"Lo fundamental era estar al lado del pueblo, impulsarlo a la lucha. No había que olvidar que nosotros, los comunistas, éramos los organizadores, sólamente el armazón. He aquí lo que no se podía olvidar un sólo instante. Y entonces ninguna fuerza enemiga sería capaz de quebrantarnos" Alexéi Fiódorov

Capítulo quinto: LA AGRUPACION parte 2 de 5

En el diario del destacamento regional está bastante bien refle­jado el período comprendido entre fines de julio y noviembre de 1942. Lo cito, a partir de la memorable fecha del 28 de julio, día en que fue creada la agrupación y prestóse el juramento:

 

“DIARIO
de la actividad combativa del destacamento regional
Stalin de la agrupación de destacamentos guerrilleros, 
al mando del Héroe de la Unión Soviética A. F. Fiódorov.

 

Después de la lectura de las órdenes y de prestar el juramento, se celebró un concierto de aficionados. Había sido organizado por los ex artistas del Teatro Regional Shevchenko, de Chernígov, guerri­lleros Jmuri, Konoválov e Isenko. Todos ellos participaron en él.

Por la noche esperábamos aviones y encendimos hogueras. Pero los aviones no vinieron.

Los exploradores hablan informado de la llegada a Jolm y Koriukovka de numerosas tropas alemanas. De día, por la parte de Bogdánovka, nos atacó un grupo de magiares y alemanes. Presio­nado por los guerrilleros, el enemigo se retiró, abandonando una ametralladora de grueso calibre y varios muertos, entre ellos un oficial.

El 29 de julio comenzaron los combates junto al paso del río, en la aldea de Sávenki. El enemigo hizo fuego de cañón y mortero contra nuestras líneas, pero no le dejamos pasar al otro lado. Ante nuestra vista, un oficial alemán fusiló a un soldado que se había negado a cumplir una orden suya.

Por la noche, los alemanes ocuparon las aldeas de Reimentá­rovka, Sávenki, Samotugui, Zhóltyie, Siádrino, Oleshnia y Bogda­láievka. Durante toda la noche oyóse zumbido de motores. A Sávenki llegaron tanques.

El 30 de julio los alemanes pasaron a la ofensiva y llegaron a uno de los puestos de vigilancia de nuestro campamento. Se entabló un combate muy encarnizado en Bogdaláievka, donde se encontraba la segunda compañía del destacamento Stalin, al mando de Balabái. La segunda sección de esta compañía, bajo el mando de Bistrov, fue la que cargó con todo el peso del combate. No permitió que los alemanes llegasen al campamento. Durante dicho combate, Bistrov fue herido en una pierna. Los combatientes Popov y Goncharenko disparaban a quemarropa contra los alemanes por la parte de Sávenki.

Un mortero nos daba especialmente la lata. Mazépov, nuestro morterista, entabló un duelo con él, saliendo triunfante del mismo.

Los tanques se lanzaron al ataque, pero quedaron atascados en los pantanos, sin poder moverse del sitio. Por la noche, el enemigo rodeó de emboscadas el destacamento. Se nos estaban acabando los cartuchos.

Se había dado orden a la cuarta compañía de que fuese al aeró­dromo para recibir a los aviones, pero se encontró con que allí estaban los alemanes. Tuvo que retirarse combatiendo. La compa­ñía se pasó la noche maniobrando, y al amanecer llegó al bosque.

Los hombres caían agotados en tierra y se quedaban dormidos. Durante todo el día anterior no habían probado bocado.

De pronto, se oyeron los ladridos de la voz de mando alemana. El enemigo estaba al lado mismo de nosotros, pero aún no había tenido tiempo de abrir fuego, cuando rompieron a hablar las armas guerrilleras. Los alemanes disparaban al azar. Acabaron por poner pies en polvorosa, abandonando a su vocinglero oficial con un agujero en la cabeza.

