"Lo fundamental era estar al lado del pueblo, impulsarlo a la lucha. No había que olvidar que nosotros, los comunistas, éramos los organizadores, sólamente el armazón. He aquí lo que no se podía olvidar un sólo instante. Y entonces ninguna fuerza enemiga sería capaz de quebrantarnos" Alexéi Fiódorov

Capítulo tercero: EL COMITE REGIONAL EN EL BOSQUE parte 5 de 11

Unos días más tarde, nuestros exploradores se apoderaron de un documento curioso. Los muchachos capturaron a un enlace que, desde la aldea de Elino, se dirigía a la cabeza de distrito. Hallaron en su bolsa y me trajeron un informe del stárosta, Iván Kliuv, dirigido al burgomaestre del distrito.

“Tengo que comunicarle que, en la noche del 9 de enero, en las aldeas donde está ahora Fiódorov, es decir, Zhuravliova Buda, Lásochki, Maibutnia, hubo un gran alboroto y griterío. Se encen­dieron muchas hogueras, se bailé, se cantó mucho, la gente tiraba sus gorros a lo alto y también se besaba. He tomado medidas para averiguar de qué se trata. Gente de confianza informa que Fiódorov recibirá del frente una gran ayuda en armas y también en hombres. Se esperan aviones con infantería y cañones. Con tal motivo, los guerrilleros han estado de fiesta. Otro hombre de confianza me ha informado de que Fiódorov tiene ahora comunicación permanente, por radio, con Stalin. Ese mismo hombre me ha dicho también que los aviones ya han llegado y traído algo. Pero, por otra parte, nadie los ha visto aún.

Por este motivo es indispensable tomar medidas para cercar y liquidar, lo antes posible, a esos bandidos; no vaya a ocurrir que luego sea tarde”.

Al principio el informe nos alarmó mucho. Nóvikov decidió que entre nosotros había un traidor, y que, además, tenía acceso al Estado Mayor del destacamento.

Pero no era eso. Como es natural, el stárosta no había recibido ninguna información secreta del Estado Mayor. Lo que el stárosta había captado era la ilusión de los guerrilleros, expuesta en voz alta en mítines y en charlas entre sí y con los campesinos, el entusiasmo que se había apoderado de la gente. Tales “noticias” era imposible ocultarlas y, además, ¿valía la pena hacerlo?

Del radiograma se derivó también otro importante hecho. Cuando todavía no estábamos convencidos de que Grigorenko lograría tomar contacto con el frente, en el primer texto, al confec­cionarlo, lo que nos interesaba era simplemente hacer saber que existíamos. Pero, de todos modos, trabajamos mucho sobre el mensaje. Llevamos a Grigorenko un texto que llenaba toda una hoja. Pero éste, con bastante falta de consideración y delante de nosotros mismos abrevié toda la introducción y dejó sólo la última parte del texto.

Al recibir el radiograma de respuesta, subrayé en él las palabras: “Esperamos detalles”, y en el radiograma enviado por mí había subrayado la frase: “Transmitiremos datos complementarios sobre los resultados de la lucha”. Estas dos frases se convirtieron en tema de una seria discusión: primero, en el Estado Mayor, y más tarde, en una reunión especial del Comité Regional.

Antes llevábamos ya algunas cuentas, pero, para ser honrados, debo confesar que lo hacíamos de vez en cuando. Durante la opera­ción de Pogoreltsi encargué a dos combatientes que hicieran el recuento de los alemanes muertos. Sin embargo, durante otros muchos combates, nadie recontó nada. No anotábamos los trofeos y, seguramente, no habríamos sabido decir al instante el número de operaciones de combate realizadas por nuestro destacamento des­pués de la unificación. Desde luego era indudable que nadie recor­daba ya lo hecho por cada destacamento en el pudiéramos llamar período “prehistórico”.

