"Lo fundamental era estar al lado del pueblo, impulsarlo a la lucha. No había que olvidar que nosotros, los comunistas, éramos los organizadores, sólamente el armazón. He aquí lo que no se podía olvidar un sólo instante. Y entonces ninguna fuerza enemiga sería capaz de quebrantarnos" Alexéi Fiódorov

Capítulo cuarto: UN GRAN DESTACAMENTO parte 8 de 13

1 de febrero. He tenido una conversación con Balabái, jefe de la segunda compañía. Es amigo mío, un hombre que vale. La guerra no ha borrado en él ninguna cualidad humana. Tiene un puñal de más de medio metro. Le he visto atravesar con e se puñal a los alemanes, como si fueran cerdos. Le pregunté: “¿Tú qué opinas, Alexandr Petróvich? ¿Te ha estropeado la guerra, te ha hecho más cruel? Hasta ahora jamás habías matado a hombres”. Sonrió. Tiene una sonrisa bondadosa. Y me respondió así: “Tampoco ahora soy capaz de matar a un hombre. ¿Me comprendes?” Le rogué que me lo explicara. Después de pensar un poco, añadió: “Supongamos que me encuentre muy necesitado. De todas formas no podré conver­tirme en un bandido o en un asesino. O bien, si me enfado con un compañero, no me lanzaré sobre él con mi cuchillo; tampoco mataría por celos a una mujer, ni le haría daño a un niño”. Seguí preguntando: “En ese caso, ¿qué influencia ha ejercido en ti la guerra? ¿Ha cambiado tu carácter?” “¡Vaya una pregunta! Pues claro...” En ese momento le llamaron. Después me quedé pensando en que, a pesar de todo, hemos cambiado.

Nunca me había imaginado que llegaría a ser guerrillero. En primer lugar, he sabido con alegría que no tenía nada de cobarde: en segundo, que sé subordinarme, reconocer el prestigio de un superior. Incluso, cuando es muy difícil obedecer, por considerar yo que él no tiene razón, me obligo a dominarme y no permito que nadie me incite. T. trataba de enfrentarme con Fiódorov, metía cizaña. Le propuse que dejara de hacerlo. Pero el cambio principal radica en que todos nosotros, incluso Fiódorov y el comisario —aunque son funcionarios del Partido—, nos hemos hecho aún más comunistas. Estamos haciendo un curso práctico de instrucción política.

 

2 de febrero. Sí, son estos tiempos y el amor a la Patria lo que nos hace ahora jefes. Tomemos, por ejemplo, a Fiódorov. ¿Qué tenía él de jefe militar? Es un trabajador, y ayer, cuando, en compañía de los combatientes, escuadraba las vigas para el refugio, le noté muy alegre. El obrero y el campesino son siempre construc­tores. Y además, nosotros estamos acostumbrados a ver el futuro. La guerra, claro está, no es lo principal en la vida.

 

8 de febrero. Estoy releyendo La Guerra y la Paz. No compren­do a esa gente. No pensaban para nada en el futuro ni en cómo organizar la vida después de la guerra. No hablan para nada del trabajo.

 

