"Lo fundamental era estar al lado del pueblo, impulsarlo a la lucha. No había que olvidar que nosotros, los comunistas, éramos los organizadores, sólamente el armazón. He aquí lo que no se podía olvidar un sólo instante. Y entonces ninguna fuerza enemiga sería capaz de quebrantarnos" Alexéi Fiódorov

Capítulo segundo: PRIMEROS EXITOS parte 2 de 16

Regresamos al bosque donde estuviera acampado, antes del combate de Pogoreltsi, el destacamento regional. Donde antes habían vivido cien hombres, se acomodaron trescientos y pico: todas las secciones, más los campesinos que se nos habían unido en Pogoreltsi. Helaba. Con frecuencia soplaba un viento glacial y penetrante. El invierno no hacía más que comenzar. Teníamos en perspectiva los verdaderos fríos, y, en cuanto a víveres, las cosas iban empeorando visiblemente: nuestras reservas tocaban a su fin.

Pero los hombres parecían ser otros. Su porte era ahora más marcial, cumplían con rapidez y de buen grado todas las órdenes. Por las tardes, al lado de las hogueras, montaban y desmontaban los fusiles, los automáticos y las ametralladoras alemanes, aprendiendo el manejo del armamento enemigo.

— ¡Hacéis bien, camaradas! En un futuro inmediato, nadie podrá suministrarnos armas. Combatiente Krivda, responde: ¿quién es el principal proveedor de los guerrilleros ucranianos?

— Hitler —respondió Krivda, levantándose y haciendo el saludo militar.

— Baja la mano, conoces mal el tema. Camarada Málchik, ¿y usted, qué opina?

El explorador Malaj Málchik tenía unos setenta años. Era miembro del Partido desde 1917. Antiguo guarda forestal fue carpintero, era mañoso, hábil, expeditivo y maestro en todos los oficios. Habíase presentado en el destacamento guerrillero en compañía de sus dos hijos, ya mayores, una hija y el yerno. Era explorador. En el bosque se sentia como en su propia casa. Tenía amigos en cada aldea.

— Nuestro proveedor principal, Alexéi Fiódorovich —respondió sonriendo—, es el valor guerrillero.

— No —interrumpióle Semión Tíjonovski, hombre muy aficionado a dar rienda suelta a su fantasía—, el proveedor principal de los guerrilleros es la seguridad. Si estás seguro de la victoria, conseguirás lo que quieres, y vivirás cien años después de la guerra.

— ¡Fijaos en él, tú sí que estás seguro!

— ¡Claro! ¿No conoces la discusión que sostuvo un guerrillero con un alemán respecto al cerco?

— Cuenta, Semión Mijáilovich.

Tíjonovski no se hizo de rogar.

— Pues bien, un guerrillero se encuentra con un alemán. Y éste le dice: "Ríndete, porque te voy a cercar ya liquidar". Y el guerrillero le responde: "No eres más que un papagayo tonto. ¿Cómo vas a cercarme, si tú mismo estás rodeado por todas partes y no tienes dónde meterte? " El alemán se ríe: "Ja-ja-ja —pero vuelve la cabeza—. Yo —dice— llegaré a los Urales; me guía el Führer, pero vuelve otra vez la cabeza. Y el guerrillero le dice de nuevo: "¿Cómo vas a cercarme y a vencerme, si no haces más que volver la cabeza de un lado para otro? Y tampoco puedes dejar de hacerlo, pues por todas partes te acechan ojos humanos, y en esos ojos, llenos de ira, está tu muerte". Entonces el alemán vociferó: "¡Calla o te mato! ", pero no fue capaz de contenerse y volvió a mirar a los lados. Y entonces, el guerrillero acabó con él.

Por las tardes, iba yo de hoguera en hoguera escuchando y observando a los guerrilleros. ¡Qué cambiados estaban! Tan sólo hacía dos días, todos andaban taciturnos y silenciosos. En cada mirada leíase una pregunta inquieta: "¿Qué ocurrirá en adelante?"

