Otto Rühle

La organización del proletariado revolucionario y el balance en Alemania

1924


Digitalizado por el Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques. Transcrito en HTML por Jonas Holmgren en 2011.


Índice:


Presentación

Otto Rühle (1874-1943) nace en 1874 en Freiberg, Sajonia. En 1915, como diputado socialdemócrata en el Reichstag, se levanta junto con Karl Liebknecht contra la votación de los créditos de guerra. Durante la revolución de Noviembre de 1918, desempeña un papel de relieve como miembro del Consejo obrero y militar de Dresde. En 1919 es expulsado del Partido Comunista de Alemania (KPD) y entra en el Partido Obrero Comunista de Alemania (KAPD) a la altura de su fundación (1920). Expulsado poco después por exigencia de Moscú (III Internacional), es el principal teórico de la tendencia consejista “unitaria”, que defiende ya la necesidad de prescindir del partido creando organizaciones militantes económicas y políticas al mismo tiempo.

Rühle también fue uno de los primeros teóricos consejistas en investigar el fenómeno del capitalismo de Estado en profundidad, en su libro publicado en 1931 en Berlín bajo el pseudónimo de Carl Steuermann La crisis mundial, o hacia el capitalismo de Estado.

Exiliado tras la derrota de la revolución en Alemania y el ascenso del fascismo, murió en México en 1943.

Los textos que aquí presentamos, bajo el título de «La organización del proletariado revolucionario y el balance en Alemania», son capítulos de la obra de 1924, De la revolución burguesa a la revolución proletaria, escrita cuando Rühle era todavía miembro de la Unión Obrera General de Alemania - Organización Unitaria (AAUD-E). La traducción se ha realizado sobre la base de la versión inglesa de 1974, publicada por Socialist Reproduction y Revolutionary Perspectives a partir de la versión alemana de 1970 del Instituto para la Praxis y la Teoría del Comunismo de Consejos (Institut fur Praxis und Theorie des Ratekomminismus) de Berlín.

Estos textos de Rühle son especialmente importantes porque, en ellos, se encuentran expuestos y desarrollados diversos conceptos organizativos muy importantes, que en la literatura consejista posterior -más desvinculada de los movimientos prácticos o sólo apoyada en experiencias menos desarrolladas- se mencionan sólo a veces y mayormente de pasada. Por ello, es necesario hacer ahora una serie de aclaraciones etimológicas y teóricas.

El concepto de Unión Obrera (Arbeiterunion) se encuentra contrapuesto al concepto corriente de sindicato (Gewerkschaft), que tiene el mismo sentido que el inglés trade union, significando unión o asociación profesional. Las Uniones Obreras ya no eran organizaciones de carácter laboral; su composición se vinculaba al compromiso con la lucha revolucionaria práctica, no con una filiación u orientación ideológica. Desde su constitución, se proclamaron como organizaciones a la vez económicas y políticas, aunque divergían sobre el punto de la necesidad (transitoria) del partido. Es en este sentido que se proclamaron “organizaciones unitarias”, aunque también aspiraban a serlo en el sentido de encarnar una verdadera “unidad de clase”, agrupando a millones de proletarios (concepción quizás heredada del sindicalismo revolucionario, que sería refutada por la experiencia y luego superada con el modelo de núcleo militante desarrollado por la KAUD -Unión Obrera Comunista de Alemania, formada tras la descomposición de las AAUD y AAUD-E a partir de 1923).

También conviene entender que las alusiones más positivas respecto al sindicalismo que aparecen en el texto se refieren al concepto de Syndikat y Syndikalismus, que entonces se ligaba -a diferencia del concepto de Gewerkschaft- a las tendencias sindicales vivas por entonces, pertenecientes a aquella rama del sindicalismo que manifestaba efectivamente todavía una proyección hacia la transformación social -no obstante, se cuestionaba el carácter económico-profesional de sus organizaciones. Así, p.e., en las Uniones Obreras participaban también miembros de la FAUD, con lo que se trataba de órganos también “suprasindicales”. De hecho, el modelo de las Uniones Obreras se inspiró mucho en la experiencia de los Industrial Workers of the World norteamericanos, aunque no hay que confundir esta conexión formal con el diferente contenido práctico.

El concepto de Organización de fábrica (Betriefsorganisation), que constituye la base de las Uniones Obreras, puede traducirse según los casos por “organización de fábrica” o de “empresa”. Pero lo que importa es entender su sentido de unidad como clase, basada en el agrupamiento sobre la base de las unidades de producción y no sobre la base del oficio, la empresa como entidad jurídica o la rama industrial. En la actualidad, evidentemente se ha reducido la concentración obrera en fábricas gigantescas, pero el fondo del concepto de organización basada en la unidad productiva y no en la identidad profesional sigue siendo válido (véase para ello el desarrollo propuesto en el modelo de Red de Grupos Obreros, teorizado por el Grupo de Comunistas de Consejos de Galiza). Y quizás más válido, por la necesidad de afrontar la lucha en unidades productivas más descentralizadas, constituidas por diversas empresas, ramas y oficios.

Otro concepto fundamental a considerar es el de Sistema de Consejos (Ratesystem) y, ligado a él, el de Organización-de-Consejos (Rateorganisation). Este último no se ha traducido por “organización consejista” porque se refiere a una organización cuya forma obedece a los parámetros definidos por la forma-Consejo, no a su línea político-ideológica “proconsejista”. De hecho, las organizaciones de fábrica y las Uniones Obreras se desarrollaron desde 1919 como respuesta a la apropiación socialdemócrata de los Consejos formados en 1918, constituyéndose como instrumentos que a la vez prefigurarían y lucharían por la formación de nuevos Consejos revolucionarios. En consecuencia, la Organización-de-Consejos no se refiere exclusivamente el Consejo Obrero propiamente dicho, sino que también incluye a las organizaciones de fábrica y las uniones e, hipotéticamente, a todo organismo que cumpla ese papel prefigurador y constructivo. Por lo tanto, el concepto de Sistema de Consejos no significa solamente un conjunto interrelacionado de consejos obreros particulares sino que, en tanto sean necesarias, incluye también a todas aquellas organizaciones que se adecuan y tienen por objeto su construcción y soporte. En esto también se ve que el fetichismo de la forma consejo que emergió posteriormente, en parte apoyado -injustificadamente- en las simplificaciones e idealizaciones de las exposiciones de Pannekoek, y que definió una “ideología consejista”, no tiene nada que ver con el comunismo de consejos original ni con su praxis.

Para la traducción se ha usado como apoyo la versión portuguesa y ocasionalmente el original alemán (especialmente en el caso de las Líneas de orientación de la AAUD-E). Se reproducen las citas adicionales al principio de cada capítulo y las notas del proyecto de edición gallego-portuguesa preparado por los Comunistas de Consejos de Galiza. La numeración de las notas conserva la del libro, en previsión a publicarlo completo más adelante.

Roi Ferreiro,
29/12/2006

 


Siglas y organizaciones:

SPD: Partido Socialdemócrata de Alemania. Fundado en 1875, con la unificación de la Asociación General de Trabajadores lassalleana y del Partido Obrero Socialdemócrata que fuera formado en 1869. En 1890 cambiará su nombre inicial, Partido Obrero Socialista, por el definitivo.

USPD: Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania. Formado en 1917 por escisión del SPD, agrupaba al centro-izquierda del SPD.

KPD: Partido Comunista de Alemania. Fundado en 1918 a partir de la Liga Espartaco y otros grupos revolucionarios más a la izquierda como los IKD (Comunistas Internacionales de Alemania). Dirigido por Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg, tras el asesinato de ambos por la contrarrevolución en 1919 se escindió en un ala minoritaria (el núcleo espartaquista), dispuesta a la bolchevización, y un ala mayoritaria antiparlamentarista y antisindicalista, que fue finalmente expulsada mediante maniobras.

KAPD: Partido Obrero Comunista de Alemania. Fundado en Abril de 1920, agrupaba a la anterior ala izquierda radical del KPD.

AAUD: Unión Obrera General de Alemania. Formada en 1920, consolidaba organizativamente el movimiento obrero revolucionario que ascendiera con las luchas salvajes de masas de 1918 a 1919, organizadas a través de los "hombres de confianza" (delegados) revolucionarios, que se rebelaron contra la política de paz social y la prohibición de las huelgas. El ala más radical de estos delegados decidió en 1919 formar organizaciones en las fábricas como base para los consejos obreros, considerando falsos los existentes -en manos de la socialdemocracia. Desde el principio se definió como organización económica y política. No fue nunca "la organización sindical del KAPD", aunque una parte confluía con él y veía necesaria su existencia; ambos eran expresiones convergentes y autónomas del movimiento revolucionario real.

AAUD-E: Unión Obrera General de Alemania - Organización Unitaria. Nucleada ya a mediados de 1921 como oposición dentro de la AAUD, a fines de ese año pasa a constituir una organización separada. La causa de fondo de la escisión fue la cuestión del Partido. La AAUD-E defendía la supresión inmediata del Partido, mientras que la tendencia AAUD-KAPD remitía su desaparición a una vez consolidada la economía comunista después del triunfo de la revolución.

FAUD: Unión de Trabajadores Libres de Alemania. Organización anarcosindicalista fundada en 1920 y basada en la precedente FVDG (Asociación Libre de Sindicatos de Alemania) que había tenido un importante papel en las luchas de preguerra. Parte de su oposición interna, con una orientación marxista, y parte de sus miembros mediante doble militancia, engrosaron también las filas de las Uniones Obreras, formando parte del mismo movimiento de las organizaciones de fábrica.

IWW: Trabajadores Industriales del Mundo. Sindicato revolucionario norteamericano fundado en 1905, que en cierta medida constituyó un precursor, dentro de los límites del sindicalismo industrial radical, del movimiento de las organizaciones de fábrica y de la formación de las Uniones Obreras en Alemania.

 


IV. Parlamento y partidos

«Y era necesario pasar por aquella enfermedad peculiar que desde 1848 se viene propagando por todo el continente, el cretinismo parlamentario, que mantiene a los elementos contagiados firmemente prisioneros de un mundo imaginario, privándolos de todo sentido, de toda memoria, de toda comprensión del rudo mundo exterior; fue necesario pasar por ese cretinismo parlamentario para que aquellos que, con sus propias manos, habían destruido todas las condiciones del poder parlamentario, y que tenían que destruirlas necesariamente en su lucha con las otras clases, considerasen todavía como victorias sus triunfos parlamentarios y creyesen dar en el presidente cuando disparaban contra sus ministros.»

Karl Marx, 18 Brumario de Luis Bonaparte, 1859.

El carácter, contenido y resultados de las leyes siempre corresponden a los intereses económicos dominantes de la época dada, y más específicamente a los intereses económicos definidos de la clase dominante. En la época burguesa, esta clase es la burguesía. El parlamento tiene, por consiguiente, la tarea de revisar las leyes viejas de acuerdo con las necesidades de la burguesía, o de abrogarlas en favor de nuevas leyes adecuadas a los problemas del momento.

Ya en el último periodo de la época feudal tuvo existencia un tipo de parlamento: la convocación de los estados. En la lucha con los estados --primero con la nobleza, más tarde sobre todo con el mundo de las finanzas y del comercio a cuya ayuda material tuvo que recurrir-- el príncipe había atraído o seleccionado representantes de los diferentes órdenes y ocupaciones, y los emplazó en un órgano corporativo. Pero este órgano era sólo para expresar deseos, realizar sugerencias, proporcionar opiniones: esta junta de los estados no era, ella misma, competente para dictar y promulgar leyes. Con el tiempo, un segundo cuerpo se adjuntó a la asamblea de los estados, procediendo más del pueblo e incluso electo a veces, de modo que se delineó una distinción entre una primera y segunda cámara, la de los Señores (Lords) y la de los Comunes. Pero las competencias de ambas cámaras estaban aún muy limitadas por el poder de los príncipes. Los verdaderos parlamentos con pleno poder legislativo, procedente de la elección abierta, constituyeron en todas partes uno de los logros de la revolución burguesa.

Como sabemos, la clase burguesa representaba el principio del liberalismo en su ideología político-estatal, y el principio de la democracia en su organización político-estatal. Estaba, entonces, por la libertad y la igualdad. Pero sólo por la libertad tal como la veía, o sea, en lo que respectaba a los intereses de su economía del beneficio, y por la igualdad sólo en tanto podía ser expresada en párrafos sobre el papel, no para ser confirmada y realizada a través de la igualdad de las condiciones sociales. Ni en sueños se le ocurrió respetar y llevar a la práctica la libertad y la igualdad en relación al proletariado, y aún menos dejar que el principio de la fraternidad adquiriese cualquier peso para aquél.

