"Lo fundamental era estar al lado del pueblo, impulsarlo a la lucha. No había que olvidar que nosotros, los comunistas, éramos los organizadores, sólamente el armazón. He aquí lo que no se podía olvidar un sólo instante. Y entonces ninguna fuerza enemiga sería capaz de quebrantarnos" Alexéi Fiódorov

Capítulo segundo: PRIMEROS EXITOS parte 9 de 10

A principios de diciembre, un grupo de exploradores nuestros encontró en el bosque el cadáver de una mujer. Era Marusia Chujnó, obrera de la fábrica de azúcar de Koriukovka, comunista que trabajaba en la clandestinidad. Los guerrilleros del destacamento de Koriukovka utilizaban su casa como centro de enlace. El burgomaestre de Koriukovka Baranovski, ex ingeniero de aquella misma fábrica de azúcar, fue quien la delató a los alemanes.

Descubrimos en el cuerpo de Marusia Chujnó dieciséis cisuras. Le habían saltado un ojo. Los verdugos arrojaron sus restos al bosque para atemorizar a los guerrilleros y a los que actuaban en la clandestinidad.

Marusia Chujnó fue enterrada con todos los honores. Centenares de guerrilleros asistieron al sepelio.

No; no podíamos ni queríamos ver en los invasores nada de humano. Mientras estuvieran aquí, en tierras de la Unión Soviética, no eran seres humanos, sino solamente enemigos.

Pero para combatir con éxito al enemigo es preciso conocerte. Exigíamos que, si no todos los guerrilleros, al menos los cuadros dirigentes y en particular los delegados políticos y los exploradores estudiasen con atención los documentos alemanes que caían en nuestro poder, las órdenes de los gauleiter y las leyes que se dictaban entonces en Ucrania. ¿Cómo se podía hacer trabajo de agitación entre el pueblo, penetrar en el aparato de las autoridades de ocupación sin conocer el régimen establecido por ellas?

La mayoría de los compañeros se dedicaba a ello con gran desgana. "¿Qué diablos de leyes? objetaban los contrarios a esta clase de estudio—. "El nuevo orden"... no es más que la arbitrariedad. Cualquier comandante puede hacer cuanto le viene en gana

Y era cierto. He aquí un documento muy característico de aquella época; se trata de un bando del comandante militar, difundido en Jolmí:

BANDO

1. Se prohibe ir al bosque. El que desobedezca esta orden, será fusilado.

2. Quien mantenga relaciones con los guerrilleros, les dé comida o albergue, será fusilado.

3. El que no comunique inmediatamente a las unidades militares próximas el nombre y el lugar de residencia de los guerrilleros que conozca, o la llegada de guerrilleros y comunistas forasteros, será fusilado.

4. Quien tenga armas u otros materiales bélicos, será fusilado.

5. El que propale noticias que puedan amedrentar a la población, como asimismo todo aquel que coaccione a la gente para que no trabaje o impida por cualquier otro medio el bienestar general, será castigado severísimamente.

6. Todos los starostas deben presentar inmediatamente en Id comandancia de Chernígov las listas de forasteros.

7. Los padres, los maestros y los stárostas son responsables de los actos de los jóvenes. Todos ellos serán castigados con todo rigor por los delitos que cometan los menores de edad.

8. El que, pudiendo hacerlo, no se oponga al sabotaje será castigado con la pena capital.

9. Contra las aldeas que no se sometan a esta disposición se tomaran las medidas más severas, con responsabilidad colectiva.

El comandante militar

Resultaba que a cualquier persona se la podía fusilar en todo momento. Las fuerzas de ocupación dictaban muchas disposiciones, órdenes y leyes. Algunas de ellas estaban llenas de promesas:

seguridad personal, cupos limitados de impuestos, etc. Pero las únicas promesas que los alemanes cumplían eran las de ahorcar, fusilar, castigar.

Y a pesar de ello, el Comité Regional tomó una decisión según la cual, los guerrilleros estaban obligados a estudiar el sistema de la organización militar, económica y política de los invasores. Se creó un círculo especial de estudio. Al recordar las clases de aquel círculo, ni aun ahora puedo contener la risa. Los guerrilleros, fatigados y rojos, sudorosos los rostros por la tensión, repetían de memoria:

—La gebietscomandancia es la encargada de dirigir la agricultura. El landwirtschaftsführer es el que dirige cuatro arteles agrícolas o comunidades. El Iandwirtschaftsführer depende del gebietslandwirt. El gebietslandwirt depende del kreislandwirt. El kreislandwirt depende del gebietskommissar. El gebietskommissar depende del gauleiter...

Después de las clases de aquel círculo, la gente se ponía tan furiosa, que se le podía enviar a las operaciones más arriesgadas.

* * *

En Koriukovka, cabeza de distrito en la región de Chernígov, hasta la fecha hay personas que asegurarán, bajo juramento, que el 6 de diciembre de 1941 la aviación guerrillera arrojó centenares de octavillas sobre aquel pueblecito.