Se dio orden de pasar a la defensa circular. A nuestro alrededor se oía continuo ruido de autos. Era el enemigo que se disponía a atacar el campamento por la parte de la aldea de Zhukli. Aparecie­ron unos exploradores a caballo; estuvieron un rato mirando con los gemelos y regresaron a la aldea.

A eso de las once, apareció una columna alemana.

Los guerrilleros se habían camuflado bien. Vaska el Chato —así lo llamaban todos y sólo en el Estado Mayor se conocía su ape­llido—, del destacamento Kírov, se agarró al culatín de la ametralla­dora pesada que Avkséntiev había quitado en cierta ocasión a los magiares.

La columna se aproximaba cada vez más. Abrimos un fuego huracanado. Los alemanes caían, corrían, se arrastraban, trataban de ocultarse. Los guerrilleros pasaron al ataque y obligaron a los fritzes a regresar a la aldea de Zhukli.

De regreso, recogimos en el camino trofeos.

Recogimos dos morteros de compañía, tres fusiles ametrallado­res y unos dos mil cartuchos. Matamos a más de sesenta fascistas. Por nuestra parte, no hubo bajas.

Desde Zhukli comenzó a batirnos un cañón. Los proyectiles caían cerca del campamento. Pero nadie les hacía gran caso, porque acababan de preparar la comida y todos estábamos atareados en aplacar el hambre.

Cuando oscureció, abandonamos el campamento. La artillería reforzó el fuego contra el lugar donde habíamos estado aquel día. Los muchachos hacían la higa en dirección a los alemanes, como diciendo: “ ¡Toma, fastídiate!

Hubo algunos llorones que se asustaron. Los muchachos se bur­laban de ellos y no respondían a sus numerosas y atemorizadas preguntas. La mayoría de los quejicas eran bisoños.

Los viejos guerrilleros estaban seguros de que el mando nos sacaría del cerco. Nos habíamos visto en situaciones peores.

El 31 de julio nos situamos entre el caserío de Kíster y Zhukli. El día transcurrió tranquilo.

Se dio orden de preparar carros para los heridos, abandonar los restantes vehículos, y, en cuanto anocheciese, emprender la marcha, guardando absoluto silencio.

Pasamos entre Bogdaláievka y Chencheki. Hicimos alto en el viejo campamento, al lado del caserío de Búduscheie.

A mediodía oímos ruido de coches y disparos sueltos, por la parte de Rádomka.

El enemigo nos perseguía.

La noche del 1 de agosto marchamos por nuestro viejo itinerario a los bosques de Bleshnia, donde nos detuvimos a descansar duran­te el día. A eso de las doce oímos bombardeo de artillería. Eran los fascistas que hacían fuego contra Los Alamos pensando que nos habíamos detenido allí.

— Disparad, disparad —bromeaban los muchachos—, que tenéis bastantes proyectiles.

El 3 de agosto después de cruzar el río Snov, acampamos, ya de día, en el bosque de Soloviovka, de la región de Oriol. Habíamos seguido un itinerario conocido desde hacía mucho.

De día los alemanes bombardearon el bosque de Bleshnianka.

A las ocho de la tarde volvimos a emprender la marcha, pasando por Soloviovka. La población recibía a los guerrilleros con gran júbilo. Los campesinos nos agasajaban con leche, pan y tabaco, nos preguntaban si llegaría pronto el Ejército Rojo, y al ver los muchos que éramos, se llenaban de contento.

Balitski era el jefe de guardia de la agrupación. Cuando la colum­na hubo dejado atrás Soloviovka, regresó para comprobar si no se había quedado nadie de los nuestros en la aldea. En el camino se encontró con una vieja. Balitski le preguntó:

-— Abuelita, ¿han estado por aquí los guerrilleros?

—Sí.

— ¿Cuántos?

— Un millón.

— Abuelita, ¿sabe contar hasta mil?

— ¿Qué quiere de mí? Yo no sé si era un millón, pero la tierra retemblaba toda.

