"Lo fundamental era estar al lado del pueblo, impulsarlo a la lucha. No había que olvidar que nosotros, los comunistas, éramos los organizadores, sólamente el armazón. He aquí lo que no se podía olvidar un sólo instante. Y entonces ninguna fuerza enemiga sería capaz de quebrantarnos" Alexéi Fiódorov

Capítulo primero: BOMBAS DOBRE CHERNIGOV parte 1 de 5

 

Era domingo, y acababa yo de regresar a Chernígov de un viaje a importantes obras.

Durante el viaje nos sorprendió un aguacero. La carretera se convirtió en un lodazal, el coche empezó a patinar y, por último, quedó atascado. Para colmo, nos dimos cuenta de que nos habíamos olvidado de comprar cigarrillos. Todo esto nos parecía una gran calamidad. Y no era para menos: nos encontrábamos atascados en el campo, bajo la lluvia, con la perspectiva de una noche en vela y, por añadidura, sin nada que fumar.

Durante la noche intentamos varias veces desatascar el coche. Todos estábamos mojados y sucios. Hasta las diez de la mañana no conseguí llegar a casa. Tenía hambre y sueño. Recordaba las impresiones del viaje: la entrevista con los constructores, las viviendas limpias y cuidadas, los ricos trigales en sazón que se alzaban como muralla a ambos lados de la carretera y los campos cercanos cubiertos de pequeños arbustos de cok-saguís, planta cauchera que muy recientemente habíamos empezado a cultivar en la región de Chernígov y de la cual tanto nos enorgullecíamos...

Estaba quitándome las botas empapadas, soñando con tenderme sobre el diván, cuando en la habitación entró mi mujer.

— ¡Por fin! —exclamó—. Más de diez veces te han llamado del Comité Regional. La primera vez eran las siete de la mañana y no hacen más que llamar y llamar...

No había terminado de decírmelo, cuando volvió a sonar el teléfono. Levanté el auricular.

— Alexéi Fiódorovich, ¿me oye? Alexéi Fiódorovich... —el que hablaba estaba evidentemente emocionado, repetía mi nombre y patronímico e intercalaba sin cesar las palabras "¿me oye?", " pues verá". Me costó trabajo comprenderle. No se decidía a pronunciar la palabra "guerra".

Me volví a enfundar la bota mojada, tomé del plato un trozo de empanada y bebí de un jarro unos tragos de leche. Mi aspecto debía ser bastante extraño, porque mi mujer no hacía más que mirarme alarmada. Le conté lo ocurrido, me despedí de todos, salí de la casa y me dirigí al Comité Regional.

A casa ya no volví hasta acabada la guerra.

En el Comité Regional, a excepción del compañero de guardia, no había nadie. Llamé a Kiev, a Nikita Serguéievich Jruschov, secretario del Comité Central del Partido Comunista (bolchevique) de Ucrania.

"La guerra con los fascistas —pensaba yo—. Claro, tarde o temprano tenía que comenzar... ¡Serenidad! ¡Organización! ¿Conseguirán sus aviones llegar a Chernígov? ... ¡Ah, qué cosecha, qué cosecha tan maravillosa! —y recordé las murallas de ¡os trigales a los lados de la carretera—. ¿Cómo recogerla ahora?…"

— Nikita Serguéievich, ¿es usted? Soy Fiódorov, de Chernígov...

Jruschov hablaba serenamente, en voz algo más baja que de costumbre. Me conté que los alemanes habían bombardeado Zhitómir y Kíev, que en algunos lugares habían sido arrollados nuestros puestos fronterizos. Después me dio algunas instrucciones prácticas.

Media hora más tarde estaban reunidos en mi despacho los miembros del Buró del Comité Regional.

En el transcurso de aquel día tomé parte en varios mítines.

En la mañana del 23 de junio aparecieron sobre Chernígov aviones enemigos de exploración.

* * *

Los primeros días de guerra fueron de particular intensidad. Tanto en la región como en la ciudad se movilizaba con rapidez a la gente; en Chernígov iban formándose unidades militares. Miles de hombres llegaban desde todos los distritos en tren, en camión, en carro o simplemente a pie.

