles a que se comprometan ellos mismos y concentrar el mayor número de fuerzas productivas, medios de transportes, fábricas, ferrocarriles, etc., en manos del Estado.

Los obreros deberán llevar al extremo las propuestas de los demócratas, que, como es natural, no actuarán como revolucionarios, sino como simples reformistas. Estas propuestas deberán ser convertidas en ataques directos contra la propiedad privada”.(7)

A este respecto, los autores hacían hincapié de que se debía “exigir que las propiedades feudales confiscadas se conviertan en propiedad del Estado y se transformen en colonias obreras explotadas por el proletariado agrícola asociado”,(8) consolidando, de esta manera, la alianza de la clase obrera con el proletariado agrícola.

Estos son los aspectos fundamentales del método de “Análisis concreto de una situación concreta” que Marx y Engels realizaron a propósito de la revolución demócrata burguesa en Alemania y la táctica de lucha proletaria que ellos proponían. Pese a la especificidad de las condiciones de la época este análisis estratégico-táctico de Marx y Engels contiene, en sus principios generales, elementos cuya universalidad será rescatada en la práctica de la lucha proletaria (como lo ha demostrado la Comuna de París, en donde el proletariado partiendo de una lucha democrática – por la república – trató de superar este marco intentando establecer una dictadura proletaria) bien como en la teoría, en los análisis marxistas posteriores, como en los de Lenin y de Mao Tse-Tung. Veamos como estos elementos son utilizados en el análisis leninista.

3.- El Análisis de Lenin
a) La Revolución de 1905

La concepción de Lenin sobre el carácter de la revolución de 1905 y sobre la táctica proletaria en ésta, fue expuesta por él, de manera exhaustiva, en su folleto Dos Tácticas de la Social Democracia en la Revolución Democrática.(9)

Lenin caracterizaba la revolución de 1905 como democrático-burguesa. Esta era un produccto típico del agudizamiento de las contradicciones entre el desarrollo de las fuerzas productivas y la mantención de las relaciones de producción feudales que se convertían en sus obstáculos. Las leyes de movimiento de la sociedad ponían en el orden del día la necesidad de la liquidación completa del feudalismo en la economía y de todos sus subproductos culturales, políticos e institucionales, ponían en el orden del día la necesidad de la liquidación de todos los obstáculos al pleno desarrollo del modo de producción capitalista.

Lenin entendía que “el grado de desarrollo económico de Rusia (condición objetiva) y el grado de conocimiento y de organización de las grandes masas del proletariado (condición subjetiva, indisolublemente ligada a la objetiva) hacen imposible la absoluta liberación inmediata de la clase obrera”,(10)y refutaba a los populistas y anarquistas insistiendo en que no se “podría evitar el desarrollo del capitalismo, saltar del capitalismo o por encima de él por algún medio que no fuese el de la lucha de clases sobre el terreno y en los límites de ese mismo capitalismo. (…) En países como Rusia la clase obrera sufre no tanto del capitalismo como de la insuficiencia de desarrollo del capitalismo. Por eso, la clase obrera está absolutamente interesada en el desarrollo más vasto, más libre, más rápido del capitalismo”. Por esto, Lenin decía que “la revolución burguesa es absolutamente necesaria para los intereses del proletariado. Cuanto más completa y decidida, cuanto más consecuente sea la revolución burguesa, tanto más garantizada se hallará la lucha del proletariado contra la burguesía por el socialismo”. De esta conclusión se desprende “la tesis de que, en cierto sentido, la revolución burguesa es más beneficiosa para el proletariado que para la burguesía”.(11) Esto porque, a la burguesía le conviene más que los cambios “se produzcan más lentamente, más gradualmente, más cautelosamente, de un modo menos resuelto, por medio de reformas y no por medio de la revolución”.(12)

“El marxismo – insiste Lenin – no enseña al proletariado a quedarse al margen de la revolución burguesa, a no participar en ella, a entregar su dirección a la burguesía, sino que le enseña, por el contrario, a participar en ella del modo más enérgico y luchar con la mayor decisión por la democracia proletaria consecuente, por llevar hasta su término la revolucíon. No podemos saltar del marco democrático-burgués de la revolución rusa, pero podemos ensanchar en proporciones colosales dicho marco”, y destaca que, de este modo se estará preparando el proletariado “para la victoria completa futura”.(13)

Por esto, el programa que Lenin preoconizaba para 1905 y que fue aprobado en el II Congreso de POSDR era la instauración de la república democrática con miras a garantizar la “libertad política más completa”. Pero él entendía que esto “sólo es posible por medio de una insurrección popular victoriosa, cuyo órgano sería el gobierno provisional revolucionario” capaz de convocar una Asamblea constituyente “que expresa efectivamente la voluntad del pueblo”.

Lenin y los bolcheviques tenían conciencia de que la revolución “no debilitará sino que fortalecerá la dominación de la burguesía”, entendían que “es admisible la participación de mandatarios de nuestro partido en el gobierno provisional revolucionario, con el fin de luchar implacablemente frente a todos los intentos contrarrevolucionarios y de defender los intereses propios de la clase obrera”.

Sin embargo, se destacaba que “la condición necesaria para esta participación es el control riguroso del partido sobre sus mandatarios y la salvaguardia constante de la independencia de la social democracia”.

De esta forma el proletariado armado, bajo la dirección de la social democracia, podría presionar al gobierno para “mantener, consolidar y extender las conquistas de la revolución”.(14)

La posición de Lenin se distingue radicalmente de la de los mencheviques. Estos consideraban que la social democracia no debía participar en el gobierno burgués. Que su tarea consistía en presionar desde la oposición, o sea desde fuera y desde abajo, por el cumplimiento de las tareas democráticas avanzadas que eran de interés del proletariado. Ponían como reivindicación fundamental el llamado a la formación de una Asamblea Constituyente.

Lenin insistía en que esta Asamblea tenía que ser convocada por el Gobierno Provisional y que, por tanto, este tenía que antecederla. Insistía, además, de que los socialistas deberían presionar desde arriba y desde abajo y que para ejercer la presión desde abajo “el proletariado debe estar armado”.(15)

Los mencheviques si bien no negaban explicitamente la importancia de crear y preparar el proletariado para la insurrección no proponían ninguna medida concreta en este sentido. Esto era coherente con su convicción de que la dirección de la revolución correspondía a la burguesía y a la pequeña-burguesía. Estas eran, en lo fundamental, las diferencias básicas entre las dos tácticas existentes en el seno de la socialdemocracia rusa.

Lenin insistía que “se trata sólo de un gobierno provisional revolucionario y no de otra cosa; por consiguiente, no entran para nada aquí cuestiones como la de la conquista del poder” en general y otras. (…) La situación política de Rusia no pone en manera alguna dichas cuestiones a la orden del día. (…) Los congresos del partido deben resolver no las cuestiones a que se refiere, sino las que tienen una importancia política seria en virtud de las condiciones del momento y como consecuencia de la marcha objetiva del desarrollo social”.(16) Y más adelante reiteraba esa misma idea: “sólo los optimistas más cándidos pueden olvidar cuán poco conocen aún las masas obreras los fines del socialismo y los procedimientos para realizarlo. Pero todos nosotros estamos persuadidos de que la emancipación de los obreros puede ser obra sólo de los obreros mismos. Sin la conciencia y la organización de las masas, sin su preparación y su educación por medio de la lucha de clases abierta contra toda la burguesía, no se puede ni hablar de revolución socialista. Y como contestación a las objeciones anarquistas de que aplazamos la revolución socialista, diremos: no la aplazamos, sino que damos el primer paso hacia la misma por el único procedimiento posible, por la única senda certera, a saber: por la senda de la república democrática. Quien quiera ir al socialismo por otro camino que no sea el de la democracia política, llegará infaliblemente a conclusiones absurdas y reaccionarias, tanto en el sentido económico como en el político”.(17)

Con estos planteamientos Lenin estaba refutando a la concepción de los anarquistas pero, por cierto se refería también a los análisis de Parvus y Trotsky sobre la revolución de 1905.

Ambos habían tratado de interpretar en forma propia la concepción de la revolución permanente de Marx y Engels. Parvus, en particular, hacía todo un complejo análisis de la agudización de las contradicciones del desarrollo del capitalismo en el nivel internacional, preveendo una época más o menos próxima de graves conflictos inter-burgueses que darían origen a un poderoso ascenso del movimiento revolucionario en Europa, que crearía las condiciones para que la lucha del proletariado rebasase el nivel democrático y plantease como tarea inmediata la instauración del socialismo. La revolución rusa de 1905 fue considerada por él, el preludio de esta nueva etapa de luchas que podría culminar rápidamente con la toma del poder por el proletariado. Trotsky compartía estas opiniones y, si bien sólo en 1906, en la cárcel, tuvo oportunidad, por primera vez, de exponener de manera sistemática y completa sus concepciones sobre la revolución, el núcleo principal de sus argumentos eran bien conocidos a través de sus artículos periodísticos.

Trotsky estaba convencido de que el proletariado urbano sería el factor principal del triunfo de la revolución y, por tanto, su vanguardia tendría el control hegemónico del gobierno podiendo pues, inmediatamente, conquistar el poder. La revolución evolucionaría directamente desde la etapa burguesa hacia la socialista a través de la implantación de la dictadura del proletariado. Su supervivencia sería asegurada por el triunfo inminente de la revolución que debería ocurrir también en Europa.

Esta interpretación de la concepción de la revolución permanente la distingue esencialmente de su formulación originaria hecha por Marx y Engels a propósito de la táctica proletaria propuesta por ambos, para la situación de Alemania. Marx y Engels concebían la apertura de una nueva etapa de lucha por el socialismo como el resultado del agotamiento de las tareas de la revolución democrático-burguesa. En el curso de ésta, el proletariado alemán tendría la posibilidad de desarrollar intensamente su alianza con los proletarios agrícolas y con el campesinado pobre y de aplastar la contra-revolución. El cumplimiento de estos requisitos crearían las condiciones para un cambio de calidad del proceso revolucionario, para una ruptura con la etapa democrática (una vez que ya se había cumplido el programa máximo de la burguesía y mínimo del proletariado) y la apertura de una etapa superior de lucha por la conquista del poder.

Interpretada, de esta manera, la concepción marxista de la revolución permanente, sin duda su expresión más correcta en la revolución rusa de 1905, son los planteamientos de Lenin y no los de Parvus y Trotsky. En el análisis de éstos se dispensa el agotamiento de la etapa democrático-burguesa, más bien salta por arriba de esto, en la medida en que preconizan un transito directo havia el socialismo.

Lenin, al contrario, percibía que la meta más avanzada posible para el período era “conseguir de un modo más enérgico la victoria decisiva de la revolución democrática sobre el zarismo. Y la victoria decisiva no es otra que la dictadura democrática revolucionaria del proletariado y los campesinos”.(18)

Esta consigna, aparentemente paradoxal, resume, en su carácter esencial, la definición leninista de las metas de la revolución de 1905. “Sin dictadura será imposible (…) rechazar los intentos de los contrarrevolucionarios. Pero, no será, naturalmente, una dictadura socialista, sino una dictadura democrática. Esta dictadura no podrá tocar (sin pasar por toda una serie de grados intermedios de desarrollo revolucionario) las bases del capitalismo”.(19)

Estos “grados intermedios” eran los que subestimaban Parvus y Trotsky, como por ejemplo, la consolidación de la alianza obrero-campesina. Lenin, en cambio, insistía en que el proletariado “sólo puede luchar victoriosamente por la democracia a condición de que las masas campesinas se unan a la lucha revolucionaria”.(20)

Lenin entendía perfectamente que pese a la necesidad de establecer una distinción rigurosa entre revolución burguesa y revolución socialista, en la historia se entrelazan “elementos aislados, particulares de una y otra revolución”. Y señala que no se debe perder nunca de vista “ni por un instante, la inevitabilidad de la lucha de clase del proletariado por el socialismo contra la burguesía y la pequeña burguesía más democrática y republicana”. Vuelve a insistir, por esto, en la necesidad del partido proletario independiente. Pero, subraya que “sería ridículo y reaccionario, hacer caso omiso o menospreciar, a causa de ello, las tareas esenciales del momento, aunque sean transitorias y temporales”. Subestimar las tareas democráticas, “en la etapa de la revolución democrática es algo francamente reaccionario” y prosigue Lenin: “Las tareas políticas concretas hay que plantearlas en una situación concreta. Todo es relativo, todo fluye, todo se modifica (…). En la socialdemocracia de Rusia ni siquiera ha surgido la cuestión de suprimir la reivindicación de la república del programa y de la agitación, pues en nuestro país no se puede ni siquiera hablar de que exista un lazo indisoluble entre la cuestión de la república y la cuestión del socialismo (…). No existe la verdad abstracta. La verdad es siempre concreta”.(21)

Es esta capacidad del pensamiento leninista de razonar dialecticamente que lo posibilita ser un guía tan efectivo para la acción y lo distingue como una de las mejores expresiones de una verdadera ciencia política.