Hasta el bosque parece ahora distinto. Resulta que es maravilloso. Al anochecer, a la luz de las hogueras, nos rodea un paisaje verdaderamente magnífico, que incluso puede calificarse de majestuoso. El aire es fresco, todos tienen buen color; se oyen risas, bromas, voces sonoras y alegres. Unos pelean en broma en medio de la nieve, otros cantan. El vaho de los calderos se alza sobre las hogueras; pronto estará preparada la cena...

Me acerqué al fuego junto al cual se hallaban sentados jóvenes de Chernígov, la mayoría obreros. Me senté a su lado, los chicos callaban a la expectativa.

— ¿Qué, muchachos, cansados? ¿Agotados de la lucha y tanto andar?

— No, camarada Fiódorov, todo en orden. Lo que falta es un poco de música, tendría que ser algo nuestro, alguna canción guerrillera.

— Pues, ya lo sabéis, manos a la obra, componed una. ¿O es que tenemos que esperar a que nos envíen un poeta de Moscú?

— Eso tampoco estaría mal. Pero ya haremos un esfuerzo. Ya pensaremos algo. Seguro que escribimos una.

— ¡Alexéi Fiódorovich! —se me dirigió un muchacho fuerte y de cara encarnada y con el flequillo alzado sobre el gorro—. Tenemos aquí una discusión. Ayúdenos a aclararnos.

Algunos sonrieron. Otros no pudieron aguantarse y se rieron a carcaj adas.

— Déjalo estar, Nikolái...

— Cerrarle la boca...

— No —prosiguió el muchachote— voy a decirlo. A mí me parece que con el jefe, y más si es un dirigente político, se puede hablar de todo. Mire, camarada Fiódorov, uno de los nuestros, mientras luchábamos...

Un chico de unos diecinueve años con un capote largo de ferroviario se levantó de un salto, llenó el pecho de aire como si fuera a decir algo, pero de pronto se puso rojo como un tomate y los ojos le empezaron a parpadear de pura ofensa; alzó la mano en señal de protesta y salió corriendo hacia el bosque. Todos estallaron en carcajadas.

— ¿Ha visto a este guerrillero, camarada Fiódorov? Es del que le hablaba. Durante la lucha en Pogoreltsi este chico se estiró tras un tronco y se pasó unos quince minutos pegándole tiros a un espantapájaros. —Los muchachos de nuevo se echaron a reír—. Fue así, palabra de komsomol, no miento. Los demás disparando contra el enemigo, mientras él iba gastando cartuchos en balde. Y sólo se calmé cuando destrozó el palo y el espantapájaros se cayó al suelo.

El chico del capote de ferroviario, al parecer lográndose dominar, salió de entre los árboles, se acercó al muchacho corpulento y le acercó al rostro su puño.

— No te creas que por lo grande que eres —exclamó airado— te está permitido todo. Nikolái, nunca te perdonaré esto... Escúcheme, camarada Fiódorov, le explicaré. Ahora ya da igual... Mire, soy miope... Pero en los talleres trabajaba de tornero y lo hacía bien.

El muchachote cogió al otro de la mano y aguantándose la risa dijo:

— Pues allí está la cosa, que trabajabas con gafas. Reconócelo, tuviste que mentir para hacerte guerrillero. No te quisieron en el ejército, y lo que tenías que haber hecho era evacuar. Allí estarías en tu lugar. Porque, mire usted, se ha tragado unos cuantos libros sobre los guerrilleros y ahora a jugar a la guerra.

— Mientes, la cosa no está en los libros. Porque, si lo quieres saber, mi padre... Mi padre, camarada Fiódorov, murió en el frente y han destrozado a mi hermana durante un bombardeo. El todo esto lo sabe, camarada Fiódorov, trabajó conmigo. Y ahora quiere dejarme en ridículo. ¡Esto no me parece de komsomol!

— ¿Y dónde están tus gafas? —pregunté al tornero—. Porque con las gafas dispararías seguro mucho mejor.