En pocas palabras: no habíamos implantado aún en la debida forma el recuento de trofeos. Algunos recibieron por eso un buen rapapolvo. En la reunión del Comité Regional, los compañeros me criticaron también a mí. Tenían razón al decir que era el Estado Mayor del destacamento quien debía ocuparse de eso. Yo traté de echarle la culpa a Rvánov. Pero resulté que, a pesar de que éste había intentado hacía mucho organizar dicho recuento, los jefes, y entre ellos Fiódorov, no le habían apoyado.

Luego de reconocer nuestros errores, decidimos llevar la más detallada cuenta de los alemanes muertos y de los trofeos. Y a fin de establecer los resultados de lo hecho hasta entonces, llamamos a los jefes y les ordenamos que interrogasen inmediatamente a sus combatientes y que utilizasen sus diarios, para reunir de ese modo todos los datos posibles.

En la tarde del 11 de enero hicimos el balance.

Abordamos esta empresa con suma cautela. Las cifras suminis­tradas por jefes a quienes se consideraba incursos en el pecado de fanfarronería, fueron rebajadas considerablemente a veces hasta la mitad. Por desgracia, no pudimos reunir más que los datos de los destacamentos que se habían unificado con nosotros. Y a pesar de haber rebajado todas las cifras que nos parecieran algo exageradas, quedamos sorprendidos del resultado obtenido.

El 12 de enero enviamos al frente Sur—Oeste el siguiente ba­lance de la actividad combativa del destacamento regional y de los destacamentos fusionados con él:

“En cuatro meses de actuación, las fuerzas guerrílleras han dado muerte a 368 alemanes, a 105 policías, stárostas y otros traidores a la Patria, y capturado valiosos trofeos. Han sido destrozados 29 autos, de ellos dos del Estado Mayor con documentos, 18 motos y 5 depósitos de municiones. Los guerrilleros se han apoderado de

100 caballos y 120 sillas. Han sido volados 3 puentes ferroviarios. El Comité Regional ha impreso y distribuido 31 octavillas, de diverso contenido, con una tirada total de 40.000 ejemplares”.

Pedíamos que nos enviasen armamento. Nuestro modesto pedido era el siguiente: 20 morteros, 15 ametralladoras pesadas y fusiles ametralladores, 1.000 granadas antitanques, explosivos, automáticos y la mayor cantidad posible de cartuchos para ellos.

* * *

Mucho más difícil era hacer el balance de la actividad de los grupos clandestinos, de los comunistas y komsomoles clandestinos aislados, dispersos por toda la región de Chernígov. Incluso, ahora sería difícil hacerlo. No recibíamos ni podíamos recibir de ellos partes de operaciones, como tampoco informes mensuales. Pero no sólo esa era la causa de ello.

Sabíamos cómo funcionaban los Comités de Distrito y los grupos urbanos o rurales organizados ya antes de la ocupación.

La suerte que habían corrido cada uno de ellos era diferente.

Con frecuencia, nuestro hombre, al llegar al sitio donde estu­viera la casa de enlace, no encontraba más que cenizas y chamusca­dos ladrillos. A veces, cuando se dirigía a una aldea para comunicar a la célula clandestina una directiva del Comité Regional, no encon­traba la célula, ni la aldea. Tan sólo algunos gatos, que se habían vuelto salvajes, se ocultaban enloquecidos entre los escombros de las casas. En tales casos, nuestro enlace marchaba en busca del Comité clandestino de Distrito, y se enteraba de que la organización había sido descubierta, los secretarios habían desaparecido sin dejar rastro alguno y los miembros del Comité habían sido apresa­dos hacía tiempo y asesinados por la Gestapo.

— Lea el comunicado de la comandancia alemana —decían a nuestro enlace personas en quienes éste podía confiar, tendiéndole una octavilla o un cartel, donde figuraban los nombres de los diri­gentes comunistas del distrito y se indicaba cuándo y dónde habían sido ahorcados.

Hemos visto con nuestros propios ojos los cadáveres con la tabli­ta en el pecho.

— ¿Tenían la cara tapada con sacos?

— Las caras no se las hemos visto —confesaban los testigos.

