Anton Pannekoek

Lenin filósofo

Consideraciones críticas sobre los fundamentos filosóficos del leninismo

1938


Título original: "Lenin als Philosoph. Kritische Betrachtung der philosophischen Grundlagen des Leninismus"
Publicado: en Bibliothek der Rätekorrespondenz, Nº 1. Ausgabe der Gruppe Internationaler kommunisten en Amsterdam, 1938.
Digitalización: Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques
HTML: Jonas Holmgren


Índice de materias:


IV. DIETZGEN

Cuando, acompañando la lucha de clase de la burguesía por su emancipación, el materialismo burgués hizo su aparición en Europa occidental, representaba un retroceso teórico con relación al materialismo histórico, aunque haya sido inevitable en la práctica[1]. Marx y Engels estaban tan avanzados con relación a esta concepción, que vieron en ella una recaída en posiciones superadas hacía tiempo, una especie de regreso al siglo de las luces: el siglo XVIII. Habían apreciado muy claramente en su justo valor la debilidad de la lucha política de la burguesía alemana (al tiempo que subestimaban la vitalidad del sistema capitalista), y dieron poca importancia a esta teoría que la acompañaba. Ocasionalmente le dedicaron algunas frases despectivas destinadas a evitar toda confusión entre los dos tipos de materialismo. Durante toda su vida insistieron más especialmente sobre la oposición entre su teoría y los grandes sistemas idealistas de la filosofía alemana, en particular el de Hegel. Es esta oposición la que se encuentra en la base de sus concepciones filosóficas. En el Anti-Dühring, Engels insiste otra vez en este carácter fundamental de la doctrina que Marx y él mismo habían elaborado unos treinta años antes. Por esta razón se dejaron de lado los problemas del materialismo burgués; sólo se abordaron las teorías sociales de Dühring. Pero el materialismo burgués era algo distinto a una repetición pura y simple de las ideas del siglo XVIII; se apoyaba en el desarrollo prodigioso de las ciencias de la naturaleza en el siglo XIX y extraía su fuerza de él. Una crítica de sus fundamentos llevaba a plantearse problemas completamente distintos a los referentes a la filosofía post-hegeliana. Hacía falta un estudio crítico de las ideas fundamentales de los axiomas admitidos universalmente como resultado de las ciencias y que habían sido adoptados parcialmente, aunque con reservas, por Marx y Engels mismos.

Es ahí donde las obras de Dietzgen tienen importancia. [Dietzgen era un artesano curtidor que vivió en Renania y después emigró a los Estados Unidos, donde participó en el movimiento obrero. Era un autodidacta socialista que se hizo escritor y filósofo] Se consideraba un discípulo de Marx en los dominios sociales y económicos [y asimiló perfectamente la teoría del valor y del capital]. En filosofía era un pensador original que desarrolló las consecuencias filosóficas de esta nueva concepción del mundo. [Aun calificándolo de "filósofo del proletariado"], Marx y Engels no aprobaban todo lo que escribía: le reprochaban sus repeticiones, con frecuencia lo encontraban confuso, e incluso se puede uno preguntar si comprendieron verdaderamente la naturaleza de su argumentación, que estaba muy alejada de su propio modo de pensar. [Para presentar la verdad nueva de sus concepciones, Marx las expresa bajo la forma de afirmaciones precisas y de argumentos nítidos y lógicos. Por el contrario, Dietzgen considera que su papel principal es estimular al lector para que éste reflexione por sí mismo sobre el problema del pensamiento. Con este fin repite sus argumentos bajo formas diferentes, expone lo contrario de lo que afirmaba antes, y asigna a cada verdad los límites de su validez, temiendo por encima de todo que el lector acepte una afirmación cualquiera como un dogma.][2] Si a veces le ocurre ser confuso, sobre todo en sus últimos textos, se encuentra, especialmente en La esencia del trabajo cerebral del hombre (1869), la primera de sus obras, así como en Incursiones de un socialista en el dominio de la epistemología (1877) y otros pequeños folletos, exposiciones claras y luminosas sobre la naturaleza del proceso del pensamiento, las cuales confieren a estas obras un interés excepcional y hacen de ellas una parte integrante, incluso esencial, del marxismo. La primera gran cuestión de la teoría del conocimiento es el origen de las ideas. Marx y Engels demostraron que son producidas por el medio exterior. La segunda cuestión, que está ligada a ésta, trata de la transformación en ideas de las impresiones suministradas por este medio. Es Dietzgen quien ha respondido a eso. Marx mostró que las realidades sociales y económicas determinan el pensamiento. Dietzgen ha explicado la relación entre el pensamiento y la realidad. O, para recoger una frase de Herman Gorter:

"Marx ha mostrado cómo la materia social forma el espíritu, Dietzgen nos muestra lo que el espíritu mismo hace."