Al mismo tiempo, la sociedad burguesa no es de ningún modo una categoría monolítica. Más bien, contiene muchas capas, grupos y categorías profesionales, y por tanto muchos intereses económicos diferentes. El vendedor al por mayor tiene intereses diferentes del minorista, el arrendador del arrendatario, el mercader del granjero, el comprador del vendedor. Pero todos los diferentes grupos y categorías quieren ser, y tendrán que ser, tomados en cuenta en la legislatura. Cada uno tiene mayores perspectivas de ser considerado cuanto mayor sea el total de representantes de sus intereses en el parlamento. Por este motivo toda capa o grupo intenta captar tantos votos como sea posible para sus candidatos en las elecciones parlamentarias. Para hacer su agitación vigorosa y duradera, se unen en asociaciones electorales, de las cuales los partidos emergen con organizaciones más firmes y programas más definitivos. Cualquier cosa que estos partidos se llamasen a sí mismos, cualesquiera programas presentasen, por cualesquiera altas y santas virtudes abogasen, cualesquiera frases finas y consignas utilizasen, su lucha, en la medida en que pugnaba por la influencia política, estaba siempre ligada a intereses económicos definidos. Así, el partido conservador, que quería la preservación (es decir, la conservación) de las viejas formas tradicionales de Estado, de distribución del poder y de ideología, constituía el punto de reagrupamiento para la casta feudal de los grandes hacendados. Los grandes industriales, con un interés en el Estado nacional, que abrazaban el liberalismo de la era capitalista, formaban el partido de los nacional-liberales. La pequeña burguesía, para la cual la libertad de opinión y la igualdad ante la ley parecían logros dignos de esfuerzo y por los que ser agradecido, se encontraba en los partidos democráticos y radicales.

Al principio, los obreros no tenían ningún partido propio, porque no habían atisbado aún que eran una clase por sí propia, con sus propios intereses y objetivos políticos. Por eso, se dejaron llevar por los demócratas y liberales, o incluso por los conservadores, y formaron el rebaño fiel de votantes de los partidos burgueses. E, inversamente, cuando la conciencia de la clase obrera fue despertada de una sacudida y se consolidó, fueron a formar sus propios partidos y a enviar a sus propios representantes al parlamento, con la misión de afianzar para la clase obrera tantas y tan amplias ventajas como fuese posible durante la construcción y completamiento del Estado burgués. Así, en el Programa de Erfurt[11] del Partido Socialdemócrata, las múltiples reivindicaciones prácticas del movimiento se asientan junto a la gran meta revolucionaria final, reflejando su vida parlamentaria y orientación hacia el presente inmediato. Estas demandas no tenían nada que ver con el socialismo, pero se derivaban principalmente de los programas burgueses; solo que nunca habían sido llevadas a cabo por los partidos burgueses, nunca habían sido seriamente deseadas de hecho. Esto no es negar que los representantes de la socialdemocracia hiciesen un difícil y sincero trabajo en el parlamento. Pero su efectividad y éxito eran limitados. Porque el parlamento es un instrumento de la política burguesa, ligado al método burgués de hacer política, y es también burgués en su efecto. En último análisis, la verdadera ventaja del parlamentarismo corresponde a la burguesía.

El método parlamentario burgués de comportarse en política está estrechamente relacionado con el método burgués de comportarse en economía. El método es: comerciar y negociar. Así como el burgués comercia y negocia mercancías y valores en su vida y oficio, en el mercado y en la feria, en el banco y en la bolsa de valores, también en el parlamento comercia y negocia las sanciones legislativas y medios legales para el dinero y los valores materiales negociados. En el parlamento, los representantes de cada partido intentan extraer tanto como sea posible de la legislatura para sus clientes, su grupo de interés, su "firma". Ellos también están en constante comunicación con sus asociaciones de productores, consorcios de las asociaciones patronales, asociaciones de intereses especiales o sindicatos, recibiendo de ellos instrucciones, información, reglas de comportamiento o mandatos. Ellos son los agentes, los delegados, y el negocio se hace a través de los discursos, los tratos, la disputa, las transacciones, la decepción, las maniobras en las votaciones, los compromisos. El trabajo principal del parlamento, entonces, no es realizado ni siquiera en las grandes negociaciones parlamentarias, que son sólo una especie de espectáculo, sino en los comités que se reúnen privadamente y sin la máscara de la mentira convenida.

En el período prerrevolucionario, el parlamento tenía además su justificación para la clase obrera, en tanto que era el medio de afianzar para ella tales ventajas políticas y económicas, así como las relaciones de poder admitidas en un momento dado. Pero esta justificación se volvió nula y vacua en el instante en que el proletariado se incorporó como una clase revolucionaria y avanzó sus demandas para tomar posesión del Estado entero y del poder económico. Ahora ya no había ninguna negociación más, ninguna modificación con mayores o menores ventajas, ningún compromiso --ahora es todo o nada. El primer logro revolucionario del proletariado tendría que ser, lógicamente, la abolición del parlamento. Pero no pudo cumplir con este logro, porque todavía estaba él mismo organizado en partidos, y estrechamente ligado así a las organizaciones de un carácter básicamente burgués y consecuentemente incapaces de trascender la naturaleza burguesa, esto es, la política, la economía, el orden estatal y la ideología burguesas. Un partido necesita el parlamentarismo como un parlamento necesita partidos. El uno condiciona al otro, en un sustentamiento y apoyo mutuos. El mantenimiento del partido significa el mantenimiento del parlamento y, con él, el mantenimiento del poder burgués.

Siguiendo el modelo del Estado burgués y de sus instituciones, el partido se organizó también sobre principios centralistas autoritarios. Todo movimiento en él va en la forma de órdenes del comité central arriba a la amplia base de sus miembros abajo. Abajo, la masa de los miembros; arriba, los grados de funcionarios a nivel local, regional, nacional. Los jefes políticos del partido son los suboficiales, los miembros del parlamento, los funcionarios. Dan las órdenes, definen los lemas, elaboran la política, son los más altos dignatarios. El aparato del partido, en la forma de oficinas, periódicos, fondos, mandatos, les da poder para dictar normas para la masa de los miembros, que no pueden evitar nada de lo último. Los funcionarios del comité central son, por así decir, los ministros del partido; emiten decretos e instrucciones, interpretan las decisiones de los congresos y de las conferencias del partido, determinan el uso del dinero, distribuyen puestos y oficinas de acuerdo con su política personal. Ciertamente, se supone que la conferencia del partido es la corte suprema, pero su composición, sesión, toma de decisiones e interpretación de estas decisiones están completamente en manos de los más elevados detentadores del poder en el partido, y la obediencia sonámbula típica del centralismo se ocupa de los necesarios ecos de subordinación.

La concepción de un partido con un carácter revolucionario en el sentido proletario es un sinsentido. Solo puede tener un carácter revolucionario en el sentido burgués, y por tanto, sólo durante la transición entre el feudalismo y el capitalismo. En otras palabras, en interés de la burguesía. Durante la transición entre el capitalismo y el socialismo tiene que fracasar, tanto más en proporción a cómo de revolucionaria haya sido su expresión en la teoría y en la fraseología. Cuando la Guerra Mundial estalló en 1914, es decir, cuando la burguesía mundial declaró la guerra al proletariado mundial, el Partido Socialdemócrata debía haber contestado con la revolución del proletariado mundial contra la burguesía mundial. Pero falló, se despojó de la máscara de la revolución mundial, y siguió la política burguesa de principio a fin. El USP debía haber hecho un llamamiento a la revolución cuando se concluyó el Tratado de Paz de Versalles. Su naturaleza burguesa, sin embargo, lo forzó a una orientación occidental en lugar de a una oriental; hizo agitación por la firma y el sometimiento. Incluso el KPD, tan hiperradical como es su pose, en toda cuestión crítica está constreñido, por su carácter centralista-burgués autoritario, a servir a los políticos burgueses tan pronto como llega el momento decisivo. Se sienta en el parlamento y lleva a cabo la política burguesa: en 1920, en el Ruhr, negoció con los militares burgueses[12]; en la acción del Ruhr contra Francia luchó del lado de Stinnes por medio de la resistencia pasiva; cae víctima del culto del nacionalismo burgués y confraterniza con los fascistas; se mete en los gobiernos burgueses con el propósito de ayudar ulteriormente, desde allí, a la política de Rusia de construcción capitalista. En todas partes, la política burguesa llevada a cabo con medios típicamente burgueses. Cuando el SPD dice que no quiere una revolución, hay una cierta lógica en esto porque, como partido, nunca puede llevar a cabo una revolución proletaria. Pero cuando el KPD dice que quiere la revolución, entonces asume en su programa mucho más de lo que es capaz de ejecutar, sea por ignorancia de su carácter burgués o por demagogia fraudulenta.

Cada organización burguesa es básicamente una organización administrativa que requiere una burocracia para funcionar. Así es el partido, dependiente de la máquina administrativa proporcionada por una dirección profesional pagada. Los dirigentes son los funcionarios administrativos y, como tales, pertenecen a una categoría burguesa. Los dirigentes, es decir, funcionarios, son pequeñoburgueses, no proletarios.

La mayoría de los dirigentes de partidos y sindicatos fueron una vez obreros, quizás los más firmes y revolucionarios. Pero cuando se hicieron funcionarios, es decir, dirigentes, agentes y negociantes, aprendieron a comerciar y a negociar, a manejar documentos y dinero en efectivo; se encargaron de mandatos, comenzaron a operar dentro del gran organismo burgués con la ayuda de su aparato organizativo. A quien Dios da oficio, da también el entendimiento. Cualquiera que es dirigente de una organización burguesa, incluyendo los partidos y los sindicatos, no lo es tanto por la fuerza de sus cualificaciones intelectuales, de su visión y excelencia, de su coraje y carácter, sino que es dirigente por la fuerza del aparato organizativo, que está en sus manos, a su disposición, dotándole de competencia. Él debe su papel dirigente a la autoridad que surge de la posición que ocupa en el mecanismo organizativo. Así, el secretario del partido obtiene su poder de la oficina en la que todos los hilos de la administración convergen, comenzando en el trabajo de imprenta del que sólo ella tiene conocimiento exacto; el editor obtiene su periódico, que tiene bajo su poder intelectual y usa como su instrumento; el tesorero de los fondos que maneja; el miembro del parlamento del mandato que le da una visión interior del aparato de gobierno denegada para los mortales ordinarios. Un funcionario de la dirección central puede ser mucho más limitado y mediocre que un funcionario subalterno, y todavía su influencia y poder son mayores, exactamente como un suboficial puede ser más inteligente que el Coronel o General sin tener la gran autoridad de estos funcionarios. Ebert[13] no es ciertamente la mente más capaz de su partido; pero, con todo, le ha instalado en la más alta oficina que puede dar; no es ciertamente tampoco la mente más capaz del gobierno, pero, ¿por qué ocupa esta posición? No sobre la base de sus cualificaciones personales, sino como representante aleatorio de su partido, una organización centralista, autoritaria, en la que él ha trepado hasta el escalón más elevado de la escala. ¿Y por qué la burguesía aguanta a este Ebert? Porque el método burgués de su política le ha llevado a esta posición, y porque él se comporta políticamente en todo como abogado y consejero de esta política burguesa. Un dirigente burgués en esta posición no sería ni mejor ni peor que él.

Aquí debe decirse algo acerca de la dirección en general.

No cabe duda de que siempre habrá personas que, en su conocimiento, experiencias, habilidad, carácter, sean superiores a otras, a las que influenciarán, advertirán, estimularán en la lucha, harán avanzar, dirigirán. Y así, siempre habrá dirigentes en este sentido. Algo bueno, además, pues la destreza, la integridad de carácter y la habilidad deberían dominar, no la estupidez, la tosquedad y la debilidad. Cualquiera que, en su rechazo de los dirigentes profesionales pagados que consiguen su autoridad del aparato organizativo, va tan lejos como para repudiar todas y cada una de las formas de dirección sin la consideración de que la superioridad mental y de carácter es una cualidad de dirección que no ha de ser repudiada, sino que ha de ser digna de bienvenida, sobrepasa la indicación y se convierte en un demagogo. Esto va también para aquellos que prorrompen en invectivas y rabia contra los intelectuales en el movimiento, o --como ha ocurrido-- incluso contra el conocimiento. Naturalmente el conocimiento burgués es siempre sospechoso y usualmente cuestionable, y los intelectuales burgueses son siempre una abominación en el movimiento obrero, del que abusan, al que llevan descaminado y al que bastante a menudo traicionan en beneficio de la burguesía. Pero los logros del aprendizaje burgués pueden ser relanzados para la clase obrera y forjados en armas, exactamente como las máquinas capitalistas prestarán un día servicios útiles para la clase obrera. Y cuando los intelectuales, en interés del proletariado, atienden al importante proceso de asimilación científica y reelaboración de las obras intelectuales, merecen el reconocimiento y el agradecimiento por esto, no el abuso y la inculpación. En conclusión, Marx, Bakunin, Rosa Luxemburg y otros fueron intelectuales, cuyas labores científicas hubieron de rendir los más valiosos servicios para la lucha de liberación del proletariado.

Los dirigentes profesionales pagados de las organizaciones burguesas merecen desconfianza y serán rechazados como agentes del aparato administrativo burgués. Su actividad burguesa genera en ellos hábitos vitales burgueses y una manera burguesa de pensar y de sentir. Inevitablemente, asumen la típica ideología de dirección pequeñoburguesa de los apparatchiks del partido y del sindicato. La seguridad de su designación, la enaltecida posición social, su salario puntualmente pagado, su oficina con buena temperatura, la rutina rápidamente aprendida de llevar los asuntos administrativos formales, engendran una mentalidad que hace que no haya forma de distinguir al funcionario laboral del funcionario de correos, fiscal, social o estatal, tanto en su trabajo como en su entorno doméstico. El funcionario está para la gestión correcta de los asuntos, el cuidado del orden, la descarga tranquila de las obligaciones; odia las perturbaciones, la fricción, los conflictos. Nada es tan repugnante para él como el caos, por lo que se opone a cualquier clase de desorden; combate la iniciativa y la independencia de las masas; teme la revolución.

