"Lo fundamental era estar al lado del pueblo, impulsarlo a la lucha. No había que olvidar que nosotros, los comunistas, éramos los organizadores, sólamente el armazón. He aquí lo que no se podía olvidar un sólo instante. Y entonces ninguna fuerza enemiga sería capaz de quebrantarnos" Alexéi Fiódorov

Capítulo quinto: LA AGRUPACION parte 3 de 5

26 de agosto. Entramos en los bosques de Cherchersk. Acampa­mos entre el caserío de Yamitski y la aldea de Visókaia Griva. Por el bosque andaban unas vacas sin dueño, y Kapránov, jefe de la sección de intendencia, se alegró muchísimo de ello.

Resulté que los dueños de las vacas eran los guerrilleros de Svietílovichi y Cherchersk. El jefe de esos guerrilleros, después de un combate con poca fortuna, había atravesado la línea del frente. El destacamento, sin mando, se fraccioné en pequeños grupos y se ocultaba de los alemanes.

El jefe de nuestra agrupación consiguió reunir esos grupos y crear los destacamentos de Svietílovichi y Cherchersk. Estos destacamentos se unieron a nuestra agrupación.

Hicimos incursiones exitosas sobre las guarniciones de Polesie y Kazatskie Bolsuni.

A principios de septiembre sostuvimos un combate con los ale­manes. Nos camuflamos en la linde del bosque, al Sur de la aldea Sidoróvichi. Poco después, salió de dicha aldea una columna de hitlerianos. Les dejamos acercarse a unos cincuenta metros y abri­mos fuego de ametralladora, automáticos y fusiles. Los hitlerianos echaron a correr. Unos caían muertos; otros, heridos vociferaban.

La enfermera Valia Protsenko observaba con atención a los alemanes que se arrastraban por el campo e indicaba al ametralla­dor a aquellos que querían escabullirse. Valia fue herida en un hombro, al ametrallador Sasha Shirókov una bala le desgarró la oreja y le lesionó un pie.

En la carretera, al lado del puente, colocamos una mina de tal modo que un carro campesino podía pasar con toda tranquilidad, pero un camión de carga volaría forzosamente. Los ametralladores se pusieron al acecho. Apareció un camión y atravesó la mina con la rueda posterior izquierda.

Se oyó una explosión ensordecedora. El camión, con las muni­ciones que llevaba, y el puente saltaron por los aires.

 

12 de septiembre. Recibimos la orden de continuar la marcha. Nuestra columna avanza hacia el Norte a través de una oscuridad impenetrable y bajo una lluvia torrencial. En el camino nos detene­mos varias veces para esperar a los rezagados. Para no perderse, hay que caminar agarrándose a la cola de los caballos.

Por la mañana continué lloviendo. Cerca del caserío de Guta Osínovskaia nos detuvimos para hacer la comida. Sobre el bosque se alzó una nube de humo, que fue vista por tos fritzes. Hacia el campamento comenzaron a volar proyectiles. Un combatiente de la sección de intendencia llegó corriendo a la de minadores. Para pro­tegerse de los proyectiles, el hombre se escondía detrás de las cajas con trilita. Esto produjo la hilaridad general.

Por la noche, la columna emprendió la marcha. Pasamos el poblado de Krinichni, al Sur de Mijáilovka. En el prado estaban pastando unos caballos alemanes, y los muchachos aprovecharon la ocasión para cambiar los suyos, que estaban ya agotados.

Dejamos atrás Larnevsk, por el Sur, torcimos hacia el Nordeste, rebasamos por el Sur la aldea de Miedviedi y nos llevamos la harina de dos molinos de viento que allí había y, con ella, al policía de guardia.

El 15 de septiembre hicimos alto en el bosque, al Sureste de la aldea de Poporotnia. No habla agua y tuvimos que cavar un pozo profundo y esperar a que se llenase. El combatiente Lopachov conté: “Estaba metido en el pozo y tenía ya el cubo arriba, casi llenito. Quería llenar una jarra más y llevarla a Ii cocina. La llené, subí y me encontré con un caballejo escuálido que me miraba muy agradecido, y a su lado el cubo vacío...

