"Lo fundamental era estar al lado del pueblo, impulsarlo a la lucha. No había que olvidar que nosotros, los comunistas, éramos los organizadores, sólamente el armazón. He aquí lo que no se podía olvidar un sólo instante. Y entonces ninguna fuerza enemiga sería capaz de quebrantarnos" Alexéi Fiódorov

Capítulo quinto: LA AGRUPACION parte 5 de 5

Cuando salimos a la plaza Komsomólskaia, la atención general nos obligó a guardar la compostura militar. Nosotros mismos no nos dimos cuenta de cómo formamos y marchamos al paso. Así, formados, entramos en la estación del Metro.

Diez minutos más tarde, abrazábamos a Strokach, Korniets, Spivak, Stárchenko, Grechuja. Muchos dirigentes del Comité Cen­tral del Partido Comunista (bolchevique) de Ucrania y del Gobier­no. ucraniano vivían por aquel entonces en el hotel “Moscú”. Leonid Románovich Korniets organizó un desayuno solemne.

Escuchaba los discursos y los brindis. Desde la calle, llegaban a mis oídos el ruido de los bocinazos de trolebuses y autos...

— ¡Escuchad, camaradas! —exclamó de pronto Balabái, inte­rrumpiendo a todos—. ¡Pero si estamos en Moscú, en Moscú! ¡Aquí está el Kremlin! ¡Propongo que bebamos por Moscú y por el pueblo soviético!

 

Comprendiendo lo ocupados que estarían los miembros del Comité de Defensa del Estado, suponía que mis conversaciones con ellos serían breves y estrictamente oficiales. Por eso escribí mi informe y lo abrevié varias veces. De la larga lista de preguntas eliminé más de la mitad.

Por aquel entonces actuaba en Moscú el Estado Mayor del movi­miento guerrillero de Ucrania. El camarada Strokach era el jefe del Estado Mayor del movimiento guerrillero. Además, en Moscú se encontraba el Estado Mayor Central, cuyo jefe era el camarada Ponomarenko, secretario del Comité Central del Partido Comunista (bolchevique) de Bielorrusia. Los Estados Mayores estaban subordi­nados a Kliment Efrémovich Vorochílov.

 

Allí, en Moscú, tratando con los colaboradores del Comité Central del Partido y de los Estados Mayores guerrilleros, com­prendí lo grandes que eran las fuerzas guerrilleras y cuán gigantes­cas las proporciones que había adquirido la resistencia popular en la retaguardia del enemigo. Y comprendí y sentí algo tal vez aún más importante: que en la suma general de las fuerzas armadas del Estado, el movimiento guerrillero ocupaba un lugar considerable, que se planificaba y orientaba por el Comité Central del Partido Comunista (bolchevique) de la URSS. En el ejército, las compañías, batallones, divisiones y frentes notan diariamente la vecindad de las otras compañías, batallones, divisiones y frentes, la unidad no sólo de los objetivos, sino también de las acciones. Los destacamentos guerrilleros siempre están separados, siempre rodeados por el enemigo, a menudo exageran su soledad. La radio y la aviación es lo único que los une con la Tierra Grande, con el ejército. Los lazos de esta conexión se rompen con facilidad y entonces la soledad parece total.

En el Estado Mayor Central y en el Estado Mayor ucraniano, conocí a oficiales altamente calificados que mantenían relaciones operativas sistemáticas con los distritos guerrilleros más alejados. Después de hablar con Strokach y Ponomarenko, supe que nuestra pérdida de contacto con Moscú, no había sido solamente una des­gracia para nosotros.

En Moscú no estaban menos preocupados que nosotros. Las búsquedas eran por ambos lados. Pero nosotros sólo piábamos un poco cuando encontrábamos baterías para nuestros emisores, mien­tras que Moscú enviaba a todas horas del día sus mensajes de alarma. Preguntaba a otros destacamentos, a exploradores militares y a las organizaciones clandestinas: “Infórmenos dónde está Fiódo­rov”.