Pero la revolución viene. Súbitamente está allí, levantándose. Todo se convulsiona, todo se vuelve del revés. Los obreros están en las calles, presionando para la acción. Se ponen en posición de derribar a la burguesía, destruir el Estado, tomar posesión de la economía. Entonces, un miedo monstruoso se apodera de los funcionarios. ¿Por la gracia divina el orden será transformado en desorden, la paz en desasosiego, la gestión correcta de los asuntos en caos? ¡Nada de eso! Así "Vorwarts"[14], el 8 de Noviembre de 1918, advertía de "agitadores sin conciencia" que "tenían fantasías de revolución"; así la hoja informativa de los sindicatos combatía a los "aventureros irresponsables" y "golpistas"; así el partido parlamentario envió a Scheidemann[15] aún en el último momento al Gabinete wilhelmita[16], para que "el mayor infortunio --la revolución-- pueda ser evitado". Y durante la revolución, donde quiera que los obreros quisieron pasar a la acción, fueron ávidamente respondidos en todo momento por los funcionarios de partidos y sindicatos, con el llamado: "¡No a tanta violencia! ¡Ningún derramamiento de sangre! ¡Sed razonables! ¡Dejadnos negociar!".

En tanto se recurrió a las negociaciones en vez de agarrar al enemigo y hacerle caer al suelo, la burguesía estaba salvada. La negociación es, después de todo, su método de comportarse en política, y es en su terreno de lucha donde se encuentra más segura. Querer continuar la política proletaria en la casa de la burguesía y con sus métodos significa sentarse a la mesa de los capitalistas, comiendo y bebiendo con ellos, y traicionando los intereses del proletariado. La traición a las masas --desde el SPD al KPD en el extremo-- no necesita surgir de la intención de base; es simplemente la consecuencia de la naturaleza burguesa de todo partido y organización sindical. Los dirigentes de estos partidos y sindicatos, de hecho, son espiritualmente parte de la clase burguesa, físicamente parte de la sociedad burguesa.

Pero la sociedad burguesa está derrumbándose. Está cayendo cada vez más, víctima de la ruina y de la decadencia. Su legislatura es ridícula y despreciada por la burguesía misma. Se promulgan leyes sobre las tasas de interés y la moneda, y a nadie le importa en absoluto. Todo lo que no hace mucho tiempo era considerado como sagrado --la iglesia, la moralidad, el matrimonio, la escuela, la opinión pública-- es expuesto, ensuciado, ridiculizado, distorsionado en una caricatura. En tales tiempos el partido tampoco puede seguir existiendo ya; como miembro de la sociedad burguesa se hundirá con ella. Sólo un curandero intentaría preservar de la muerte una mano cuando el cuerpo yace muriendo. De ahí la cadena inacabable de escisiones de partido, disturbios, disoluciones --ningún comité ejecutivo, congreso de partido, Segunda o Tercera Internacional, Kautsky o Lenin pueden parar ahora el derrumbe de los partidos. Ahora les ha llegado la hora a los partidos, igual que le ha llegado a la sociedad burguesa. Se mantendrán firmes todavía, como los gremios y las compañías de la edad media lo han hecho hasta hoy: como instituciones supervivientes sin poder para transformar la historia. Un partido como el SPD, que abandonó sin lucha todas las conquistas del alzamiento de Noviembre, incluso en parte haciendo el juego a la contrarrevolución, con la que está envuelto y sentado en gobiernos, ha perdido toda justificación para su existencia. Y un partido como el KPD, que es sólo una rama europea del Turkistán, y no podría mantenerse durante un par de semanas por su propia fuerza sin los ricos subsidios procedentes de Moscú, nunca tuvo justificación para su existencia. El proletariado trascenderá a ambos los dos, sin ser turbado por la disciplina de partido y los gritos de los apparatchiks, ni por las resoluciones y decisiones congresuales. En la hora del derrumbe se salvará a sí mismo de la asfixia causada por el estrangulador poder de organización burgués.

Tomará su causa en sus propias manos.

 


V. Los sindicatos

«El precio de la fuerza de trabajo --como el de no importa qué otra mercancía-- puede subir por encima o descender por debajo de su valor; dicho de otra manera, apartarse, en uno u otro sentido, del precio que es la expresión monetaria del valor.»

«El valor de la fuerza de trabajo constituye la base racional y declarada de los sindicatos, cuya importancia no hay que subestimar para la clase obrera. Los sindicatos tienen como fin impedir que el nivel de los salarios descienda por debajo del montante pagado tradicionalmente en las diversas ramas de la industria, y que el precio de la fuerza de trabajo caiga por debajo de su valor. Saben, ciertamente, que si cambia la relación entre la oferta y la demanda, el precio de mercado también cambia. ...Los obreros se coaligan a fin de colocarse, de alguna manera, en pié de igualdad con los capitalistas, para la contratación de la venta de su trabajo. Esta es la razón (la base lógica) de los sindicatos. Lo que estos buscan es evitar que, bajo la presión directa de la miseria que le es particular, el obrero sea obligado a contentarse con un salario inferior al que estaba fijado con anterioridad por la oferta y la demanda en determinada rama de actividad, de manera que el valor de la fuerza de trabajo caiga por debajo de su nivel tradicional en esa industria.»

«Los sindicatos jamás permiten, por tanto, a sus miembros trabajar por debajo de ese mínimo de salario. Son sociedades de seguridad creadas por los obreros mismos.»

Karl Marx, Resultados del proceso de producción inmediato

(borrador del Capítulo VI inédito del libro I de El Capital - páginas sueltas), 1863-66 aprox.

Lo que se ha dicho sobre los partidos, los dirigentes de partido y las tácticas de partido, vale incluso más para los sindicatos. De hecho, nos muestran tanto más la típica táctica de compromiso pequeñoburguesa en cuanto que su propia existencia representa un compromiso entre capital y trabajo. Los sindicatos nunca proclamaron que la eliminación del capitalismo fuese su meta y misión. Ellos mismos nunca se comprometieron de ninguna manera práctica para este fin. Desde sus inicios, los sindicatos consideraron la existencia del capitalismo como un hecho dado. Aceptando este hecho, se han empeñado y comprometido dentro del marco del orden económico capitalista para luchar por mejores salarios y condiciones de trabajo para el proletariado. No, luego, para la abolición del sistema del salariado, no para el rechazo fundamental de la economía capitalista, no para la lucha contra la totalidad. Eso, decían los sindicatos con lógica burguesa, es asunto del partido político. Por consiguiente, ellos se declararon no políticos; hicieron algo grande de su neutralidad, y rechazaron cualquier obligación de partido. Su papel es el del compromiso, la mediación, la curación de síntomas, la prescripción de paliativos. Desde el comienzo, su actitud básica al completo no sólo era no política, sino también no revolucionaria. Eran reformistas, oportunistas, órganos auxiliares de compromiso entre la burguesía y el proletariado.

Los sindicatos crecieron de las asociaciones de trabajadores a jornal de los viejos gremios artesanos. Estaban llenos del espíritu del moderno movimiento obrero cuando el capitalismo, a través de la gran crisis de 1860, estampó con particular aspereza en la conciencia del proletariado las trampas y horrores de su sistema. Bajo esta presión económica, que hinchó en gran medida el movimiento obrero a lo largo de Europa, el primer congreso sindical fue convocado por Schweitzer y Fritzche en 1868. Fritzche caracterizaba muy acertadamente las organizaciones sindicales y sus deberes cuando explicaba: "Las huelgas no son medios para cambiar los fundamentos del modo capitalista de producción; son, no obstante, medios para llevar más allá la conciencia de clase de los obreros, quebrando la dominación policiaca y eliminando de la sociedad de hoy los abusos sociales individuales de naturaleza opresiva, como la jornada de trabajo excesivamente larga y el trabajo el domingo". En el siguiente período, la actividad de los sindicatos consistió en la agitación del proletariado, movilizándole hacia la coordinación, ganándole para la idea de la lucha de clases, protegiéndole contra los peores rigores de la exploración capitalista, y arrancando constantemente ventajas momentáneas cuando fuese posible de la siempre cambiante situación entre trabajo y capital. El empresario, anteriormente el amo todopoderoso de la casa, pronto tuvo contra él el poder fuertemente centralizado de la organización. Y la clase obrera, elevada en la conciencia de su valor en el proceso de producción por la acción coordinada, y educada de huelga a huelga y de conflicto a conflicto en el desarrollo de su energía de lucha, pronto se constituyó en un factor que el capitalismo tuvo seriamente que tener en cuenta en todos sus cálculos de beneficio.

Nunca podemos pensar seriamente en negar el gran valor que los sindicatos tuvieron para el proletariado como medios de lucha en la defensa de los intereses obreros; ninguno se atreverá a empequeñecer o disputar los extraordinarios servicios que los sindicatos han realizado defendiendo estos intereses. Pero todo esto son hoy, desgraciadamente, testimonios y pretensiones de fama que pertenecen al pasado.

En la lucha entre capital y trabajo, los empresarios reconocieron muy pronto el valor de la organización. Para ser capaces de confrontarse con las coaliciones obreras, se unieron en poderosas asociaciones, primero mediante categorías de oficio y ramas industriales. Y --como tenían grandes recursos financieros y la protección y el favor de los funcionarios públicos de su lado, supieron cómo influenciar la legislación y la jurisdicción, y pudieron aplicar los más rigurosos métodos de terror, hostigamiento y desprecio a cualquier patrono que no asumiese sus intereses de clase lo bastante rápidamente y no se tomase, de este modo, el interés requerido en la asociación-- sus organizaciones se hicieron pronto más fuertes, más eficaces y más poderosas que las de los obreros. Los sindicatos se vieron empujados de la ofensiva a la defensiva por las asociaciones patronales. Las luchas se volvieron más violentas y encarnizadas, fueron exitosas cada vez más raramente, normalmente acababan en el agotamiento de los fondos centrales, y así necesitaban pausas más y más prolongadas entre las luchas para reposar y recuperarse. Finalmente, se reconoció que los cuestionables éxitos a medias salían usualmente demasiado caros, que (en el mejor de los casos) los compromisos resultantes de los asaltos del combate podrían ganarse con menos costes si la disposición a negociar se mostrase claramente desde el comienzo. Así, abordaron las luchas ulteriores con demandas reducidas, con disposición a negociar, con la intención de hacer un trato. En lugar de luchar abiertamente, cada parte trató de vencer a la otra maniobrando. El ofrecimiento a negociar no fue considerado durante más como una falta o una debilidad. Se ajustaban al compromiso. Como una norma, el acuerdo --no la victoria-- se convirtió en la conclusión de los movimientos salariales o de los conflictos sobre las horas. Así, con el tiempo, sobrevino una alteración de principio a fin en la táctica y en el método de lucha.

Surgió la política de firmar contratos de trabajo. Sobre la base de acuerdos y de la conciliación, se firmaban contratos en los que se regulaban las condiciones de trabajo por escrito. Los contratos obligaban a toda la organización de ambas partes en la rama industrial por un período de tiempo más largo o más corto. En la forma de un compromiso, representaban una especie de tregua hasta nuevo aviso. El patrono ganaba ventajas significativas a través de la conclusión de los contratos de trabajo: podría hacer cálculos comerciales más exactos durante la duración del contrato; podría demandar en una corte burguesa el cumplimiento de los términos del contrato; podría contar con una cierta estabilidad en su gestión y tasa de ganancia; y, sobre todo, podría concentrar su fuerza en mayor paz durante años, para situar mucha más presión sobre la fuerza de trabajo cuando se fuese a concluir el siguiente contrato. En contraste con el patrono, el obrero recibió sólo las desventajas del contrato de trabajo: limitado por el contrato durante largos períodos, era incapaz de disponer de las oportunidades más favorables que les surgían para mejorar su posición; su conciencia de clase y voluntad de lucha se adormecieron con el tiempo y estaba condicionado a la inactividad; de este modo, cayó más y más en la atmósfera, fatal para la lucha de clases, de la "armonía entre capital y trabajo" y de la "comunidad de intereses entre el dador trabajo y el tomador de trabajo"; así, sucumbió completamente al desesperanzado oportunismo pequeñoburgués, que vive al día y hace que aún las reformas más prácticas y "logros positivos" sean más dudosos y carentes de valor cuanto más prosigue; y al final se convierte en la víctima incauta de la camarilla de funcionarios y dirigentes, estrechos de mente, circunscritos y frecuentemente sin escrúpulos, cuyo principal interés desde hace mucho tiempo no es el bien del obrero sino el afianzamiento de sus posiciones administrativas. De hecho, mientras la política de los contratos de trabajo se volvió predominante, la participación de los trabajadores en la vida de los sindicatos se adormeció más; se asistía escasamente a las reuniones, la participación en las elecciones descendió de forma marcada, las cuotas tenían que recaudarse casi por la fuerza, el terror en las fábricas alcanzó su medida más elevada con la burocratización del aparato administrativo -ambos, medios para mantener la existencia de la organización, que se había convertido en un fin en si mismo. La introducción de contratos nacionales para amplias categorías de trabajadores provocó un incremento aún mayor del centralismo y del poder de los funcionarios y, al mismo tiempo, también una siempre creciente escisión entre los dirigentes y las masas, una mayor alienación de la organización de su carácter original como un medio de lucha y del objetivo de la lucha, y una degradación más profunda de los obreros en títeres insignificantes y sin voluntad, sólo pagando cuotas y ejecutando instrucciones, en manos de la burocracia de la asociación.

