"Lo fundamental era estar al lado del pueblo, impulsarlo a la lucha. No había que olvidar que nosotros, los comunistas, éramos los organizadores, sólamente el armazón. He aquí lo que no se podía olvidar un sólo instante. Y entonces ninguna fuerza enemiga sería capaz de quebrantarnos" Alexéi Fiódorov

Capítulo tercero: EL COMITE REGIONAL EN EL BOSQUE parte 3 de 11

Se quitó el capote, descosió el forro de la espalda y sacó de allí sus documentos, cuidadosamente doblados y envueltos en papel de compresa. Entre ellos había tres recomendaciones, legalizadas, y una solicitud pidiendo ser admitido como candidato a miembro del Partido Comunista (bolchevique) de la URSS.

— Se me han arrugado, Alexéi Fiódorovich —me dijo con aire culpable—. Esta es del teniente Voronko, muerto en combate. Esta otra me la dio el propio coronel, camarada Gotseridse, y la tercera es de Vlásenko precisamente. Era el número uno de nuestro equipo y yo el dos. Fue él quien me convenció para que ingresara en el Partido.

Examiné los papeles; después, fijé una atenta mirada en los ojos del combatiente. No, era imposible suponer que todo aquello hubiera sido ideado de antemano, tanto más cuando con la solici­tud y las recomendaciones guardaba la fotografía de su mujer, la de sus hijos y un diploma del Comité Ejecutivo del Distrito por su excelente trabajo en el koljós.

— ¡Pero qué tontainas sois! ¡Si aquí tenéis la prueba! —dije yo mostrándole la recomendación de Vlásenko—. Aquí figura incluso el número del carnet del Partido y el año de ingreso, está todo. Llama a tu amigo y dile que te dé las gracias.

Había que ver con qué alegría me escuchaba.

— Es cierto, es cierto, somos unos tontainas. Es que, ¿sabe usted, Alexéi Fiódorovich?, nos dolía que una buena persona estu­viera tan injustamente fuera del Partido.

Al separarse de mí, comenzó a andar despacio, después aceleré el paso y, finalmente, echó a correr. Oí que gritaba:

— ¡Piotr! ¡Ven aquí, Piotr!  

* * *  

En las reuniones del Comité Regional, además de sus miembros Popudrenko, Nóvikov, Kapránov, Druzhinin, Yariómenko, Dne­provski y yo, tomaba parte Rvánov, jefe del Estado Mayor, como asimismo Balitski, ayudante del secretario. A veces, asistían también los jefes de las secciones y los secretarios de los Comités de Distrito.

El Comité Regional se reunía cuando no había combate. Nues­tras reuniones se celebraban en los lugares más inesperados; en invierno casi siempre nos reuníamos en el refugio, pero cuando el destacamento se hallaba en marcha, nos congregábamos o al lado de mi trineo o en torno a la hoguera.

Con frecuencia, uno u otro camarada tenía que abandonar la reunión por un momento, dar instrucciones o resolver algún pro­blema que no podía ser aplazado. A cada rato, venía corriendo algún combatiente para informar de algo que había sucedido.

La reunión que me dispongo a describir se celebró con largas interrupciones durante las cuales participamos en los combates.

No quiero fatigar al lector con detalles ni tampoco me propongo recordar las intervenciones de cada uno. Examinamos problemas de mucha importancia. Se discutió bastante, pero los acuerdos se tomaron por unanimidad.

La experiencia nos demostraba que los destacamentos, al unifi­carse, habían ganado en capacidad combativa. La afortunada opera­ción de Pogoreltsi había dado aliento y alegría a muchos. Pero cuando se puso de manifiesto que la ampliación de nuestra unidad llevaba aparejada la necesidad imperiosa de un desplazamiento con­tinuo, cuando se vio claramente que no podíamos quedarnos donde estábamos, sin correr el riesgo de ser aniquilados por completo, muchos pusieron el grito en el cielo.

Bessarab vociferaba:

— ¡Abandonamos los lugares donde hemos nacido, nuestras bases!

Inesperadamente, Gromenko le hizo coro:

— ¡No abandonaré estos lugares por nada del mundo! Aquí todos los alrededores nos son conocidos, todo está explorado. ¡Dejadme! Aunque nos quedemos solos mis muchachos y yo, no nos perderemos...

Todo emocionado gritaba con énfasis: “ ¡Pasaréis por encima de mi cadáver! ¡Prefiero perecer en desigual combate! “, etc. Pero cuando se le dijo que su conducta anarquista podría obligar al Comité Regional a examinar la cuestión de su pertenencia al Par­tido, Gromenko quedóse pensativo unos instantes. Luego dijo:

— Yo, camaradas, me someto a la disciplina del Partido.

Sin embargo en la clandestinidad no se podía contener a la gente mucho tiempo sólo a fuerza de órdenes o decisiones del Partido, es decir, confiar exclusivamente en la disciplina inspirada en el pres­tigio del mando y de la dirección del Partido.