Lenin, en base al anális de la coyuntura política revolucionaria, trata de reorientar la actuación de su partido como conductor de la lucha de la clase obrera. Su reorientación parte del supuesto de que “los períodos revolucionarios se diferencian de los ordinarios y cotidianos, de los períodos históricos de preparación, en que el estado de espíritu, la excitación, la convicción de las masas deben traducirse, y se traducen, en acción”.(22) Por esto, él considera que las consignas propuestas por él en el ¿Qué hacer? – que buscaban preparar el espítitu de las masas para la accioń – estaban en el momento superadas. Lo que se ponía en el orden del día en 1905 era “la organización del proletariado para la insurrección”.(23)

Esto porque “los grandes problemas en la vida de los pueblos se resuelven solamente por la fuerza. Las propias clases reaccionarias son generalmente las primeras en recurrir a la violencia, a la guerra civil “colocan la bayoneta al orden del día”, como lo ha hecho la autocracia rusa y continúa haciéndolo, sistemáticamente y concretamente por todas partes, desde el 8 de enero”.(24)

En este aspecto había una concordancia básica entre Lenin y Trotsky, quien era el líder indiscutible del Soviet de Petrogrado.

Sin embargo, la revolución rusa de 1905 se frustra. Aún era temprano para que las tesis leninistas fuesen confirmadas por la práctica. Había de transcurrir aún más de una década para que el proletariado ruso pudiera volver al escenario y transformarse en el gran protagonista de la revolución.

b) Las Revoluciones de 1917
De la Revolución de Febrero a la Revolución de Octubre

En febrero de 1917, ocurre en Rusia una revolución democrático-burguesa. Lenin así la explica:

“Si la revolución ha triunfado con tanta rapidez y de una manera tan radical – en apariencia y a primera vista –, es únicamente porque, debido a una situación histórica original en extremo, se fundieron, con “unanimidad notable, corrientes absolutamente diferentes, intereses de clase absolutamente heteronéneos, aspiraciones políticas y sociales absolutamente opuestas”.(25)

De hecho, la revolución de febrero fue el resultado de los motines realizados “por un profundo movimiento proletario y de las masas del pueblo (todos los sectores pobres de la población de la ciudad y del campo), movimiento de carácter revolucionario, por el pan, la paz y la verdadera libertad”.

Cuando la acción de las masas hechó por tierra al gobierno zarista, la burguesía rusa (cuya mejor expresión se encontraba en el partido democrático-constitucionalista), aliada a los terratenientes y a los “imperialistas anglo-franceses”, se adueñó del poder.

Lenin señalaba, ya en marzo de 1917 que este gobierno estaba de partida “atado de pies y manos al capital imperialista, por la política imperialista belicista, de rapiña; ya ha iniciado las transacciones (¡sin consultar el pueblo!) con la dinastía; ya se afana por restaurar la monarquía czarista; ya invita a un candidato a reyezuelo, a Michaíl Romanov; ya se preocupa de afianzar su trono, de substituir la monarquía bonapartista, plebiscitaria (basada en su sufragio popular falsificado)”.

El gobierno burgués no tenía pues condiciones de realizar las profundas transformaciones democráticas que el pueblo esperaba; no tenía como garantizar el pan, la paz y la libertad. Por esto Lenin planteaba que “la única garantía de la libertad y de la destrucción completa del zarismo es armar al proletariado, consolidar, extender, desarrollar el papel, la importancia del soviet de diputados obreros” e insiste en que se debía llamar a la clase obrera a preparar su “triunfo en la segunda etapa de la revolución”. Llamaba pues al proletariado a prepararse para la toma del poder.(26)

En sus famosas “Tesis de Abril”, Lenin presenta todo un programa de lucha para el período y sistematiza las principales tareas del proletariado en la revolución presente. En este documento Lenin destaca la “no implantación del socialismo como nuestra tarea inmediata, sino pasar únicamente a la instauración inmediata del control de la producción social y de la distribución de los productos por los Soviets de diputados obreros”.(27)

En Rusia, a partir del triunfo de la revolución, se generó una situación de dualidad de poderes. Por un lado, el poder de la burguesía, expresado en el gobierno provisional, por otro, el poder de hecho de los Soviets de obreros y campesinos “con uniforme de soldado”. Lenin caracterizaba el poder de los Soviets como “una dictadura revolucionaria, es decir, un Poder que se apoya directamente en la conquista revolucionaria, en la iniciativa directa de las masas populares desde abajo, y no en la ley promulgada por el poder centralizado del Estado”. (…) Este era un poder “del mismo tipo que la Comuna de París de 1871”. Por supuesto, estas características se encontraban aún en “estado embrionario”, necesitaban ser desarroladas y llevadas hasta sus últimas consecuencias. Por esto, Lenin percibía la importancia de la lucha por el poder en los Soviets y decía: “Para convertirse en poder, los obreros conscientes tienen que ganarse la mayoría: mientras no exista violencia contra las masas, no habrá otro camino para llegar al Poder. No somos blanquistas, no somos partidarios de la toma del Poder por una minoría”.(28)

Hasta julio de 1917, Lenin creía que sería posible la toma del poder por el proletariado y sus aliados a través de un camino pacífico. Lenin estaba convencido de que la revolución de febrero-marzo de 1917 había confirmado, en un cierto sentido, las tesis que él preconizaba en 1905: “El origen y la significación de clase de esta dualidad de poderes residen en que la revolución rusa de marzo de 1917, además de barrer toda la monarquía zarista y entregar todo el Poder a la burguesía, se acercó de lleno a la dictadura democrática revolucionaria del proletariado y de los campesinos. Precisamente esa dictadura (es decir, un Poder que no se basa en la ley, sino en la fuerza directa de las masas armadas de la población), y precisamente de las clases mencionadas, son el Soviet de Petrogrado y los Soviets locales de diputados obreros y soldados”. Pero él subrayaba que “no cabe la menor duda de que ese “entrelazamiento” (de dos dictaduras, la burguesa y la del Soviet) no está en condiciones de sostenerse mucho tiempo. En un Estado no pueden existir dos poderes (…). La dualidad de poderes no expresa más que un momento transitorio en el curso de la revolución, el momento en que éste ha rebasado ya los cauces de la revolución democrático-burguesa corriente, pero no ha llegado todavía al tipo “puro” de dictadura del proletariado y de los campesinos”.(29)

En 1905, Lenin no podía aún imaginar que esta dictadura democrática existiría bajo la forma especial de los Soviets. Por esto él decía que la realidad confirmó sus tesis bajo una forma especial pues “la realidad viva es bicolor”.

¿En que sentido creía Lenin que debería ser superada la primera etapa democrática de la revolución?

Analisando las tareas que correspondían al proletariado en este período, Lenin creía que “el defecto principal y el error principal de todos los razonamientos de los socialistas consiste en que el problema se plantea en términos demasiado generales – transición al socialismo – , cuando lo que corresponde es hablar de los pasos y medidas concretas. Unos han madurado ya, otros no. Vivimos un momento de transición”, concluía Lenin, en este texto que es de suma importancia para comprender su concepción sobre las etapas intermedias que existen entre el agotamiento de un período revolucionario y la gestación de un nuevo. Y prosigue Lenin: “La revolución rusa ha creado los Soviets. En ningún país burgués existen ni puede existir instituciones estatales semejantes, y ninguna revolución socialista puede operar con otro Poder que no sea éste. Los soviets de diputados obreros y soldados deben tomar el poder, pero no para implantar una república burguesa corriente ni para pasar directamente al socialismo. Eso es imposible. ¿Para qué entonces? Deben tomar el Poder para dar los primeros pasos concretos, que pueden y deben darse hacia esa transición”.(30)

En abril de 1917, Lenin consideraba prematura la consigna “¡Abajo el gobierno Provisional!”. El creía que “hay que derribar al gobierno provisional, más no ahora”. El pensaba que levantar un llamado a la dictadura del proletariado, en aquellos momentos “significaría saltar por encima de la pequeña burguesía. (…) No hay que deslizarse al reformismo. No luchamos para ser vencidos, sino para salir vencedores. Y en el peor de los casos contamos con obtener un triunfo parcial. De salir derrotados, conseguiremos, a pesar de todo, un triunfo parcial. Conseguiremos reformas, y las reformas son un instrumento auxiliar de la lucha de clases”.(31)

“El proletariado de Rusia, que actúa en uno de los países más atrasados de Europa, con una inmensa población de pequeños campesinos, no puede proponerse como meta inmediata la realización de transformaciones socialistas”. Con todo, Lenin insiste en que sería un error que el proletariado renunciara a realizar su tarea de “explicar al pueblo la urgencia inaplazable de una serie de pasos prácticamente madurados hacia el socialismo”.(32)

Sin embargo, semana trás semana, la crisis que ainge todos los sectores de la sociedad rusa, se agravaba. Y el gobierno cada vez se mostraba más incapaz de ofrecer cualquiera solución que satisfaciera los anhelos del pueblo. Ocurre, entonces, en los finales de agosto, el intento golpista de Kornilov. Este es derrocado debido a la agitación bolchevique que conclama a los soldados a no combatir. A partir de esta victoria de los bolcheviques estos se fortalecen enormemente y, en seguida, obtienen la mayoría en los soviets.

La situación habría pues madurado substancialmente. A partir de septiembre, Lenin entiende que se había generado una etapa de luchas calitativamente distinta y empieza pues, a preconizar la preparación de la insurrección, de la toma del poder por el proletariado y la creación de un nuevo Estado.

El analisa todas las medidas que deberían ser tomadas por el nuevo Estado, que aún eran tareas que se inserían en el contexto del capitalismo de Estado. Pero éste “es la preparación material más completa para el socialismo, su antesala, un peldaño de la escalera histórica entre el cual y el peldaño llamado socialismo no hay ningun peldaño intermedio”. (…). “El curso objetivo del desarrollo es tal que no hay posibilidad de dar un paso de avance partiendo de los monopolios (cuyo número, papel e importancia ha venido a duplicar la guerra), sin caminar hacia el socialismo”. De ésta manera Lenin refuta a los reformistas como Plejánov, Dan y Chernov que alegan “que nuestra revolución es una revolución burguesa, que no se puede “implantar” el socialismo, etc. Etc.”.

Lenin demuestra de esta manera que, si bien las tareas fundamentales que tenía de cumplir de inmediato la revolución no eran aún socialistas, el carácter de la revolución sí sería socialista pues “es imposible avanzar sin caminar hacia el socialismo, sin dar pasos hacia él. (…) El socialismo no es más que el monopolio capitalista de Estado puesto al servicio de todo el pueblo y que, por ello, ha dejado de ser monopolio capitalista”.(33)

La democracia revolucionaria es la antesala de la dictadura del proletariado. Lenin así lo demuestra, teóricamente y por anticipación (pues a partir de octubre la realidad confirmaría su tesis) la dialéctica de la superación de las tareas democráticas por las socialistas o, en otras palabras, el agotamiento de las medidas democráticas en el contexto de una revolución socialista que se define como tal por la hegemonía del poder proletario. El socialismo se plantea en la revolución rusa como una necesidad histórica, como una etapa superior del desarrollo económico social.

II) LA REVOLUCIÓN MEXICANA COMO UN MODELO DE REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICO-BURGUESA

1. – Enemigos, Tareas y Fuerzas Motrices.

La revolución mexicana fue la experiencia más avanzada de revolución democrático-burguesa en América Latina. En ninguno otro país del continente hubo un proceso revolucionario tan larga, tan masivo y tan radical como en México. El fue sin duda el resultado de la combinación de una serie de factores y circunstancias específicas que posibilitaron un profundo cuestionamiento de la estructura económico-social oligárquico-terrateniente permeada por la dominación imperialista, a través de una guerra civil que se propagó por todo el país. El desarrollo de las fuerzas productivas, expresado en un significativo crecimiento industrial que ocurre desde los fines del siglo XIX, entra en contradicción con las relaciones sociales de producción y con la superestructura política, jurídica, administrativa y cultural de la dominación oligárquico-terrateniente y plantea la necesidad de romper drásticamente estos entraves. El régimen dictatorial de Porfirio Díaz había expresado, por muchos años, este sistema de dominación. Durante este período, que se caracterizó por la represión económica y política al campesinado pobre – la clase social más numerosa del país – , al proletariado urbano, a la pequeña burguesía y a las clases medias, se fue gestando los gérmenes de la rebelión que explota en 1910. La dictadura de Díaz, por su carácter prolongado, cruel y sobre todo por representar la hegemonía del poder de los terratenientes, capitalizó en contra de sí una fuerte oposición por parte de estas clases a la que se sumaba, además, la joven burguesía industrial.