Otro factor se añadió. Para encadenar al obrero a la organización a través de todos sus intereses, que derivan de su permanente situación próxima al límite del sustento, los sindicatos desarrollaron un extensivo y complejo sistema de aseguramiento, llevando a cabo una suerte de política social práctica. Aparentemente para beneficio del trabajador, ciertamente a sus expensas. Hay seguro de enfermedad, de muerte, de desempleo, de desplazamiento y de viaje para un nuevo empleo; un completo aparato de bienestar social con pequeños emplastes y toda clase de paliativos para la miseria proletaria. El trabajador recibe una política de aseguramiento tras otra, paga premio tras premio, desarrolla un interés en la liquidez de la tesorería del sindicato y aguarda la oportunidad de llamar en su ayuda. En lugar de pensar acerca de la gran lucha, está perdido en cálculos sobre ínfimas cantidades de dinero. Es fortalecido y mantenido en su modo de pensar pequeñoburgués; se hunde, para perjuicio de su emancipación como proletario, en los constreñimientos y estrecheces de miras del concepto pequeñoburgués de la vida, que no puede dar nada sin preguntar qué debe hacer a cambio; se acostumbra a ver el valor de la organización en las fortuitas y mezquinas ventajas materiales del momento, en vez de mantener sus miras en la gran meta, libremente anhelada y por la que se lucha abnegadamente --la liberación de su clase. De esta manera, el carácter combativo de clase de la organización es sistemáticamente socavado, y la conciencia de clase del proletariado irreparablemente destruida o devastada. Para acabar, el pobre diablo carga sobre sus hombros los costes de un sistema de beneficios y bienestar sociales que, básicamente, el Estado debe desembolsar de la riqueza del conjunto de la sociedad, posando la carga sobre el financieramente débil.

De este modo, los sindicatos llegaron, con el tiempo, a ser órganos de la charlatanería pequeñoburguesa, cuyo valor para el obrero se redujo de cualquier modo a la nada, una vez que bajo la presión de la devaluación del dinero y de la miseria económica[17] la solvencia de todos los fondos de bienestar cayó a cero. Pero más que eso: en lógica congruencia con su tendencia hacia la comunidad de intereses entre capital y trabajo, los sindicatos se desarrollaron como órganos auxiliares de los intereses económicos capitalistas-burgueses, y así de la exploración y de la obtención de beneficios. Llegaron a ser los más leales escuderos de la clase burguesa, las tropas protectoras más fiables para las arcas capitalistas.

Con el estallido de la guerra se manifestaron en favor del deber de la defensa nacional sin vacilar un momento; adoptaron la política burguesa de guerra, concedieron la paz civil, suscribieron los préstamos de guerra; predicaron el imperativo de la paciencia, ayudaron a promulgar la ley del servicio auxiliar y suprimieron frenéticamente cada movimiento de sabotaje o revuelta en la industria de armas y municiones. Con el estallido de la revolución de Noviembre, protegieron al gobierno del Kaiser, se lanzaron contra las masas revolucionarias, se aliaron con el gran capital en una asociación de trabajo, se dejaron sobornar con oficinas, honores e ingresos en la industria y en el Estado, aplastaron todas las huelgas y levantamientos en unidad con la policía y los militares, y así, descarada y brutalmente, traicionaron los intereses vitales del proletariado a su enemigo jurado.

En la construcción del capitalismo después de la guerra, en el reesclavizamiento de las masas a través del capital organizado en corporaciones (trusts) y conectado internacionalmente, en la stinnes-ización de la economía alemana, en las luchas en la Alta Silesia[18] y en el Ruhr, en el cercenamiento de la jornada de ocho horas, las órdenes de desmovilización, el ahorro forzado, la eliminación de los Consejos Obreros, de los Comités de Fábrica, de las Comisiones de Control, etc., durante el terror contra sindicalistas, unionistas[19], anarquistas --siempre y en todas partes estaban listos para ayudar del lado del capital, como una guardia pretoriana dispuesta a la acción más baja y vergonzosa. Siempre contra los intereses del proletariado, contra el progreso de la revolución, la liberación y la autonomía de la clase obrera, ellos usaron y usan con mucho la mayor parte de todos los aumentos de fondos para asegurar y proveer materialmente su existencia como jefes y parásitos, que --como ellos bien saben-- se sostiene y cae junto con la existencia de la organización sindical que han falsificado de un arma para los obreros en un arma contra los obreros.

Querer revolucionar esos sindicatos es una empresa absurda, porque es totalmente imposible y desesperada. Este "revolucionamiento" o se resume en un simple cambio de personal, no cambiando absolutamente nada en el sistema sino extendiendo al máximo el centro de la infección, o de otro modo debe consistir en separarse del centralismo sindical, de la firma de compromisos, del cuerpo de dirección profesional, de los fondos de aseguramiento, del espíritu de compromiso... Luego, ¿que se ha abandonado? ¡Nada de nada!

Mientras tanto los sindicatos existan, seguirán siendo lo que son: los más genuinos y eficientes guardias blancos de los patronos, a los que el capital alemán debe mayor gratitud que a todos los guardias de Noske y Hitler[20] puestos juntos.

Como instituciones generalmente perjudiciales, contrarrevolucionarias, enemigas de los trabajadores, sólo pueden ser destruidas, aniquiladas, exterminadas.

 


VII. Organización de fábrica y unión obrera

«Como resultado de la creciente competencia de los burgueses entre sí y de las crisis comerciales que ella ocasiona, los salarios son cada vez más fluctuantes; el constante y acelerado perfeccionamiento de la máquina coloca al obrero en situación cada vez más precaria; las colisiones entre el obrero individual y el burgués individual adquieren más y más el carácter de colisiones entre dos clases. ... A veces los obreros triunfan, pero es un triunfo efímero. El verdadero resultado de sus luchas no es el éxito inmediato, sino la unión cada vez más amplia de los obreros.»

«Todos los movimientos fueron hasta ahora realizados por minorías o en interés de minorías. El movimiento proletario es un movimiento autónomo de la inmensa mayoría en interés de la inmensa mayoría. El proletariado, capa inferior de la sociedad actual, no puede levantarse, no puede enderezarse, sin hacer saltar toda la superestructura formada por las capas de la sociedad oficial.»

Karl Marx / Friedrich Engels, Manifiesto del Partido Comunista, 1848.

 

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«...La esencia humana no es algo abstracto inherente al individuo singular. Es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales». «...El mismo «sentimiento religioso» es un producto social y... el individuo abstracto... pertenece en realidad a una determinada forma de sociedad [--la forma burguesa de sociedad, la sociedad civil (bürgerlichen)]». «La vida social es esencialmente práctica.»

Karl Marx, Tesis sobre Feuerbach, VI-IX, 1845.

Cuando en la Revolución de Noviembre de 1918, el carácter burgués y contrarrevolucionario de partidos y sindicatos se reveló en toda su gloria por segunda vez, una sección de los proletarios, que eran serios acerca de la revolución, tomaron conciencia. Reconocieron que la lucha proletaria que se agota en la base dada, siempre se desvanece en cambios de poder; que organizaciones burguesas con tácticas de lucha burguesas, aun cuando tengan proletarios como miembros, acaban necesariamente en un compromiso con el poder económico y estatal burgués; que, en vista del desplazamiento del énfasis principal de todas las luchas hacia el aspecto económico, permanecer en organizaciones políticas y librar disputas políticas de aquí en adelante ha de conducir a la derrota.

De esta manera, una sección del proletariado comienza a orientarse hacia nuevos puntos de vista, y finalmente también a organizarse. Es reconocido que:

La revolución proletaria es completamente diferente en carácter de la revolución burguesa.

La revolución proletaria es primero y principalmente un asunto económico.

El combate por la revolución proletaria no puede librarse en organizaciones burguesas, sino sólo en organizaciones proletarias.

La revolución proletaria debe desarrollar su propia táctica de lucha.

La consecuencia de este reconocimiento fue la decisiva separación del partido, del parlamento, del sindicato y de todo lo relacionado con ellos. Al principio, el resultado positivo flotaba en el aire, no demasiado claramente, y sólo tomaba cuerpo y forma con el tiempo, en el curso de muchas luchas y discusiones. El sindicato revolucionario de los obreros americanos, IWW, emergió como el modelo, aunque conocido sólo por unos pocos. Sumado a esto, precisamente en el período revolucionario, la idea del Sistema de Consejos que se había ensayado en gran parte en Rusia, estaba siendo ansiosamente discutida y permanecía en el centro de todas las sugerencias prácticas para la socialización y de los intentos de socialización. Las huelgas "salvajes" que estallaron por todas partes y fueron llevadas adelante contra la voluntad de los sindicatos, dieron origen a la elección de comités de acción revolucionarios, a los que pronto sucedieron los consejos de fábrica revolucionarios. Finalmente, el movimiento se convirtió, primero en la región del Ruhr entre los mineros, en una lucha por organizaciones revolucionarias de fábrica.

Estas organizaciones de fábrica, agrupadas localmente y además unidas en áreas económicas, y su construcción y completamiento en una organización-de-consejos unitaria que se extendiese por todo el Estado, pronto llegaron a ser la principal idea y primer objetivo de un movimiento que fluía dentro de la Unión Obrera como nuevo recipiente organizativo de la voluntad de lucha de los obreros revolucionarios. No argüida por los cuarteles oficiales de los dirigentes, no transmitida a través de la propaganda a los trabajadores como una astuta invención, sino creciendo de un modo totalmente elemental desde el suelo de las luchas más vigorosas y serias, pronto se estableció incondicionalmente, como objeto de los más calientes conflictos de opinión y debates, en el centro del movimiento revolucionario.

El movimiento de la Unión Obrera se origina del conocimiento básico de que la revolución proletaria, porque quiere ver derrocada la base de la sociedad, es en primer lugar una revolución económica, y que la fuerza de trabajo del capital, cuyo poder está anclado en las fábricas y se desenvuelve en primer lugar económicamente, debe avanzar desde las fábricas como poder determinado.

Sólo en la fábrica el obrero actual es realmente un proletario, y como tal un revolucionario dentro del significado de la revolución socialista-proletaria. Fuera de la fábrica es un pequeñoburgués, envuelto en un entorno pequeñoburgués y en hábitos de vida de clase media, dominado por la ideología pequeñoburguesa. Ha crecido en familias burguesas, educado en una escuela burguesa, nutrido en el espíritu burgués. El matrimonio es una institución penal burguesa. Morar en barracas alquiladas es una disposición burguesa. El hogar privado de cada familia, con su propia cocina, conduce a un modo de vida económico completamente egoísta. Allí el marido mira por su esposa, la esposa mira por sus hijos; cada uno piensa sólo en sus intereses. Aun el niño es orientado en las escuelas burguesas hacia el conocimiento bajo la influencia de la burguesía, un conocimiento tejido de acuerdo con las tendencias burguesas. Todo es tratado desde la perspectiva de la interpretación ideológica-burguesa de la historia. Luego, en el aprendizaje, en las ocupaciones, en el taller: de nuevo en ambientes burgueses. Lo que sea que uno lee, que recoge en el teatro, en el cine -y así en todas partes, en la calle, en el alojamiento--, la existencia burguesa viene a encontrarse con él. Y todo eso da lugar a un modo de pensar y de sentir burgués.

Las multitudes se vuelven, tan pronto como se han quitado las ropas de trabajo, burguesas también en su comportamiento. Ellos tratan a las esposas y a los hijos tal como son tratados por sus patronos; demandan sometimiento, servicio, autoridad. Cuando el proletariado sea liberado de la burguesía, las mujeres y los niños todavía tendrán que ser liberados de los hombres. Esto no tiene nada que ver con una intención malvada, sino que emerge de nuestra actitud burguesa, a través del ambiente, a través de la atmósfera burguesa.

Siempre que el obrero sea visto fuera de la fábrica, es un pequeñoburgués. En la ropa, en los hábitos, en el estilo de vida, imita al burgués y está contento cuando no se le puede distinguir de la burguesía. Si agrupamos al obrero de acuerdo con sus áreas vitales y las calles donde vive, con la afiliación al partido y al sindicato, entonces encontraremos sólo un pequeñoburgués. En el mejor de los casos nos entendemos con él para distribuir un folleto, para una manifestación pacífica, difícilmente algo más. Prefiere eludir la lucha o retirarse rápidamente. "Los dirigentes deben luchar", dice él en su cobardía, "para eso les pagamos".

En la fábrica, el trabajador es otra persona. Allí se confronta con el capitalista cara a cara, siente el puño en su cuello, es irritado, está afligido, hostil. Si un conflicto estalla ahí, no puede evitarlo tan fácilmente. Está bajo el control de otros, sujeto a la influencia general, es arrastrado junto con el resto y se mantiene firme. La disposición revolucionaria y la determinación revolucionaria coinciden aquí.