Nosotros nos enteramos de ese vuelo de la "aviación guerrillera" por documentos capturados al enemigo. En el informe del comandante del distrito, redactado en tonos muy alarmantes, se comunicaba que los guerrilleros, además de armamento ligero, disponían de ametralladoras, artillería y aviación. En calidad de prueba, se citaban las declaraciones de soldados y oficiales alemanes y húngaros, como asimismo las actas de los interrogatorios de los vecinos de Koriukovka.

Más tarde tuvimos, en efecto, ametralladoras y cañones, arrebatados en combate a los alemanes. Posteriormente, desde la retaguardia soviética, llegaron aviones a nuestro destacamento. Los aparatos tomaban nuestras octavillas y las difundían por las aldeas y ciudades de la región. Pero todo eso no ocurrió en diciembre de 1941, sino bastante después. Así que el informe alemán no fue para nosotros más que un motivo de risa. ¡El miedo hace más fiero al lobo! Los comandantes y los jefes de las guarniciones para recibir ayuda exageraban con frecuencia nuestras fuerzas.

Pero más tarde comprendimos de lo que se trataba. Efectivamente, el 6 de diciembre, desde el cielo, cayeron sobre Koriukovka nuestras octavillas. Debido a lo brumoso del día, no era difícil suponer que unos aviones, ocultos por las nubes, volaban a gran altura. Lo magnífico del caso es que, en aquel entonces, Koriukovka estaba abarrotada de tropas de ocupación. El día anterior habían llegado centenares de alemanes y magiares. Y el día 6 de diciembre, todos los vecinos del pueblo fueron obligados a acudir a la plaza para que conociesen a las nuevas autoridades del distrito: el burgomaestre, el jefe de policía y el comandante.

Y fue entonces cuando, desde el cielo, cayeron centenares de octavillas guerrilleras, exhortando al pueblo a luchar contra los invasores.

Esto fue realizado por dos valientes exploradores nuestros: Petia Románov y Vania Polischuk.

El 5 de diciembre, los enviamos a Koriukovka como enlaces, dándoles mil octavillas, tiradas en la imprenta forestal del Comité Regional clandestino.

El mismo Petia Románov nos conté lo ocurrido en esa expedición. Era un muchacho que gozaba de la confianza general, siendo considerado, con toda justicia, como uno de los exploradores más valientes e ingeniosos de nuestro destacamento. No es que Petia fuera de los que en su vida han roto un plato no modesto en demasía, pero como muchos hombres realmente valerosos, sentía una repulsión orgánica hacia toda clase de exageraciones. Ardiente defensor de la justicia, Petia exigía que cada cual recibiera su merecido. Y, tanto al enjuiciar sus propias proezas como las ajenas, el joven guerrillero lo hacía siempre con gran parquedad.

En junio de 1942, Petia Románov pereció en unión de otros dos compañeros. Rodeados por varias decenas de alemanes, estuvieron resistiendo hasta el último cartucho. Los compañeros de Petia sucumbieron y él se disparé en la sien la última bala. Pero eso pertenece ya a la historia dé tiempos posteriores. He aquí el relato de Petia Románov sobre lo sucedido en Koriukovka:

"Se nos había encomendado varias tareas: primero, ir al hospital a ver al doctor Bezrodni, a fin de que nos diese las recetas para nuestros enfermos; segundo, pasar por la farmacia para recoger las medicinas y las vendas; tercero, dejar ¡as octavillas en el centro de enlace. Además, teníamos que enterarnos de las novedades: cómo se comportaban los alemanes y si se disponían a atacar al destacamento.

El doctor nos despachó inmediatamente. Como siempre, estaba muy nervioso. "¿Por qué —nos dijo— venís a verme con tantas armas? Comprended que yo no soy un guerrillero, y tengo miedo". A pesar de todo, nos dio las recetas. En la farmacia tuvimos que chillar un poco para que nos hicieran de prisa las medicinas. Pero lo conseguimos. Continuamos nuestro camino. Teníamos que ir al centro de enlace a dejar las octavillas.

Dé pronto, Iván me dijo: "Mira, me parece que son alemanes".

Era verdad, al final de la calle marchaban no menos de una compañía. Dimos la vuelta, pero, del otro lado, venían magiares a caballo. Aquello no nos convenía. Y no podíamos echar a correr: llevábamos en los bolsillos los frescos de medicinas y, en el cinto, granadas y pistolas. Y además octavillas. ¿Qué hacer? El asunto se ponía feo. Ellos eran muchos, y nosotros sólo dos.

Le dije a Iván: "Probemos a meternos aunque sea en ese patio".

Me respondió: "Es peligroso, tal vez viva ahí algún canalla".