Todos trabajaban con abnegación. Unos mil quinientos koljosianos, obreros, empleados y amas de casa habían salido a construir fortificaciones. Aparte de ese trabajo, los vecinos se pusieron a construir refugios y cavar zanjas en cada patio y a llevar arena a las buhardillas.

Yo viajaba continuamente: recorrí las fábricas que sobre la marcha comenzaron a producir material de guerra, visitaba todos los días los centros de reclutamiento. Tenía que hablar, explicar, levantar los ánimos. Al llegar la noche estaba completamente afónico.

Pero también por las tardes y por las noches se celebraban reuniones, entrevistas con jefes de unidades, directores de empresas, secretarios de Comités de Distrito. No dormía más de tres horas y ni siquiera de un tirón. Pasaban días enteros sin que viera a mi mujer ni a mis hijas.

Tampoco conseguí estar con la familia el día en que abandoné Chernígov. Llegué a la estación un minuto antes de la salida del tren y mientras abrazaba a mi mujer y a mis hijas, despidiéndome de ellas, el tren arrancó y tuve que saltar en marcha.

Un solo sentimiento nos embargaba a todos: la responsabilidad.

Nuestro razonamiento era éste: somos comunistas, y además dirigentes, por lo tanto respondemos de los hombres, del patrimonio popular de la libertad del pueblo. Sólo teníamos una obsesión: trabajar. La conciencia no nos permitía el menor reposo. Un compañero muy bueno y sincero decía que le daba vergüenza acostarse en la cama y dormir.

Sobre Chernígov aparecían cada vez con mayor frecuencia aviones enemigos de exploración. El empalme ferroviario fue lo primero que bombardearon. Era la noche del 27 de junio. Media hora después del bombardeo, ya me encontraba allí. Vi las primeras víctimas de los fascistas: dos mujeres muertas y un niño destrozado por la explosión. Trataba de permanecer sereno, pero no podía reprimir un estremecimiento. Mi mente se negaba aún a admitir aquello. Me parecía que se trataba de un terrible error, de un accidente nefasto, y que bastaría tomar medidas para que nada de eso volviera a repetirse.

El 28 de junio llegó a Chernígov el Mariscal Budionni. La reunión, mejor dicho, la charla, duró más de tres horas. Recorrimos la ciudad, examinamos los objetivos militares. Empezamos a comprender que la guerra era un trabajo, un trabajo sistemático, planificado y concienzudamente meditado, de una tensión y una envergadura nunca vistas.

* * *

Antes de julio, nadie en nuestra región había pensado en la preparación del Partido para la clandestinidad, nadie se había preocupado de la organización de destacamentos guerrilleros. Confieso que tampoco yo pensé hasta entonces en ello.

Los alemanes seguían desarrollando. la ofensiva. El Oeste de Ucrania estaba ya convertido en campo de batalla. Y aunque sobre Chernígov habían aparecido muchas veces aviones enemigos y las ciudades de la región habían sido bombardeadas una y otra vez, a nosotros, dirigentes de la región de Chernígov, nos parecía imposible que los alemanes pudieran penetrar hasta allí, hasta las profundidades de Ucrania.

El día 4 de julio, hablando ante los obreros ferroviarios de Chernígov, dije que los fascistas no lograrían abrirse paso hacia nuestra ciudad y que podríamos trabajar tranquilamente. Yo, en efecto, lo creía así.

De regreso del mitin de los ferroviarios, en el Comité Regional, supe que había llegado de Kiev el camarada Korótchenko, secretario del Comité Central del PC(b) de Ucrania. No estuvo más que un día en Chernígov. De acuerdo con las organizaciones regionales, trazó el plan para la evacuación de la gente, de las instalaciones industriales y los bienes que debían salir en primer lugar. Al despedirse nos aconsejó que hiciéramos una lista de los guerrilleros de la guerra civil:

— ¡La experiencia de esos guerrilleros puede sernos útil, camarada Fiódorov!

Por la tarde me llamaron por telégrafo desde el Comité Central, e inmediatamente salí en auto para Kiev.

Aquella misma noche me recibió el camarada Jruschov. Me describió la situación en los frentes y me dijo que había que mirar las cosas cara a cara. Era preciso no desdeñar la ofensiva alemana y evitar que la penetración del ejército enemigo en las profundidades del país nos cogiera desprevenidos.

Me propuso que comenzara a preparar inmediatamente a los comunistas para la clandestinidad y organizase de antemano un destacamento guerrillero en cada distrito.