3 de marzo. Mishka me trajo una gallina asada. Eso ocurrió unas tres horas después del combate. En el combate se había portado como un valiente y lo elogié ante los compañeros. ¿No habría sido ese el motivo? La gallina me la dio a escondidas. “De dónde la has sacado? “, pregunté. Me respondió por la calle, sin cabeza, y que seguramente se la habría arrancado un casco de mina. Se olvidó de que hace dos semanas me habla contado la misma historia respecto a un ganso, asegurándome que una mina se había llevado la cabeza del ave. Tomé la gallina y me fui a la hoguera. Dije a los muchachos que consideraba esto como una cuestión política. Y les pedí su opinión. Todos estaban hambrientos y sus ojos brillaban con entu­siasmo a la vista de la gallina. Kotsura dio un paso al frente: “Por parte de Mishka, es una falta doble: ha mentido y le ha hecho la pelotilla al jefe”. —“Pero ¿y el que haya robado la gallina, no te parece grave? “ Kotsura me respondió: “Antes de la guerra, una gallina costaba en la aldea tres rublos. ¿Acaso no hemos ganado tres rublos en el combate?” Entonces tomó la palabra Lisenko, delegado político, y estuvo hablando durante largo tiempo y de un modo convincente de que los campesinos juzgaban de nosotros, los guerrilleros, por esas pequeñeces. Todos estuvieron de acuerdo. Mishka pidió perdón. Después, pregunté a los muchachos qué debíamos hacer con la gallina. Todos gritaron: “Cómasela, cama­rada jefe, no vale la pena de repartirla”. Tiré la gallina al fuego. Mishka se lanzó a la hoguera, agarró la gallina y echó a correr. Más tarde supimos que había llevado la gallina al hospital, para dársela a los heridos. ¡Cualquiera se aclara aquí!  

 

4 de marzo. Hablé a los jóvenes combatientes de las cosechas futuras, y de cómo el Poder soviético lucha por un elevado rendi­miento del trabajo. Cité las palabras de Lenin en el sentido de que la productividad del trabajo es, en definitiva, lo más importante para la victoria del comunismo. Abordamos el tema del comu­nismo. Me escuchaban con gran atención. Svistunov, un chaval de diecinueve años, dijo: “Tal vez Vasia Korobkó y yo lleguemos a verlo. Pero usted, Popudrenko y Fiódorov, es poco probable. Para llegar al comunismo, harán falta, seguramente, unos quince quin­quenios”. Los muchachos exclamaron inmediatamente: “ ¡Menos, qué estás diciendo, Svistunov! “ Vasia Korobkó calculé rápida­mente: “Quince por cinco son setenta y cinco; eso quiere decir que tampoco tú, Svistunov, llegarás a verlo”.

Svistunov repuso: “Cada plan quinquenal se cumplirá en cuatro años y, tal vez, en tres. Por lo tanto, viviré hasta entonces”. Vasia Korobkó añadió: “Los sabios luchan por prolongar la vida humana. Usted verá el comunismo, camarada jefe, sin duda alguna”. Com­prendí que los muchachos querían suavizar la torpeza de la pregun­ta de Svistunov y consolarme. Les dije: “Gracias, camaradas”. Tam­bién ellos se pusieron a darme las gracias por la charla. Y en efecto, ¡cómo me gustaría vivir para verlo!

* * *

El 23 de marzo, después de haber interceptado todos los cami­nos y senderos que parten del bosque de Elino, los alemanes comenzaron una enérgica ofensiva contra el campamento guerri­llero. Siete mil alemanes y policías avanzaron contra novecientos guerrilleros, para rodearlos y liquidarlos.

Hacía mucho que el mando de las unidades de ocupación venía preparando este golpe. También nosotros nos preparábamos para él. Sin embargo, la diferencia entre ambos preparativos era consi­derable.

¿En qué consistía la preparación de los alemanes? En los meses transcurridos de ocupación, los fascistas habían puesto comandan­tes suyos en todas las cabezas de distrito y aldeas importantes, organizado la policía y tejido una red de espionaje e información. En cada aldea tenían ya a un stárosta y a su suplente. En casi todas las aldeas y caseríos fueron creados grupos de policía auxiliar.

Las tentativas de los alemanes de enviar espías a los destaca­mentos guerrilleros y establecer con ellos comunicación constante por medio de sus agentes fracasaban siempre. Los espías eran descubiertos por nosotros con gran rapidez. En otra ocasión con­taré cómo lo hacíamos. Los alemanes no conocían los planes de nuestro mando, ni el emplazamiento del Estado Mayor, ni del aeródromo, ni de la estación de radio, ni de nuestros senderos secretos.