Partidos y sindicatos, debido a que siempre incluyen sólo a los proletarios pequeñoburgueses, nunca a los proletarios efectivos, conscientes, no pueden nunca --sobre el único fundamento de la composición de sus recursos humanos-- llevar a cabo una acción revolucionaria. En el mejor de los casos, un alboroto o un golpe (putsch). Pero luego, cuando estos furiosos pequeñoburgueses, su rabia que revienta, se precipitan en las calles para luchar, son acorralados, mutilados o apuñalados por el organismo burgués (los patronos, la policía, el ejército). Y el movimiento está perdido.

No así en la fábrica. En toda fábrica hay un núcleo de elementos revolucionarios. Vienen de todos los campos y partidos. Sólo una grosera desilusión puede mantener que exclusivamente hay revolucionarios en un partido o que la adherencia a este partido constituye la calidad revolucionaria. Todos los revolucionarios de la fábrica, sin trabas por la previa adherencia a un partido o sindicato, se reúnen y forman la organización de fábrica revolucionaria. ¿Eres revolucionario? ¿Estas abandonando el partido y el sindicato? -- Eso es suficiente. Cualquiera que quiera puede convertirse en un miembro de la organización de fábrica revolucionaria.

La revolución proletaria tiene que destruir un poderoso sistema desde su fundamento y crear algo totalmente nuevo sobre la más amplia escala. Para esta tarea, las fuerzas de partidos y sindicatos no son adecuadas. Incluso las asociaciones más fuertes son demasiado débiles para eso. La revolución proletaria sólo puede ser la obra del conjunto de la clase proletaria. Todas las energías deben incluirse para esto. Cada individuo debe estar en su propio lugar y dar allí lo mejor de sí mismo. Este lugar propio es la fábrica, donde cada uno cumple con su deber. Aquí, en la fábrica, todas las fuerzas proletarias encuentran su expresión.

Básicamente, la organización de fábrica no es nada nuevo. Que crezca de modo casi natural a partir de la lucha se explica por el hecho de que, en el desarrollo de la lucha y del trabajo, todo estaba preparado para su surgimiento. Estuvo, por así decir, al alcance de la mano durante mucho tiempo; el capitalismo mismo la creó. Con motivo del beneficio, construyó un asombroso sistema de organización del trabajo: la fábrica, la mina, las obras, el complejo económico, el distrito comercial. Los obreros sólo necesitan adquirir conciencia revolucionaria de esta organización para apropiarse de ella, cercarla y usarla para organizar la lucha. No tiene que crear un substituto del partido ni un competidor del sindicato. Sólo tiene que tomar posesión de la organización existente del trabajo, que sirve a los fines del beneficio capitalista, y ponerla al servicio de los objetivos revolucionarios de la lucha. Esto ocurre cuando los trabajadores en las fábricas reconocen ellos mismos el poder que tienen en sus manos; cuando soportan mayores sufrimientos para tomar por sí mismos el aparato organizativo existente; y cuando finalmente toman posesión de las fábricas, para erradicar el sistema burgués y poner el socialismo en su lugar. El medio para eso es la organización de fábrica.

La organización de fábrica es una forma federativa sin centralismo. Todos los miembros son independientes; nadie de fuera de la fábrica tiene voz en sus asuntos de fábrica. En sus organizaciones de fábrica, los miembros son autónomos. Ningún jefe desde la oficina o sede central, ningún dirigente intelectual o profesional puede interferir en sus asuntos. Las organizaciones de fábrica se construyen a partir de sus propios recursos y resuelven sus asuntos con sus propias energías y sus propios medios. Esta es la independencia federalista. La autonomía. La organización de fábrica no es ni un partido ni un sindicato. No tiene nada que ver con la agitación y la participación en los sindicatos. No es una asociación laboral, ni una institución de beneficencia o socorro; ni firma contratos de trabajo ni tiene interés en los navíos a vapor de HAPAG bautizados con el nombre de "Karl Legien"[23]. Es, entonces, simplemente un lugar para la preparación y el fomento de la revolución.

Si una organización de fábrica existe próxima a otras, entonces deben formar ligaciones entre sí. Asumiremos que, dentro de grandes organizaciones de fábrica, existirán diferentes secciones (fundición, moldeo, torneado, carpintería y contabilidad). Esas secciones juntas comprenden los trabajos. En las cuestiones que no conciernan a las secciones individuales sino al conjunto, las organizaciones de fábrica deben trabajar juntas. Esto se produce a través de los delegados de fábrica o enlaces, que son elegidos en la base y ad hoc. Para una discusión, una cierta resolución, el delegado recibe un mandato imperativo de su organización de fábrica. El delegado tiene únicamente que llevar a cabo las instrucciones de su organización de fábrica, y por ese motivo no dispone de ninguna clase de derechos independientes. Así, el dirigente no es independiente de sus electores como la secretaría del partido o los miembros del parlamento. No puede decidir una cosa u otra y posteriormente remitirse a la base y recibir un voto de confianza. Sólo tiene que realizar la voluntad de las masas. La afiliación tiene el derecho de revocarle en cualquier momento, si el delegado no es de confianza. Puede ser, entonces, reemplazado por otro mejor. Está permanentemente bajo el control y el poder de las masas --a través suyo se expresa la masa trabajadora.

Pero puede haber cuestiones que vayan más allá aún de la esfera de una fábrica, que quizás afecten a una región económica entera. Entonces los delegados de las fábricas de toda la región económica se reúnen. También tienen un mandato imperativo y son siempre revocables. Así, la estructura es completa, desde la fábrica, a través de los trabajos, el distrito económico, hasta el Estado entero. Esto no es un nuevo centralismo, sino solo el Sistema de Consejos construido de abajo a arriba. El centralismo también tiene, superficialmente, esta forma de organización. Pero allí las órdenes van de arriba a abajo. En la estructura de la organización de fábrica, la decisión va de abajo a arriba; no descansa en el juicio de los dirigentes, sino en el fundamento de que las masas expresen su voluntad. Los dirigentes no mandan mientras las masas tienen que obedecer; más bien, las masas deciden y los dirigentes se han convertido en ejecutores de la voluntad de las masas. La política es realizada en nombre y tras la iniciativa de las masas. Esto es lo fundamentalmente nuevo, el elemento proletario.

Los viejos partidos y sindicatos establecieron su estructura como sigue: unas cuantas personas que se consideraron como dirigentes desde el principio organizaron un congreso, prepararon un programa, elaboraron una resolución fundacional y se dieron una denominación --luego se reclutaron los miembros. Primero estaban los funcionarios, luego los soldados --el influenciamiento y otorgamiento de bendiciones sobre las personas se siguió de lo anterior, de acuerdo con el principio autoritario.

En la estructura de la organización de fábrica esto es exactamente del modo inverso. Primero de todo están las masas allí, reuniéndose, organizando y deliberando sobre sus asuntos. Si la gente necesita llevar a cabo las decisiones tomadas, entonces se escogen delegados a quienes la decisión es transmitida como un mandato imperativo. Si los delegados se reúnen en una conferencia con los delegados de otras organizaciones de fábrica, la conferencia no tiene que deliberar y concluir, tiene solamente que establecer la voluntad de las organizaciones de fábrica representadas. La decisión es la afirmación de esta voluntad. Ora bien, es la tarea de la conferencia deliberar cómo se llevará a cabo la decisión del modo más conveniente. De esta manera, los delegados se convierten en órganos ejecutivos que cumplen la voluntad de las organizaciones de fábrica. No están en primera fila, sino en la última, pues el movimiento va de abajo hacia arriba. El énfasis principal está en las masas, no en los dirigentes.

La asociación de organizaciones de fábrica en una unidad más amplia y más fuerte se denomina una Unión Obrera. El cuerpo de dirección de la Unión Obrera está formado por aquellos en la cumbre de las organizaciones regionales. En esta estructura organizativa la Unión Obrera no es federalista ni centralista, sino ambas y ninguna a la vez. Deja que la libertad y la independencia sigan existiendo en la subestructura, tal y como es garantizada por el federalismo de las organizaciones de fábrica, pero acrecienta en la superestructura el factor unificador de la concentración, derivado del centralismo. Pero así como el federalismo está presente sin su debilitad de la fragmentación y la falta de unidad, también el centralismo lo está, sin la desventaja de la parálisis y la asfixia de la iniciativa individual y de la voluntad de las masas. En la Unión Obrera, entonces, federalismo y centralismo aparecen en su más elevada unidad, en una síntesis. Ahí descansa la gran superioridad de la Unión Obrera sobre cualquier otra organización. Es más completa que cualquier asociación simplemente federalista o centralista; es ambas cosas sin las desventajas de una forma o de la otra.

En la fase prerrevolucionaria, la división de las organizaciones en organización política y organización sindical tenía un sentido. En ese período había, de hecho, luchas puramente políticas que serían resueltas con medios políticos, y luchas puramente económicas que demandaban medios de lucha exclusivamente económicos. Desde la guerra y la gran transformación que produjo, esto se ha alterado. Hoy toda lucha económica, aunque pequeña al principio, deviene en un cerrar de ojos en un conflicto político: todo movimiento salarial acaba con el reconocimiento de que los incrementos salariales ya no van a ayudar más al proletariado; que, más bien, solamente echar a un lado el conjunto del sistema salarial asegura su salvación del hundimiento. Pero esto es también un problema político, y viceversa: todo conflicto político serio inmediatamente pone en movimiento las armas de las luchas económicas. Ebert y Noske, enemigos jurados de la huelga general, cuando vieron su sistema político puesto en peligro por el golpe de Kapp, llamaron a las masas a la huelga general. El KPD, en sus famosos 21 puntos de la Conferencia de Partido de Heidelberg[24], rechazaron de un modo completamente decisivo el sabotaje y la resistencia pasiva como "métodos de lucha sindicalistas y anarquistas". Pero en la lucha del Ruhr, el gobierno, el SPD y el KPD juntos, llamaron a los trabajadores al sabotaje y a la resistencia pasiva.

En la revolución, la situación actual demanda que ahora este, ahora ese método, sean empleados en la lucha; que los métodos se cambien con rapidez, que se emprenda frecuentemente una combinación de métodos, etc. La revolución misma cambia su aspecto continuamente; ahora es más un proceso económico, ahora más un proceso político; tiene el mayor interés en una organización económico-política integrada, con la que estimar cada situación y fase de la lucha. La Unión Obrera es esa organización integrada.

La primera Unión Obrera en cuanto que organización integrada se originó en Octubre de 1921, siguiendo el liderazgo de Sajonia oriental, que ya se había separado del KAPD en 1920. Una conferencia nacional adoptó, por sugerencia de Sajonia oriental, los siguientes principios fundacionales de la AAUD-E (Unión Obrera General - Organización Unitaria):

1. La AAUD-E es la organización unitaria política y económica del proletariado revolucionario.

2. La AAUD-E lucha por el comunismo, la socialización de la producción, materias primas, medios y fuerzas, y de los bienes necesarios producidos a partir de ellos. La AAUD-E quiere establecer la producción y la distribución planificadas en lugar de los actuales métodos capitalistas.

3. El objetivo último de la AAUD-E es una sociedad sin dominación; el camino hacia esta meta es la dictadura del proletariado como clase. La dictadura del proletariado es el ejercicio exclusivo de los trabajadores de su voluntad sobre la institución política y económica de la sociedad comunista, por medio de la organización-de-consejos.

4. Las tareas inmediatas de la AAUD-E son:

(a) La destrucción de los sindicatos y de los partidos políticos, principales obstáculos para la unificación de la clase proletaria y el ulterior desarrollo de la revolución social, que no puede ser el asunto de partidos y sindicatos.

(b) La unificación del proletariado revolucionario en las fábricas, los embriones de la producción, el fundamento de la sociedad venidera. La forma de toda unión es la organización de fábrica.

(c) El desarrollo de la autoconciencia y del sentido de solidaridad entre los trabajadores.

(d) La preparación de todas las medidas que serán necesarias para la construcción política y económica.

5. La AAUD-E descarta todos los métodos de lucha reformistas y oportunistas y se opone a cualquier participación en el parlamentarismo y en los consejos de fábrica legales, porque esto significa el sabotaje de la idea consejista.

6. La AAUD-E prescinde fundamentalmente de la dirección profesional. Los llamados dirigentes sólo pueden ser considerados como consejeros.

7. Todas las funciones en la AAUD-E son honorarias.

8. La AAUD-E no considera la lucha de liberación del proletariado como un asunto nacional, sino internacional. Por consiguiente, la AAUD-E se esfuerza por la unificación de todo el proletariado revolucionario mundial en una Internacional-de-Consejos (Räte-Internationale).

Con este programa de principios-guía, la AAUD-E se constituyó en 1921 como una organización integrada. Después de dos años de desarrollo, el grupo local de Dresde tuvo ocasión de expone, en los siguientes principios programáticos y organizativos, sus perspectivas y experiencias, que obtuvo de luchas ininterrumpidas emprendidas con la más extrema coherencia.

1. Los orígenes del movimiento de las Uniones Obreras.

La Guerra Mundial, con sus efectos nacionales e internacionales en las esferas política, económica y cultural, imprimió a la época de la revolución una velocidad acelerada.