Dietzgen parte de las experiencias de la vida cotidiana y, más especialmente, de la práctica de las ciencias de la naturaleza.

"Sistematizar, ésa es la esencia, la expresión general de la actividad científica. La ciencia no tiende a ninguna otra cosa más que a poner en orden y clasificar en nuestro cerebro los objetos del mundo exterior."

El espíritu humano extrae de un grupo de fenómenos lo que les es común [por ejemplo, el color común a una rosa, una cereza, una puesta de sol], hace abstracción de las particularidades y fija en un concepto su carácter general [en el ejemplo dado, el color rojo]. Expresa bajo forma de regla lo que se repite [por ejemplo, el hecho de que las piedras caen]. El objeto original es concreto, el concepto espiritual abstracto.

"Por nuestro espíritu entramos en posesión potencial del mundo bajo dos aspectos: uno exterior, en tanto que mundo real, otro interior, bajo forma de pensamientos, de ideas, de imágenes. (...) El cerebro no prende las cosas mismas, sino sólo su concepto, su imagen general. (...) No hay suficiente lugar en el cerebro para la diversidad sin fin de los objetos y la riqueza infinita de sus propiedades."

Y de hecho, en la vida práctica, necesitamos prever los acontecimientos y para ello, no considerar todos los casos particulares, sino utilizar reglas generales. La oposición entre espíritu y materia, pensamiento y realidad, material y espiritual, es la oposición misma entre lo abstracto y lo concreto, de lo general y lo particular.

Sin embargo, esta oposición no es absoluta. Todo el mundo es objeto de nuestro pensamiento, tanto el mundo espiritual como el mundo visible y palpable. Las cosas espirituales existen verdaderamente [bajo forma de pensamientos] y sirven, a su vez, de objetos para la formación de los conceptos, los fenómenos espirituales mismos se engloban en el concepto de espíritu. Los fenómenos espirituales y materiales, es decir, la materia y el espíritu reunidos, constituyen el mundo real en su integridad, entidad dotada de cohesión en la que la materia "determina" el espíritu, y el espíritu, por medio de la actividad humana, "determina" la materia. El mundo en su integridad es una unidad en el sentido de que cada parte no existe más que en tanto que parte de la totalidad y es determinada enteramente por la acción de ésta; las cualidades de esta parte, su naturaleza particular, están formadas, pues, por sus relaciones con el resto del mundo. El espíritu, es decir, el conjunto de las cosas espirituales, es una parte de la totalidad del universo, y su naturaleza consiste en el conjunto de sus relaciones con la totalidad del mundo. Es esta totalidad la que le oponemos en tanto que objeto del pensamiento bajo el nombre de mundo material, exterior, real. Si ahora atribuimos la primacía a este mundo material en relación con el espíritu, esto significa, según Dietzgen, simplemente que el todo es primordial y la parte secundaria. Ahí encontramos el verdadero monismo, ése en que el mundo espiritual y el mundo material forman un conjunto unido.

Esta distinción entre mundo real de los fenómenos y mundo de los conceptos formados por el pensamiento, está adaptada especialmente al estudio de las concepciones científicas y a la explicación de su naturaleza. [La física puede explicar los fenómenos luminosos considerándolos como el efecto de vibraciones rápidas que se propagan en el espacio o, más bien, como decían los físicos, en el éter que llena el espacio. Dietzgen cita a un físico para el que la verdadera naturaleza de la luz es ésa, mientras que nuestras percepciones (luz o color) no son más que apariencia.][3]

Y Dietzgen observa:

"La creencia supersticiosa en la especulación filosófica ha alejado a este físico del método científico de la inducción cuando pretende que las ondas que se propagan en el éter a la velocidad de 40.000 millas alemanas (300.000 Km.) por segundo constituyen la verdadera naturaleza de la luz, y las opone a los fenómenos reales que son la luz y el color. Lo absurdo salta a la vista cuando uno se da cuenta de que aquí el mundo visible es llamado "creación del espíritu" mientras que las vibraciones del éter, descubiertas por la inteligencia de los más grandes cerebros, son consideradas como la realidad material. (Es justo todo lo contrario): el mundo cromático de todos los fenómenos luminosos es el mundo real, mientras que las ondas que se propagan en el éter son una imagen construida por el espíritu a partir de estos fenómenos."