Sobre los efectivos y el armamento de los guerrilleros, sobre el sistema de su organización, disponían de datos muy contradicto­rios.

Claro está que conocían de un modo aproximado los límites del territorio en nuestro poder. Eso era imposible ocultarlo. El plan del mando alemán era de una simplicidad extrema: bloquear la zona donde estábamos acampados, concentrar la máxima cantidad de fuerzas, estrechar el anillo del cerco, “peinar” el bosque y acabar de ese modo con la agrupación más importante de guerrilleros de Chernígov.

Nuestro servicio de información funcionaba mucho mejor que el alemán. Disponíamos casi siempre de los datos más exactos res­pecto a los propósitos de los invasores e incluso conocíamos las fechas de las operaciones proyectadas por ellos. Hasta los propios enemigos lo reconocían. He aquí lo que escribía el general coronel Sambathei, jefe del Real Estado Mayor Central húngaro, en unas instrucciones capturadas por nosotros:

“El servicio de exploración, información y comunicaciones está bien montado entre los guerrilleros. Funciona con excepcional rapidez y sin fallos. Se enteran de lo que ocurre en el frente antes que las unidades que montan la vigilancia del territorio ocupado, y los movimientos más insignificantes de nuestras fuerzas no consti­tuyen un secreto para ellos”.

En otro lugar del mismo documento decía:

“No hay necesidad de conseguir noticias detalladas y fundamen­tales acerca de los guerrilleros, porque, mientras los resultados del servicio de exploración lleguen al mando de las unidades destinadas a limpiar dicho territorio y éstas comiencen a actuar, los diversos destacamentos guerrilleros, gracias a su magnífico información, estarán ya al tanto, sin duda alguna, del avance de nuestras tropas, y de todas formas abandonarán esos lugares”.

El 22 de marzo conocíamos ya los propósitos del enemigo; sin embargo, en lugar de escabullirnos, decidimos aceptar el combate.

Posiblemente, los alemanes se hablan figurado que en el bosque de Elino se hallaban en efecto más de tres mil guerrilleros. En realidad, no éramos más que novecientos veintitrés, incluidos los heridos y enfermos. Estábamos hambrientos y mal vestidos; las municiones escaseaban.

¿Cómo, pues, permitimos que los alemanes nos rodearan y comenzasen una operación destinaba a liquidarnos? ¿Era esto un fallo de nuestro mando, el resultado de una negligencia o —peor aún— el convencimiento de lo desesperado de nuestra situación?

De haber hecho estas preguntas a los oficiales alemanes que lanzaron contra nosotros a sus soldados, ellos, naturalmente, habrían respondido que la táctica guerrillera había fracasado y que a los propios guerrilleros no les quedaban más que unas cuantas horas de vida.

Eso era lo que tratábamos de conseguir. Queríamos que los alemanes se imaginaran que éramos tontos y fatuos.

La base de la táctica guerrillera es el movimiento, pero esto no significa el simple cambio de lugar, sino un movimiento inesperado para el enemigo. Los guerrilleros están siempre en minoría. No pueden prescindir de la astucia. No sólo debe ser repentina la ofen­siva, sino también la retirada.

Por lo demás, la palabra “retirada”, en la interpretación que se le da en el ejército, no puede aplicarse a los guerrilleros. No tenía­mos a dónde retirarnos. Sólo podíamos escabullirnos.

Para un destacamento insignificante de unos cien hombres, eso era fácil de hacer; pero un destacamento de mil combatientes con ametralladoras, morteros, hospital, convoy e imprenta, ¿cómo podía escabullirse sin ser visto?

Si este último se encontrase en un bosque espeso y continuo, de cientos de kilómetros, podría hacer de noche, de un tirón, treinta o cuarenta kilómetros. Y el enemigo tardaría en orientarse hacia qué sector del bosque habían pasado los guerrilleros.