El derrumbe creciente de la economía capitalista engendra, como su consecuencia, un empobrecimiento siempre creciente de la clase obrera.

Este empobrecimiento creciente, como muestra la experiencia, no puede ser compensado durante mucho tiempo a través de luchas por mejores condiciones salariales o a través de reformas legislativas (parlamentarias). Sólo puede ser eliminado a través de supresión del mismo sistema económico capitalista y su reemplazo por la economía de necesidades socialista-comunista. Como la consecución de esta meta a través de la lucha sólo puede ser asunto de la clase proletaria misma, de aquí surge la reivindicación, de modo completamente natural para el proletariado, de abandonar todos los métodos reformistas de lucha y reemplazarlos por una forma de lucha resuelta, revolucionaria, y también organizada de modo diferente. La victoria de la revolución tiene como su prerrequisito la unificación de la clase obrera. Los partidos y los sindicatos, inclinados por su naturaleza toda al reformismo, se han demostrado un obstáculo para la necesaria unidad revolucionaria. Centralistas en su estructura organizativa, con la característica particular de la dirección profesional, estas formas de organización impiden especialmente el desarrollo de la autoconciencia del proletariado. Por tanto, el problema de la unidad se convierte simultáneamente en un problema sobre la forma de organización revolucionaria.

LA AAUD-E emanó de este conocimiento y de acuerdo con la concepción materialista de la historia, por la cual la transformación de las relaciones sociales y económicas implica necesariamente cambios consecuentes en la forma organizativa.

2. Naturaleza y fin de la AAUD-E.

Partiendo de la comprensión de que las cuestiones económicas y las cuestiones políticas no pueden separarse artificialmente, la AAUD-E no es ni un sindicato ni un partido, sino una organización integrada del proletariado. Con el propósito de levar a cabo el frente unificado del proletariado, la Unión Obrera organiza a todos los trabajadores que profesen su meta en los lugares de producción, en las fábricas. Todas las organizaciones de fábrica se asocian en la Unión Obrera sobre la base del Sistema de Consejos.

La transformación genuina de la economía capitalista en economía socialista-comunista tiene como prerrequisito la expropiación revolucionaria de los medios de producción por el proletariado. El proceso de transformación sólo puede completarse a través de la dictadura, que es la expresión exclusiva de la voluntad de la clase proletaria. El instrumento de la transformación es el sistema revolucionario de los consejos. El Sistema de Consejos, de acuerdo el cual se estructura la Unión Obrera, deberá anticipar en el presente los trazos básicos del Sistema de Consejos futuro.

3. Estructura de la Organización de Fábrica.

La organización de fábrica elige de sí misma un número de delegados de fábrica, que se juzgan necesarios de acuerdo con su tamaño y tipo de fábrica. Ellos encarnan el consejo obrero particular, que tiene que regular todos los asuntos de acuerdo con los miembros. Los dirigentes (el consejo obrero) afrontarán una nueva elección cada cuarto [de año]. La reelección está permitida. Cada miembro es elegible. Si varios miembros de la Unión son empleados en otra fábrica, tienen el deber de fundar una organización de fábrica. Los miembros individuales se organizan, primero de todo, según grupos de industrias o áreas vitales, como también según las relaciones entre pequeñas fábricas. Las empresas autónomas de pequeña escala, como hacen igualmente los intelectuales, se organizan por áreas de residencia. Los grupos de área asumen el carácter de organizaciones interinas, en la medida en que cada miembro de uno tiene que separarse tan pronto como las condiciones arriba citadas estén presentes para la fundación de una organización (de fábrica) propia en su fábrica.

4. La estructura de la Unión (organización-de-consejos)

Cada organización de fábrica, área de residencia o grupo industrial, tiene que enviar al menos un delegado de fábrica al cuerpo local de dirección de los consejos de la Unión. Las organizaciones de fábrica más grandes, y los grupos regionales y industriales, envian varios delegados de fábrica. Su número puede regularse de tiempo en tiempo según un plan uniforme adaptado a consideraciones prácticas.

Las tres organizaciones anteriores forman juntas un grupo-de-consejos local en un lugar dado. Todos los grupos locales de una cierta área económica forman juntos un distrito económico. Los grupos locales eligen de entre ellos mismos un consejo económico de distrito, que en su mayor parte actúa como un puesto de información para el distrito, y es además órgano ejecutivo para las tareas que se le asignen por la conferencia de distrito. Él convocará las conferencias que surjan de la necesidad, siempre que la situación del momento haga imposible el acostumbrado entendimiento previo entre los grupos locales. Las conferencias nacionales se abordarán de igual modo.

Cada grupo local de distrito tiene el deber de estar representado en la conferencia de distrito. Por lo menos una vez al año tiene que tener lugar una conferencia nacional, en la que todos los distritos económicos, hasta donde sea posible, deben estar representados.

La conferencia nacional elige un consejo económico nacional. Su carácter y sus deberes se corresponden con los del consejo económico de distrito, con la sola diferencia de que su actividad se extiende sobre toda el área del Estado. Si se suscitan medidas necesarias, extraordinarias a sus deliberaciones, en el tiempo entre conferencias nacionales, y éstas conciernen a la Unión como un todo, debe primero someterlas a un proceso general de toma de decisiones.

Las conferencias nacional y de distrito únicamente tienen su propio derecho de decisión en lo que concierne, respectivamente, a cuestiones generales nacionales o de distrito. En particular, tales decisiones no deben violar los principios generalmente reconocidos. En conjunto, estas conferencias deberán servir para intercambiar experiencias.

Todos los delegados de fábrica de la organización de fábrica individual, como de la Unión como un todo, son revocables en cualquier momento.

5. La táctica.

El rechazo fundamental de la AAUD-E de toda participación en las elecciones a los consejos de fábrica legales, implica como consecuencia también el rechazo de la delegación de miembros de la Unión a este cuerpo, actuando desde la perspectiva de que la actividad en los consejos de fábrica legales efectúa un enmascaramiento artificial de las oposiciones de clase.

A partir del reconocimiento aducido bajo el punto primero, la AAUD-E rechaza igualmente el principio de propaganda y agitación para huelgas parciales. No obstante, dado que la Unión no está todavía en la actualidad en posición de influir el desarrollo de la situación en esta dirección, surge automáticamente la circunstancia de que los camaradas de la Unión serán arrastrados a las huelgas económicas junto con los obreros de orientación sindical. En tales casos, los camaradas de la Unión en activo tienen que promover la necesaria solidaridad económica por medio de contribuciones acordadas. El nivel de la contribución necesaria es discutido y fijado en su momento en el encuentro de los dirigentes del consejo, y será recaudada en la forma de una suma global, igual para cada uno, de cada camarada, y entregada al comité de fábrica local a través del órgano de dirección de la organización de fábrica. Se deja en manos de cada organización de fábrica si recauda un fondo para tales propósitos o si promueve entre sí la contribución caso por caso. El principio decisivo debe ser: "¡Quién da rápido, da el doble!". Si la solicitud de solidaridad surge por toda la región, el nivel de la contribución regional necesaria será calculado por el cuerpo regional apropiado. Si la aplicación de la solidaridad se hace necesaria a lo largo y ancho del país, el correspondiente cuerpo nacional tiene que encargarse de su regulación de la misma manera.

Todo el dinero recaudado será entregado inmediatamente del comité de trabajo local al grupo regional o local envuelto en la huelga. El método de cálculo se sigue del esquema: 25 camaradas deben mantener a un camarada. La tasa de manutención debe ascender a un 60% del salario medio general, teniendo en cuenta el descenso de los salarios reales.

Los moderados u otros camaradas caídos en necesidad en la lucha por nuestra meta tienen igual derecho a la solidaridad; el nivel de la tasa de manutención del momento es determinado por el cuerpo competente más próximo, al cual es enviada la contribución.

6. La naturaleza de la administración.

Todo el dinero requerido para la administración por los comités locales, de distrito y nacional será recaudado por medio de contribuciones. Todas las funciones en toda la Unión serán realizadas sobre base honoraria; solamente se acuerdan reembolsos en los casos que involucren la pérdida de la paga, o para tarifas y costes adicionales que se originen necesariamente por los portavoces itinerantes.

7. La afiliación.

La afiliación está abierta a cualquier hombre o mujer que suscriba las normas y principios anteriores.

El derecho de exclusión pertenece únicamente a la organización de fábrica; la eventual exclusión de una organización de fábrica, a la Unión local. Todo un distrito local o económico sólo puede ser excluido por la conferencia nacional. Las exclusiones sólo pueden producirse cuando estén en cuestión violaciones de los principios reconocidos generalmente.

Contra todas las exclusiones puede presentarse apelación, dentro del plazo de cuatro semanas, al cuerpo superior, cuya decisión no puede cuestionarse más. Hasta el rechazo de su apelación, el apelante es todavía miembro pleno del conjunto de la Unión, y los documentos apropiados para la elucidación de las circunstancias no le pueden ser recusados.

Todo camarada tiene siempre el deber de asumir el más vivo interés en la cuestión de los principios, la táctica y la organización de la AAUD-E; de este modo, se asegura el completamiento estructural de la organización y nuestro poder.

 


VIII. El sistema de los consejos

«No hay dos luchas diferentes en la clase obrera, una política y otra económica. Hay una sola lucha de clase tendiente a la vez a limitar la explotación capitalista dentro de la sociedad burguesa y a suprimir la explotación capitalista suprimiendo la sociedad burguesa.» - Rosa Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos, 1906.

 

*

«...El primer paso de la revolución obrera es la elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia.» - Karl Marx/Friedrich Engels, Manifiesto Comunista, 1848.

La organización de fábrica y la Unión Obrera se sostienen y se rigen por el principio del Sistema de Consejos.

El Sistema de Consejos es la organización del proletariado que corresponde a la naturaleza de la lucha de clases, así como a la sociedad comunista posterior. Si Marx dijo que la clase obrera no podía simplemente apropiarse de la máquina gubernamental del Estado capitalista, sino que debía encontrar su propia forma para llevar a cabo su tarea revolucionaria, este problema se resuelve con la organización de los consejos.

La idea de los consejos nació en la Comuna de París. Los combatientes en la Comuna reconocieron que era necesario destruir resueltamente la máquina burocrático-militar, en lugar de transferirla de unas manos a otras, si querían alcanzar una "auténtica revolución popular". Reemplazaron la aplastada maquinaria estatal por una institución de un carácter fundamentalmente diferente: la Comuna. "La Comuna --escribió Marx-- no sería una corporación parlamentaria, sino una corporación de trabajo, ejecutiva y legislativa al mismo tiempo". "En lugar de decidir una vez cada 3 o 6 años qué miembro de la clase dominante va a representar o pisotear al pueblo en el parlamento, el derecho general al voto le servirá al pueblo constituido en Comunas como el derecho individual al voto le sirve a un patrono cualquiera para localizar obreros, capataces y contables en su negocio"[25]. El primer decreto de la Comuna fue la supresión del ejército regular y su reemplazo por el pueblo armado. Luego la policía, la herramienta del gobierno estatal, fue en seguida despojada de sus atributos políticos y convertida en el instrumento responsable, revocable en cualquier momento, de la Comuna. Igualmente, los funcionarios de los demás departamentos de la administración. De los miembros de la Comuna para abajo, el servicio público hubo de ser ejercido por la paga de los obreros. Los títulos adquiridos y los privilegios de los altos dignatarios estatales desaparecieron con esos mismos altos dignatarios. Los funcionarios judiciales perdieron su aparente independencia; de aquí en adelante serían elegidos, responsables y revocables. El efecto de la completa elegibilidad y revocabilidad de todos los cargos oficiales sin excepción, cuando fuese conveniente; la reducción de sus salarios al nivel de la paga obrera usual; las más simples y evidentes medidas democráticas; ligarían los intereses de los obreros con los de la mayoría de los campesinos y servirían, al mismo tiempo, como un puente que enlaza capitalismo y socialismo.

Las medidas tomadas por los combatientes de la Comuna no podían ser más que tal eslabón, dado que su reorganización política del Estado carecía de la base económica apropiada.