— Las rompí cuando aprendía a montar. ¿Se cree usted que soy el único declarado inútil de los que están aquí? ¿Conoce a Danila, de la fábrica de instrumentos musicales, uno pequeñito? Pues éste tuvo tuberculosis en su infancia y sólo hace un año que le han dejado de hacer el neumo. Pues este chico en Pogoreltsi tumbó a un suboficial y seguramente hirió a dos. Pregúntele a él, ahora en el bosque se siente mejor que en la ciudad. También está, lo sé con exactitud, uno que no es komsomol, un hombre ya mayor, con una úlcera de estómago, también dado por inútil. Todos pedimos ingresar voluntarios en el ejército y no nos admitieron... Pero yo puedo luchar, palabra de honor. —Hundió la mano en el bolsillo y extrajo ante la risa general tres pares de gafas—. Eso es de ayer, se las quité a los alemanes, pero no me sirven. Tengo ocho dioptrías.

— No pasa nada —consolé al muchacho—, tarde o temprano encontrarás las que necesitas. Y tú, Nikolái, ayúdale. En el próximo combate mata a un alemán con las gafas que le vayan bien a éste. Además quiero que hagáis las paces. Puede que sea mejor... ¿Cómo te llamas? ... Alexandr Bychkov. Pues mira, Sasha, puede que fuera mejor que evacuaras, pero ahora ya es tarde para pensarlo, ¡O sea, a luchar!

En eso se acercó Bessarab. Al parecer, había oído el final de la conversación y comentó:

— Con nosotros, eso, pues, tenemos un viejo que lleva dos pares de gafas a la vez.

Bychkov se puso unas gafas alemanas y luego otras. Entonces sí que parecía un monstruo. Incluso yo no pude aguantarme la risa. Pero Bychkov ya no se ofendía. Se reía con los demás y exclamaba alegre:

— ¡Veo! ¡Veo perfectamente! ¡Seré un tirador de primera, palabra de komsomol!

Bessarab me tomé del brazo y me apartó a un lado.

— La gente, eso, pues, está de buen humor.

— ¿Y a qué crees tú que es debido eso?

Bessarab, pensativo, se atusa los bigotes.

— Yo considero, Alexéi Fiódorovich, que este fenómeno puede explicarse por la circunstancia, eso, pues, de que nos hemos unido y todos juntos hemos atacado al enemigo...

— Entonces, ¿hicimos bien en unificarnos?

Pero Bessarab no ha acabado su frase. Hombre de extremado amor propio, considera necesario reconocer su error, pero quiere hacerlo como un regalo.

— El trabajo eleva al hombre. Ahora hemos trabajado. Por eso, creo yo que la moral de los combatientes está a la altura debida.

— Entonces, ¿hicimos bien en unificarnos?

— Se ha elegido bien el momento. En ese momento debíamos, eso, pues, actuar todos unidos. ¿Está claro?

Así termina mi conversación con Bessarab. En su fuero interno sigue manteniendo tenazmente sus antiguos puntos de vista. Pero los hechos son tan evidentes, que Bessarab retrocede temporalmente.

Considerábamos que el resultado inmediato principal de la operación de Pogoreltsi era la elevación de la moral de todos. Los guerrilleros comenzaron a estimarse a sí mismos, cobraron confianza en sus propias fuerzas. Por todas partes se oían ya conversaciones sobre la necesidad de realizar ataques aún más audaces e importantes. Pero el éxito fue mucho más serio y amplio de lo que suponíamos.

Pues lo valoramos desde nuestro punto de vista guerrillero, de hombres alejados en el bosque.

Pasó un día y empezaron a llegar hasta nosotros los ecos de aquella tempestad que nosotros mismos sin sospecharlo alzamos en nuestro entorno.

Como he dicho ya, en el combate de Pogoreltsi participaron doscientos cuarenta y dos guerrilleros. Además, varios habitantes de la aldea nos habían ayudado a explorar las fuerzas del enemigo. Muchos de los guías que nos enseñaran el camino eran también de Pogoreltsi. Después del combate, casi todos ellos se unieron a los guerrilleros. Sin embargo, el refuerzo de Pogoreltsi no estaba constituido solamente por exploradores y guías.