Decidimos crear un gran destacamento. Cuando digo decidimos me refiero al Comité Regional del Partido. Pero, tal vez, alguien considerara que esta decisión era un capricho de dirigente, el deseo de subordinar a mi persona, en contra del sentido común, el mayor número posible de hombres. Y, en efecto, hubo entre nosotros compañeros que así lo decían:

— A Fiódorov se le han subido a la cabeza la envergadura de su trabajo anterior a la guerra. Es un hombre vanidoso, que no puede resignarse a que bajo su mando sólo quede un pequeño grupo de hombres, el destacamento regional.

Otros les objetaban:

— ¿Por qué a Fiódorov? La decisión la ha tomado el Comité Regional.

— Lo sabemos —respondían los contrarios a la fusión—. Todos los miembros del Comité Regional están subordinados a Fiódorov, ya que es el jefe del destacamento. En el Comité Regional también ocupa la posición más elevada. ¿Quién se atreverá a ir en contra de él?

Así podían razonar solamente quienes, acalorados por la discu­sión, habían perdido la cabeza y no comprendían los principios fundamentales de la dirección del Partido.

No, fue la lógica de la lucha la que obligó al Comité Regional de Chernígov a orientarse firmemente hacia la vigorización del desta­camento. Al tomar este acuerdo, el Comité Regional perseguía, ante todo, el cumplimiento de la principal tarea de organización que le planteara el Comité Central del Partido bolchevique: atraer a la lucha contra los invasores la mayor cantidad posible de hombres soviéticos.

El marxismo—leninismo nos enseña que es necesario saber encon­trar, en cada momento dado, en la cadena de procesos, el eslabón especial, agarrándose al cual se puede retener toda la cadena y preparar las condiciones para el éxito estratégico. En aquel mo­mento, ese eslabón especial era para nosotros la creación de una potente agrupación guerrillera. Esta agrupación debía ser de tal índole que decenas de miles de hombres que se habían quedado en los distritos ocupados conociesen su actividad; esta agrupación debía de aglutinar al mayor número posible de hombres soviéticos que, acudiendo al llamamiento del Partido, se incorporasen a las guerrillas.

Como es natural, nadie pretendía fundir en una unidad todos los destacamentos de Ucrania, y ni siquiera todos los de la región, pero en ésta debía de existir, al menos, una agrupación guerrillera que tuviese suficientes fuerzas para:

1. asestar golpes sensibles al enemigo;

2. mantener constante contacto por radio con el frente y nues­tra retaguardia soviética;

3. disponer de un aeródromo para el aterrizaje de los aviones enviados desde la retaguardia soviética;

4. agrupar en su seno a cuadros de agitadores capaces de orientarse en la compleja situación política de aquel entonces, de explicar a los hombres soviéticos las tareas ante ellos planteadas e informar ampliamente a la población de la verdadera situación en los frentes;

5. tener una imprenta, tirar y difundir octavillas y periódicos;

6. servir de base a un cetro político de Partido que dirigiese toda la lucha clandestina y guerrillera en la región;

7. servir de ejemplo de firmeza y disciplina para todos los desta­camentos locales y grupos de resistencia de los centros circundan­te s.

Era evidente que los destacamentos pequeños no podían encar­garse de todas esas tareas. Los destacamentos pequeños no tenían más que una ventaja sobre los grandes: la posibilidad de ocultarse fácilmente.

Algunos compañeros, haciéndose eco de las opiniones de los guerrilleros políticamente atrasados, se oponían a que el Comité Regional asumiese la dirección del movimiento guerrillero en la región. Decían que limitábamos la iniciativa del pueblo. “Creando un destacamento grande —decían esos compañeros—, atraeréis la atención del mando alemán, le obligaréis a concentrar fuerzas puni­tivas y militares en el distrito donde actúa el destacamento y, con ello, someteréis a la población a cargas y penalidades aún mayores. El movimiento guerrillero es valioso —seguían diciendo— precisa­mente por ser un movimiento popular espontáneo, que estalla de pronto a causa de la indignación producida por las atrocidades de los invasores. Los campesinos, que conocen el odio feroz de los invasores hacia los comunistas, tendrán miedo de ayudar a los destacamentos guerrilleros, dirigidos manifiestamente por el Par­tido”.

Hubo que recordar a esos camaradas que, hablando así, ellos se pronunciaban contra el amplio contacto del Partido y el pueblo, contra la dirección del movimiento popular por parte del Partido, y que sus puntos de vista lindaban con la teoría de la espontaneidad, con la ideología del “seguidismo”.

El Comité Regional condenó el espíritu de “seguidismo” de algunos comunistas. A mí, como jefe del destacamento unificado, se me indicó la necesidad de seguir aumentando nuestros efectivos y de tomar todas las medidas para que el destacamento tuviese capa­cidad de maniobra.  