 

16 de septiembre. El bosque terminó. Una clara noche de luna, salimos al campo y nos acercamos al río Besied, entre los poblados de Jotimok y Kiseliovka. La hierba estaba blanca por la escarcha temprana. Comenzó la travesía. Los combatientes se desnudaban rápidamente y, en medio del silencio más profundo, entraban en el río. No se oía más que el chapoteo de agua y el castañeteo de los dientes de algunos muchachos, que tiritaban de frío.

 

Hemos descansado dos días y comenzamos a prepararnos para una operación grande. Cada guerrillero está ansioso de combatir y se lleva un gran disgusto cuando le comunican que no irá a la operación.

 

La operación de Gordéievka.

El 23 de septiembre, al anochecer, un grupo de trescientos hombres, al mando de Popudrenko, salió del campamento con la misión de aniquilar la guarnición de Gordéievka, cabeza de dis­trito.

Además, se había dado orden de destruir la fábrica de alcohol del pueblo de Tvoríshino.

A la fábrica de alcohol fue una compañía del destacamento Voroshílov, al mando de Márkov.

La primera y la segunda compañías del destacamento Stalin eran las encargadas de asestar el golpe principal contra Gordéievka. Algunos grupos del destacamento Schors se apostaron al lado del camino.

El 24 de septiembre a las cuatro de la madrugada, todas las unidades llegaron a sus puntos de partida. Cayeron a tierra los postes telegráficos. Las comunicaciones quedaron interrumpidas.

Los destacamentos de Schors se recogieron en las emboscadas. Faltaban dos horas para el comienzo de la operación. Casi todos los .combatientes se tumbaron en la cuneta del camino, a fin de descan­sar y resguardarse, aunque fuera un poco, del frío viento otoñal.

Los jefes se congregaron alrededor de Popudrenko, que les daba las últimas instrucciones.

Poco después, los que dormían fueron despertados por los jefes. Entumecidos por el frío, los combatientes ocuparon sus puestos.

En el flanco derecho se encontraba la primera compañía, en el izquierdo, la segunda. En formación abierta avanzaron vigilando la calle del villorio.

A las seis en punto rompió fuego nuestro mortero de batallón. Era la señal de ataque. La mina silbó y el silencio de la mañana se vio roto por una sorda explosión. Los combatientes irrumpieron en la aldea y se dispersaron por las calles. En una de las casas se oyó el chasquido de un cristal y saltó por la ventana un policía. Después de correr un poco, quedé colgado de una valla, como un vestido puesto a secar.

Los guerrilleros corrieron hacía la casa del jefe de la policía. Este se escapé a la casa vecina, la de la maestra, y saltó por la ventana.

Un guerrillero gritó: “¡Esperad, muchachos, no disparéis! “, y corrió como un loco en su persecución.

El traidor fue capturado y fusilado en el acto.

La primera compañía se acercó a la comandancia. Los alemanes, que se habían escondido detrás del garaje de ladrillo, comenzaron a lanzar granadas, sin dejar que los guerrilleros se acercaran.

Por mucho que gritara el jefe de la compañía, no salía nada. También gritaban los muchachos, pero no daban un paso. Mazépov, dando muestras de una gran habilidad, maté al alemán que tiraba las granadas y gritó: “ ¡Muchachos, los alemanes huyen! ¡Seguid­me, aprisa! “. La comandancia fue ocupada.

El resto de los alemanes corrió hacia el molino, donde encontró la muerte.

Los guerrilleros entraron en la cabeza de distrito. En lo fundamental, el combate había cesado. Tan sólo en los huertos y en las afueras del pueblo los guerrilleros seguían cazando fritzes y a sus servidores. También fue apresado el barrigudo burgomaestre.