Durante este gobierno, el proceso de monopolización de las tierras, en base a la expropiación de las tierras de los campesinos, alcanzó un alto nivel. Tal situación era insostenible por parte del campesinado, pues les quitaba sus medios de superviviencia. Son éstas condiciones básicas que explican el desencadenamiento del proceso revolucionario a fines de la primera década. Sin embargo, su profundización y generalización se explica, en especial, por el intento intransigente de los sectores oligárquicos-latifundistas en frustrar el proceso de cambios y retener el control hegemónico del poder, lo que se expresó en el asesinato de Francisco I. Madero, y en el gobierno reaccionario del General Huerta.

No es nuestro objeto hacer una narración factual de los acontecimientos de la Revolución Mexicana en nuestras breves reflexiones sobre ella (lo que por lo demás ya ha sido realizado por múltiplos de sus estudiosos), sino discutir algunas de sus características. Hay un consenso, por gran parte de sus analistas, en su caracterización general como democrático-burguesa y, por esto, nos parece irrelevante tratar de demostrarlo nuevamente. Sin embargo, es importante insistir un poco más en la caracterización de la perspectiva que orientó la participación de la principal fuerza motriz de la revolución: el campesinado. Esto se hace necesario debido a la existencia de una serie de deformaciones en varios análisis del rol de campesinado en la lucha revolucionaria. Por ejemplo, esto es el caso del estudio de Adolfo Gilly(34) que trata de demostrar la tesis de que la participación del campesinado – en particular de los zapatistas – tendía hacia la superación del marco democrático-burgués de la revolución. Es cierto que este autor reconoce que tanto el campesinado por su limitación de clase como el proletariado por su carencia entonces de dirección y partido revolucionario, no podían resolver la cuestión esencial: la del poder del Estado. La respuesta quedó en manos de la burguesía y la pequeña burguesía. Sin embargo, – prosigue el autor – sólo pudieron darla después de años, después de grandes batallas y largas campañas en que los ejércitos campesinos y el pueblo en armas transformaron el país y sacudieron todos los cimientos de la estabilidad burguesa para siempre”.(35)

La última afirmación es verdaderamente absurda. El análisis de los resultados de la revolucíon, expresado en el desarrollo económico e institucional del país, permite sacar conclusiones que son diametralmente opuestas a las de este autor. Si existe en América Latina, un país cuyo desarrollo capitalista se ha procesado en forma estable – por supuesto sin anular las contradicciones que son intrínsecas a todo capitalismo – este país es México. Esto se ha reflejado no sólo en sus niveles de crecimiento económico, que han sido los más parejos del continente, como además en el notable control que las clases dominantes mexicanas han tenido sobre el proletariado y el campesinado a partir del término de la revolución. Todo esto fue un resultado de la revolución que, pese al no cumplimiento de la mayor parte de sus metas, de todos modos produjo un proceso de cambios (el más relevante que ha existido en América Latina hasta la revolución boliviana y por supuesto, posteriormente, por la Revolución Cubana), el cual proporcionó bases muy estables, por lo menos hasta la fecha, para el desarrollo del sistema.

Volveremos, más adelantes, a discutir este aspecto. Nos gustaría además hacer una breve consideración sobre otro planteamiento contenido en el texto citado arriba. Es cierto que no existía en la época de la revolución ni dirección ni partido proletario. Por esta razón se puede aparentemente explicar la incapacidad de esta clase para plantearse el problema del poder, intentando superar el marco democrático-burgués de la revolución. Sin embargo, la no existencia de estos requisitos es síntoma de una etapa de lucha, de un nivel del desarrollo económico-social. La direccioń y el partido proletario no surgen de repente, más bien son el resultado de una necesidad histórica que los pone en el orden del día. En 1905, en Rusia, existía el P.OS.D.R., y existía la fracción bolchevique. Pese a esto Lenin consideraba que el desarrollo del proletariado era aún inmaduro y que carecía de sentido plantear la toma del poder por esta clase. La tarea histórica del proletariado consistía en intentar llevar la Revolución burguesa hasta sus últimas consecuencias presionando, como lo planteaba Lenin “desde arriba y desde abajo”, sin la pretensión de que sería posible obviar esta etapa. En México por tanto, el problema de la toma del poder por el proletariado – el problema del socialismo – no se plantea no propiamente por la inexistencia de una vanguardia revolucionaria, sino – y esto es lo esencial – por la inexistencia de las condiciones objetivas y subjetivas (de las cuales la vanguardia es un resultado, no espontáneo pero sí consciente) – que hacen necesario y posible un sistema económico-social superior, o sea, socialista. Por tanto, carece de justificación cualquier tipo de especulación sobre el por qué la revolución mexicana no se transformó en socialista.

De la misma manera, es verdaderamente una falacia tratar de buscar en el programa del campesinado zapatista un contenido anticapitalista. El mismo autor pretende demostrarlos en la disposición del Plan de Ayala que preconizaba “que los campesinos despojados de sus tierras entrarán en posesión de elllas desde luego, es decir, tomarán inmediatamente ejercitando su propio poder”. “Esa posesión – expone el autor – será mantenida” a todo trance, con las armas en la mano”, y serán los terratenientes usurpadores a quienes, el triunfo de la revolución tendrán que acudir este ante tribunales especiales para probar su derecho a las tierras ya ocupadas y recuperadas en el curso de la lucha por los campesinos”(36)¿De donde saca el autor la demostración de que la reivindicación campesina de la posesión de la tierra es anti-capitalista? ¿O será que él cree que este carácter proviene de la rapidez con que se preconiza que éstas medida sea aplicada? No hay ninguna base científica en tal afirmación. Por el contrario, Marx, Engels, Lenin, han logrado demostrar que no existe teóricamente ninguna incompatibilidad entre la forma más radical de confisco de la tierra a los terratenientes, (la nacionalización de la tierra) y el capitalismo; al contrario, esto corresponde a los intereses más consecuentes del desarrollo del capitalismo.(37) ¡Qué decir entonces sobre la posesión de la tierra por los campesinos!… Gilly dice que “Emiliano Zapata no se proponía concientemente destruir el régimen capitalista (…). Sin embargo, la aplicación del Plan de Ayala significaría de hecho la destrucción de las bases de existencia del capitalismo”.(38) Esta es otra más de las falacias del mencionado autor. Como él mismo lo describe en su libro, el Plan de Ayala era inminentemente campesino. Los zapatistas – sin duda el sector más radical de la revolucíon – defendían sus intereses particulares y jamás han llegado a proponer un plan de reformas que correspondiera a los intereses nacionales o a los intereses de las clases dominadas en su conjunto. Cuando ellos dominaron gran parte del país, junto a Francisco Villa, y se apoderaron del gobierno central, fueron incapaces de promulgar siquiera un decreto que beneficiara aún minimamente el proletariado urbano. Eso explica porque los liberales burgueses – cuya mejor expresión en la revolución es Obregón – después de hacer algunas conceciones concretas, lograron movilizar a los obreros y formar los batallones rojos para combatir al Ejército Campesino, a la División del Norte, bajo el argumento de que combatían a los reaccionarios, a los enemigos de la clase obrera.

Esta interpretación que exagera el carácter avanzado del programa campesino reposa en el supuesto de que la comunidad agraria representa una forma de organización económico-social superior al capitalismo, pese a que este la destruyó y descompuso en buena medida: “… el capitalismo no fue capaz de introducir una cultura superior en el campo (…) en el campesinado persistieron sus costumbres colectivas, sus relaciones igualitarias, sus formas de producción de trabajo basadas en la cooperación y en la ayuda mutua, su lenguaje fraternal, con una fuerza social superior a la del capitalismo”.(39)Y el autor busca vanamente una cita de Marx y de Engels para ayudar en su argumentación, aunque estas más buen sirvan para refutarlo. Esta apología de las relaciones comunitarias del campesinado resultan en un planteamiento verdaderamente revolucionario. Por supuesto la penetración del capitalismo en el campo representa la implantación de una economía y de una cultura superiores. Su efecto principal es la proletarización del campesinado a través del despojo de sus tierras. Si bien este proceso expulsa hacia las ciudades un gran contingente humano que pierde sus medios de vida en el campo, conforme, por otro lado, un contingente de proletarios agrícolas, cuya perspectiva, por su condición de clase, no se vincula a la reivindicación de la propiedad de la tierra, sino a las reivindicaciones de carácter típicamente obreras. Son los proletarios agrícolas – creados por el desarrollo capitalista – los más sólidos aliados del proletariado industrial, los que potencialmente conformarán las bases para la transformación socialista del agro y los que tienen las mejores condiciones de implantación de una cultura comunista superior. Es la relevancia de la presencia del proletariado agrícola – especialmente de los cañeros – en la región de Morelos, principal base del zapatismo, que puede explicar, en lo fundamental el carácter relativamente más avanzado de este sector del campesinado revolucionario y el hecho de que, en la práctica, se ha cuestionado allí, profundamente, la propiedad privada de la tierra. El autor tiene conocimiento de esta situación pues la relata en su libro, pero no articula debidamente este fenómeno con la explicación esencial de la radicalización del campesinado zapatista. Pero, de todos modos, pese a esta radicalización de la lucha en Morelos, esta nunca dejó de inserirse dentro del marco democrático-burgués.

Por todas estas consideraciones nos parece verdaderamente descabellado el planteamiento de que “lo que crearon entonces los campesinos y obreros agrícolas de Morelos fue una comuna, cuyo único antecedente mundial equivalente había sido la Comuna de París. (¡Sic!) Pero la Comuna de Morelo no era obrera, sino campesina. No la crearon en los papeles, sino en los hechos. Y si la ley agraria zapatista tiene importancia es por que muestra que más allá del horizonte local campesino, había un ala que tenía la voluntad nacional de organizar todo el país sobre esas bases”.(40) La Comuna de París fue la primera experiencia histórica no “en los papeles, sino en los hechos” de dictadura del proletariado. Estas no puede tener jamás ninguna “equivalente” con una pretensa “dictadura” campesina. Más aún, la Comuna de París, pese a su existencia efímera, por todos los errores que cometío, representaba un Estado calitativamente distinto del Estado burgués, el Estado proletario. La Comuna como nuevo Estado, preconizaba – pues no tuvo condiciones históricas de realizar – toda una revolución de la organización política, económica y social. El “partido campesino zapatista” tenía un programa que, como lo reconoce el mencionado autor “no pasaba de los límites burgueses cuyo representante era Soto y Gama”.(41)

Es cierto que este programa “no pasaba de los límites burgueses” y el reconocimiento de esto demuestra, por sí solo, toda la incongruencia de la tesis del autor. Obviamente sería posible admitir una falta de correspondencia entre el programa y la práctica de los campesinos zapatistas. Pero no existía tal hecho. La práctica representaba, cuando mucho, una radicalización del programa, no propiamente su superación. Otra falacia de mismo autor consiste en atribuir a Soto y Gama y al sector “derechista” del zapatismo el programa y la políica democrático-burguesa del movimiento. Tal hecho no puede ser correcto. Zapata era el líder indiscutible y consciente del movimiento. Consiste en una subestimación de su papel considerar que la línea del movimiento se hacía junto a él y a sus espaldas. La ideología de Zapata era, por la particularidad de los intereses que defendía, campesina, y, en este sentido, más limitada que la ideología democrático-burguesa. Esto, por supuesto no disminuye sus méritos como la mejor expresión de un revolucionario y de un dirigente de una etapa de luchas del pueblo mexicano, de la etapa de la revolución democrático-burguesa. Es cierto, como lo cita el autor, que Emiliano Zapata, después de consumada la revolución rusa, en los extertores de la mexicana, manifestó su admiración por aquella. Es posible que sí Zapata hubiera podido haber llegado a ser un socialista… Pero, ¿qué importa especular sobre eso? El hecho es que no había en el México de entonces siquiera un movimiento socialista que pudiera haber tratado de llevar mucho más adelante las conquistas democráticas. Zapata terminó sus días buscando desesperadamente un acuerdo con los dirigentes políticos liberales burgueses, lo que lo condujo a la emboscada fatal (pese a que Gilly atribuye, burdamente, esta decisión política a las maniobras de sus secretarios, hechas a sus espaldas…). Los políticos burgueses querían un acuerdo con el zapatismo pero sin Zapata, sin su dirigente, símbolo de las reivindicaciones particulares de la clase; querían el zapatismo descabezado, capaz de ajustarse dócil e incondicionalmente a un proceso lento de reformas parciales… y así fue consumado a partir de 1920.