Me enteré de que los ingenieros piensan día a día cómo fabricar tipos especiales de armamento guerrillero, construyen minas, silen­ciadores para armas de fuego. Y si no nos hubiéramos perdido, nos habrían llegado algunas de estas originales innovaciones.

Tuve noticia de que miles de voluntarios enviaban a Moscú soli­citudes, desde todos los confines del país, rogando, y a veces exi­giendo, que se les enviase a guerrilleros. No eran solamente ucranianos y bielorrusos quienes querían participar personalmente en la lucha por la liberación de sus tierras natales. Esas solicitudes pro­cedían de personas de las más diversas nacionalidades que poblaban la Unión Soviética.

Todas ellas se enviaban a los Estados Mayores de los guerrilleros. Se estudiaban las aptitudes de los hombres que las habían cursado. Y muchos de ellos eran reclamados por Moscú.

Me enteré de que en Moscú existía un hospital especial para guerrilleros. Centenares de compañeros nuestros de lucha en la reta­guardia enemiga se habían curado ya en él y regresado de nuevo a sus destacamentos.

Diré francamente que en Moscú mi respeto por los guerrilleros aumentó mucho, sobre todo después de conocer algunos balances generales de la lucha guerrillera y algunas cifras que nos dieron a conocer los camaradas Ponomarienko y Strokach. La respiración se cortaba ante aquellas cifras. Como es natural, no convenía aún publicarlas. Pero sentí un gran deseo de regresar cuanto antes a mi destacamento y explicarle a mi gente lo que era el movimiento guerrillero.

Sí, explicarles precisamente a los guerrilleros lo que era el movi­miento guerrillero. En realidad, sabían muy poco de eso, sólo lo que ellos mismos veían y hacían. Y, mientras tanto, en Moscú, toda persona que tenía noticia de que yo venía de “allá” me hacía la misma pregunta: “¿Qué es el movimiento guerrillero? Cuente con detalle”.

El 12 de noviembre de 1942, fui recibido por el camarada Voro­chílov. Después que Ponomarenko me hubo presentado, Kliment Efrémovich me estreché la mano y dijo:

— Siéntese. Informe, y lo más detalladamente posible.

* * *

Estuve informando más de dos horas. En realidad, aquello no era un informe, sino una charla animada y espontánea. El propio Kliment Efrémovich creaba un ambiente de intimidad. Al comien­zo mismo de la charla, el camarada Vorochílov se volvió a los generales y oficiales que asistían a ella y dijo:

— Debo prevenirles que el camarada Fiódorov no es un especia­lista militar, sino secretario de un Comité Regional. En algunas cuestiones específicamente militares, tiene derecho a equivocarse.

Como es natural, yo procuré no aprovecharme demasiado de ese derecho. El camarada Vorochílov me hizo numerosas pregun­tas. Y aunque yo me había preparado, larga y seriamente, para el informe, algunas de sus preguntas me cogieron desprevenido.

Cuando terminé mi informe, el camarada Vorochílov se levantó de su asiento y, mirándome escrutadoramente a los ojos, dijo:

— Usted comprende, seguramente, que en Stalingrado se están decidiendo ahora los destinos de la guerra y que... en un futuro inmediato, el frente se acercará a ustedes. La ofensiva del Ejército Rojo será impetuosa. ¿Ha pensado en el cambio que debe experi­mentar la táctica guerrillera cuando el Ejército Rojo comience su amplia ofensiva? —,y, sin dejarme responder, continuó—: La ayuda de ustedes será muy necesaria al Ejército Rojo.

El camarada Vorochílov se levantó de la mesa. Me acercó a la pared, casi toda cubierta por cortinas de seda. El camarada Voro­chílov descorrió las cortinas, y apareció un gran mapa, de 1:1.000.000, atravesado en sentido longitudinal y transversal por trazos de lápices de colores. Kliment Efrémovich tomó un puntero y marcó con él los distritos donde continúan las regiones de Gómel, Chernígov y Oriol. Probablemente, no pude ocultar mi sorpresa, cuando vi que todo el camino de nuestro movimiento de los últi­mos seis meses estaba ya marcado en el mapa con flechas azules. Lo que más me sorprendió fue ver en el mapa los últimos datos que yo había comunicado al Estado Mayor el día antes. Al observar mi sorpresa, el camarada Vorochílov sonrió.