Pusimos en libertad a los presos. Entre ellos había un maestro a quien los alemanes detuvieron, porque, después de haber reunido

—por orden de ellos— a los maestros, con el fin de celebrar una asamblea de distrito, puso en el gramófono unos discos con cancio­nes soviéticas.

Sin esperar a que el combate terminase, casi toda la población salió a la calle. Los campesinos nos interrogaban con avidez pidién­donos noticias del frente, de la Unión Soviética, del Ejército Rojo, y, de buena gana, nos ayudaban a capturar invasores. Un vecino ensarté en su horquilla a un juez de instrucción alemán.

Nos enseñaron una octavilla alemana. Los alemanes prometían por Fiódorov —vivo o muerto— cincuenta hectáreas de tierra de labor y cincuenta mil rublos en metálico. Además, sal, cerillas y vodka o ron, a elegir, en cantidad ilimitada. Por Popudrenko, trein­ta mil rublos. Por los jefes medios, diez mil. Por un guerrillero raso, cinco mil, sal, cerillas y querosén.

Abrimos los depósitos y distribuimos entre la población sal, cerillas y otros artículos.

El 3 de octubre después del combate, descansamos y emprendi­mos el regreso. El enemigo abrió fuego contra nuestra columna, desde una emboscada. La primera y la segunda compañía del desta­camento Stalin se desplegaron al instante.

La ametralladora de Avkséntiev comenzó a disparar; Seriozha Mazépov batía certeramente con su mortero al enemigo. Los alema­nes huyeron, abandonando cuarenta soldados muertos y cuatro autos en llamas.

Nosotros tuvimos dos combatientes muertos y tres heridos.

Nuestra columna pasó con rapidez por el puente, cruzó la vía férrea y, dejando atrás el caserío de Sokolovski, se detuvo en el campamento de los guerrilleros locales, mandados por Shemiakin.

Permanecimos allí unos diez días. La gente descansaba. Por las tardes, los combatientes bailaban y cantaban a los sones del acor­deón. La sección de propaganda preparó el número correspondien­te del periódico vivo.

En este bosque se nos unió un grupo de prisioneros de guerra, trece hombres dirigidos por Kostia Lysenko que sirvieron en el ejército alemán y que huyeron para unirse a nosotros. Trajeron consigo trece fusiles y tres ametralladoras de mano.

Pronto abandonamos el hospitalario bosque.

Seguimos la ruta Osinka, Viúkovo, Sadóvaia, Kotólino, donde de nuevo atravesamos el río Iput. En la aldea Nikoláievka nos recibió el puesto de guardia de los guerrilleros.

 

Nos alcanzó el grupo de Balitski. No nos habíamos visto hacía más de dos meses con nuestros mejores saboteadores. En los últi­mos tiempos no habíamos tenido noticias de ellos. Les organizamos un recibimiento solemne. Los jefes saludaron personalmente a cada uno de los combatientes y por orden dieron a cada uno vino francés, a aquel que lo pidió se le sirvió además alcohol.

El valeroso comandante de los saboteadores leyó su parte ante todos los guerrilleros de la agrupación:

“En el tiempo transcurrido desde el 23 de agosto hasta el 25 de octubre, el grupo de diversión destinado por órdenes suyas en los ferrocarriles Bajmach — Briansk y Gomel — Chernígov han reali­zado lo siguiente:

Han eliminado a 1.487 invasores alemanes, de los cuales 327 eran oficiales y uno, general. Heridos: 582 alemanes. Se han des­truido nueve convoyes enemigos: 10 locomotoras y 125 vagones. Se ha interrumpido la circulación en estas vías en una totalidad de 191 horas. Se han dinamitado en las carreteras a cinco camiones y un coche. Se ha ajusticiado a diez stárostas y policías.”

 

El bosque adonde llegamos era conocido por el pueblo con el nombre de “Pinar de Kletnia”.

Sus dimensiones eran bastante grandes. Se extendía en ininte­rrumpida franja, uniéndose por el Norte con los bosques de Mújinski y por el Este con los de Briansk.