Aunque el bosque de Elino se considera como uno de los mayo­res de la región de Chernígov, en realidad no es tan grande. Tiene, aproximadamente, unos quince kilómetros por veinte. Está casi pegado a los bosques de la región de Oriol (en la actualidad, de Briansk). Unas pequeñas arboledas lo unen con el bosque de Reimentárovka y con el de Gúlino, en los que habíamos acampado antes. Pero era imposible que un destacamento como el nuestro pasase desapercibido de un macizo forestal a otro, sobre todo cuando en todas las aldeas vecinas, sin excepción, había unidades punitivas dispuestas a hacernos frente.

Como ya he referido, atacábamos a esas unidades aisladamente, mientras iban concentrándose. Por aquel entonces tenían mal orga­nizadas las comunicaciones y no sabían orientarse. Pero ahora el anillo habíase cerrado, tenían patrullas en todo el bosque y los aviones del enemigo evolucionaban sobre. nosotros las veinticuatro horas del día. Sólo combatiendo podríamos abrirnos paso.

Nosotros, naturalmente, nos habríamos abierto paso, volviendo de nuevo a los bosques de Reimentárovka o a los de Oriol, pero para eso tendríamos que haber entablado sobre la marcha un duro combate. El enemigo habría hecho todo lo que de él dependiese para encontrarse con nosotros en lugar abierto, donde, pudiendo emplear los tanques y los aviones, le sería mucho más fácil acabar con nosotros.

Nos quedaba otra salida: escabullirnos por grupos pequeños. En la reunión de jefes hubo varios partidarios de esa solución, pero la rechazamos. El aceptarla significaba poner en peligro la propia existencia del destacamento grande. Los grupos podrían perderse fácilmente unos de otros. El Comité Regional del Partido se mante­nía en sus posiciones con firmeza: era preciso conservar el destaca­mento grande. Y como para corroborar nuestra razón, recibimos un radiograma de Moscú por el que se nos comunicaba que, en la noche del 22 de marzo, seis aviones nos traerían armas, municiones, víveres y refuerzos. Se nos indicaba que tuviésemos el aeró­dromo completamente dispuesto.

Pero ¿adónde podíamos ir?

Prohibí categóricamente a los radistas que informaran cualquier cosa sobre la actividad de los alemanes. Si se enteran que esta noche esperamos el ataque del enemigo, a lo mejor se les ocurre no venir a los aviones. No, era mejor que pensaran que todo estaba en orden.

En la reunión del Comité Regional y, más tarde, en la del Estado Mayor, se aprobó el siguiente plan: dejaríamos que las unidades del enemigo se adentraran lo más posible en el bosque; crearíamos tres líneas de defensa. En las dos primeras, cuando el enemigo se acercase a una distancia no mayor de 50 6 70 metros, haríamos fuego. Minaríamos todos los caminos, senderos y veredas. La explosión de las minas sería la señal para el comienzo de la batalla. Sólo después de que el enemigo pasara a nuestra tercera línea de defensa, es decir, a las proximidades inmediatas del campa­mento, comenzaríamos la retirada. Las compañías se retirarían por turno, de acuerdo con la orden del mando, y con un intervalo no menor de quince minutos.

Sí, a pesar de todo, habíamos decidido marcharnos. Calculába­mos que la mayoría de las guarniciones rurales de alemanes partici­paría en la operación. Por consiguiente, en el camino de nuestra retirada, a fines del combate, no encontraríamos una resistencia muy activa. Además, contábamos también con engañar al enemigo y hacerle concebir una idea falsa sobre el itinerario de nuestra retirada.

Lo más importante era tributar a los alemanes un recibimiento tal, que se les quitase para siempre las ganas de volver a rodear nuestro destacamento. Era preciso asestar al enemigo un potente contragolpe, provocar la confusión en sus filas y, aprovechándose de ella, pasar con todos los efectivos al nuevo sitio donde pensába­mos acampar.

 

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