En la revolución rusa, el eslabón se convirtió propiamente en una estructura coherente. Ya en 1905, en Petersburgo, Moscú, etc., cobró existencia la institución de los Consejos Obreros; aunque pronto tuvo que dejar paso a la reacción. Pero su imagen quedó impresa en los obreros, y en la revolución de Marzo de 1917 la masa de los obreros rusos retomó otra vez inmediatamente la formación de consejos, no por falta de otras formas de organización, sino porque la revolución había despertado en ellos la necesidad activa de una unificación como clase. Radek escribió, por ese tiempo, en observación de este fenómeno:

"El partido siempre puede apelar únicamente al obrero más experimentado y lúcido. Esto muestra un largo camino, amplios horizontes, presupone un cierto nivel de conciencia proletaria. El sindicato apela a las necesidades más directas de la masa, pero la organiza por ocupaciones, en el mejor de los casos por ramas industriales, no como clase. En el período de desarrollo pacífico sólo las filas al frente del proletariado son conscientes de su clase. La revolución consiste, sin embargo, en que las capas más amplias del proletariado, incluso aquellas que hasta ahora han visto la política con hostilidad, sean sacudidas de su reposo y prendidas por un fermento profundo. Se levantan, quieren actuar; diversos partidos burgueses y socialistas, diferentes en los objetivos de sus esfuerzos y en el camino que quieren tomar, se giran hacia ellas. La clase obrera siente instintivamente que puede triunfar como clase. Busca organizarse como clase. Y este sentimiento, de que sólo puede conquistar como clase, de que los esfuerzos de sus oponentes que se agrupan alrededor de un sólo partido no pueden ser victoriosos, es tan grande que, con cada extensión de la libertad de agitación para las consignas del partido, incluso las secciones más avanzadas del proletariado, cuyos esfuerzos van más lejos de lo que los deseos momentáneos de su clase, se someten a la organización de clase en los días decisivos. Lo hacen a partir de una visión más clara de la naturaleza de la revolución proletaria. En la época pacífica del movimiento, la vanguardia proletaria se fija objetivos políticos estrechamente limitados, para cuya consecución la fuerza del conjunto de la clase no es absolutamente necesaria. La revolución sitúa la cuestión de la conquista del poder en el orden del día. Para ello, las energías de la vanguardia no son adecuadas. Los Consejos Obreros se convierten de este modo en el suelo sobre el cual la clase obrera se une."

Los revolucionarios rusos, los obreros y los pequeños campesinos, conquistaron el poder económico y político con la ayuda de los consejos. Tomaron el poder solo para sí mismos, ya no compartiéndolo con cualquier resto de la burguesía. Dividieron Rusia en distritos, en los cuales los Soviets eran elegidos por los obreros y los campesinos pobres, primero para las áreas locales, luego para los distritos; los Soviets de Distrito elegían un Soviet Central para el conjunto del Estado, y el Comité Ejecutivo emanaba del Congreso de estos Soviets. Todos los miembros de los Soviets municipales, de distrito y central, justamente como todos los funcionarios y empleados, eran elegidos solamente sobre una base a corto plazo; siempre continuaban dependiendo de su electorado y eran responsables ante ellos.

En los Consejos Obreros, los obreros habían encontrado su organización, su unificación a escala de clase y la expresión de su voluntad, su forma y su esencia. Tanto para la revolución como para la sociedad socialista.

A través del establecimiento de los Consejos Obreros, aun cuando no podían ser mantenidos en su forma revolucionaria y hechos eficaces para las tareas del socialismo, la revolución rusa ha dado a los obreros del mundo el ejemplo de cómo la revolución --como un fenómeno proletario-- será llevada a cabo.

Con este ejemplo ante sí, el proletariado puede preparar la revolución mundial. El proletariado mundial, para transportarse ellos mismos --y solamente ellos-- al poder económico y político en todas partes donde la revolución proletaria está empezando a desarrollarse, antes, durante y después de las luchas tendrán que crear Consejos Obreros en las municipalidades, los distritos, las provincias, las áreas del país y las naciones.

Cuando el levantamiento alemán de Noviembre estalló, de repente, en el centro de todas las reivindicaciones y consignas revolucionarias, estaba el lema: "¡Todo el poder para los Consejos!". Y simultáneamente, todos a una, surgieron los Consejos de obreros y soldados. Eran ciertamente incompletos, y a menudo inadecuados --el obrero alemán confirmaba aquí también la vieja lección de que el alemán no tiene gran actitud para la revolución--, pero no estaban tan mal, tan extraviados y desunidos, como han propagado la crítica de los partidos y la hostilidad de los contrarrevolucionarios. Como quiera que pudiese ser el grueso de sus errores, representaban un nuevo principio --el principio de la revolución proletaria, el principio de la construcción socialista. En eso reside su importancia, su valor histórico-mundial. Y en eso tiene que basarse el debido respeto.

Pero el SPD, cómplices de reacción y aliados de la burguesía (a la cual hubo de rescatar más recientemente de los peligros de la guerra con su política de colaboración), cayeron rabiosos sobre los Consejos Obreros. Los insultaron y calumniaron, nunca cansados de desacreditarlos mediante falsas y exageradas insinuaciones y acusaciones, y los sabotearon haciendo la existencia de los Consejos Obreros dependiente de las elecciones parlamentarias. Cuando éstas, como resultado de la participación de elementos burgueses totalmente indignos de confianza o directamente opuestos a la revolución, giraron de un modo más o menos reaccionario, dejaron que el poder de los Consejos, ganado en la revolución, fuese conferido por decisiones de mayoría y las autoridades burocráticas a la Asamblea Nacional. Donde los obreros revolucionarios resistieron este procedimiento traicionero y malévolo, los guardias de Noske intervinieron suprimiéndolos por la fuerza de las armas, en luchas a veces encarnizadas (Bremen, Braunschweig, Leipzig, Turinga, el Rühr) y poniendo fin violentamente a los Consejos.

Si estos Consejos no hubiesen sido flores de la revolución prontamente abiertas, que cayeron inesperadamente en el regazo de los obreros alemanes, pero que eran básicamente ajenas a su ideología política y lo siguieron siendo; si, más bien, madurasen orgánicamente en la conciencia generada a través de la lucha proletaria, y hubiesen sido formas firmemente enraizadas en los lugares de trabajo, con cuya función y modo de funcionamiento la masa se hubiese familiarizado, nunca habrían sido tan rápidamente borrados del mapa y hechos nuevamente desaparecer de la imagen de la revolución alemana. Así, el proletario alemán dejó que la única conquista que obtuviera de los días de Noviembre, y desde la cual podría haber desarrollado el principio de su revolución, de la revolución proletaria, fuese rápidamente arrebatado de nuevo, y se arrastró hacia atrás como un buen cordero del partido y del sindicato, adentro del redil de los grandes regimientos jerárquicos. Con eso, la revolución estaba perdida para él.

La lucha por la Organización-de-Consejos muestra tres fases. La primera es la lucha por la conquista del poder. Aquí la organización de los consejos es la liberación progresiva de las cadenas del capitalismo: sobre todo y también de las cadenas del mundo intelectual burgués. En su formación, está implícito el desarrollo progresivo de la autoconciencia del proletariado; la voluntad de convertir la conciencia de clase proletaria en realidad y darle también una expresión visible. La fuerza con la que se lucha por esta Organización-de-Consejos es directamente el termómetro que indica como de ampliamente el proletariado se ha comprendido a sí mismo como clase y se propone prevalecer. Al mismo tiempo, es también claro que el simple hecho de que los Consejos Obreros sean mencionados no demuestra que sean expresiones de la nueva organización, de la organización proletaria. Ocurrirá en el curso del desarrollo que consejos genuinos degeneren otra vez, que cuajen en una nueva burocracia. Entonces, la lucha contra ellos tendrá que ser asumida tan cruelmente como contra las organizaciones capitalistas. Pero el desarrollo no se detendrá todavía, y el proletariado no puede descansar --y no descansará-- hasta que haya alcanzado su dictadura de clase.

Con ella comienza la segunda fase de la Organización-de-Consejos. En la lucha por la sociedad comunista y, por consiguiente, por la sociedad sin clases, no hay compromiso de ningún tipo entre capital y trabajo; la derrota incondicional de la clase explotadora es el prerrequisito para el desarrollo de la clase proletaria como la portadora de la nueva sociedad. La fase de la dictadura, cuya duración depende de la conducta y vitalidad de los viejos poderes, hace posible la transición. La clase proletaria ejerce una dictadura en la que controla todas las instituciones políticas y económicas de la sociedad exclusivamente según sus intereses. El instrumento para esto son los Consejos. Sólo así se hace posible la construcción de la comunidad comunista.

Esta es la tercera fase del Sistema de Consejos. La espada es cambiada por la espátula. La economía se dirige y organiza en orientación a nuevos aspectos. La legislación expresa las necesidades económicas y sociales en su forma obligatoria general. La puesta en práctica y validación de las nuevas leyes se convierte en la labor de los que las hacen: el legislativo y el ejecutivo coinciden. El cuerpo legislativo y el administrativo forman una unidad, en nombre y en interés de la sociedad en su conjunto. El órgano de esta actividad de construcción perfeccionada y a gran escala será el Sistema de Consejos.

El Sistema de Consejos es, a la vez, algo negativo y algo positivo. Negativo porque destruye y echa a un lado el viejo sistema organizativo burocrático-centralista, el Estado capitalista, la economía del beneficio, la ideología burguesa; y positivo porque crea y forma el marco del nuevo orden social, la economía comunal, la federación de fuerzas proletarias para la nueva construcción cultural, y la ideología socialista. Su elemento es social, no individual; su mentalidad el sentido de comunidad, no el egoísmo; su principio el interés general, no el bienestar individual; su marco de referencia la sociedad, no la clase poseedora; su meta el comunismo, no el capitalismo. La actitud social básica de los consejos, y su orientación a la esencia y contenido de la idea socialista, surgen necesariamente, como algo natural: la apertura completa al público y el control sin trabas de todas las funciones oficiales y directivas, la eliminación radical de toda burocracia y dirección profesional, la alteración completa del sistema de voto (asambleas, derecho a revocación, mandato imperativo, etc.) desplazando el énfasis principal de todas las decisiones importantes a la voluntad de las masas, la construcción de la educación sobre el fundamento de la producción social, el entero revolucionamiento de la ideología de acuerdo con la dirección del principio socialista.

La Organización-de-Consejos también implica, sobre todo, una nueva táctica.

Por las revoluciones burguesas se luchaba en la calle, en las barricadas, con armas militares y ejércitos. Pero los ejércitos y la fuerza militar son medios burgueses, incluso cuando son formados por los obreros. El ejército está realmente formado por proletarios incluso en el período burgués. Aun un Ejército Rojo es básicamente una organización de combate burguesa, estructurada de modo centralista, autoritaria. Allí se requiere de los dirigentes un poder ilimitado de mando, y de las tropas la obediencia incondicional. La disciplina es producida por la fuerza: unos cuantos deben dominar sobre muchos. Una revolución realizada con militares, con ejércitos, significaría que los proletarios estaban buscando superar a la burguesía con medios burgueses. Si fuese posible, los parlamentarios también estarían en lo cierto cuando toman el parlamento por un medio revolucionario. Ninguna confianza en el parlamento, ninguna confianza en el ejército.

En cualquier caso, nosotros no estamos reuniendo en absoluto un ejército burgués. Para empezar, no tenemos armas. Unas cuantas ametralladoras dispersan a todos los héroes armados con fusiles y pistolas. Es especialmente absurdo intentar, con nuestros recursos humanos, poner en pie un ejército burgués que, con firme centralismo, adormezca a las tropas en la obediencia esclavizadora. Para tal lucha, los revolucionarios son demasiado independientes e ilustrados. Los camaradas no se someterán más bajo la disciplina ciega, son personas libres --de aquí, no obstante, que no sean tan útiles y eficaces como un ejército--. En el terreno de combate burgués, la burguesía es superior a nosotros, tanto en los asuntos militares como en la mesa de negociación y en el parlamento. De esto aprendemos que no debemos ir al terreno de combate de la burguesía, sino que debemos forzar a la burguesía a venir a nuestro terreno de combate: la fábrica.

Hemos entendido que la revolución proletaria es, en primer lugar, un asunto económico. El obrero situado en la ideología de partido piensa primero en la conquista del poder político. Esto es equivocado. La conquista del poder político no tiene como resultado directo que el poder económico también caiga en manos del vencedor. Las lecciones de 1918 lo han demostrado. Por otro lado, tampoco la conquista del poder hace que el poder político caiga de una sola vez, como una fruta madura en el regazo. A causa de estas supersticiones, los sindicalistas italianos tuvieron que pagar un alto coste[26]. Nosotros siempre debemos quedarnos con el hecho de que los poderes político y estatal son medios para asegurar intereses económicos; el ejército, la justicia, la constitución, la iglesia, las escuelas --todos sirven para afianzar el capital y el beneficio--. La superestructura política es lo segundo, la economía lo primero. La lucha debe emprenderse a partir de la base económica. No hay ninguna receta particular para esto. Pero los revolucionarios deben tomar primero posesión de las fábricas y de sus funciones. Control, participación en los cálculos y en la dirección, derecho de co-determinación, apropiación de las fábricas, son lo acorde con la situación, fases que podrían quizás sucederse rápidamente en tiempos revolucionarios. En relación con ello, los aparatos de la administración estatal y local, de justicia, policía, ejércitos, escuela, etc., no deben ser sacudidos tanto mediante el asalto desde fuera, ante el cual, dado que es experimentado como ajeno y hostil por estos aparatos usualmente se oponen con resistencia unitaria, más bien debe hacerse mediante la lucha incesante y feroz dentro, que brotará de la creciente lucha interna y se nutrirá de ella. Esta lucha interna sólo se emprenderá si los Consejos tienen existencia. Ellos son el fermento que engendra continuamente los levantamientos y conflictos dentro, que los impulsa más lejos, que los agita constantemente hasta que se produce el estallido abierto de la lucha.