La revolución mexicana, por su forma, fue la más radical de las revoluciones burguesas realizadas en América Latina, pero, por su contenido se ajustó a lo que planteaba Lenin a propósito de estas revoluciones: “a la burguesía le conviene que la revolución burguesa no barra demasiado resueltamente todas las supervivencias del pasado, sino que deje en pié algunas de ellas”.(42) Por esto, la constitución democrática de 1917, que representa un programa de cambios de los más avanzados que puede existir bajo el sistema burgués, no fue aplicada sino parcialmente, gradualmente, hasta el período presidencial de Lázaro Cárdenas, que representó la experiencia de transformaciones democrático-burguesas más avanzada que ha existido en el Continente. Pasaremos a discutirla en el próximo apartado. Pero queremos dejar planteado desde luego nuestra opinión en el sentido de que, si bien en el gobierno Cárdenas se implementan postulados básicos definidos por la revolución esto no significa que la revolución mexicana propiamente tal se extendió hasta los años treinta. Su término ocurre en 1920, con la pacificación del movimiento zapatista. El período de Cárdenas, cuando ocurre un nuevo proceso de cambios, se caracterizará no como una época revolucionaria sino más bien de reformas.

Finalmente, una última divergencia con Gilly. El plantea que “la revolución no concluyó con el triunfo del capialismo ni fue suprimida. Quedó interrumpida”.(43) ¡Qué extraña conclusión! Se podrá entonces decir que la revolución socialista francesa quedó interrumpida desde la Comuna… Pero ¿de que sirve tal conclusión? Tal razonamiento sólo sirve para desfigurar la comprensión del carácter de la revolución, de su especificidad y de su agotamiento.

2. – La Frustración de la Revolución y el Cardenismo.

a) Las Condiciones que Generaron al Cardenismo.

La revolución mexicana si bien golpeó el poder oligárquico-terrateniente no lo liquidó en definitiva. Durante el proceso revolucionario, mientras duró el ascenso del movimiento campesino hubo, en especial en las zonas zapatistas, una reforma agraria realizada de hecho. Sin embargo, con la baja del movimiento, de nuevo se fue procesando una rearticulación de la propiedad monopólica de la tierra, aunque ni siempre bajo la posesión de los antiguos terratenientes, sino que, en varias partes, a tráves de la formación de un nuevo sector de propietarios rurales (muchos de estos provenientes de la pequeña-burguesía que engrosó a las filas de los ejércitos revolucionarios) y que imprime al agro un carácter moderno, en base a la organización capitalista de la producción.

La estructura de poder que se conformó, como resultado de la revolución, puede ser caracterizada como la de un poder oligárquico-burgués. Sin duda, las antiguas clases dominantes ceden su hegemonía a aquellos sectores más modernos y dinámicos del capitalismo, o sea, a los sectores vinculados más directamente a la producción industrial. Sin embargo, si bien la burguesía industrial pasa paulatinamente a detentar la hegemonía del poder, éstas es una hegemonía comprometida pues está limitada a una serie de compromisos, que tiene de concertar con los sectores dominantes tradicionales que consiste en la mantención, por parte de estos, de una serie de sus privilegios.(44)

La hegemonía burguesa pudo ser garantizada, básicamente, por el respaldo que le proporcionó las grandes masas campesinas y el proletariado urbano. Sin embargo, hasta el período cardenista, las concesiones que se les han otorgado, fueron más bien irrelevantes, pese a toda una serie de promesas que los sectores gobernantes seguían haciendo envueltas en toda una fraseología muy radical heredada de la revolución.

Todos los análisis objetivos de esta etapa así lo demuestran. A título de ejemplo, citaremos lo que dice Arnaldo Córdova:(45) “La reforma agraria, particularmente, se había convertido en un simple instrumento de manipulación de las masas campesinas, mediante limitados repartos agrarios, muchas veces sólo de terrenos nacionales, que de ningún modo habían contribuido a transformar las relaciones de propiedad en contra de las cuales de habría llevado a cabo el movimiento revolucionario. La Revolución había sostenido el principio de que era necesario destruir el monopolio de la propiedad de la tierra en unas cuantas manos, como requisito indispensable del progreso de México; los gobiernos revolucionarios no sólo echaron al olvido este principio, sino que intentaron por todos los medios a su alcance conservar la vieja clase dominante y asimilarla a la nueva que se iba organizando”. Apreciaciones de este mismo tipo se pueden encontrar en Jesús Silva Herzog(46), eminente analista mexicano del proceso revolucionario, bien como en otros autores, como es el caso de Tzvi Medin,(47) Antatolo Shulgovski(48) y muchos otros.

“… El país conoció a través del censo agrícola de 1930, el hecho de que un grupo de 13.444 terratenientes monopolizaban el 83,4% del total de la tierra en manos de privados; que los ejidatarios, en número de 668 mil, tenían la posesión de tierras que representaban apenas un décimo de la que estaba en manos de los hacendados, y que junto a ellos había 2.332.000 campesinos sin tierras; en otras palabras, que desde este punto de vista la revolución había sido prácticamente inútil”.(49)

Las tensiones sociales motivadas por la frustracción de las aspiraciones revolucionarias explotan en los primeros años de la década de 1930, agravados por la crisis del sistema capitalista en el nivel internacional. El movimiento huelguista se manifiesta constantemente en las ciudades, cuestionando el tradicional control de parte del gobierno sobre la clase obrera. En el campo resurgen algunos brotes aislados, pero en todo caso muy significativos, del descontento campesino. A todo esto se sumaba la lucha anti-religiosa impulsada por Calles que representaba un importante factor de convulsión social.

La estabilidad del régimen producido por la revolución estaba amenazada. Se hacía necesario, para garantizarla, un gobierno que implementara reformas sociales efectivas; que en base a esto restableciera el equilibrio social; que rescatara la confianza de las masas en los dirigentes gubernamentales; que calmara los ánimos de las clases descontentes; y, sobre todo, que impulsara el desarrollo de la industria y el crecimiento en general de la economía del país, a través de una política nacionalista audaz y eficaz. Era imprescindible para la realización de estas tareas, que significaba retomar el curso perdido de las reformas propugnadas por la revolución, un gobierno que representara una efectiva autoridad nacional, que tuviera condiciones de imponerse delante de todas las clases sociales, haciéndoles las condiciones imprescindibles pero, a la vez, reprimiendo sus reivindicaciones que motivaban conflictos insoportables para el sistema. Este necesitaba un gran líder que fuera un verdadero factor de cohesión de las grandes masas, que restableciera la confianza en el sistema, requisito indispensable para la afirmación de las metas del desarrollo burgués. Como un Vargas, en Brasil, como un Pedro Aguirre Cerda, en Chile, o como um Perón, en Argentina, Cárdenas representaba para México el político capaz de cohesionar el país para implementar el proceso de industrialización, imponiendo una política de estímulo y protección a la industria nacional.

La ubicación social de los orígenes familiares de Cárdenas puede ser definida como perteneciente a la clase media. Su ascenso social empieza como consecuencia de su participación destacada como militar en la revolución lo que le abre las puertas, progresivamente, de la actividad y del liderazgo político. Sin embargo, este hombre cuyas posiciones ideológicas expresaban más bien el pensamiento pequeño-burgués radical desarrollado por la revolución, y que no tenía por sí mismo ninguna identificación de clase con la burguesía, independientemente de la mayor o menor conciencia que tuviera de su papel, pasará, en su gobierno a representar la alternativa más consecuente y viable del desarrollo del capitalismo mexicano, independientemente también de que la burgusía industrial tuviera una mayor o menor capacidad de comprensión de su significado. Esto es así porque, muchas veces, una política que es sumamente coherente con los intereses de preservación y expansión del sistema puede entrar en conflicto parcial y/o momentáneo con sectores específicos de empresarios. Adelanteremos un ejemplo: La concesión del derecho de huelga – que por lo general caracterizó la política cardenista – desde el punto de vista inmediato violaba interereses empresariales. Sin embargo, esta orientación comprendida en el conjunto de la política de Cárdenas, creaba las condiciones de expansión y afianzamiento del sistema, en la medida en que se insería en un complejo sistema de control, por parte del gobierno, sobre la clase obrera y de creación de las bases institucionales de cooperación de esta clase con el régimen. Por supuesto, sólo los sectores más lúcidos de la burguesía logra comprender ésta política y subjugar sus intereses particulares a la seguridad más amplia del funcionamiento del modo de produccioń capitalista. Así ocurre con la mayor parte de las medidas trascendentales de este gobierno.

Pero todas estas aseveraciones generales se demuestran en el análisis concreto del gobierno cardenista. No es nuestro objeto hacer un análisis exhaustivo de este período, sino intentar caracterizar sus contenidos esenciales, como expresión de una determinada política de clase. Pasaremos a señalar los aspectos más relevantes de esa política, destacando su significado.

b) El significado Político del Cardenismo

El gobiermo Cárdenas se ha caracterizado por la implementación de una serie de reformas que eran esenciales en el sentido de romper las trabas, en el nivel infra y super estructural, que dificultaban la apertura de una nueva fase del proceso de acumulación capitalista.

En este período se acelera la reforma agraria a través del reparto de 17.609.139 hectáreas de tierras (todos los gobiernos anteriores al de Cárdenas y posteriores a la revolución habían repartido aproximadamente 10.000.000 de hectáreas). Además, la distribución de tierras no se orienta solamente a l expansión de la pequeña propriedad privada, forma que fue predominante durante los gobiernos que lo antecederan, sino que, respectando a ésta, privilegiaba de manera muy especial la propiedad ejidataria, tratando de expandir significativamente el ejido colectivo y la organización cooperativa. La reforma agraria cardenista restituye también importantes parcelas de tierras que había sido expropiadas de los indígenas, buscando organizar su producción bajo la más racional forma cooperativa.

Las desapropriaciones eran hechas sin indemnizaciones previa e inseridas dentro de un plan global que contemplaba el otorgamiento de crédito a los campesinos, instalación de sistemas de irrigación, almacenamiento, además de prever la construcción de escuelas y hospitales en la región reformada. Una porción significativa de las tierras desapropiadas eran de propiedad de extranjeros.

Paralelamente a la reforma el gobierno estimulaba la organización tipo sindical del campesinado y vinculaba esta organización con el aparato estatal, cuidando de mantener su desvinculación de las organizaciones similares obreras. Estimuló la creación de la C.N.C. (Confederación Nacional Campesina) pero la mantiene desarticulada del movimiento obrero organizado nacionalmente.

De la misma forma el gobierno de Cárdenas, incentivó la creación de la C.T.M. (Confederacioń de Trabajadores de México) pero trató siempre de mantenerla bajo el control del aparato estatal y de utilizarla como una de las principales bases de sustentación de su política desarrollista.

Teniendo ya el controle sobre las principales organizaciones de masas, Cárdenas trató entonces de coordinar la actuación de estas y de garantizar su orientación y conducción a través de la creación del P.R.M. (Partido de la Revolución Mexicana cuyos orígenes provienen del P.R.N. y que años después se llamaría P.R.I.). Además de los sectores campesinos y obreros deberían conformarlo sectores de la F.F.A.A., de artesanos, industriales, profesionales, comerciantes, agricultores, en fin, todos aquellos que concordaban con la política reformista del gobierno. Su programa, elaborado en base a toda una terminología marxista, parte de un reconocimiento de la lucha de clases y se llegaba a preconizar la constitución de una “democracia de trabajadores” y del socialismo. La terminología radical no es una especificidad en México del Gobierno Cárdenas. Sus antecesores la han utilizado abundantemente bien como los gobiernos que lo han sucedido.

El radicalismo verbal es sin duda un instrumento de movilización de masas, de identificación con ellas y de su ajustamiento dentro de los marcos convenientes al funcionamiento del sistema.