Y no nos asombrábamos lo más mínimo, si un mes más tarde los “ahorcados” secretarios de los Comités de Distrito nos hacían saber que vivían y actuaban en otra aldea. A veces, las circunstancias obligaban a todo el Comité a abandonar su distrito, marchar al bosque a muchos kilómetros de distancia y comenzar de nuevo su labor.

Ello era natural y muy lógico. Si un traidor había descubierto a los alemanes el lugar de las bases, los centros de enlace, las listas de la organización, hubiera sido absurdo permanecer en el sitio, espe­rando a ser detenidos y ahorcados.

En lo que se refiere a las informaciones alemanas sobre que habían eliminado tal o cual destacamento guerrillero, apresado y colgado a uno u otro agitador comunista, a éstas no se podía dar crédito. ¡Cuántas veces la radio alemana había asegurado haber rodeado y destruido nuestro destacamento! ¡Cuántas veces se “fusiló en su totalidad” al Comité Regional clandestino del Partido.

Sucedía también que algunos hombres de la clandestinidad, para borrar sus huellas, hacían correr el rumor que la organización se había disuelto, sus miembros se habían marchado cada uno por su cuenta interrumpiéndose toda actividad.

El Comité Regional se enteraba de que, por ejemplo, en la aldea de Buda o en el poblado de Mena aparecían con regularidad procla­mas pegadas en los muros de las casas y de que, recientemente, había sido volado allí un depósito alemán de municiones. Según los datos de que disponíamos, en aquel poblado o aldea no había personas trabajando en la clandestinidad. Por consiguiente, se había organizado un nuevo grupo. El enlace que enviábamos allá informaba a su regreso que aquello era obra de nuestros viejos conoci­dos, que se habían trasladado del distrito vecino. Llevaron una máquina de escribir y papel.

Sin embargo, como es natural, también aparecían nuevos grupos de resistencia. A propósito, habría que explicar de dónde viene esta denominación. Antes de la guerra conocíamos las células de fábrica y rurales tanto del Partido como del Komsomol, dicho de otro modo, las organizaciones de base. También estaba el Comité de Distrito y el Comité Regional, así como el Comité Central. Esta misma organización —establecida en los Estatutos del Partido y el Komsomol— se conservó también en la clandestinidad. Pero supon­gan que, en alguna aldea, varios combatientes salidos del cerco y prisioneros fugitivos encontraban refugio. Entre ellos había gente activa, también comunistas y komsomoles. Todos ellos querían luchar, reclutaban partidarios en la aldea y se armaban. A tales grupos combativos y patrióticos los llamábamos grupos de re­sistencia.

Huelga decir que nosotros no desdeñábamos esos grupos y tratá­bamos de ayudarles de palabra u obra. Exigíamos que los comunis­tas y los komsomoles marcharan en vanguardia, alentando con su ejemplo personal a sus camaradas.

Los Comités Regionales del Partido, al dejar en la clandestinidad a miles de comunistas, los dispersaron por un territorio enorme ocupado por el enemigo. Dada la presencia del enemigo, los Comi­tés Regionales e incluso de distrito no podían conocer las direccio­nes de cada uno de sus miembros. Además, los lugares de residencia cambiaban constantemente. Pero, de todos modos, la organización seguía existiendo.

Empezaron a germinar los brotes de lo sembrado.

Se encontraban en condiciones más favorables los comunistas clandestinos de aquellos distritos donde actuaban los destacamen­tos guerrilleros. El Comité Central del Partido lo había previsto y por eso propuso ya antes de la ocupación que, además de las orga­nizaciones clandestinas del Partido, se organizasen destacamentos guerrilleros. Unos y otros se ayudaban mutuamente, se complemen­taban. Las personas en la clandestinidad reunían armas para los guerrilleros, hacían trabajo de información. Cuando el peligro de ser descubiertos y detenidos se cernía sobre ellos, siempre podían refugiarse en el bosque y unirse a los guerrilleros.