A su lado pueden estar todavía luchas en las calles, masas armadas pueden chocar y contender por el predominio de acuerdo con las leyes y reglas de la guerra burguesa --no serán las luchas decisivas--. El énfasis principal de la decisión estará en las luchas en las fábricas. Aquí las masas están en su campo de batalla; aquí saben mejor qué es lo que tienen que hacer; aquí están en su elemento. Y aquí, al final, las batallas de calle y de barricada también encuentran una y otra vez el soporte requerido. Únicamente aquí yace la garantía de la victoria. Pero sólo cuando las Organizaciones-de-Consejos son a la vez formaciones económicas y políticas, no unilateralmente políticas como el partido, no unilateralmente económicas como los sindicatos (anarcosindicalistas incluidos), no adulteradas, peligrosas para el público, sustitutos contrarrevolucionarios como los consejos laborales legales, con los que la camarilla de Scheidemann coronó la bancarrota de la revolución de Noviembre.

La representación más elevada de los intereses de los obreros revolucionarios es el Congreso de los Consejos. Debe emerger de las organizaciones de fábrica, ser la expresión funcional, organizativa y activa, de la voluntad de los obreros. Es un sinsentido pensar que podría establecerse por medio de un partido o de un sindicato. Entonces existiría únicamente siempre como una sucursal partidista o un apéndice sindical. Si el KPD hace propaganda por el Congreso de los Consejos sin la intención de renunciar a su propia existencia inmediatamente en la reunión del Congreso, todo su trabajo de propaganda equivale a una estafa. Sólo busca obtener con el Congreso de los Consejos un instrumento efectivo en manos de los dirigentes del partido para controlar a los obreros, y para perpetuar su influencia más allá de la vitalidad del partido. En Moscú vemos cómo el Congreso de los Consejos, por la gracia del partido, se ha vuelto una marioneta en las manos todopoderosas de aquellos que poseen el poder en el partido, ascendidos para convertirse en dignatarios estatales. En eso consiste la condena de la revolución rusa, que hace tiempo --finalmente, no por ese motivo-- dejó de ser un asunto proletario.

El partido debe darse por terminado con la constitución del Congreso de Consejos. Igualmente el sindicato. Sí, incluso la Unión Obrera, que está estructurada sobre el principio de los consejos y encarna la propaganda por la idea de los consejos hecha carne y sangre, ha cumplido con eso su tarea. Donde un Congreso de Consejos debiera ocurrir junto al parlamento antes del fin del período capitalista-burgués --el cual, por supuesto, únicamente podría ser una prefiguración del auténtico Congreso de los Consejos--, en este caso las Uniones Obreras (nos referimos explícitamente a la Unión de Trabajadores Manuales y Intelectuales, fundada por el KPD; a la Unión Obrera (AAUD) del KAPD; a la Unión de los Obreros Libres (FAUD) de los sindicalistas, y a la Unión Obrera General-Organización Unitaria (AAUD-E), como las más consecuentes y unificadas en su constitución organizativa y programática) son quizás concebibles como fracciones en este Congreso de Consejos. No obstante, en la medida en que influencian y determinan la efectividad del Congreso a través de su actividad, en que su naturaleza redunda dentro de la naturaleza del Congreso, son causa de su propio fin y convierten su existencia en superflua.

Por el momento, las Uniones Obreras están, por así decir, guardándole el sitio al Sistema de Consejos. En el propio Sistema de Consejos está el cumplimiento de los ideales organizativos, técnico-administrativos y de transformación social de la época socialista. Con el Sistema de Consejos el socialismo se sostiene en pié o se derrumba.

 


IX. La revolución proletaria

«La doctrina materialista de que los seres humanos son productos de las circunstancias y de la educación, y de que seres humanos diferentes son producto de unas circunstancias y educación distintas, olvida que son los propios seres humanos los que transforman las circunstancias y que el educador mismo debe ser educado. Esto conduce necesariamente, pues, a escindir la sociedad en dos partes, una de las cuales es elevada por encima de ella (por ejemplo en Robert Owen).

La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana (o autotransformación) sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria.» - Karl Marx, Tesis sobre Feuerbach, III, 1845.

 

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«La revolución comunista es la ruptura más radical con las relaciones de propiedad tradicionales, nada de extraño tiene que el curso de su desarrollo rompa de la manera más radical con las ideas tradicionales.» - Karl Marx / Friedrich Engels, Manifiesto del Partido Comunista, 1848.

La revolución de Noviembre de 1918 fue el último vástago de la revolución burguesa de 1848. Llevó a cumplimiento la república democrático-liberal que la determinación y el poder de la burguesía alemana de aquella época --en la lucha contra la propiedad feudal y el poder principesco-- no había sido capaz de lograr. Con el propósito de salvar su nave del hundimiento (en extremo peligro, debido a la Guerra Mundial), la burguesía tiró por la borda sin ceremonias el último baluarte feudal, monárquico y absolutista, que llevaba arrastrando al su alrededor durante setenta anos, y que ahora amenazaba seriamente con volverse fatal para ella. Con ello se creaba una base para el entendimiento y la negociación con los poderes capitalistas del occidente europeo, en particular con los Estados democrático-republicanos victoriosos de Francia y América. Dándose una constitución liberal, y tomando en sus propias manos el gobierno, la burguesía hizo posible y logró su nueva estructura.

Como es admitido, su redención en lo que se refiere al concepto de Estado nacional capitalista vino demasiado tarde. La burguesía alemana, cuando aún estaba agregando los toques finales a su Estado capitalista-burgués y viendo finalmente coronada con éxito la obra de realización de una república democrática independiente, tuvo en este mismo momento que renunciar a su independencia económica y dejar que los Estados victoriosos le dictasen el grado de su libertad política. Esa es la tragedia de la oportunidad perdida y del coraje tardío.

 

El proletariado alemán intentó, en cierta medida, empujar la revolución más lejos. De Liebknecht a Holz[27] tensó cada nervio en numerosos, vigorosos, y de hecho, heroicos alzamientos para realizar una revolución social fuera de la revolución burguesa, para derrocar a la burguesía y establecer el socialismo. La multitud de combatientes no careció de determinación y de dedicación. Cientos de miles han sido asesinados, otros cientos de miles arrojados en prisiones o penitenciarias, aún más han ido al exilio, buscados, perseguidos, conducidos a la clandestinidad y arruinados. Pero todas las luchas, todo el heroísmo, todos los sacrificios no condujeron a la meta. Para el proletariado alemán, la revolución está, por ahora, perdida.

Fue derrotado a causa de que, bajo la dirección de su aparato partidario y sindical, la mayor parte del proletariado alemán refrenó a sus hermanos de clase combatientes --de hecho, les apuñaló por la espalda. Engañados por su ideología pequeñoburguesa, prisioneros de sus organizaciones contrarrevolucionarias, confundidos por su táctica oportunista, traicionados por su dirección egoísta y demagógica, ellos mismos tenían que convertirse en traidores, saboteadores y enemigos de la liberación y elevación de su clase. Que la burguesía mirase por ella misma, y recurriese a su habilidad y violencia para salvar su piel, es obvio, pues era un asunto de necesidad en la lucha entre las clases. Pero que el proletariado alemán, que estaba en posesión de las organizaciones más fuertes, que se enorgullecía de ser el más avanzado del mundo, y que había ya experimentado físicamente por espacio de cuatro años precisamente las terribles consecuencias de la política capitalista-burguesa, atravesando un mar de sangre y lágrimas; que este proletariado, en la hora de la revolución, no supiese hacer otra cosa, ni fuese capaz de hacer nada mejor, que salvar una vez más a la burguesía de su país --esta burguesía sin paralelo en brutalidad y audacia, incorregible y carente de cultura--, esto es una profunda vergüenza y una triste acusación. Una acusación que, incluso cuando no completamente justificada, parecería bastante entendible si fuesen millares desmoralizados y desesperados quienes se echasen en sus brazos: ¡No se le puede ayudar a esta nación de siervos!

Y todavía este pueblo no merece nuestro desprecio sino nuestra ayuda, tanto en su falta de valor como en su falta de entendimiento. Después de todo, él mismo es la víctima de una servidumbre de siglos, a partir de la cual todo lo libre e independiente era machacado y destrozado, y de un único y grosero fraude que los dirigentes cometieron contra él una y otra vez. Debe pasar ahora por la terrible escuela del hambre y la esclavitud, y si, bajo la presión del poder multiplicado de explotación del capital mundial, tendrá que exprimir las últimas gotas de sangre de sus venas, todos los malos instintos y vicios de la criatura martirizada serán expulsados también. De este modo, la escuela de la miseria se convertirá también en la escuela de la inspiración y del despertar político.

El proletariado alemán debe, finalmente, comprender que la revolución proletaria no tiene nada que hacer con partidos y sindicatos, sino que debe ser la obra del conjunto de la clase proletaria.

El proletariado alemán debe, finalmente, ponerse a agrupar esta clase proletaria en los lugares de su servidumbre para la tarea de la revolución, adiestrándola, organizándola, poniéndola en marcha y dirigiéndola en la lucha.

El proletariado alemán debe, finalmente, decidirse a soltarse de las riendas de sus dirigentes y tomar en sus manos la obra de su liberación, para completarla con sus propias energías y métodos, por su propia iniciativa y bajo su propia dirección.

La historia mundial nos deja tiempo hasta que todas las fuerzas estén maduras para la tarea que se nos pone. Los parlamentos están convirtiéndose cada vez más en ornamentos vacíos; los partidos están desmoronándose, destruyéndose entre sí y perdiendo su credibilidad política; los sindicatos están convirtiéndose en escombros. El completo derrumbe de su sistema organizativo y político es inevitable.

Los estratos proletario y pequeñoburgués reconocen, en número creciente, que se convirtieron en víctimas de la decrépita economía de partido, si no víctimas de las estafas del partido político y del sindicato y, como todavía creen profundamente en la rectitud y futuro de la idea socialista, están girando hacia movimientos que los conducen al camino ajardinado de una liberación sin lucha, a un paraíso para el cual no necesitan nada: a la antroposofía de Rudolf Steiner, al movimiento sin patria y sin dinero de Silvio Osell, a las cooperativas de trabajo que expurgan las ideas de los consejos, al nacional-socialismo de Adolf Hitler, a la banda de rebeldes que se niegan a toda organización, a los serios buscadores de la Biblia[VI*] que esperan por su pastel en el cielo. Están todos descaminados: su camino está lleno de decepción, acaba en nada.

Allí permanece sólo y únicamente la lucha de clases, desarrollándose sobre la base económica más amplia, liberando todas las energías proletarias y avanzando hacia la revolución social, que conduce a las metas socialistas. La lucha de clases, en la que el proletariado es al mismo tiempo masa y dirigente, ejército y estado mayor, brazo y cerebro, movimiento e idea, impulso y consumación.

El camino de la lucha de clases es un momento de la historia mundial. Enlaza el pasado feudal a través y más allá del presente capitalista, con el futuro socialista. Deja atrás toda explotación y dominación. Conduce a la libertad.

¡Seguidnos por este camino, camaradas!
¡Tenemos un mundo por ganar!

 


Notas:

[11] Adoptado en 1891.

[12] Después del golpe de Kapp (un golpe derechista contra el gobierno del SPD) en Abril de 1920, una insurrec-ción proletaria estalló en el Ruhr y se formó un ejército rojo. El KPD defendió el desarme de los obreros y prestó su apoyo a la idea de una coalición de gobierno SPD-USPD. Lenin sumaría en breve su peso a tal curso.

[13] Dirigente del SPD originario de la clase obrera y primer ministro en varios gobiernos de Weimar.

[14] "Vorwarts" era el nombre del periódico diario del SPD. El 8 de Noviembre de 1918 fue la víspera de la revolución alemana.

[15] Político dirigente del SPD; junto con Ebert anunció la fundación de la República alemana para contener la revolución de Noviembre.

[16] El último gabinete antes del derrocamiento del Kaiser (Wilhelm) en la revolución de Noviembre de 1918.

[17] Esto se refiere a la crisis de inflación de 1923.

[18] Un área dividida entre Alemania y Polonia después de la guerra, siguiendo un plebiscito apoyado por los sindicatos. Los mineros de ese área con conciencia de clase lucharon contra la separación de la Alemania proletaria.

[19] Unionistas se refiere aquí a las Uniones Obreras (AAUD y AAUD-E).

[20] Esto se refiere a las acciones contrarrevolucionarias del joven Hitler hasta 1923, cuando se involucró en las actividades de pequeñas bandas armadas privadas nacionalistas, mayormente en la Alemania del Sur.

[23] Hamburg-Amerikanische Paketfahrt-Aktiengesellschaft era la más grande compañía naviera alemana; Karl Legien era la cabeza de los sindicatos alemanes durante y después de la guerra, y un astuto colaborador de clases.

[24] Fuera en Octubre de 1919 cuando la mayor parte de los miembros del KPD fueron expulsados por su oposición al parlamentarismo y al sindicalismo.

[25] Karl Marx, La guerra civil en Francia, capítulo 3.

[26] Esto se refiere a la derrota del proletariado italiano que siguió a las ocupaciones de fábricas de 1919-1920.

[27] Revolucionario alemán. Organizó milicias obreras en el Ruhr en 1920 y en la Alemania Central en 1921. Miembro del KAPD.

 


Comentarios:

[VI*] Rühle se refiere a la multiplicidad de sectas "salvacionistas" producidas por el capitalismo en este período de crisis. Es de notar retrospectivamente que ni todas estas tendencias probaron ser tan históricamente ridículas e irrelevantes como aquí se sugiere. (Nota de la edición portuguesa).