"Lo fundamental era estar al lado del pueblo, impulsarlo a la lucha. No había que olvidar que nosotros, los comunistas, éramos los organizadores, sólamente el armazón. He aquí lo que no se podía olvidar un sólo instante. Y entonces ninguna fuerza enemiga sería capaz de quebrantarnos" Alexéi Fiódorov

Capítulo tercero: EL COMITE REGIONAL EN EL BOSQUE parte 6 de 11

En Jolm, la organización del Komsomol “Así comienza la vida” iba ampliando cada vez más su actividad. Ya en el primer libro hablé de su formación. Ahora los komsomoles clandestinos venían de continuo al bosque para recoger material de propaganda.

Venían también a pedir consejo al Comité Regional del Partido, pero era más frecuente que se encontraran con los dirigentes de los Comités de Distrito clandestinos del Partido, con Iván Martiánovich Kúrochka y Piotr Shutkó.

El primer secretario del Comité del Distrito del Komsomol de Jolm —Shutkó— era uno de los guerrilleros más “viejos”. Ya antes de la ocupación organizó con Iván Kúrochka un batallón de exter­minio.

Más tarde este batallón se fundió casi en su totalidad en el destacamento guerrillero. Entonces también Shutkó marchó al bosque y se hizo explorador. Pero no perdió sus contactos con Jolm. Sobre él recaía la dirección general de la organización komso­mol a clandestina del distrito.

Shutkó conocía bien a los jóvenes de las aldeas. Junto con el segundo secretario, el camarada Denisenko, eligió con anterioridad a los dirigentes de los grupos clandestinos del campo, estableció una serie de casas de enlace. En Jolm, Pogoreltsi, Bóbrik, Chen­chiki, Kozilovka, los komsomoles y la juventud actuaron de manera activa durante todo el período de ocupación. Lo valioso de ello es que en el distrito de Jolm los dirigentes de los grupos de las aldeas, a pesar de las rigurosísimas normas clandestinas, estaban en con­tacto entre sí y venían regularmente a nuestro bosque. Trabajaban según el plan general del Comité Regional.

El grupo más numeroso y activo era el llamado “Así comienza la vida”. El comité de aquella organización, constituido por nueve personas .—Kolia Yeriómenko, Nastia Reznichenko, Shura Omél­chenko, Fenia Vnúkova, Katia Diachenko, Leonid Tkachenko, Fenia Shevtsova, Nadia Galnítskaia y Fedia Reznichenko—, se con­virtió en un auténtico Estado Mayor de jóvenes komsomoles clan­destinos, agitadores y exploradores. Decenas de komsomoles en el mismo centro del distrito y en los pueblos cercanos se hallaban subordinados al Estado Mayor.

Ya en la primera reunión, en septiembre de 1941, al cabo de unos días de la ocupación por parte de los alemanes de Jolm, se estable­ció un programa de acción. En él protocolo de aquella reunión se apuntaron las tareas fundamentales de la organización “Así comienza la vida”:

“a),realizar una labor de agitación de masas entre la población;

b) movilizar al pueblo en la lucha contra el enemigo, organizar la obstrucción a las medidas emprendidas por los alemanes;

c) organizar las reservas para los destacamentos guerrilleros;

de recoger armamento y municiones entre la población y enviar­los a los destacamentos guerrilleros”.

En esta reunión, que fue bastante amplia, se eligió de manera abiertamente democrática el comité de la organización que yo ya he nombrado. Dadas las condiciones de la conspiración, eso no fue conveniente hacerlo.

Toda la organización actuaba ya desde hacía más de medio año y había hecho muchas cosas.

Por encargo del Comité de Distrito del Partido, los komsomoles consiguieron dos aparatos de radio con sus fuentes de alimentación. Además consiguieron otro para ellos. Sasha Omelianenko encontró una máquina de escribir rota y el estudiante del Instituto Industrial de Kíev, Fedia Reznichenko, la reparó.