De día, descubrimos unas fosas y, dentro de ellas, cartuchos escondidos. Poco después, llegaban sus dueños. Era un grupo de paracaidistas que había descendido allí recientemente.

Cuando oscureció, cambiamos de lugar y acampamos entre Sofíevka y Velikie Liady.

Hasta e1 14 de agosto estuvimos luchando en diversos sectores de la línea de defensa. Cada vez teníamos menos cartuchos. No teníamos dónde conseguirlos. El enemigo había ocupado todas las aldeas vecinas.

Se nos habían terminado los víveres, y nos alimentábamos con carne de caballo. Doscientos gramos por cabeza.

 

Mañana del 1 5 de agosto. No habíamos tenido tiempo de deso­llar al caballito de turno, cuando los alemanes comenzaron, simul­táneamente por tres partes, la preparación artillera. Nos batían con morteros y cañones. Después aparecieron soldados con perros po Ii-cias.

Los guerrilleros les dieron para el pelo a los fritzes y a sus perros, sin permitirles llegar hasta el campamento.

El jefe de la agrupación, Héroe de la Unión Soviética Fiódorov, dio orden de abandonar los carros, poner la carga sobre los caballos y hacer parihuelas para los heridos. La orden se cumplió rápida­mente.

Cuando la oscuridad fue absoluta, emprendimos la marcha. Atravesamos la carretera de Vórnova Guta — Sofíevka. Después, marchamos por los pantanos.

Las parihuelas con los heridos las llevábamos a hombros. En los pantanos había muchos mogotes. Los heridos gemían y nos suplica­ban que caminásemos con cuidado.

Luego de atravesar la carretera, nos detuvimos en el bosque. Todos se tumbaron inmediatamente a descansar, siendo destacados puestos de vigilancia y centinelas. Los cocineros se pusieron a cocer la carne de caballo. Ibamos a buscar agua a una zanja, que estaba a un par de kilómetros de allí.

Después de descansar y de comer la carne, muchos fueron a la zanja del agua para lavarse y lavar la ropa.

Kapránov, el jefe de la sección de intendencia, decía lleno de con­tento: “¡Oh, qué bien he dado hoy de comer a los muchachos! ¡Quinientos gramos de carne de caballo a cada uno!

Por el campamento abandonado por nosotros corrían los con­géneres de Goebbels, fotografiando los carros y los trastos abando­nados, a fin de publicar luego en los periódicos la mentira de cada día: “Todos los guerrilleros han sido aniquilados; he aquí lo que ha quedado de ellos”.

 

Los exploradores informaron acerca de la situación en el camino de nuestro futuro avance. Estuvimos detenidos dos días, y después emprendimos la marcha en dirección Norte, por un bosque espeso y pantanoso. Cerca del caserío de Krasni Ugolok, atravesamos la vía férrea.

Durante este recorrido, pasó un tren hacia el Este, pero las circunstancias ni siquiera nos permitieron disparar contra él.

No lejos del caserío de Miedviezhie, nos detuvimos para coger patatas. Las arrancábamos de la tierra con las manos. Llenamos los sacos, las bolsas, los bolsillos. Hacía mucho que no las comíamos.

 

Durante varios días anduvimos de exploración, buscando un va­do por el río Iput. Tuvimos que recurrir a la ayuda de un viejo guar­da forestal. Vigilábamos cada paso suyo, porque su hijo era policía.

Por orden del mando, la agrupación continuó su marcha. El grupo encabezado por Balitski queda aquí para distraer la atención del enemigo y realizar trabajos de voladura.

 

El 23 de agosto nos despedimos del grupo de Balitski. A las 19 estábamos preparados para la partida y a las 19 y 30 emprendimos la marcha.