Sin embargo, si bien en el período Cárdenas se utilizaba la conceptualización radical, que guardaba una gran distancia de las posibilidades prácticas de realización de las transformaciones que se preconizaban nominalmente (por ejemplo la llamada educación socialista) no se encuentra, entre los discursos o texto escritos de Cárdenas, ningún planteamiento que se puede considerar como mixtificador en el sentido de que deje de expresar sus sinceras convicciones democráticas y pro-capitalistas, aunque no en un sentido liberal, históricamente ultrapasado, sino en la dirección de un desarrollo capitalista moderno, en el cual el Estado tiene un destacado papel de intervención en la vida económica y social, sea como empresario o sea como promotor de obras benefactoras, con el objeto de, preservando a la vez intereses sociales básicos, garantizar la continuidad del desarrollo estable del sistema de propietarios privados. Como ejemplo, pasaremos a citar algunos conceptos suyos que son muy representativos de su pensamiento y de la orientación política de su gobierno:

“Más que las reformas políticas, lo que define realmente a un régimen, en este sentido, es su organización económica y social; y el gobierno de México no ha colectivizado los medios o instrumentos de producción, ni ha acaparado al comercio exterior convirtiendo el Estado en dueño de las fábricas, las casas, las tierras y los almacenes de aprovisionamiento. Los casos aislados y excepecionales de expropiación de maquinaria por motivo de utilidad pública, como en la industria del petróleo, los ferrocarriles, el Mante, Yucatán y la Laguna, se han justificado plenamente por las condiciones especiales de esos procedimientos, que los mismos propietarios o empresas provocaron irremediablemente con su actitud. Y la admisión del socialismo científico en las escuelas públicas, significa solamente la exposición de los conocimientos modernos, que no pueden ser ocultados y que tienen perspectivas abiertas al porvenir, no como sistema dogmático y absoluto, sino como orientación hacia nuevas formas de vida social y de justicia. No hay pues en México un gobierno comunista. Nuestra Constitución es democrática y liberal, con algunos rasgos moderados de socialismo en sus preceptos, que norman la propiedad territorial, principalmente para fines de restitución, y en los mandatos que se refieren a las relaciones entre el capital y el trabajo, que no son, ni con mucho, más radicales que las de otros países democráticos y aún de algunos que conservan instituciones monárquicas”.(50)

Se podría argumentar que eston planteamientos de Lázaro Cárdenas fueron hechos en 1940, al fin de su mandato, cuando, según varios analistas, su política tendía hacia una sensible disminución del empuje del radicalismo. Con todo, se puede encontrar en textos anteriores, de la época en que recién empezaba su presidencia, el mismo tipo de consideraciones. Por ejemplo, en febrero de 1936 decía:

“La presencia de pequeños grupos comunistas no es un fenómeno ni exclusivo de nuestro país. Existen estas pequeñas minorías en Europa, en los Estados Unidos y, en general, en todos los países del orbe. Su acción en México no compromete la estabilidad de nuestras instituciones, ni alarma al gobierno ni debe alarmar a los empresarios”.(51)

En otro texto se refiere a la importancia de que

“… se apliquen las soluciones que demanden el interés social. Sólo así se logrará la tranquilidad, la paz orgánica a la que aspiran no solamente las clases patronales, sino muy especialmente las obreras y las campesinas, que son las que más la necesitan”.(52)

La paz social, la conciliación entre patrones y obreros es una constante preocupación que se revela en el pensamiento de Cárdenas. Para lograrla él siempre trataba de convencer a los empresarios de la importancia de si hacer concesiones en bien del interés social, como en la cita que sigue:

“No es deseo del gobierno que empresario alguno renuncie a sus derechos y entregue los elementos de producción que posee. Pero debe considerarse que, si bien esos elementos se encuentran bajo el dominio de personas determinadas, que los administran para su provecho, en un sentido amplio y general, las fábricas, la propiedad inmueble, incluso el capital bancario, integran el cuerpo de la economía nacional; y el interés social se lesiona cuando los propietarios se abstienen de ejercer correctamente sus funciones, escudados en un concepto anacrónico de propiedad”.(53)

Sin duda estos juicios revelan no un pensamiento típicamente liberal ortodoxo, sino la concepción moderna de una ideología burguesa, más bien neo-liberal(54) en el sentido en que si bien justifica meridianamente el principio de la propiedad privada de los medios de producción, la supedita a la eficiencia a fin de que pueda cumplir “en un sentido amplio” sus funciones de interés social, o sea la compatibilidad entre intereses particulares y la expansión general del sistema. Por esto se valoriza maximamente la función capitalista del Estado. En este sentido, este tipo de pensamiento no puede ser considerado como un pensamiento “utópico y pequeño burgués” a secas. Si bien por su radicalismo e idealismo el pensamiento cardenista contiene muchas de las características de la ideología pequeño burguesa en el esencial, la valorización de la eficiencia y de la modernización del sistema lo conduce a acercarse mucho más hacia el pensamiento y a la práctica de lo que son las mejores expresiones del consecuente desarrollo burgués.(55)

Los textos de Cárdenas del comienzo de su período presidencial no son contradictorios con los del final. Su preocupación por evitar los conflictos entre el capital y el trabajo es una constante en toda esta etapa de su vida política.

Es esta preocupación básica de armonía y paz social y de impulsar el desarrollo capitalista de México que orienta la constitución del P.R.M. (Partido de la Revolución Mexicana) y no lo que dice en su programa, o sea, la preparación del pueblo para el socialismo. El analista del período cardenista no se puede dejar engañar por la envoltura que reviste el tratamiento de los problemas, por la retórica marxista del período. Como decía Marx, si la apariencia fuera igual a la esencia de los fenómenos no sería necesaria la ciencia.

De hecho, la conformación de todas estas organizaciones de clase, como la CTM, la CNC, la creación de un nuevo partido y la incorporación de importantes sectores populares a él, son las bases esenciales, lanzadas en el período cardenista, que garantizarán, en ésta época y en las décadas posteriores, la estabilidad del sistema político y económico mexicano. En este sentido, se puede decir que estas medidas, junto a otras que destacaremos en seguida, conformarán el gran legado del gobierno Cárdenas al desarrollo y afirmación del sistema capitalista en su país.

La expropiación petrolera representa la reforma económica más trascendental del período. Al que todo lo indica, Cárdenas no tenía la intención de hacerla, por lo menos de manera tan radical como se consumó al fin. Esta fue más bien resultado de la intransigencia con la cual las compañías inglesas y nortemericanas trataron de mantener sus abusivos privilegios sobre esta riqueza del país. Cárdenas manifestó, en toda su dimensión, sus calidades de estadista, revelando una gran audacia política, al no temer movilizar a toda la nación para la lucha por la defensa del petróleo, en la inminencia de una guerra con las potencias imperialistas, transformándose en uno de los precursores de toda una línea nacionalista y anti-imperialista en el continente. A esta línea se han plegado no sólo el movimiento popular sino también importantes sectores de la burguesía y de la pequeña burguesía latinoamericana hasta la década de los cincuenta.

La nacionalización del petróleo mexicana fue la culminación de la lucha anti-imperialista en el período cardenista. Ella creó las condiciones para el fortalecimiento del capitalismo de estado mexicano, una de las bases fundamentales para el desarrollo del proceso de industrialización. Esta fue, como ya hemos señalado, una de las características más sobresalientes del gobierno reformista de Cárdenas. El estado pasó a desempeñar el rol de promotor del desarrollo industrial, a través de una serie de medidas de protección y estímulo a la creación de nuevas industrias privadas, bien como a través de la promoción de una serie de obras públicas.(56)

Data pues del período Cardenista, la consolidación del poder económico de la burguesía industrial mexicana.(57)

Por supuesto que el fortalecimiento del capitalismo de estado mexicano, si bien favoreciendo al desarrollo burgués restringió en cierta medida la posibilidad de inversiones privadas en algunos importantes sectores económicos. Es el caso, por ejemplo, no solo de la extracción petrolera sino, en especial de la distribución de este producto. Naturalmente que sería más ventajoso para la burguesía mexicana que el Estado dejara, a cargo suyo, la explotación de esta riqueza… El fortalecimiento del capitalismo de estado durante el período cardenista favoreció también la formación de todo un vasto sector burocrático, proveniente de las clases medias, que se vinculó de multiples maneras al aparato estatal.

A partir del gobierno Cárdenas, ya están creadas todas las condiciones para la expansión de su sistema pese a todos los cambios esenciales que lo modificarán esencialmente en su carácter dependiente a partir de la post-guerra.(58)

Es importante destacar que una de estas condiciones más importantes fue la subordinación de la mayor parte del movimiento obrero y campesino organizado a la política gubernamental. Esta subordinación fue tan profunda que no sólo perduró el gobierno Cárdenas, sino que se extendió hasta el presente. Anatolo Shulgovski así lo plantea: “El movimiento sindical y la clase obrera, objetivamente, se convirtieron en la fuerza motriz fundamenta de las reformas progresistas, pero también se pusieron al servicio del aparato estatal, en el cual había no pocas personas infonformes con la política de Cárdenas, que esperaban el momento apropiado para ocupar los puestos y a la vez desalojar a los elementos democráticos. Esto explica de manera importante que a medida que se fortalecían los grupos burgueses de derecha en los círculos gobernantes, el movimiento sindical cuya dirección estaba íntimamente ligada con el aparato gubernamental, cada vez se convertía más en un apéndice del gobierno”.(59)

Este autor considera que esta situación se produce a partir de 1937, fecha que marca “una etapa del viraje en el movimiento sindical mexicano”, cuando se adopta, por parte de la CTM, la línea de la “unidad de la clase obrera para apoyar íntegramente la política del gobierno Cárdenas”, basada en la concepción de la “unidad de la familia revolucionaria”. Según Shulgovski, tal línea “llevó a la completa pérdida de la perspectiva proletaria de clase”, a que la clase obrera “solamente hacía el juego a la élite gubernamental e impedía utilizar las posibilidades favorables a la profundización del movimiento liberador y anti-imperialista”. El mismo autor destaca como el Partido Comunista llegó a apoyar esta línea expresada en su consgina “uniad a toda costa” y concluye que “al adoptar semejante política de hecho el Partido Comunista abandonaba la lucha por una línea política independiente en el movimiento sindical y se subordinaba a todas las resoluciones del Consejo Nacional de la Confederación de Trabajadores de México. Semejante uniad del movimiento obrero no sólo no ayudaba a lograr su independencia, sino que dejaba la iniciativa política en manos de elementos reformistas que actuaban en los sindicatos, generando peligros para el desarrollo independiente del movimiento obrero futuro”.(60)

Tal análisis crítico nos parece bastante lúcido. La posición del P.C.M. varió desde un rechazo ultraizquierdista a la candidatura de Cárdenas, pasando por la negativa de apoyarlo en su lucha en contra de Calles, hasta un apoyo casi incondicional a él y culmina con su incapacidad de cooperar efectivamente hacia una sucesión presidencial que expresara, por lo menos, los ideales más progresistas del cardenismo. Por todos estos y otros errores de concepción estratégico-táctico el más importante partido de la izquierda mexicana fue, sucesivamente, abdicando de su tarea de afirmarse como la vanguardia de la clase obrera, cediendo siempre su puesto al liderazgo burgués y pequeño-burgués.

Antatoli Shulgovski señala también que “al ingresar al Partido de la Revolución Mexicana, la direccioń de la Confederacioń de Trabajadores de México declaró que este paso no significaba la pérdida de la independencia de clase en el movimiento liberador, sin embargo, – destaca el autor – desde este período comienza el proceso de subordinación intensiva de la clase obrera mexicana al aparato gubernamental (…). Objetivamente continuaba existiendo una situación favorable para el desarrollo exitoso del movimiento liberador, revolucionario, en el cual e papel dirigente podía jugarlo el proletariado, pero subjetivamente la clase obrera ya estaba entrelazada con los hilos finos pero fuertes de la teoría de la unidad de la familia revolucionaria y no podía determinar los destinos de la lucha liberadora”.(61)

Esta llamada “teoría de la unidad de la familia revolucionaria”, fue concebida y manipulada con toda maestría por Calles (a través fundamentalmente de la utilización de la CROM) y fue, sin duda, uno de sus legados que el cardenismo supo rescatar pero de manera mucho más elaborada, amplia y compleja. Calles conformó un sindicalismo amarillo y gangsteril – cuya mejor expresión fue Morones que, si bien sirvió perfectamente a sus objetivos de control sobre la clase obrera, tendía, en un plazo relativamente corto, a aislarse de ésta y a despertar su repudio. Cárdenas, en cambio, patrocinó la organización y unificación de la clase en su conjunto, le otorgó muchas de sus más sentidas reivindicaciones, logró captar su adhesión practicamente incondicional por su política progresista en el plano interno e internacional, venció así la resistencia de sus adversarios de izquierda, como el P.C. y como de parte de dirigentes como Lombardo Toledano y pudo, de esta manera, realizar lo que Calles había preconizado: “la unidad de la familia revolucionaria”. Naturalmente, existía en este período todo un clima político internacional muy favorable al cardenismo. Era la época en que empezaban a configurarse los frentes anti-facistas en casi todo el mundo; en que los Partidos Comunistas, bajo la orientación de la URSS, pasaban a flexibilizar su línea y a proponer lo que en seguida se llamarían los Frentes Populares; en que las potencias capitalistas asustadas con la amenaza nazista trataban de captar aliados y los EUA implementaban hacia América Latina la política del “buen vecino”; en fin, la época en que se radicalizaban los sectores más importantes de la pequeña burguesía y clamaban por una política de reformas sociales (este sector había sido muy afectado por el impacto de la crisis mundial del capitalismo). Sobre un importante sector de liderazgo sindical mexicano este clime de ascenso del movimiento anti-facista mundial junto a la derrota de la Revolución Española contribuía a reforzar no propiamente sus tendencias revolucionarias sino más bien a las tendencias reformistas de corte social-demócratas. Por ejemplo, en la ideología profesada por una de las preminentes figuras del sindicalismo mexicano, Lombardo Toledano, se puede encontrar características que son típicas de un pensamiento bernsteiniano y que se expresaba en su creencia en la posibilidad de una transformación gradual de la sociedad capitalista en socialista. Esta concepción influencia, en cierto sentido, a todo un sector del propio cardenismo. Una de sus manifestaciones se puede encontrar, por ejemplo, en la idea de la importancia revolucionaria del desarrollo del movimiento cooperativista, y que en lo definían como un substituto de las empresas privadas y como una forma de producción socialista. El gobierno aprobó incluso una ley sobre las cooperativas declarando como su objetivo lograr la independencia de los trabajadores… Pero, no residía en el cooperativismo el aspecto más atrevido de la política de Cárdenas. En donde esta política más lejos fue sin duda [es]* en sus experiencias de administración obrera. Si este aspecto hubiera sido sistemáticamente desarrollado se hubiera así transformado en una razón de inquietud por parte de la burguesía. Sin embargo, fueron pocas las experiencias existentes en ese sentido y, más aún, fueron completamente frustradas. El caso más dramático fue el de la administración obrera en los ferrocarriles nacionalizados. El gobierno, si bien la aceptó, no la entregó ningún respaldo; no permitió que se aumentara el precio del transporte de los productos de las empresas extranjeras y, además, la administración obrera estaba obligada a hacerse cargo de todas las deudas de las empresas extranjeras junto a los cuantiosos impuestos que tenía que proporcionar al propio gobierno. La bancarrota fue inevitable y, junto a ésta, cundió la desmoralización en la capacidad obrera de administrar la empresa. No se puede decir que esta actitud del gobierno fue pensada maquiavelicamente para disuadir a los obreros de la reivindicación de la administración obrera de las empresas. Pero, en la práctica esta disuasión se logró y este dejó de ser un problema. Fue semejante al destino de la administracioń obrera sobre el petróleo. Importantes sectores obreros, incluso el P.C., empezaron a preconizar unicamente la participación obrera en la gestión de las empresas nacionalizadas. El argumento principal era el realismo…