Publicaban regularmente, como si fuera un periódico, octavillas con el parte del Buró Soviético de Información y las últimas noti­cias de la vida del distrito, que hacían llegar puntualmente a las direcciones fijadas. Allí eran multiplicadas a mano y transmitidas de nuevo. En los meses transcurridos habían impreso y distribuido más de quince mil de esas octavillas-periódicos.

Para el 24 aniversario de la Revolución dc Octubre, los chicos recogieron a modo de regalo para los guerrilleros sesenta y ocho granadas, ocho fusiles, cinco mil cartuchos y cuatro revólveres.

Por la mañana del 7 de noviembre, los habitantes de Jolm descu­brieron en todos los edificios elevados y en la semiderruida torre de bomberos banderas rojas. Así colgaron varios días. Los días conme­morativos de la revolución pasaron con una moral alta y festiva entre la gente.

Al enterarse de esto, tomó la ciudad un destacamento de la Gestapo. Pero en aquellos tiempos los alemanes todavía no habían organizado el poder ni creado una red de puestos policiales. Los nazis no lograron encontrar a los culpables de la demostración de octubre.

Leonid Tkachenko —muchacho de dieciséis años y alumno del noveno grado—, encabezó un grupo de exploradores y consiguió establecer con nosotros comunicación por estafetas. En cada aldea, camino del destacamento, Leonid tenía a muchachos suyos que, tan pronto como recibían la información, emprendían la marcha y transmitían las noticias a un nuevo enlace de la aldea siguiente. Mientras permanecimos en el distrito de Joirn, siempre sabían dónde nos encontrábamos.

Más tarde, los komsomoles de Jolm recibieron, a través de noso­tros, una tarea del frente Sur-Oeste: averiguar las comunicaciones del enemigo. Cumplieron brillantemente ese cometido, aunque entre ellos no había ningún militar.

A principios de enero, se presentaron en el destacamento Katia Diachenko y Fenia Shevtsova. Nos trajeron malas noticias: los agentes de la Gestapo habían descubierto al grupo. Los muchachos decidieron refugiarse, aunque temporalmente, en el bosque. De camino hacia él fueron apresados por la policía, Katia y Fenia lograron escapar; los restantes fueron detenidos.

Sin embargo, unos días más tarde, los enlaces nos informaron de que los muchachos habían conseguido salvarse. Fueron detenidos. por la policía del distrito y la rural, que los puso en libertad, pero exigiéndoles que regresaran a sus respectivos lugares de residencia fija. Y en efecto, regresaron a Jolm, pero cometieron un error muy grave: comenzaron a trabajar de nuevo sin esperar ni siquiera una semana.

Entre tanto destacamentos de castigo e importantes agrupacio­nes militares ocuparon todos los pueblos y aldeas que rodeaban el destacamento guerrillero. Se hizo casi imposible salir o entrar en nuestra zona. En cualquier caso, los intentos de nuestros explora­dores se vieron frustrados durante largo tiempo.

Pronto nos vimos obligados a abandonar nuestro lugar y pasar a los bosques de Elino. Sólo a mediados de marzo un enlace del Comité Regional del Partido logró llegar hasta Jolm. Nos trajeron una noticia terrible: la organización “Así comienza la vida” había dejado de existir. Todo el comité fue arrestado. El cuatro de marzo cinco de siete personas fueron fusiladas. Unos días más tarde se detuvo y también fusilé a Nadia Galnítskaia; el séptimo miembro del comité —Anastasia Reznichenko— no supo mantenerse en los interrogatorios. Los de la Gestapo la dejaron libre. Pero nosotros sabíamos bien que la Gestapo no deja libre a nadie así como así... Anastasia y dos amigas suyas, antes miembros de base de la organi­zación —María Vnúkova y Alexandra Kostromá—, ahora aparecían en las calles sólo si iban acompañadas de policías o alemanes. Y al cabo de un tiempo las tres marcharon “voluntarias” a trabajar a Alemania.