Está claro que estas divergencias provienen de los significados diferentes que se da a los términos de verdad y de realidad. El único medio que permite saber si nuestros pensamientos son justos es, indiscutiblemente, la experimentación, la práctica, la experiencia. Ahora bien, la más directa de estas experiencias es la experiencia misma; el mundo de los fenómenos es lo más seguro que hay; es la realidad dada con el menor equívoco. Por supuesto, conocemos fenómenos que no son más que apariencias. Esto significa que los testimonios de nuestros diferentes sentidos no concuerdan y deben ser combinados otra vez para proporcionar una imagen armoniosa del mundo. Si considerásemos como real la imagen que vemos formarse detrás de un espejo pero que no podemos tocar, encontraríamos constantemente fracasos en nuestra actividad práctica, a causa de un conocimiento científico tan equívoco. La idea de que el mundo de los fenómenos en su conjunto no es más que una apariencia no puede tener sentido más que para el que cree en otra fuente de conocimiento - por ejemplo, la voz de Dios que se dirige a él en su fuero interno - que hay que hacer concordar con las otras experiencias.

Si aplicamos el criterio de la práctica experimental al trabajo del físico, sacamos la conclusión de que su razonamiento es también justo. A partir de las vibraciones del éter, los físicos han sido capaces no sólo de explicar fenómenos conocidos, sino también predecir un cierto número de otros, desconocidos hasta entonces. La teoría es buena y correcta. Es verdadera porque expresa en una fórmula breve lo que es común a todas estas experiencias, permitiendo así predecir sus resultados en su infinita diversidad. Por tanto, las ondas que se propagan en el éter deben ser consideradas como una imagen verdadera de la realidad. El éter mismo escapa a toda observación: la observación sólo nos muestra fenómenos luminosos.

Entonces, ¿cómo es que los físicos han podido hablar del éter y de estas ondas como de una realidad? En primer lugar, en tanto que modelo obtenido por analogía. Sabemos por experiencia que las ondas se propagan en el agua y en el aire. Si admitimos que existe una sustancia extremadamente fina, el éter, que llena el espacio y en la cual se propagan las ondas, podremos transponer allí cierto número de fenómenos ondulatorios bien conocidos en el aire y en el agua y constatar a continuación que las hipótesis hechas se confirman. Esta analogía ha tenido por efecto ampliar nuestro mundo real. Por nuestros "ojos espirituales" vemos nuevas sustancias, nuevas partículas que se desplazan, invisibles, porque son demasiado pequeñas para ser vistas con los mejores microscopios, [pero concebibles según el modelo que nos suministran las sustancias y las partículas macroscópicas más voluminosas que podemos ver directamente.][4]

[Pero al querer considerar el éter como una realidad nueva invisible,] los físicos han chocado con grandes dificultades. La analogía no era perfecta. Había que atribuir a este éter que llena todo el espacio propiedades muy diferentes de las del agua o el aire. Aunque se lo considerase como una sustancia, difería de tal manera de todas las sustancias conocidas que un físico inglés lo comparó un día a la pez. Cuando se descubrió después que las ondas luminosas son vibraciones electromagnéticas, hubo que atribuir al éter la propiedad de transmitir todos los fenómenos eléctricos y magnéticos. Para que el éter pudiese cumplir con este papel, hubo que imaginarse una estructura complicada, un sistema de mecanismos que combinase movimientos, tensiones y rotaciones, que podía servir de modelo grosero, ciertamente, pero que nadie podía admitir como la verdadera naturaleza de ese fluido, el más impalpable de todos, que se suponía llena el espacio entre los átomos. Las cosas se agravaron cuando, a comienzos del siglo XX, la existencia misma del éter fue puesta en tela de juicio por la teoría de la relatividad. Los físicos se habituaron a un espacio vacío al que, no obstante, atribuyeron ciertas propiedades traducidas a fórmulas y ecuaciones matemáticas. Con estas fórmulas se ha podido calcular la evolución de los fenómenos; los símbolos matemáticos eran todo lo que quedaba del éter. Los modelos y las imágenes no son más que accesorios, y la verdad de una teoría no es nada más que la exactitud de las fórmulas matemáticas.