— En cuanto regrese a Chernígov, comience sin perder tiempo a seleccionar a los hombres, a preparar en los bosques bases para los guerrilleros; preocúpese de la instrucción militar de los hombres seleccionados. El camarada Burmístrenko le dará instrucciones más detalladas.

Mijaíl Alexéievich Burmístrenko me explicó cómo debía seleccionar a los cuadros para el trabajo clandestino, la organización y la formación de los destacamentos guerrilleros y me dio a conocer algunos datos.

Me sorprendió que el Comité Central tuviera ya estructurado todo el sistema de organización del Partido en la clandestinidad.

— Recuerde —me decía el camarada Burmístrenko al despedirse— que para el trabajo del Partido en la clandestinidad hay que destinar a los hombres más probados, valientes, serenos y leales. Explique a la gente todo el peligro que les espera. Que mediten si tienen suficiente valor para ello. Y si no pueden que renuncien... ¿A quién recomienda usted para secretario del Comité Regional clandestino de Chernígov? ... ¿Ha pensado usted en eso?

No sé si palidecí o enrojecí ante esta pregunta, recuerdo tan sólo que mi corazón comenzó a latir precipitadamente.

— Ruego que para ese trabajo se me destine a mí —contesté.

El camarada Burmístrenko tardó en responder. Me miró fijamente y volvió a preguntarme:

— ¿Lo ha pensado bien?

— ¡Sí!

— Ahora no le puedo dar la respuesta definitiva —me contestó—. Por sí acaso, en cuanto llegue a Chernígov, prepare otro candidato. informaré de su deseo al camarada Jruschov.

Yo insistí, le dije que otro candidato tendría que volver a Kiev para recibir instrucciones, que en eso se perdería tiempo y que yo tenía ya esas directivas y podía comenzar el trabajo...

El camarada Burmístrenko me interrumpió:

— Regrese a Chernígov y haga lo que se le ha mandado; se le comunicará por teléfono la decisión del Comité Central.

Me levanté, Mijaíl Alexéievich me acompañó hasta la puerta y, al ver al coronel que lo esperaba, exclamé:

— ¡Camarada Stárinov! ¡Por fin! ¡Pase, pase!

— No vengo solo —dijo el coronel— venimos a verle con todo un cargamento de novedades —y señaló a dos soldados que llevaban una voluminosa y al parecer pesada maleta cada uno.

— Lleven eso al despacho —dispuso Burmístrenko. Después me llamó—: Aquí le presento a Ilyá Grigórievich Stárinov, especialista militar de tipo algo especial: especialista en minas, minador, estratega y táctico de lucha guerrillera. En España lo conocían bajo el nombre de camarada Rodolfo. Tiene en su haber decenas de convoyes con los sublevados fascistas que volaron por los aires. Quiero que sean buenos amigos. Además, Ilyá Grigórievich es un inventor, un constructor... Mire, me habrá traído algo para mostrarme.

— ¡Así es! .. —confirmé el coronel algo turbado.

Se trataba de un hombre alto, de buen aspecto y con un rostro enérgico. Me estrechó la mano y miró expectante a Burmístrenko. Este dijo:

— Y este es Fiódorov, Alexéi Fiódorovich, secretario del Comité Regional del Partido de Chernígov.. Es muy posible que tenga más ocasiones de verle. —Mijaíl Alexéievich suspiró y añadió—: Aunque, posiblemente, fuera mejor que se las arreglaran el uno sin el otro...

En eso nos despedimos. Con esta última frase, Burmístrenko, al parecer, quiso expresar la esperanza de que los alemanes no llegaran a Chernígov y que no tuviéramos necesidad de adiestrarnos en el arte de las minas ni en la lucha guerrillera. Sí, todos esperábamos que de un momento a otro el frente se detuviera y el Ejército Rojo pasara a la contraofensiva.

Unos días más tarde, ya en Chernígov, supe que mi deseo había sido satisfecho: El Comité Central del PC (b) de Ucrania recomendaba mi candidatura para secretario del Comité Regional clandestino de Chernígov. Además, se me nombré jefe del Estado Mayor Regional del movimiento guerrillero.


nota del autor, parte 01, 02, 03, 04, 05, capitulo dos parte 01