Nuestro servicio de información logró establecer que tanto M. Vnúkova como A. Kostromá no eran del lugar, no eran chicas de Jolm, no se las conocía demasiado bien y los dirigentes de la organización actuaron de manera insensata y descuidada al permitir ingresar en la clandestinidad a dos personas ajenas y poco conoci­das. Kostromá ni siquiera estaba en el Komsomol.

En manos de nuestros exploradores cayó el auténtico diario de Anastasía Reznichenko. Lo escribió desde el 29 de noviembre de 1941. Llevar un diario en aquellas condiciones era algo al menos insensato. Es cierto que Anastasía no escribía nada de los asuntos de la organización clandestina, pero mencionaba muchos nombres, de todos con los que se encontraba. No citaba los apellidos, pero apuntaba los nombres de modo que enseguida se podía adivinar de quien se trataba. “-Vino Bronia M,. Olía N., Kolia E., Sasha O.” Las iniciales de los apellidos eran de verdad.

Del diario se puede ver que A. Reznichenko cayó bajo la influencia de Kostromá. Esta la contagié de ideas religiosas y final­mente la puso en contacto con los policías.

Por cierto, aquí conviene señalar que en las aldeas, caseríos y hasta en las pequeñas ciudades los jóvenes conocen a todos los de su edad. Las relaciones son simples: han estudiado juntos, juntos trabajaron en los campos de los koljoses, paseaban por las tardes, se encontraban en el cine. Los alemanes escogieron como policías también a alguno de estos “conocidos”. Y hace falta ser muy preca­vido y tener un carácter íntegro, de principios, —como lo da el Partido— para alejarse de manera rotunda de los viejos conocidos. Además, no eran raros los casos en que los policías de las aldeas se paseaban por las calles sin uniforme y hasta sin brazaletes.

En los tiempos de la Rusia zarista, los obreros y campesinos sabían desde niños que los fabricantes, tenderos, terratenientes, funcionarios, kulaks, stárostas, policías y la gendarmería: todos eran sus enemigos. La actitud precavida y vigilante hacia estas per­sonas ajenas a su clase, y hasta hacia sus hijos, era algo que. el obrero o el campesino pobre mamaba con la leche de su madre. El obrero le decía a sus hijos: “No te fíes de los señoritos”. El cam­pesino siempre aconsejaba a sus chiquillos que se mantuvieran aleja­dos de los hijos de kulaks, y más de los hijos del terrateniente, policía o pope.

En nuestra sociedad sin clases, los chiquillos crecen en condicio­nes de igualdad. En la escuela, en casa o en la calle, en todas partes las relaciones son distendidas, naturales, de corazón a corazón. La sospecha mutua no sólo queda excluida sino que es mal vista. Y esto está bien. Cada año las cualidades morales del hombre sovié­tico se elevan más.

Pero la guerra y más aún la ocupación cambiaron brutalmente las circunstancias. La precaución se convirtió en una de las leyes de la conducta diaria. En la guerra, sin disciplina y precaución no se puede dar ni un paso.

Nosotros comprendimos muy rápidamente la necesidad de una disciplina militar en los destacamentos guerrilleros. Pero entre los hombres que se dedican a la labor clandestina tiene que haber una disciplina igual o mayor a la nuestra. Esto es lo que no sabían los de Jolm. Y si lo sabían no le prestaron demasiada atención. No había experiencia. Hasta los dirigentes no habían estudiado lo sufi­ciente la historia del Partido. Es cierto que en la Rusia prerrevolu­cionaria las condiciones de la clandestinidad eran otras. Sin embargo, la historia de nuestro Partido bolchevique nos enseña no sólo la necesidad de mantener la disciplina en la clandestinidad, sino también el modo de lograrla.