* * *  

En la noche del 21 de diciembre, todos los guerrilleros de nues­tro destacamento subieron a los trineos, los jefes montaron a caba­llo y la columna emprendió la marcha. Estuvimos hora y media dando vueltas y revueltas por entre la profunda nieve. Cuando nos hubimos alejado unos quince kilómetros del viejo campamento, los guías condujeron hasta la carretera a la cabeza de la columna, y los bien cebados caballos emprendieron veloz galope.

La gente que encontrábamos en nuestro camino se apartaba asustada. Seguramente, creían que éramos magiares. La cosa no era para menos: por la carretera avanzaban veloces más de ciento veinte trineos llevando a unos hombres con fusiles, automáticos y ametralladoras. Además, unos setenta jinetes. En aquel entonces ni a enemigos ni a amigos se les hubiera ocurrido pensar que los guerrilleros podían desplazarse en columnas tan poderosas.

Abandonábamos las viejas posiciones, los lugares habituales; retrocedíamos bajo la presión de fuerzas superiores del enemigo; pero aquella retirada era, al propio tiempo, nuestra victoria.

Por la mañana, habiéndonos alejado unos treinta kilómetros de nuestro antiguo campamento, hicimos alto y oímos un lejano tronar de artillería. Llamé a Gromanko y a Bessarab:

— ¿Cuántos cañones están disparando?

Eran muchos. Después, cinco aparatos de bombardeo se dirigieron hacia el bosque y sentimos retemblar la tierra. Los aviones pasaron por encima de nosotros. Pero los pilotos alemanes, natural­mente, no podían suponer de ningún modo que aquella columna que avanzaba por el camino fuese de guerrilleros. Hasta entonces nunca habían existido semejantes destacamentos de guerrilleros.

Pedí a Rvánov que comunicara a Gromenko y a Bessarab los datos de nuestro servicio de exploración. Más de dos mil alemanes habían emprendido la ofensiva contra el campamento abandonado por nosotros. ¡Qué cazasen aire!

— ¿Comprenden ahora cómo una retirada puede convertirse en victoria?

— Si, eso, pues, nos lo hubiera dicho antes, nosotros, eso, pues, lo habríamos entendido... —comentó Bessarab.

— ¿Pero comprenden que el jefe del destacamento no es el presi­dente de un artel y no está obligado a rendirles cuentas?

Hicimos un pequeño alto en un bosquecillo y comimos, sin encender hogueras. Alrededor del, trineo donde iba el Estado Mayor fue congregándose la gente. Los guerrilleros escuchaban en silencio el creciente estruendo del ataque artillero. Cuando se restableció la calma, Popudrenko preguntó:

— ¿Quién tiene buena vista? ¿Quién ve lo que allí está ocu­rriendo?

Resultó que el que tenía mejor vista era Druzhinin. Es cierto que se llevó los prismáticos a los ojos. Pero nosotros no sabíamos que con los prismáticos se puede ver a treinta kilómetros.

— Se han desplegado en guerrilla —informó sin el más leve asomo de broma—. Se ocultan tras los árboles, se atrincheran. De nuevo se arrastran, saltan. Ahora se echan cuerpo a tierra. Por lo visto, les sorprende que a sus disparos no conteste nadie. Un oficia­lillo lama a sus soldados. Se arrastran hacia él tres; son, segura­mente, los más valientes. Les señala hacia adelante...

Nos imaginábamos al burlado enemigo y respondíamos con carcajadas unánimes a cada palabra de Druzhinin.

— Por fin, han llegado al campamento —continuó Druzhinin—. Lanzan sus granadas dentro de los refugios vacíos. El oficial, ra­bioso, abofetea a sus exploradores.

Sí, aquello fue una victoria nuestra. En la mañana del 22 de diciembre, los alemanes lanzaron un regimiento entero contra los refugios que abandonamos. Artillería, tanques, aviación, todo se puso en movimiento. Y a Berlín volaron telegramas dando cuenta anticipada de la liquidación de un gran destacamento de “bandidos del bosque”...

Al mediodía estábamos ya a más de cincuenta kilómetros del viejo campamento. A plena marcha, nuestro destacamento irrum­pía en las aldeas próximas: Maibutnia, Lásochki y Zhuravliova Buda. La población, sin comprender de lo que se trataba, escon­díase y se dispersaba por campos y huertos. A nuestro encuentro salían los stárostas y nos hablaban en alemán, con acento ucra­niano.

  ¡GutenAbend!

Los policías formaban ante nosotros; sus jefes extendían el brazo, con una banda anudada más arriba del codo, y se desgañita­ban gritando a voz en cuello, a la par que sus subordinados:

¡Heil Hitler!

¡Menuda sorpresa se llevaban al ver ante sí a los guerrilleros!

 

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