La situación empeoró más cuando se descubrieron fenómenos explicables solamente si se supone que la luz está formada por una corriente de partículas discretas (bien separadas), los quanta, que se desplazan a gran velocidad a través del espacio. Sin embargo, la antigua teoría ondulatoria seguía siendo válida y, según las necesidades, había que recurrir, ya a las ondas, ya a los quanta. Las dos teorías estaban en contradicción manifiesta, pero ambas eran exactas, es decir, verdaderas dentro de los límites de su campo de aplicación. Fue sólo a partir de este estadio cuando los físicos comenzaron, al fin, a sospechar que las entidades físicas que consideraban en otros tiempos como la realidad oculta tras los fenómenos, de hecho no eran más que imágenes, lo que llamamos conceptos abstractos, modelos construidos para conseguir más fácilmente una visión de conjunto de los fenómenos. Cuando, medio siglo antes de estos descubrimientos, Dietzgen publicaba las observaciones críticas que deducía simplemente del materialismo histórico, no había un físico que dudase de la realidad del éter y de su papel en la propagación de las vibraciones luminosas. Pero la voz del artesano socialista no penetró en los anfiteatros de las universidades. Hoy, son precisamente los físicos quienes afirman no manejar más que modelos e imágenes, quienes discuten incesantemente las bases filosóficas de su ciencia y señalan que el fin de la ciencia en general es descubrir relaciones y fórmulas que permitan prever, a partir de experiencias conocidas, fenómenos desconocidos.

En la palabra fenómeno, que etimológicamente significa "lo que aparece", hay ya una oposición a la realidad de las cosas. Si se habla de aparecer, se sobreentiende que hay algo distinto a lo que aparece. En absoluto, responde Dietzgen, los fenómenos aparecen - o tienen lugar - eso es todo. Este juego de palabras no debe hacer pensar en la persona del observador - yo u otro - al que se aparece algo. Todo lo que sucede, lo observe el hombre o no, es un fenómeno y el conjunto de estos acontecimientos constituye la totalidad del universo, el mundo real de los fenómenos.

"La percepción sensorial nos muestra una transformación continua de la materia. (...) El mundo sensible, el universo, en todo momento y lugar, es algo nuevo que no existía antes. Nace y desaparece, desaparece y renace ante nuestros ojos. Nada permanece idéntico, sólo el cambio es eterno, durable, y aún no del todo pues el cambio mismo varía. (...) El materialismo (burgués) afirma, es cierto, la perennidad, la eternidad, la indestructibilidad de la materia. (...) Pero, ¿dónde encontramos esa sustancia eterna, imperecedera y sin forma? En el mundo real, el de los fenómenos, no encontramos más que formas de materia perecedera. (...) En la realidad, la materia eterna e imperecedera no existe en la práctica más que como totalidad de las apariencias pasajeras."

En pocas palabras, la materia es una abstracción.

Mientras que los filósofos hablaban de la esencia de las cosas, los físicos hablaban de materia, de una sustancia inmutable detrás de los fenómenos cambiantes. La realidad, afirmaban, es la materia, el universo es el conjunto de toda la materia. Esta materia está formada por átomos, componentes últimos e invariables del universo, los cuales, a través de sus diversas combinaciones, dan la impresión de un cambio incesante. Construidos sobre el modelo de los objetos sólidos que encontramos, es decir, a partir de una extensión del mundo visible, [(de las piedras, granos, polvo se extrapola a partículas extremadamente pequeñas)] los átomos se convertían en los constituyentes de todo el mundo, tanto de un líquido como el agua, como de un gas como el aire. La justeza de esta teoría atómica ha resistido la prueba de un siglo de experiencia. Ha proporcionado un número incalculable de explicaciones exactas y de previsiones correctas. Los átomos mismos, entiéndase bien, no son fenómenos observados directamente; son deducciones del pensamiento. Como tales, participan de la naturaleza de todos los productos de nuestro pensamiento. Su delimitación en el espacio, la distinción entre ellos, sus cualidades exactas se derivan de su carácter abstracto. En tanto que abstracción, dan cuenta de lo que es general y común a los diversos fenómenos, y nos proporcionan lo necesario para poder hacer previsiones.