Le dije: "Creo que no. Recuerdo que, antes de la guerra, vivían en esa casa un mecánico de la Estación de Máquinas y Tractores y un panadero. Vamos".

Entramos. En el patio se nos echó encima un perro, ¡maldito chucho! Yo lo llamé: "iZhuchka! " Pero el diablo sabe cómo se llamaría; a lo mejor, Polkán, o de otra manera. De pronto, empezó a menear el rabo; nosotros pasamos junto a sus mismos hocicos. Y nada. No nos mordió. Pero la puerta no nos la quisieron abrir. No sé si era una mujer o una chiquilla la que chillaba, pero sin abrirnos. Mientras tanto, oíamos que los alemanes entraban ya en otros patios.

Iván me dijo: "Mira, Petia, en esa valla hay un agujero. ¿Nos metemos?"

Y yo le respondí: "Bueno".

Al pasar por el agujero, se me desgarraron los bolsillos y se me cayeron los frascos. ¿Acaso podía dejarlos tirados? Los enfermos los necesitaban. Iván se puso nervioso y yo le dije: "Si nos ha llegado la hora, morir por la medicina también es justo. Tu haz lo que quieras, pero yo los recogeré".

Iván, aunque refunfuñando, también se puso a recoger los f rascos. Pasamos a otro patio. Allí todo estaba en silencio. Salimos a una calleja. Desde allí conocía el camino a la casa del viejo Bujánov. Era un obrero, que desde niño trabajaba en la fábrica de azúcar, un hombre leal. En otros tiempos cortejé a su hija. El nombre es lo de menos, para vosotros eso no tiene importancia.

A Iván se le rompió un frasquito y yo le di una buena reprimenda, tanta que hasta se ofendió.

Le decía: "No comprendes, tonto, que si rompemos las medicinas y perdemos las octavillas ¿qué clase de guerrilleros y exploradores vamos a ser entonces? No valdríamos ni un pito. ¿No es cierto? ".

Además, la medicina del frasquito roto resultó ser muy hedionda. Era evidente que, si mandaban perros policías en persecución nuestra, estábamos perdidos.

Tuvimos suerte. ¡Verdadera suerte! Bujánov estaba en casa. Imaginaos, alrededor ocurrían tales cosas y él estaba tan tranquilo, bebiendo aguardiente. Nos dijo: "No toméis a mal, muchachos, que no os dé. Para uno mismo, es poco

¡Qué viejo más raro! Siempre habla así. Después, se compadeció de nosotros y nos llenó un vasito a cada uno.

Bujánov nos dijo: "Bueno, muchachos, no hay que perder tiempo. Voy a sacaros del apuro".

Le seguimos. Nos llevó por diversos patios y senderos y, de pronto, nos encontramos en el recinto de la fábrica de azúcar. ¡Qué cosas!

Bujánov, riéndose, nos dijo: "Aquí ni el mismo diablo os encontrará; ni siquiera Baranovski".

La fábrica estaba muy quemada. Por todas partes, escombros, hollín. Mientras tanto nos estaban buscando; era indudable que nos perseguían. No sé cómo se habían enterado tan pronto. Seguramente les habrían dicho en la farmacia que habían estado allí unos individuos sospechosos. Un cliente se ofendió de que le hubiéramos empujado y de que nos llevásemos las medicinas sin hacer cola. Lo que nos dijo tuvo gracia: "¿Es que venís aquí en plan de guerrilleros o qué?" Le respondí como se merecía. Iván añadió también cuatro palabritas.

Seguramente fue el tipo aquel quien envió a los alemanes en persecución nuestra.

Bujánov nos dijo: "Bajad por aquí".

Vimos una escalerilla entre las ruinas. Y después, tuberías. Debajo de la fábrica de azúcar hay muchos pasillos de distintas clases y anchos tubos subterráneos. No conozco esa tecnología. El hecho es que hay muchas entradas, salidas y escondrijos. Bujánov se orientaba perfectamente. Pero tenía prisa por volver a casa; había dejado allí a los niños.

Nos dijo: "Meteos más profundamente, muchachos. Y permaneced allí, nada os podrán hacer. Pero no os mováis hasta que yo venga

Bueno. Se fue. Nuestra situación no era nada agradable: en primer lugar, había mucha corriente de aire, no sé de dónde venía; en segundo, no se vela ni jota, igual que si estuvieras metido en un saco. No teníamos cerillas y el mechero, a causa del viento, no se encendía. No eran solamente ganas de fumar las que teníamos. Queríamos ver álgo. No sabíamos lo que nos rodeaba, podíamos perder pie y caer.

No resistimos y, a tientas, continuamos hasta el final del túnel. Allí se veía luz.

Iván me dijo: "Vamos a asomarnos".

Y yo le contesté: "Tienes razón. ¡Cuánto tiempo vamos a estar metidos aquí! Tengo ganas de echar un pitillo y además, no hemos comido nada desde esta mañana. ¡Vamos!

 

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