Se puede decir, sin riesgo de exageración, que por todas estas características del gobierno Cárdenas, él puede ser considerado como el modelo más avanzado y más puro, en el continente, de una política populista. Sin embargo, es interesante observar que Cárdenas, pese al impresionante control que obtuvo sobre el movimiento de masas (a través de un tipo de liderazgo que combinaba muy bien tanto los apelos racionales, modernizantes y de intereses específicos de clases como también aquellos de carácter más tradicionales como son los paternalistas, emotivos, que despiertan la confianza incondicional en el jefe o caudillo) no dejó ninguno heredero político (como un Vargas) y tampoco un movimiento organizado (como el peronismo). Es cierto que el cardenismo siguió vigente hasta los días de hoy en México pero, a que todo indica, sin llegar a ocupar un puesto político relevante el cual virtualmente habría podido lograr si su líder máximo se hubiera ocupado en esto. Al contrario, si bien Cárdenas después de terminado su mandato, ocupó aún funciones públicas, no trató de mantener ningún liderazgo personal destacado en la vida política del país. De todos modos, exactamente por la influencia decisiva que su período ejerció en la vida institucional del país, el posterior desarrollo del capitalismo mexicano pudo prescindir de un “jefe máximo” y seguir su curso “normal” en una situación de relativa estabilidad y “paz social”. El movimiento de masas estaba rígidamente organizado y controlado de tal manera que sería necesario que transcurrieran varias décadas antes que este pudiese romper este armazón y encontrar nuevas formas de organización y manifestación. El campesinado estaba fuertemente desvinculado de la clase obrera, cada cual defendiendo sus intereses particulares como clases aisladas. En el PRM ocurre todo un proceso de metamorfosis que resulta en la creacioń del PRI – cuyo nombre es bien sintomático de la institucionalización del processo revolucionario – que sigue manteniendo las mismas funciones del primero pero ya con un programa meridianamente distinto. El capitalismo de Estado se desarrolló suficientemente para mantener en sus marcos la defensa de los “intereses sociales” por un buen período…

¿Y qué pasó con las tendencias y sectores izquierdistas y pro-socialistas que sin duda existieron durante el período Cárdenas tanto afuera del aparato estatal como adentro de él? Si se considera que el régimen de Cárdenas era una “democracia revolucionaria” – como lo hace Shulgovski – la explicación es la siguiente:

“Una serie de factores tanto de índole objetiva como subjetiva no permitieron la consolidación de la democracia revolucionaria en el poder ni realizar plenamente aquellas reformas que en determinadas condiciones pudieran crear premisas favorables para el desarrollo socialista del país”.

“La causa fundamental de que esto ocurriera, según creemos, – prosigue este autor – residió en que la corriente democrático-revolucionaria, que durante algún tiempo influyó considerablemente en la política del gobierno de Lázaro Cárdenas, no logró convertirse en una fuerza orgánica de la sociedad mexicana, no pudo crear una unidad estrecha con otras agrupaciones y clases que sostenían posiciones progresistas. En aquel período, las posibilidades de que la democracia revolucionaria estableciera un íntimo contacto con las fuerzas más avanzadas y se acercara a su ideología revolucionaria no tuvieron lugar”.

“Los representantes de la corriente democrático revolucionaria llegaron al poder en el momento en que los trabajadores de la ciudad y del campo todavía no estaban organizados realmente ni contaban con claras perspectivas y finalidades de lucha, carecían de una dirección de clase independiente” (60)*.

Vale la pena hacer algunas consideraciones sobre esta explicación. Para empezar diremos que los conceptos sólo tienen utilidad analítica cuando sirven para caracterizar, para definir claramente un determinado fenómeno. En este sentido, conceptualizar el gobierno Cárdenas como una “democracia revolucionaria” a secas no revela sus elementos esenciales, su composición de clase, y lo que es más importante, los intereses objetivos que, por detrás de todo verbalismo radical, impulsiona el sentido y la orientación de la política concreta que se implementa. Repetimos: no hay dudas en cuanto a la existencia de una corriente de izquierda o, mejor dicho, izquierdizante, al interior del cardenismo. Ahora bien, considerar que esta llegó al poder no tiene sentido pues, por mayor que haya sido su influencia en el gobierno tal situación dista mucho de la detentación del poder…

Por otro lado, es cierto que el proletariado y el campesinado pobre “carecían de una dirección de clase independiente. Esta dirección no se forjó durante el gobierno Cárdenas y más aún, esta tarea a partir de entonces, se vió enormemente dificultada justamente por el proceso de institucionalización que el gobierno efectuó sobre el movimiento popular. Ahora bien, si estos factores explican la ausencia de un movimiento revolucionario socialista, ellos, a la vez, tienen que ser entendidos también, dialécticaente, como un resultado de él. Como decía Lenin: “la realidad viva es bicolor”. El cardenismo era permeable a la influencia izquierdista en la medida en que esta meramente lo complementaba, sin llegar a representar una tendencia que lo amenazara seriamente. Por esto, el peso específico de la izquierda cardenista se deshace en la vida política del país como un globo que de rompe, desde el momento en que Cárdenas abandona la presidencia. El cardenismo representó el máximo de política progresista que se puede lograr bajo el capitalismo: ni más ni menos. Fue un momento de la euforia reformista del sistema, un desahogo por el no cumplimiento de las metas fundamentales de la revolución. Y, más que todo, una necesidad de modernización del sistema burgués impulsada por la pequeña burguesía a través de la utilización de la movilización popular. La juventud e inmaturidad de la izquierda socialista, como reflejo de estas propias características del proletariado mexicano, la incapacitaban para plantearse una alternativa cualitativamente superior y proponerse una lucha por la disputa de la hegemonía del poder.

Al llegar al término de esta experiencia el sistema de propietarios privados exigía la tranquilidad y la seguridad necesarias para seguir ejerciendo su dominio. La contienda por la sucesión presidencial se dió en un sólo terreno. En el programa de Almazán, el furibundo candidato de la derecha y en el de Avila Camacho, indicado por Cárdenas y apoyado por la izquierda, había una coincidencia básica: dar tranquilidad a los empresarios, afianzar el moderado de la próxima gestión gubernamental. “Derrotado Almazán es Avila Camacho el encargado de poner en marcha el programa de los almazanistas que por lo demás pronto se reincorporan al disfrute de la justicia revolucionaria”.(62)

Lázaro Cárdenas vivió hasta el año de 1970. Si bien su participación política propiamente tal fue, a partir de 1940, más bien discreta, sus apreciaciones sobre cuestiones políticas y sociales tendieron a adquirir una importancia cada vez más relevante. Hubo una evolución notoria de su pensamiento. Quizás por acompañar la evolución del proceso histórico mundial y mexicano en particular este le fue revelando paulatinamente la incompatibilidad entre sus ieales de justicia social y la mantención del sistema de propietarios capitalistas. Cárdenas siguió siendo un demócrata, un nacionalista, un antimperialista, pero el sistema capitalista dependiente latinoamericano fue agotando sus posibilidades democráticas, nacionalistas y antimperialistas. La evolución de Cárdenas no revela pues una incoherencia con sus ideas de los años treinta sino más bien un intento de seguir siendo coherente con ellas. Es por esto que él se transforma en un defensor de la primera revolución socialista en América Latina y sobre Cuba dice: “La Revolución Cubana no es, como sostienen vana y falsamente sus enemigos, un movimiento ajeno a la voluntad del pueblo o un peligro que amenace la seguridad del continente o la de algún país americano. Es una revolución hecha por el pueblo. Es una de las grandes revoluciones americanas. Es un movimiento que no sólo responde a los viejos anhelos y a las nuevas inquietudes de emancipación del pueblo cubano, sino de todos los pueblos que comprenden que ha llegado la hora en que pueden conquistar su plena independencia”.(63)

La evolución del pensamiento de Cárdenas se manifiesta en varios aspectos: por ejemplo, en 1961, en la U.O.M. dice: “Nosotros no estamos proponiendo el comunismo. Pero declaro que el comunismo será construido en este país cuando el pueblo lo quiera. No es una doctrina extraña a ningún pueblo; pero sólo cada pueblo puede decidir su destino. Lo que es evidente es que la teoría comunista de la sociedad es, antes que nada, una teoría que se propone elevar al pueblo al más alto nivel”.(64)

En un artículo con motivo del XX aniversario de la victoria sobre el nazifacismo él dice: “Desafortunadamente, vencido el nazifacismo se hizo claro que las causas principales de las guerras no habían sido destruidas: el imperialismo y el origen más remoto de su existencia, la explotación del hombre”.(65)

En el año 1970 declaró que: “las ideas que sustentó sobre el desarrollo político, económico, social y cultural de México y el devenir del mundo no han variado: creo que los principios del socialismo son compatibles con las ideas de la Revolución Mexicana en su ulterior e inevitable desarrollo”.(66)

III) REVOLUCIÓN CUBANA: REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA Y REVOLUCIÓN SOCIALISTA

1. – El Carácter de la Revolución

La revolución democrática en Cuba, que culmina en 1959 con el derrocamiento de la dictadura de Fulgencio Batista, fue producto de un movimiento revolucionario dirigido por la pequeña burguesía pero, en el cual se destacó también, de manera muy especial, la participación del campesinado pobre y de la clase obrera, además de contar con la adhesión de sectores de la burguesía y, al final, cuando inminente la victoria, haste de sectores de la oligarquía cubana. El enemigo principal e inmediato era la tiranía. En este sentido, cuando triunfa la revolución cubana, ella representaba sin duda una amplia unidad nacional en contra el gobierno dictatorial. Refieriéndose a este hecho, Fidel Castro ha subrayado el carácter insólito de la revolución por haber logrado la adhesión de un noventa y cinco por ciento de la población.

Esta unidad de clases, tan extensa, se explica por dos factores fundamentales: por el carácter odioso que revestía la dictadura de Batista, debido a que en ella se sintetizaban la corrupción, la represión y la ineficiencia, lo que la transformaba no sólo en enemiga de los sectores populares sino que despertaba el descontento entre las propias clases dominantes, que por el clima de inseguridad que provocaba, se transformaba en un servidor ineficaz e insostenible; por el carácter ampliamente democrático del programa revolucionario que, si bien contemplaba la satisfacción de reivindicaciones vitales para las masas, (como son la reforma agraria, la liquidación del desempleo, la construcción de viviendas, el aceso del pueblo a la educación, la nacionalización de algunos trusts, etc.)(67), otorgaba ciertas garantías fundamentales a los sectores burgueses y pequeño burgueses por preconizar un desarrollo en los marcos del capitalismo.

En Cuba no ha llegado jamás a conformarse una burguesía industrial nacional(68) y, por tanto, el desarrollo capitalista propiamente tal era más bien una reivindicación sostenida por sectores pequeño burgueses que, por su imposibilidad de ofrecer a la sociedad un programa propio de su clase, tiendan a adoptar como suya las perspectivas de otras clases, sea de la burguesía, sea del proletariado. Esto es lo que explica porque la pequeña burguesía tanto puede sostener un programa democrático-burgués como también puede, por lo menos algunos de sus sectores, avanzar hacia un programa proletario, socialista. En Cuba ocurrió así: la pequeña burguesía empieza sosteniendo un programa democrático que en el curso del proceso revolucionario tenderá progresivamente a radicalizarse y a superarse dando origen a una práctica cualitativamente distinta que resultará en una revolución socialista.