Cae de su peso que los físicos no consideraban los átomos como abstracciones sino que veían en ellos pequeñas partículas reales, invisibles, delimitadas netamente, semejantes para todos los elementos químicos, dotados de propiedades y de masas determinadas rigurosamente. Pero la ciencia moderna ha destruido estas ilusiones. En primer lugar los átomos han sido disociados en partículas más pequeñas como los electrones, los protones y los neutrones, los cuales forman edificios complicados [y algunas de las cuales son inaccesibles a la experiencia y resultan simplemente de una deducción lógica]. Estos elementos, los más pequeños del universo, ya no pueden ser considerados como partículas discernibles netamente y con una posición definida en el espacio: la física moderna les asigna el carácter de un movimiento ondulatorio que se extiende a todo el espacio. Si se pregunta a un físico qué se mueve en estas ondas, responde exhibiendo una ecuación matemática. Las ondas no son ondas de materia; lo que se mueve ni siquiera puede ser calificado de sustancia. De hecho, lo que mejor se adapta es el concepto de probabilidad: los electrones son ondas de probabilidad. [En otros tiempos una partícula tenía un peso bien determinado a partir del cual se podía definir una cantidad bien específica: la masa; ahora la masa cambia con el estado del movimiento. Ya no se la puede separar de la energía: la una se transforma en la otra y recíprocamente.] Estos dos conceptos eran netamente distintos y el mundo descrito por la física era un sistema claro, sin contradicciones, hasta tal punto que se lo identificaba orgullosamente con el mundo real. Hoy, la física tropieza con contradicciones insolubles en tanto se esfuerza en conservar rígidamente bajo forma de entidades bien delimitadas esos conceptos fundamentales que tienen el nombre de materia, masa, energía. La contradicción desaparece cuando se los considera como lo que son verdaderamente: abstracciones que sirven para representar el mundo de los fenómenos que se amplía constantemente.

Lo mismo ocurre con las fuerzas y las leyes de la naturaleza. Pero las conclusiones de Dietzgen a este respecto apenas están fundadas y son más bien confusas. Probablemente esto proviene de que en su época, los físicos alemanes utilizaban una sola palabra, Kraft, para designar indistintamente fuerza y energía[5]. Vamos a poner un ejemplo simple, el de la gravedad, para explicar claramente de qué se trata. La gravedad, la atracción terrestre, es la causa de la caída de los cuerpos, según los físicos. Pero, en este caso, la causa no es algo que precedería al efecto y sería completamente distinto de él; causa y efecto son simultáneos y traducen la misma cosa en términos diferentes. Los nombres comunes gravedad y atracción no son más que palabras que no contienen nada más que los fenómenos mismos. Con estas palabras expresamos el carácter general común a todos los cuerpos que caen. Y mucho más importante que el nombre de gravitación es la ley correspondiente que afirma que en todo movimiento libre en la superficie de la tierra, hay una aceleración constante dirigida hacia abajo. Si se expresa la ley bajo forma de una relación matemática, permite calcular el movimiento de todos los cuerpos, ya sean abandonados en caída libre, ya sean lanzados con una velocidad inicial. Así la ley contiene todos los movimientos posibles. En esta fase, no es necesario guardar en la memoria todos los casos particulares para predecir por adelantado lo que va a ocurrir en cada caso nuevo, basta conocer la ley, la fórmula matemática. La ley es el concepto abstracto que nuestro razonamiento ha sacado de los fenómenos de la caída de los cuerpos. Tiene una expresión precisa y postula una validez absoluta, mientras que los fenómenos, en su diversidad, se alejan de la ley y entonces atribuimos estos alejamientos a otras causas secundarias.