— ¿Responde a la realidad?. Pues bien, ¿no cree usted que es hora ya de emprender la marcha en dirección a algún importante nudo ferroviario, establecerse en ese nudo, hacerse dueños de él y no dejar pasar al frente los trenes enemigos?

De momento, no supe qué contestar. Se me adelanté el cama­rada Strokach.

— ¿Me permite, camarada mariscal? El Estado Mayor de Ucra­nia considera que la agrupación de Fiódorov debe abandonar, lo antes posible, los bosques de Kletnianski y regresar a la región de Chernígov.

— ¿Bájmach? —preguntó con viveza Kliment Efrémovich y, des­pués de reflexionar, continuó—: Puede ser el nudo de Bájmach, pero también el de Korosteñ y el de Shepetovka... Y, a propósito, ¿sabe usted, camarada Fiódorov, que Kovpak y Sabúrov están realizando un “raid” en dirección al Oeste? Tampoco eso está mal. Aquí le estorbará la proximidad del frente. ¿No sería mejor aden­trarse más? Habría una menor concentración de tropas alemanas... ¿Tiene usted suficientes fuerzas para realizar un gran “raid”? Claro está que le ayudaríamos en algo... Pero, bueno, no me conteste ahora, medítelo. Mas, tenga en cuenta que es ya hora de reforzar considerablemente la actividad de los minadores. Actualmente, eso es lo principal. El Comité Central del Partido ha decidido de orien­tarles en ese sentido. Su agrupación ya tiene una cierta experiencia, ¿no es así?

— Cuarenta y seis trenes —respondí yo.

— ¿De qué medios se valen? ¿De dónde sacan explosivos?

— Hemos recibido trilita. Las minas las hacemos nosotros mismos. Ultimamente, conseguíamos explosivos de proyectiles alemanes y de bombas de aviación sin explotar.

El camarada Vorochílov se interesó por nuestras experiencias artesanas. Le conté cómo sacábamos la trilita de los proyectiles y cómo íbamos a la caza de bombas sin explotar.

— Los hitlerianos, Kliment Efrémovich, ejercitan a sus pilotos en el bombardeo visual y los envían a hacer prácticas sobre caseríos aislados, molinos y pequeños poblados.

Al despedirse, el camarada Vorochílov me preguntó:

— Usted, seguramente, querrá ver a su familia. ¿Irá a verla?

Le respondí que no había hecho ninguna gestión en ese sentido y que, por el momento, ni siquiera conocía la dirección exacta de mi familia. Pero que, si conseguía hacer tiempo, iría naturalmente.

— ¿Y no sería mejor traerla aquí? En efecto, camarada Stro­kach, encárguese de eso. Yo daré las órdenes oportunas respecto al avión. ¿Está de acuerdo con esta decisión, camarada Fiódorov? Magnífico... Prepárese para el “raid”. Y no se olvide de nada...

Así nos despedimos.

Dos días más tarde, en el aeródromo central, recibía a mi mujer y a mis tres hijas.

Dicho sea de paso, ellas afirman que me reconocieron ya desde las ventanillas del avión, aunque yo había cambiado terriblemente y llevaba una indescriptible pelliza guerrillera; también dicen que, cuando salieron del avión y se precipitaron a mi encuentro, mi mejilla derecha temblaba como un aparato telegráfico.

Hasta la fecha no sé si vale la pena creerlo.

Poco tiempo después en la reunión del Comité Central del Partido Comunista (bolchevique) de Ucrania informé acerca de los 18 meses de trabajo del Comité Regional clandestino de Chernígov y sobre la actividad combativa de nuestra agrupación guerrillera. En aquella reunión se decidió dividir nuestra agrupación en dos y enviar a una de ellas a un gran “raid”, a Ucrania Occidental.  

FIN DEL SEGUNDO LIBRO

   capítulo 5 parte 01, 02, 03, 04, 05,

capítulo 4 parte 13,  LIBRO 3