Kolia Yeriómenko, un joven de veintiún años, antes de la guerra era instructor del trabajo político. Era un muchacho alegre, activo y enérgico. Leía mucho, era deportista: hacía esquí, patinaba, era un nadador de primera y jugaba en el club de fútbol de la fábrica de alcohol. Su nombre era de los más queridos y populares entre los jóvenes de la aldea. Cuando se cernió la amenaza de la ocupa­ción, Kolia pidió el ingreso en el destacamento guerrillero. Se le propuso que se quedara en la clandestinidad como dirigente de la organización. Aceptó entusiasmado. Y con su habitual energía puso manos a la obra. Nunca había visto a los alemanes. Desconocía, claro, las ruines maquinaciones de la traición y el espionaje. La confianza era su mayor defecto. Pero ya hemos visto que un hombre mucho más experimentado, probado en la lucha de clases, ya mayor y viejo miembro del Partido, Egor Yevtujóvich Bodkó de Llsovie Soróchintsi también cayó víctima de su confianza.

En la aldea de Chenchiki situada no lejos de Jolm vivía una viejecita que no pertenecía al Partido llamada María Vasílievna Malanshénkova, tía carnal de Nikolái Yeriómenko. Siendo trabaja­dora textil de Podolsk, vino a vivir aquí de los alrededores de Moscú después de jubilarse. Ya antes de la revolución Mari’a Vasí­lievna tomó parte en el movimiento revolucionario y huelguístico. Desde el primer día de la ocupación alemana se puso en contacto con los guerrilleros y la clandestinidad. Su pequeña casa se convir­tió en casa de enlace conspirativo. En ella se escondían a menudo nuestros exploradores. La vieja enviaba a la gente al destacamento. Hacía pan para los guerrilleros. En una palabra, era uno de los nuestros.

Esto es lo que conté María Vasílievna de los últimos momentos de la vida de nuestros héroes komsomoles:

— Desde aquel malvado día del primero de marzo en que me enteré que a Kóliushka y sus compañeros los habían metido de nuevo en la Gestapo, me fui de casa y pasaba las noches en casas de gentes de Jolm. Allí me enteré que aquellas dos chicas —Alexandra Kostromá y María Vnúkova— también estaban en la Gestapo, pero parecía que les permitían recibir paquetes y hasta les habían pro­metido que las dejarían ir.

Cuántas veces se lo dije a Kóliushka y a Shura Omelianenko cuando venían antes a Chenchiki que no entendían lo bastante eso de la conspiración. “Tenéis que cuidaros de Kostromá y Vnúkova —les decía yo—. Y eso no sólo porque no son de aquí, sino porque no son serias, son unas coquetas a las que sólo les gusta jugar a las cartas y pavonearse delante de los muchachos”. Pero Kolia me contestaba que cuanto más jóvenes hubiera mejor sería. Más le hubiera valido tener razón, pero, para desgracia, la tenía yo.

En Jolm no hay una cárcel de verdad. Cuando torturaban a los chicos, desde la casa que había ocupado la Gestapo se oían unos gritos que llegaban lejos. Uno de los policías, también un chico joven, no aguanté más y se escapé. Sólo de haber visto aquellas torturas se puso enfermo y se pasó dos días temblando. Y fue por él como la gente se enteré cómo los verdugos de la Gestapo clava­ban agujas a nuestros chicos bajo las uñas y les pegaban con baque­tas. Cubrieron con goma las baquetas para destrozar más el cuerpo. A Fedia Reznichenko, la gente decía que le daban golpes en el pecho con un martillo de madera. Pero de todos modos ninguno dijo nada. ¿Cómo lo sé yo? Pues porque estoy aquí delante de ustedes vivita y coleando. Había otros con los que tenía contacto. Tampoco ellos están arrestados. Sólo cogieron a los que conocían las chicas esas. O sea que todo viene de ellas.

 

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