Durante el combate tuvimos muchos auxiliares desconocidos, con cuyo apoyo no habíamos contado. A la mayoría no los conocimos nunca. Algunos nos ayudaron hasta el fin de la guerra sin revelar su secreto ni siquiera a sus amigos y allegados.

Más tarde nos acostumbramos a que en cada poblado lucharan a nuestro lado decenas de auxiliares anónimos. El combate arrastra, enciende hasta a los más pusilánimes. Cuando el alemán huye, no sólo le persiguen las balas de los guerrilleros. Las viejas le tiran pucheros desde las ventanas, los chiquillos disparan desde las buhardillas con sus tirachinas; los inválidos le arrojan sus muletas a los pies, para que caiga. Es una espita para el odio, hace tiempo acumulado, contra el invasor.

En el combate de Pogoreltsi conocimos por primera vez la existencia de tales auxiliares. Algunos de ellos se envalentonaron tanto, que entablaban combate sin ocultarse. Se apoderaban de las armas abandonadas por el enemigo, disparaban contra los alemanes y les mataban. Después del combate, muchos se presentaron en el destacamento.

— No podemos de ningún modo quedarnos en la aldea —nos decían.

El refuerzo de Pogoreltsi ya de por sí era bastante numeroso: más de cincuenta hombres.

Pero es el caso que, de día en día, aquel número aumentaba considerablemente. Al día siguiente de la operación, se presentaron en nuestro campamento más de diez voluntarios. Al tercer día, veintidós. Durante el cuarto y quinto día, la gente continuó llegando. Y no sólo de Pogoreltsi, sino de Bogdánovka, Oleshnia, Chenchiki, Samotugui. Viejos, mujeres, muchachas, hasta chiquillos de doce y trece años venían a pedir que se les "apuntase en los guerrilleros".

En todas esas aldeas, situadas a diez o a quince kilómetros de nuestro campamento, el día que se combatió en Pogoreltsi, la gente llenó las calles para ver aquel resplandor, prestando, esperanzada, oído al eco del combate. Todos comprendían que no podían ser los destacamentos de castigo. Pero, entonces, ¿qué había ocurrido? ¿Habría roto el Ejército Rojo el frente? ¿O sería, tal vez, algún desembarco aéreo?

¡Qué suposiciones no haría la gente!

Los que nos veían y oían se contaban por miles. Y, claro está, la noticia de lo sucedido cundió con la celeridad del rayo. Hasta en las aldeas más apartadas, la gente, sin periódicos y sin radio, se enteró de que los guerrilleros habían salido por fin del bosque y estaban batiendo a los alemanes. Hacía muy poco aún que los alemanes y sus agentes gritaban a los cuatro vientos que los guerrilleros no existían. "En los bosques se ocultan insignificantes grupos de bandidos bolcheviques. Pronto serán capturados y aniquilados". Y, ahora, los alemanes huían despavoridos en paños menores por campos y caminos. ¡No era cosa fácil atacar una guarnición semejante! No; no eran pequeños los grupos escondidos en los bosques. Había allí centenares o quizás miles de guerrilleros. ¡Tenían ametralladoras, morteros, cañones!

Los propios alemanes gritaban a los cuatro vientos que habían sido atacados por un destacamento poderoso y bien armado. ¡Naturalmente, no podían confesar que la guarnición se había dispersado ante la presión de un grupo guerrillero!

En la región de Chernígov esta fue la primera operación guerrillera importante. Con ella se demostró al pueblo que a su lado vivían y actuaban sus defensores, los vengadores de su honor mancillado. Y los hombres soviéticos comenzaron a levantar cabeza.

 

capítulo 1 parte 16, capítulo 2 parte 01, 02, 03, 04, 05, 06, 07, 08, 09, 10, capitulo 3 parte 01