A principios de 1942, en los bosques del distrito de Jolm, apoyándose en el destacamento regional, actuaban tres Comités clandestinos de Distrito: el de Koriukovka, el de Jolm y el de Semiónovka. Sus secretarios —Korotkov, Kúrochka y Tíjonovski—, como asimismo los miembros de comités de distrito, tenían obliga­ciones militares en el destacamento, pero dirigían simultáneamente los grupos clandestinos de sus distritos.

La actividad de las personas que actuaban en la clandestinidad en esos distritos era viva, audaz y diversa.

El comunista clandestino Matskó consiguió colocarse de coci­nero en el restorán de Koriukovka. En realidad, era un cocinero excelente. El burgomaestre Baranovski, el jefe de policía del distri­to, Moroz, y los comandantes alemanes se daban casi todos los días grandes atracones de comida y bebida. Siempre que querían hacer alguna comilona llamaban a Matskó. Una vez borrachos, las autoridades del lugar hablaban más de la cuenta y Matskó no perdía palabra. Gracias a eso conocíamos de antemano todos los planes de los traidores e invasores.

Ninguna expedición punitiva de los policías de Koriukovka fue una sorpresa para nosotros. Al fin y a la postre, el propio jefe de policía, Moroz, pereció a manos de los guerrilleros.

También nuestra primera imprenta debió su existencia a los veci­nos de Koriukovka que luchaban en la clandestinidad. Fueron ellos quienes robaron los caracteres y se los entregaron a los guerrilleros.

Además del trabajo de exploración y propaganda y de reunir armas para los guerrilleros, los de Koriukovka supieron organizar una amplia ayuda en víveres a las familias de los soldados y oficia­les del Ejército Rojo, que antes de ser movilizados al ejército traba­jaban en la fábrica de azúcar.

Lo hacían de la siguiente manera: varios muchachos nuestros, vestidos de campesinos, llevaban al mercado dominical una vein­tena de sacos de harina.

Por aquel entonces, el intercambio en especie había sustituido en los mercados a la compra y venta. Los habitantes de las ciudades ofrecían sábanas, lámparas, mesas y sillas; los campesinos les daban a cambio carne, harina, patatas. Las familias de los obreros y empleados tenían algún dinero. Los maridos, al marchar al ejército, habían recibido la paga, además de la subvención de salida, y dejado ese dinero a sus mujeres e hijos. Cuando se cerró la fábrica de azúcar, todos los obreros y empleados recibieron tres meses de sueldo por adelantado.

Tan pronto como aparecía en el mercado un carro cargado de harina, se formaba inmediatamente cola. Pero los “campesinos dueños” de la harina manifestaban que no necesitaban nada y que vendían solamente por dinero soviético. La gente apresurábase a ir en busca de dinero. Y como el barrio de la fábrica de azúcar estaba situado al lado mismo del mercado, los primeros en regresar con el dinero eran los obreros y los empleados de la fábrica.

Los comunistas clandestinos no vendían a cada uno más que diez kilos y se atenían rigurosamente a los precios de Estado que regían antes de la guerra. Lo más curioso es que, cada vez que lo hacían, los campesinos que también habían traído harina comenza­ban, a su vez, a vender por dinero. No tardaba en correr el siguiente rumor: “Si el dinero soviético vale, eso quiere decir que los alema­nes no durarán mucho”.

¿De dónde sacaban la harina las personas que actuaban en la clandestinidad? Al principio, la recibían en las bases guerrilleras, pero después la traían de alejados molinos, luego de haber dado muerte a los centinelas alemanes.

En los meses de septiembre, octubre y noviembre de 1941, los comunistas clandestinos y los guerrilleros del distrito de Koriu­kovka vendieron, de esa suerte, a las familias de los movilizados al ejército, más de tres mil puds de harina, cien puds de carne y otros productos.

Por desgracia, al llegar el invierno tuvimos que suspender estas operaciones de “abastecimiento”. Nuestras bases se agotaron y el número de guerrilleros era cada vez mayor. Los víveres que arreba­tábamos al enemigo ni siquiera nos bastaban a nosotros mismos.

 

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