La principal fuerza política de la revolución, el Movimiento 26 de Julio, que conformó el núcleo principal del Ejército Rebelde, era principalmente proveniente de la juventud del P.P.C. (Partido del Pueblo Cubano). Este partido fue fundado en 1947 por Eduardo Chibás y compuesto por los “ortodoxos”, un sector que rompió con el PRC (Partido Revolucionario Cubano). La causa de la ruptura fue el abandono, por parte de este, de su línea nacionalista y antimperialista que había sido definida bajo la influencia del movimiento revolucionario de los primeros años de la década de los treinta que, en el contexto de una situación insurreccional de la clase obrera, derrocó el gobierno dictatorial de Machado. A partir de 1944, cuando el PRC llegó al gobierno con Ramón Grau, pasó a implementar toda una política conveniente a los intereses oligárquicos e imperialistas, adoptando por lo general una actitud corrupta y represiva. Los “ortodoxos”, liderados por Chibás, trataron de restablecer el viejo programa abandonado por el PRC que, si bien preconizaba mdidas nacionalistas, éstas no dejaban de inserirse en el marco del desarrollo capitalista muy teñido de moralismo y en buena medida de anti-comunismo. Este programa sin duda ejercerá influencia sobre sectores de la juventud “ortodoxa” que conformarán el M-26-7 aunque este tenderá hacia una mayor radicalización debido al impacto de otras influencias que actúan sobre él.(69) Por ejemplo, es importante destacar de manera especial la influencia que ha tenido el M-26-7 la ideología democrática, nacionalista y antimperialista expresada por el pensamiento de José Martí, quien fue el gran procer de la lucha por la independencia de Cuba, su mayor teórico y dirigente político. Las tareas que él preconizaba en los finales del siglo XIX, si bien no ultrapasaban el marco democrático burgués, seguían pendientes aún en los años cincuenta. Nada extraño pues que su pensamiento siguiera vigente y ejerciera una destacada influencia sobre los jóvenes del M-26-7.(70)

Es relevante destacar también la influencia ejercida por el pensamiento desarrollista de la CEPAL (Comisión de Estudios para América Latina) que permea todo el programa económico del M-26-7-. Durante los años cincuenta la ideología desarrollista era entendida por lo general por la izquierda latinoamericana como un pensamiento progresista. Nada extraño pues que ejerciera suy influencia sobre el movimiento revolucionario cubano.(71)

Vale la pena mencionar también que los revolucionarios cubano supieron aprender con la enseñanzas e la Revolución Boliviana y de otros intentos de liberación latinoamericanos, como el episodio de Guatemala que culminó con la deposición de Jacob Arbenz y la invasión por parte de los EUA. Pero, las mayores aprendizajes de lucha fueron buscadas por los revolucionarios cubanos en su propia historia patria, en los episodios de las guerras de independencia de fines del siglo XIX – como por ejemplo la idea de invasión de la Isla – sino también, en forma muy especial, en las enseñanzas de las insurrecciones obreras de los primeros años de la década de los treinta, cuando se derrumbó la dictadura de Machado en el contexto de una huelga general.(72)

El M-26-7, que arrastraba consigo una considerable masa heredada de la “Ortodoxia”, siempre tuvo un miras derrocar a la dictadura a través de una huelga general en las principales ciudades. El movimiento consideraba, de esta manera, a la clase obrera como la principal fuerza motriz de la revolución. El fracaso de sucesivos intentos de realizar la huelga general condujo a que, en la práctica, esta táctica fuera reemplazada por otra, la táctica guerrillera. Sin embargo, los revolucionarios nunca deshecharon la convicción de que el golpe final a la tiranía sería dado a través de una huelga general. La táctica guerrillera en la Revolución Cubana consistió en la generalización de esta forma de lucha por todo el país: en el campo, en el llano, en las ciudades, bien como la combinación de multiples formas de lucha que iban desde el trabajo de agitación y propaganda, pasando por el “boicot” a la producción, por la manifestaciones callejeras, hasta los grandes enfrentamientos entre ejércitos. En la medida en que el movimiento revolucionario iba infringiendo importantes derrotas al aparato represivo, iba logrando la ahesión de sectores cada vez más amplios de la Nación, aislando la dictadura e imprimiendo cada vez más a la guerra un carácter nacional, de la Nación contra la tiranía. En estas circunstancias, la propia ayuda de los E.U.A. al gobierno Batista tendía a aflojarse, además que aquellos creían que podrían esperar las simpatías por parte del nuevo gobierno… En una situación de insurgencia generalizada y de resquebrajamiento del ejército dictatorial, ocurren las batallas decisivas y triunfa la revolución cuando la última resistencia es vencida por la huelga general. La huelga general, preconizada en las dos concepciones estratégicas que orientaron, en momentos distintos el curso de la revolución – la concepción insurreccionalista urbana y la guerrillera – puede ser considerada como el punto de confluencia entre las dos.

2) El Gobierno Provisional y la Etapa Democrática

La revolución triunfante crea su primer gobierno, el gobierno de Manuel Urrutia. Si bien el nuevo poder estaba basado en el respaldo popular y en el Ejército Rebelde, su hegemonía la detentan sectores burgueses y pequeño burgueses. El gobierno provisional era la expresión de los intereses oligárquicos-burgueses que trataban de encauzar la revolución por la senda del desarrollo capitalista. Como ha sido señalado, este había sido preconizado por el programa revolucionario, pero este había también preconizado una serie de medidas que, en la práctica, eran insoportables para las clases dominantes. Pero, el M-26-7 quería cumplir los compromisos asumidos con el pueblo, quería cumplir su programa… Por eso, se va generando en corto plazo una incompatibilidad radical entre los auténticos ideales de justicia social propugnados por el verdadero liderazgo revolucionario – expresado por Fidel, Che, Camilo, Raul y muchos otros – y los usurpadores del poder, el Gabinete del Gobierno Provisional. Esta contradicción, que representaba de hecho una dualidad de poderes, fue resuelta por la deposición de este gobierno pocos medes después de su formación, y la asunción de Fidel al Cargo de Primer Ministro y la constitución de un nuevo ministerior compuesto, en su mayoría, por miembros del M-26-7 y del Ejército Rebelde. Se empieza entonces el cumplimiento del programa democrático preconizado por el 26 de Julio en lo relativo a reformas sociales básicas – como la reforma agraria – y una serie de medidas de amplia justicia social – como construcción de viviendas, escuelas, hospitales, etc. – lo que va rapidamente liquidando el problema del desempleo. Estas tareas democráticas caracterizarán el régimen revolucionario en su primer año y medio de existencia. Hasta entonces no se puede caracterizar a la Revolución Cubana sino como una revolución democrática.

Sin embargo, desde que se empieza a implementar el cumplimiento de las tareas de mayor justicia social, la contra-revolución empieza a actuar tratando de boicotear el proceso revolucionario. Y la actuación de esta se desarrolla directamente conectada con el imperialismo norteamericano cuya dominación permeaba a prácticamente todos los niveles de la economía y de la sociedad cubana. Durante el año 1959 no son aún abundantes las medidas antimperialistas que se toman. Se interviene en la Cuba Telephone Co., y en algunos cañaverales de propiedad de norteamericanos. Pero, en octubre de este año, La Habana es bombardeada por aviones provenientes de los E.U.A. dejando un saldo de 20 muertos y 50 heridos. Frente a las acciones de la contra-revolución y del imperialismo se hace necesario la creación de las milicias revolucionarias y el establecimiento de los Tribunales Revolucionarios para ajusticiar las acciones contrarrevolucionarias. El Gobierno revolucionario trata de llamar a la cordua al gobierno de los EUA pero sin ningún éxito. Las acciones de hostilidad por parte de los EUA siguen en un crecimiento hasta que en el año 1960, Cuba, en respuesta a las agresiones imperialistas, toma medidas, cada vez más radicales de nacionalización de las propiedades norte-americanas. Se expropian los latifundios de la United Fruit Co., se nacionalizan todos los bancos y grandes empresas tanto extranjeras como nacionales. Tales medidas significan el golpe mortal en el imperialismo y en la burguesía nativa.

Significan el destrozamiento de la base material de sustentación del sistema capitalista dependiente. Estaban pues creadas las condicciones fundamentales para una organización económico-social superior, para el tránsito al socialismo. En el comienzo de 1961 se reorganiza el Poder Judicial y se remueven de sus cargos los magistrados y jueces que mantenían una actitud contra-revolucionaria. Se crea el Miniterio de la Industria, del Comercio Exterior, del Comercio Interior y la Junta Central de Planificación. Las piezas fundamentales para el funcionamiento de la nueva sociedad socialista ya estaban dispuestas antes de que, en abril de 1961, Fidel Castro declarase, al haber vencido la invasión mercenaria, que Cuba era socialista.

3) La Transformación Socialista

La transformación cualitativa de la estructura económica y social cubana empieza pues a ocurrir en el segundo semestre de 1960. Se revolucionan las relaciones de producción; la antigua estructura institucional, jurídica y administrativa es hecha pedazos; son cuestionados profundamente los valores culturales de la vieja sociedad; el sistema de propiedad privada se desmorona a través de las nacionalizaciones de las empresas extranjeras y nacionales.

El factor decisivo que explica la rapidez con que este proceso se consumó fue la resistencia que opusieron a los cambios sociales los sectores contra-revolucionarios nacionales y, sobre todo, los E.U.A. Cada acción de “boicot” a la Revolución era contestada con una mayor cohesión de las filas revolucionarias, con una mayor disposición de lucha y con la implementación de medidas cada vez más radicales y profundas. La Revolución había asumido con el pueblo una serie de compromisos en orden a crear mejores condiciones de existencia. El cumplimiento de ellos fue demostrando la imposibilidad de la mantención del sistema capitalista. Más aún, el necesario carácter antimperialista que fue asumiendo la revolución – como respuesta a las inicativas de agresión por parte de este – exigía de manera patente una ruptura drástica y radical con el sistema de dominación imperial y creaba las condicciones para la superación de la etapa democrática. Agotada esta etapa, el proceso revolucionario cubano evoluciona, a través de una transformación cualitativa de su carácter, hacia el socialismo. Su curso ha demostrado, una vez más, de manera inequívoca, que no se puede lograr la emancipación social y nacional sin romper definitivamente con el sistema económico-social que la genera y mantiene la dominación y sojuzgación de un pueblo.

El tránsito de la etapa democrática hacia la etapa socialista fue posibilitado por el hecho de que el Gobierno Revolucionaria contaba con todos los instrumentos de poder que eran necesarios para esta transición: tenía el control total sobre el aparato estatal; existía el Ejército Rebelde y las milicias populares; tenía la posesión de la base económica fundamental (agrícola, industrial, comercial y financiera). Podía pues disponer de todos estos instrumentos de poder, combinarlos y articularlos conformando el nuevo sistema de vida social. El socialismo se instaura pues en Cuba a través de la gestación de nuevas formas de poder económico y político. La clase obrera, en alianza con el campesinado, asume la dirección sobre el proceso productivo y sus vanguardias políticas, compuestas fundamentalmente por elementos de la pequeña burguesía revolucionaria, sobre el proceso revolucionario en su conjunto. Se crean las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI) que en seguida evolucionarán hacia el Partido Unido de la Revolución Socialista (PURS) u posteriormente el Partido Comunista Cubano (PCC), que tendría a su cargo la dirección máxima de la nueva sociedad.

CONCLUSIONES

No es el caso de hacer un paralelo entre Cárdenas y Fidel Castro. Sin embargo, el apoyo tan irrestrito de aquel a la Revolución Cubana nos conduce a reflexionar sobre algunas coincidencias básicas que podrían existir entre el ideal transformador de ambos en sus primeras etapas de vida política. Es cierto que ambos han ejercido sus liderazgos en momentos históricos distintos. El cardenismo se afirmó en los años treinta, época en que florescía en América Latina el capitalismo dependiente, en que las burguesías industriales tenían aún la posibilidad de su efímera afirmación histórica a través de la proposición a sus sociedades de una alternativa propia de desarrollo. Aún no había sonado en el continente la hora de la clase obrera, de la revolución proletaria. El proletariado latinoamericano participó en las revoluciones burguesas pero no puedo imprimir a ellas, como lo preconizaba Lenin para la Rusia en 1905, su propio sello. Más bien sirvió de instrumento para la afirmación del nuevo tipo de dominación oligárquico-burguesa en el continente. El cardenismo, como lo hemos discutido anteriormente, fue la expresión más desarrollada en este proceso. Los ideales de justicia social de un Cárdenas estaban pues limitados a las posibilidades concretas de esta situación en cuyo seno aún no estaban maduras las condiciones para una resolución definitiva de las más agudas contradicciones sociales. El cardenismo no puedo pues dejar de ser solamente la expresión más avanzada y progresiva e los ideales democrático-burgueses.