Newton ha extendido la ley de la gravedad al movimiento de los planetas. El movimiento de la tierra alrededor del sol y el de la luna alrededor de la tierra fueron "explicados" por la acción de la misma fuerza que en la tierra hace caer las piedras hacia abajo. De esta forma, lo desconocido fue reducido a lo conocido. La ley de la gravitación universal de Newton se expresa en una fórmula matemática que permite a los astrónomos calcular el movimiento de los planetas; y la concordancia de estos cálculos teóricos con las observaciones astronómicas es la prueba de la exactitud de la ley. Por esta razón, los físicos hicieron de la gravitación la causa de todos estos movimientos; la consideraban como una cosa real que flota en el espacio, una especie de pequeño genio misterioso, de ser espiritual, al que se dio el nombre de "fuerza" (la fuerza de atracción), y que regulaba el curso de los planetas. La ley se convertía en un imperativo supremo, omnipresente de alguna manera en la naturaleza, al que todos los cuerpos debían obedecer. Pero en la realidad, nada de eso existe. Por "causa" hay que entender un breve compendio, un resumen, mientras que por "efecto" se designa la multitud de fenómenos particulares. La ley es un concepto que agrupa un gran número de fenómenos complejos de los que aquélla ha sido extraída por el espíritu humano. La fórmula que liga la aceleración de cada partícula en su distancia a las otras partículas del espacio y a su masa, enuncia bajo una forma muy resumida la misma cosa que una larga descripción complicada de todos los movimientos de los cuerpos. La gravitación, la fuerza de atracción, en tanto que ser particular que dirige los cuerpos en movimiento, no existe en la naturaleza, sólo existe en nuestro cerebro. En tanto que imperativo misterioso, omnipresente en todo el espacio, no tiene más existencia real que la ley de la refracción de Snellius, que se considera que da a la luz la orden de seguir un camino dado. El trayecto de los rayos luminosos es una consecuencia matemática directa de las diferencias de velocidad de la luz en medios físicos diferentes. Para determinar este trayecto, se puede igualmente suponer que la luz, en lugar de obedecer a las leyes de Snellius, se comporta como un ser inteligente y elige el trayecto más corto para alcanzar su meta (Principio de Fermat). Partiendo de un principio análogo es como los físicos prefieren, en nuestros días, conforme a la teoría de la relatividad, deducir los movimientos en el universo y representarlos no como resultante de una fuerza de gravitación, sino como tomando el trayecto mínimo en un espacio-tiempo curvo de cuatro dimensiones, es decir, siguiendo las "geodésicas" de este espacio. Los físicos, una vez más, han terminado por considerar este espacio curvo como la "realidad" oculta detrás de los fenómenos y que ocupa el lugar de ese "universo de fuerzas" introducido por Newton. Pero, una vez más, hay que subrayar que, al igual que en el caso de la gravitación universal de Newton, sólo se trata de una abstracción, de un conjunto de fórmulas, mejores que las de Newton y, por consiguiente, más justas: a pesar de los cálculos matemáticos más complicados, la teoría de la relatividad general es finalmente más simple y permite englobar y explicar más fenómenos que la teoría newtoniana.

Lo que se llama "causalidad" en la naturaleza, reino de la ley natural - a veces se llega incluso a hablar de "ley de causalidad", es decir, de una ley que afirma que hay leyes en la naturaleza - se reduce finalmente al simple hecho de que las regularidades que encontramos en los fenómenos son formuladas bajo el aspecto de reglas válidas absolutamente. El hecho de que las limitaciones, desviaciones y excepciones sean consideradas explícitamente como tales y que se intente tenerlas en cuenta corrigiendo la ley, muestra bien que la formulación de ésta implica que se le atribuye a priori una validez absoluta. Estamos seguros de que la ley será válida para todos los casos que vengan. Si no, faltaría a su objetivo y perdería su carácter de ley. Y si no hay acuerdo entre las observaciones y las predicciones, o es imperfecto, recurrimos a "causas" adicionales, es decir, intentamos combinar este caso singular con otros casos parecidos para deducir de ellos una ley nueva.