La columna avanzaba en medio del silencio más absoluto; tan sólo se oía de vez en cuando el crujido de las ramas secas al ser pisadas. Marchábamos por lugares pantanosos. Era difícil caminar, ya que cada guerrillero llevaba encima sus efectos personales, muni­ciones y armas. Sólo la cocina la llevaban los caballos. A los ocho kilómetros de recorrido, hicimos un alto cerca de la casita del guarda forestal. Allí comenzaba el paso a través del Iput.

La orilla era fangosa. Los caballos, debido al exceso de la carga y fatigados por la marcha, estaban agotados y se atascaban en el cieno. Una parte de ellos no consiguió salir. Retirábamos la carga de los caballos empantanados y la repartíamos entre los combatientes.

A medianoche llegamos al río. Los combatientes se desnudaron por completo. La profundidad era mayor de un metro y medio, y por eso había que llevar toda la carga sobre la cabeza.

Atravesamos el río felizmente y salimos a tierra bielorrusa.

Llegó la mañana. Los combatientes miraban esperanzados hacia la aldea, donde tal vez se pudiera conseguir un poco de pan o patatas cocidas. Pero nadie podía salir de las filas sin permiso del mando.

Poco después, llegamos al lugar donde pensábamos hacer alto por un día. El destacamento comenzó a instalarse. Después, cava­mos pozos y pelamos patatas. Algunos se tumbaron a descansar.

El destacamento enviado a la aldea rodeó la casa de los policías y abrió fuego contra ellos. Los policías estaban desprevenidos. Salían a la calle en ropas menores. Las balas certeras de los guerri­lleros los fueron segando implacablemente.

En dicho combate pereció el delegado político Leonenko, fue herido Misha Egórov.

Los guerrilleros se llevaron valiosos trofeos: mantequilla, pan y miel. El desayuno fue abundante y sabroso.

 

En el camino encontramos muchas serbas. Las arrancábamos y las comíamos con avidez.

El 25 de agosto pasamos el río Besied. El destacamento no hizo ningún alto, a fin de alejarse del enemigo que iba concentrando fuerzas. Los muchachos apenas podían arrastrar los pies. A cada doscientos o trescientos metros, caían a tierra de cansancio.

El mando autorizó un descanso de cuatro horas para hacer la comida.

Preparamos leña y cavamos unos pozos, pero de pronto se reci­bió la orden: “Suspender la preparación de la comida. El descanso será sólo de dos horas”.

Los combatientes, que no comprendían de qué se trataba, comenzaron a protestar. Pero una orden es una orden. No había otro remedio, y tuvimos que tumbarnos sobre tierra húmeda. De todas formas nos quedamos dormidos como troncos.

Una hora y media más tarde, resonó la voz de mando: “Prepa­raos para la marcha”.

Llevamos ya más de dos días seguidos combatiendo y cami­nando, casi sin comer ni dormir.

Con nosotros marchan a pie Fiódorov, Popudrenko, Druzhinin, Yariómenko y Rvánov. Han dado sus caballos a los combatientes que no pueden caminar.

A unos diez kilómetros de los bosques de Cherchersk, apareció una aldea. El mando decidió realizar una operación con fines de aprovisionamiento.

Destacamos un grupo de combate al mando de Kudínov, dele­gado político de la tercera compañía. A pesar de su extremo can­sancio, los guerrilleros fueron al combate con alegría. Después de los primeros disparos, los policías huyeron. Los campesinos indica­ron a los guerrilleros dónde estaba la casa de los policías y del stárosta.

En la casa del suplente del stárosta, los exploradores descubrie­ron una barrica con miel preparada para entregar a los alemanes. Los chicos al ver que los exploradores llevaban miel se precipitaron sobre la casa. Allí se produjo un tumulto: los gritos, las blasfemias y el estruendo se mezclaron en un ruido ensordecedor.

Algunos se quedaron sin miel y le preguntaron a la dueña si había más. Esta dijo que no. Pero en la bodega hallaron dos barri­cas más. Luego otras cinco. La miel fue llevada al destacamento y distribuida por secciones.

 

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