Fidel Castro surge de un movimiento político que en sus orígenes no rebasa sustancialmente los postulados cardenistas. Con todo, es otro el momento histórico en el cual se conforma el Movimiento 26 de Julio. Muchas experiencias de lucha ya se habían acumulado en el continente y además en Cuba no habían sido creadas las condiciones indispensables para que se pudieran siquiera mínimamente conciliar algunas aspiraciones básicas de justicia social con la mantención del sistema. La dominación imperialista era una realidad aplastante e infranqueable a estos ideales. Por supuesto, las condicciones objetivas, si bien determinantes, no explican por sí solas la evolución del proceso revolucionario. Esta es, dialécticamente productora pero también producto de la evolución del liderazgo revolucionario y de la conducción que este supo imprimir a la lucha del pueblo.

Esto marca una diferencia esencial entre el fidelismo y el cardenismo: aunque Cárdenas llegó a los ideales del socialismo, llegó sólo, sin condiciones de arrastrar consigo a su pueblo. Fidel, en cambio, partiendo de los postulados democráticos pudo afirmarlos, superarlos e inaugurar en Cuba y en América Latina la era de la Revolución Socialista.


Notas de rodapé:

(1) La Revolución Cubana: Una reinterpretación. Ed. Nuestro Tiempo, México, 1974. (retornar ao texto)

(2) K. Marx. “Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política”. Obras Escogidas, Tomo I, Ed. Progreso, Moscú, pág. 343. (retornar ao texto)

(3) Obras Escogidas de Marx y Engels, Ed. Progreso, Moscú. (retornar ao texto)

(4) Op. cit., págs. 94 y 95. (retornar ao texto)

(5) Op. cit., pág. 96. (retornar ao texto)

(6) Op. cit., pág. 98. (retornar ao texto)

(7) Op. cit., pág. 101. (retornar ao texto)

(8) Op. cit., pág. 99. (retornar ao texto)

(9) Obras Escogidas, Tomo I, Ed. Progreso, Moscú. (retornar ao texto)

(10) Op. cit., pág. 489. (retornar ao texto)

(11) Op. cit., pág. 907. Subrayados de Lenin. (retornar ao texto)

(12) Op. cit., pág. 908. (retornar ao texto)

(13) Op. cit., pág. 509. (retornar ao texto)

(14) Op. cit., págs. 485 y 486. (retornar ao texto)

(15) Op. cit., pág. 491. (retornar ao texto)

(16) Op. cit., pág. 486. (retornar ao texto)

(17) Op. cit., pág. 489.(retornar ao texto)

(18) Op. cit., pág. 539. (retornar ao texto)

(19) Op. cit., pág. 513. (retornar ao texto)

(20) Op. cit., pág. 516. (retornar ao texto)

(21) Op. cit., págs. 528-532. (retornar ao texto)

(22) Op. cit., págs. 524-525. (retornar ao texto)

(23) Op. cit., pág. 527. (retornar ao texto)

(24) Op. cit., pág. 578. (retornar ao texto)

(25) “Cartas desde lejos”, Obras Escogidas, Tomo II. Ed. Progreso, Moscú, pág. 27. Todos los subrayados de ésta cita y de las posteriores son de Lenin. (retornar ao texto)

(26) Op. cit., p. 31. (retornar ao texto)

(27) “Las tareas del Proletariado en la Presente Revolución”, Obras Escogidas, Tomo II, p. 37. (retornar ao texto)

(28) “La Dualidad de Poderes”, Obras Escogidas, Págs. 40 y 42. (retornar ao texto)

(29) “Las Tareas del Proletariado en Nuestra Revolución”, Obras Escogidas, pág. 47 y 48. (retornar ao texto)

(30) “VIII Conferencia (de abril) de toda Rusia del POSDR (b)”, Obras Escogidas, págs. 96 y 97. (retornar ao texto)

(31) Ibidem, pág. 99 y 100. (retornar ao texto)

(32) Ibidem, pág. 137 y 138. (retornar ao texto)

(33) “La catástrofe que nos amenaza y como combatirla”. Obras Escogidas, págs. 245, 276 y 277. (retornar ao texto)

(34) La Revolución Interrumpida. Ediciones El Caballito, México, 1973. (retornar ao texto)

(35) Op. cit., pág. 85. Subrayados nuestros. (retornar ao texto)

(36) Op. cit., págs. 63 y 64. Subrayados del autor. (retornar ao texto)

(37) K. Marx, El Capital, y Lenin, El Programa Agrario. (retornar ao texto)

(38) Op. cit., pág. 69. (retornar ao texto)

(39) Op. cit., págs. 36 y 37. (retornar ao texto)

(40) Op. cit., pág. 252. (retornar ao texto)

(41) Op. cit., pág. 272. (retornar ao texto)

(42) “Dos tácticas de la Social Democracia…”, Op. cit., pág. 508. (retornar ao texto)

(43) Op. cit., p. 32. (retornar ao texto)

(44) Un análisis de este proceso en el nivel latinoamericano hemos realizado en nuestro libro, Capitalismo Dependiente Latinoamericano, capítulo IV, PLA. Santiago de Chile, 1973. (retornar ao texto)

(45) La Política de Masas del Cardenismo, Era, México, 1974. (retornar ao texto)

(46) El Agrarismo mexicano y la reforma agraria. Exposición y Crítica. F.C.E. México, 1964. (retornar ao texto)

(47) Ideología y Praxis Políticas de Lázaro Cárdenas. Siglo XXI. México, 1972. (retornar ao texto)

(48) México en la Encrucijada de su Historia. Ed. de Cultura Popular. (retornar ao texto)

(49) Arnaldo Córdova, Op. cit., pág. 14. Tzvi Medin, en cálculos hechos directamente en base al censo de 1930, precisa mejor la información: “de una superficie total de algo más de 131 millones y medio de hectáreas, 110 millones pertenecían a 15.448 propiedades mayores de 1.000 hectáreas, en tanto 796.600 predios, de una a 100 hectáreas, alcanzaban apenas la cantidad de casi 5 millones y medio de hectáreas. La situación de hace más patente al verificar que más de 70 millones de hectáreas se hallaban repartidas en menos de 2 mil predios mayores de 10 mil hectáreas cada uno”. El mismo autor, analizando la reforma agrícola durante el período que se extiende desde la constitución de 17 hasta el comienzo del gobierno de Cárdenas dice: “los 18 años de Revolución fueron sólo testigos de tímidos comienzos o de iniciativas desvirtuadas”. Op. cit., págs. 36 y 46. (retornar ao texto)

(50) Ideario Político. Ed. Era, México, 1972, pág. 69. (retornar ao texto)

(51) Op. cit., pág. 190. (retornar ao texto)

(52) Op. cit., pág. 199. (retornar ao texto)

(53) Op. cit., pág. 246. (retornar ao texto)

(54) Nota do Memorial-Arquivo Vania Bambirra: quando Vania escreveu este texto em 1974, ainda não era de uso corrente o termo neoliberalismo com a conotação que assumiria depois,  expressando as tendências hegemônicas (e sua ideologia correspondente) do capitalismo mundial das décadas finais do século XX. Sua intenção aqui foi chamar atenção para formas particulares da configuração do Estado e do pensamento cardenistas, que diferiam do liberalismo em sentido estrito. (retornar ao texto)

(55) “(…) no es el grado en que el gobierno interviene o deja de hacerlo en la vida económica lo que define el carácter del sistema. Bajo el capitalismo de estado el estado sigue siendo capitalista, y si participa más directamente en la economía, y sobre todo en la llamada “infraestructura”, ello es así porque la dinámica del sistema, la acentuación del carácter social de la producción, la tendencia a una cada vez mayor concentración y centralización del capital, y aún concretamente la presión de los capitalistas lo obligan a actuar – y a veces a abstenerse – en su beneficio, y en otro sentido porque la empresa privada no es ya, como lo fue en la época del capitalismo clásico, un motor capaz de impulsar y mantener el sistema a un nivel de actividad satisfactorio”. Alonso Aguilar M., “Problemas y Perspectivas de un Cambio Radical”, El Milagro Mexicano, Ed. Nuestro Tiempo, México, 1960, pág. 280. (retornar ao texto)

(56) Véase Raymond Vernon, The dilemna of Mexico’s development: the roles of the private and public sectors, Harvard University Press, Cambridge, 1965. Véase también México, cincuenta años de Revolución: la economía, F.C.E., Vol. I, México, 1960, varios autores. (retornar ao texto)

(57) Como muy bien lo plantea Fernando Carmona: “ninguno de los cambios se produjo, como sabemos, sin luchas y contradicciones seguidas de nuevas luchas y contradicciones sociales. La estructura de clases de la sociedad mexicana empezó a modificarse y con ella la composición social del Estado. La clase que más se fortaleció fue, naturalmente, la burguesía, cuyos componentes más nacionalistas que encabezaron la Revolución y había triunfado ejercieron una poderosa influencia en 1931-1940, en la lucha por su independencia nacional, y se convirtieron en abanderados de muchas demandas populares que coincidían con la necesidad de romper las barreras del desarrollo económico nacional. Esta posición llega a su punto más alto con el cardenismo, cuando la Gran Depresión Capitalista Mundial estimula la impaciencia de los campesinos, obreros e intelectuales avanzados, que con su sangre habían derrocado la tiranía y habían frustrado las sangrientas intentonas contrarrevolucionarias y que, sin embargo, en dos décadas de agudas contradicciones y duras luchas sólo habían logrado arrancar reformas parciales y de alcances limitados. Y con las medidas vigorosas de reforma agraria, nacionalización de recursos, reorientación y aumento de las inversiones públicas, elevación de salarios y protección a la industria nacional del gobierno Cárdenas, lo meramente incidental – y discutible – viene a ser la “alta elasticidad ingreso de la función consumo”, el “desarrollo con inflación” o el “desarrollo hacia afuera” de que hablan los economistas neokeynesianos y muchos funcionarios públicos y empresarios privados, y lo fundamental el avance hacia la independencia económica nacional (¡nunca fue mayor que encontence un verdadero desarrollo “hacia adentro”!”), el fortalecimiento del mercado interno, la creación, en una palabra, de condicciones más propicias para el desarrollo capitalista y … la consolidación definitiva de la burguesía como clase dominante”. “La Situación Económica”, El Milagro Mexicano, Ed. Nuestro Tiempo, 1970, pág. 62, Subrayados del autor. (retornar ao texto)

(58) Sobre el proceso de integración monopólica mundial y el nuevo carácter que asume la dependencia en América Latina, véase, de la misma autora, Capitalismo Dependiente Latinoamericano, PLA. Santiago de Chile, 1973. (retornar ao texto)

(59) Op. cit., pág. 304. (retornar ao texto)

(60) Pablo González Casanova, en su obra La Democracia en México, no ubica la clase obrera organizada como una de los factores de poder, sino como un componente del gobierno. De hecho, la organización sindical mexicana heredada del cardenismo, pasó a funcionar más bien como una sólida base de apoyo gubernamental que propiamente como una expresión de los intereses independientes de la clase. (retornar ao texto)

(61) Op. cit., pág. 305. (retornar ao texto)

(62) Jorge Carrión, “Retablo de la política a la mexicana”, “El Milagro Mexicano“, op. cit., pág. 196. (retornar ao texto)

(63) Ideario Político, op. cit., pág. 285. (retornar ao texto)

(64) Op. cit., pág. 98. (retornar ao texto)

(65) Op. cit., pág. 302. (retornar ao texto)

(66) Op. cit., pág. 37. (retornar ao texto)

(67) Véase el primer programa de la revolución expuesto por Fidel Castro en La Historia de Absolverá. Varias ediciones. (retornar ao texto)

(68) Este tema ha sido tratado en el nivel latinoamericano en nuestro libro Capitalismo Dependiente Latinoamericano, op. cit. (retornar ao texto)

(69) Véase, a este respecto, Fidel Castro, Mensaje al Congreso de Militantes Ortodoxos, 16 de agosto de 1955, Pensamiento Crítico. N. 31, La Habana, Cuba. (retornar ao texto)

(70) Véase José Martí, “Nuestra América”, “El Tercer Año del Partido Revolucionario del Pueblo”, Pensamiento Revolucionario Cubano, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1971. (retornar ao texto)

(71) Véase “Pensamiento Económico (tesis del Movimiento 26 de Julio)”, Pensamiento Político, Económico y Social de Fidel Castro, Ed. Lex., La Habana, Cuba, 1959. (retornar ao texto)

(72) Véase La Historia Me Absolverá, op. cit. (retornar ao texto)

Inclusão: 16/11/2021