Cuando se habla del "reino de la ley en la naturaleza", con frecuencia se entiende "reino de la necesidad". Pero hablar de necesidad en la naturaleza es aplicar a ésta una expresión humana: es una utilización errónea, pues va ligada a la creencia en una obligación exterior. Más impropia todavía es la palabra determinismo, usada frecuentemente en los escritos burgueses, la cual da a entender que el futuro está fijado de antemano desde algún lugar, por alguien. Así la palabra necesidad se enriquece con un sentido adicional según el cual no hay ningún libre albedrío ni ningún azar en el desarrollo de los procesos naturales. Pero, por supuesto, esas son palabras que no pueden aplicarse sino al comportamiento de los hombres. Sin embargo, hay que señalar que la vieja teología admitía la existencia de un tal libre albedrío en la naturaleza. Nosotros diremos, más gustosa y exactamente, que en cada instante la naturaleza en su totalidad depende de lo que era un instante antes; o, mejor aún, que la naturaleza es una unidad que, a pesar de todos los cambios, sigue siendo idéntica a sí misma. Todas las partes de la naturaleza están ligadas las unas a las otras y nosotros expresamos estas relaciones en forma de leyes. Las leyes de la naturaleza son formulaciones humanas imperfectas de la necesidad en la naturaleza, limitadas a dominios particulares. La necesidad absoluta no tiene sentido más que para el universo en su conjunto. En cada dominio que la investigación científica estudia, extraído de este conjunto, sólo se aplica de modo imperfecto. La ley de la gravitación no es válida como tal en la naturaleza, y sólo permite representar imperfectamente los movimientos de los planetas; pero nosotros estamos convencidos de que estos movimientos se desarrollan bajo el dominio de la necesidad natural, siempre de la misma manera, sin que pueda ser de otro modo.

Con frecuencia se atribuye la importancia del marxismo al hecho de que por primera vez aparece una ciencia de la sociedad análoga a las ciencias de la naturaleza. Es decir que, al igual que en la naturaleza, en la historia humana hay leyes estrictas, de suerte que el desarrollo de la sociedad no se realiza ni arbitraria ni accidentalmente, sino según una necesidad superior. Se puede expresar esta convicción diciendo que, en el mundo del hombre, reina un determinismo estricto y que "el indeterminismo", es decir, la libertad de la voluntad y de las actividades humanas, no tiene lugar. Vamos a explicar ahora lo que significa esta afirmación. La totalidad del universo, es decir, el conjunto de la naturaleza y la sociedad, es una unidad determinada en cada instante por su estado anterior. Afirmar que esta totalidad sigue siendo una unidad, que el mundo sigue siendo idéntico a sí mismo, equivale a decir que la evolución de cada una de sus partes, de la humanidad o de una parte de la humanidad, por ejemplo, depende enteramente del mundo que la rodea, del conjunto naturaleza y sociedad. Basándonos en nuestras observaciones, intentamos también aquí descubrir regularidades, reglas, leyes, y definir conceptos nuevos; pero atribuir a estas leyes una existencia independiente es una tendencia mucho menos pronunciada en este dominio que en el del estudio de la naturaleza. Si es relativamente fácil para el físico creer en una ley de la gravitación como en un ser real que planea en el universo en torno al sol y los planetas, es mucho más difícil creer que el ["progreso", la "libertad"] o una ley de la evolución social planeen entre los hombres o por encima de ellos, conduciendo al hombre como una fatalidad ineluctable. Estas leyes del desarrollo sólo son abstracciones formuladas en forma absoluta por el espíritu a partir de relaciones parciales. Con la necesidad sucede en este dominio como con todas las necesidades en la naturaleza. Si se puede hablar de necesidad, no se puede tratar más que de la obligación del hombre de comer para vivir. Este dicho popular expresa claramente la relación fundamental entre el hombre y el mundo en su conjunto.

Las relaciones sociales son infinitamente más complejas que las existentes en la naturaleza, y es mucho más difícil despejar las "leyes" de la sociedad y expresarlas en fórmulas exactas. Aquí más todavía, las leyes sólo expresan nuestras previsiones sobre el futuro, pero los acontecimientos reales jamás están de perfecto acuerdo con ellas. Ya es un gran paso que se hayan podido esbozar las grandes líneas del desarrollo social. La importancia del marxismo no reside tanto en las reglas que enuncia o las previsiones que formula, como en lo que se llama su método, en esa afirmación fundamental de que existe una relación entre cada acontecimiento social y el conjunto del universo, en el principio según el cual en todo fenómeno social hay que buscar los factores materiales reales a los que está ligado.

 

V. MACH

 


Notas:

[1] El texto alemán difiere sensiblemente en todo este capítulo del texto inglés, y en general es más completo. Lo seguimos aquí, pues, a excepción de algunos pasajes que serán indicados explícitamente entre corchetes. (n.d.t.f.)

[2] Aquí hemos seguido el texto inglés, más claro que el texto alemán. (n.d.t.f.)

[3] Aquí hemos seguido el texto inglés. (n.d.t.f.)

[4] Aquí hemos seguido el texto inglés. (n.d.t.f.)

[5] Ver supra, p. 277.