Los guerrilleros, tan pronto como llegaron, se pusieron a cons­truir refugios y otros locales auxiliares.

Además de nuestra agrupación, en aquellos bosques había otros muchos destacamentos que constituían un enorme campamento guerrillero.

Partían de allí en todas direcciones los caminos y senderos que conducían a los destacamentos vecinos: a los de Shimiakin, Shestakov, Sebnitski, Eriomin, Gorbachov, Antonenko, y a los de los distritos de Kletnianski, Mglin y otros.

Miles de indomables se hablan reunido allí para vengarse del odiado invasor, por la tierra hollada, por la sangre que vertía su pueblo.

Un territorio de varios centenares de kilómetros cuadrados era, en realidad, una comarca guerrillera. Decenas de aldeas y poblados vivían la libre vida de los ciudadanos soviéticos, sin conocer el yugo fascista.

La población ayudaba a los guerrilleros con víveres, ropa de abrigo y medios de transporte.

En la aldea de Kotólino había un molino de agua, con una capacidad de trescientos puds al día, que trabajaba para todos los destacamentos guerrilleros.

En la aldea de Nikoláevka se organizó un taller de artículos de ana. Los habitantes de las aldeas vecinas abastecían con gusto a los guerrilleros de pan, patatas, heno y leche para los heridos. En las casas campesinas se instalaron hospitales guerrilleros.

A su vez, los guerrilleros prestaban en todas las aldeas de 15 a 18 km a la redonda servicio de guarnición, salvaguardando el trabajo y la tranquilidad de los pacíficos ciudadanos soviéticos.

La juventud campesina ayudaba a los combatientes en el servicio de la guarnición. Las muchachas tejían guantes de lana y cosían batas de camuflaje.

Los guerrilleros proporcionaban a los habitantes prensa y les informaban regularmente de los partes de guerra del Buró Soviético de Información. Cuando las comunicaciones con Moscú se hicieron regulares, proyectaban también películas y organizaban conferencias a cargo de competentes conferenciantes venidos desde la reta­guardia soviética.

 

En la profundidad del bosque, en un gran claro, se empezó a construir a toda prisa una pista de aterrizaje. En esta ocasión los aviones tenían que aterrizar necesariamente. Recibimos un radio­grama de Moscú. Allí se había creado una compañía aérea especial bajo el mando de Valentina Grizodúbova. Como siempre, quien dirigía la construcción del aeropuerto era nuestro piloto Volodin, se le envió trescientos guerrilleros. Se trabajaba por la noche. Menos mal que brillaba una luna clara en un Cielo sin nubes. La construc­ción del aeropuerto coincidía con el aniversario del Gran Octubre.

10 de noviembre. Todo está preparado para recibir al primer avión que va a aterrizar en nuestro campo. Muy entrada la noche, se oye el creciente ruido de los motores. Se acerca... En la oscuri­dad se perfila la gigantesca silueta de la nave aérea. El enorme avión, después de dar unas vueltas de saludo, aterriza en nuestro aeródromo. Resuena un unánime “hurra”. Los guerrilleros están llenos de júbilo. Los pilotos les hablan gustosamente de la Tierra Grande, de la situación en los frentes, de las fábricas y los koljoses; les obsequian con cigarrillos.

En pleno apogeo de la charla, se acerca el jefe de la agrupación, Fiódorov, Héroe de la Unión Soviética.

Lanza una alegre mirada a todos los presentes.

— Bueno —les dice—. ¡Hasta la vista, os deseo éxitos! —y, por la escalerilla, sube rápidamente a la cabina.

Hace tiempo que han cargado a los heridos. Las cajas con arma­mento, munición y medicinas se han apartado para no entorpecer el despegue.

Los guerrilleros andan en torno a la máquina enorme llegada de lejos, la observan como si se tratase de un ser vivo.

Los motores rugen. Se enciende la brillante luz de los reflecto­res. El avión corre por la blanca y lisa superficie del campo, se separa ligeramente de la tierra y, después de dar unas vueltas de despedida, toma rumbo al Este.

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