"Lo fundamental era estar al lado del pueblo, impulsarlo a la lucha. No había que olvidar que nosotros, los comunistas, éramos los organizadores, sólamente el armazón. He aquí lo que no se podía olvidar un sólo instante. Y entonces ninguna fuerza enemiga sería capaz de quebrantarnos" Alexéi Fiódorov

Capítulo segundo: DIAS DIFICILES parte 5 de 13

Los distritos que recorrimos entonces, no habían sido aún muy afectados por la guerra. En aquellos lugares no se combatió.

El frente distaba unos ciento cincuenta kilómetros, las guarniciones alemanas estaban todavía organizándose y los de la Gestapo y demás elementos del aparato represivo no habían llegado aún.

Una vez un viejo koljosiano nos recogió en su carro. Era un hombre de una apacibilidad asombrosa.

— ¿Veis?, el molino funciona. Voy allá en busca de harina. ¿Podía pensar yo acaso que con los alemanes podríamos moler trigo? En total no hay más que tres alemanes en todo el distrito. Lo mismo que antes de la guerra, seguimos con el koljós "Bandera Roja". Con el mismo presidente y el mismo contable... Fijaos en aquellos trigales, están sin segar y se pierde el trigo. Quedaos, camaradas, a trabajar aquí. Tenemos mozas guapas y buenas mujeres... Pero muy pocos trabajadores.

Preguntamos al viejo de dónde era, por qué se sentía tan plácidamente y por qué le gustaban tanto los alemanes. Nos respondió que no quedaba otro remedio, ya que el ejército no había resistido, cediendo a los alemanes Ucrania, Moscú y Leningrado; por lo tanto, era necesario adaptarse a las circunstancias.

— No he visto aún a los alemanes. ¿Cómo son?

— Entonces, abuelito, ¿cómo sabe usted que han tomado Moscú?

— Me lo ha dicho el stárosta.

— ¿Y usted lo cree?

— ¿Cómo no voy a creerle? Antes recibíamos periódicos, teníamos radio.. En cambio, ahora, lo que diga el stárosta es la verdad.

No acabábamos de comprender si se trataba de un viejo astuto, que se fingía ingenuo, o si, en efecto, estaba convencido por la propaganda que hacían los secuaces de los alemanes.

Cuando supe que el viejo era de la aldea Ozerniani, del distrito de Varva, de la región de Chernígov, sentí como una sacudida eléctrica.

— ¿Estamos ya en la región de Chernígov?

— Pues claro...

— Abuelito, en la provincia había antes un dirigente llamado Fiódorov, ¿no sabes dónde está ahora?

— ¿Fiódorov? ¿Alexéi Fiódorovich? ¡Pero si antes de la guerra le veía como le estoy viendo a usted ahora! Venía con frecuencia. Cualquiera sabe por dónde anda. Unos dicen que se ha vendido a los alemanes, otros que lo han matado... Quizás esté de stárosta en algún sitio...

Al oír eso no pude contenerme. Sentía irreprimibles deseos de agarrar al viejo por el cuello.

— ¡Maldito viejo! —exclamé furioso—. ¿Por qué mientes que conocías a Fiódorov? ¡Yo soy Fiódorov!

Pero el viejo, lejos de desconcertarse, enrojeció de pronto y, volviéndose hacia mí, gritó:

— ¿Que miento? Sesenta y cuatro años tengo de vida y jamás me han llamado mentiroso. ¿Creéis que me voy a asustar porque lleváis la pistola metida bajo la camisa? Soy un hombre viejo, la muerte no me asusta. ¡Usted qué va a ser Fiódorov! Si Fiódorov llegara aquí, la gente iría con él a las guerrillas, el pueblo quemaría el molino y ahorcaría al stárosta... Os habéis equivocado, muchachos... A mí no me sonsacaréis nada... ¡A. ver, bajaos del carro! ¡Os digo que os bajéis! —gritó enfurecido, dándome un puñetazo en un costado.

¿Qué podíamos hacer? No tuvimos más remedio que bajar. El viejo desenrolló el látigo, fustigó a los caballos en los ijares y los animales arrancaron veloces. Ya se había alejado unos cien pasos de nosotros, cuando el viejo, amenazándonos con el puño, nos insultó colérico:

— ¡Puf, malditos policías!

Después se encogió como si esperara alguna bala. Nosotros, naturalmente, no disparamos.

El viejo volvió a enderezarse y siguió un buen rato, mientras el carro se alejaba, cubriéndonos de improperios.

Así entramos en la región de Chernígov.

* * *

¿De qué pueden hablar entre sí tres personas que se conocen poco cuando el destino los ha juntado en el desértico camino tras las filas del enemigo? Claro, no nos manteníamos callados, pero tampoco nos distraíamos contándonos anécdotas el uno al otro. Cada uno explicó algo sobre sí mismo, de cómo fueron sus primeros días de guerra. Tocamos un poco el pasado, recordamos a las mujeres e hijos: cómo estarían ahora, dónde se encontrarían... Con estos temas bastó para los primeros dos-tres días. La cosa estaba clara: éramos tan sólo compañeros de viaje y de un momento a otro nos separaríamos. O sea que tampoco tenía mucho sentido abrirse demasiado ni hacer planes. No tuvimos que enfrentarnos a los alemanes. Pero yo estaba convencido de que si ocurría algo por el estilo ninguno de nosotros abandonaría al otro. Este era el eje central de nuestra amistad.

Entre Simonenko y Zússerman se creó un tono de camelo mutuo, ácido pero no ofensivo. El que acostumbraba a iniciar las puyas era Simonenko, Zússerman se limitaba a defenderse, pero a veces pasaba al ataque. De esta manera se inició también nuestra última conversación. Una conversación seria... En fin, ustedes mismos juzgarán.

Como ya he dicho, andábamos ya por nuestra región, la de Chernígov. El centro habitado más cercano se encontraba a unos ocho kilómetros de nosotros. Allí el camino se bifurcaba y era donde Zússerman pensaba dejarnos y seguir a Nezhin. Hacía poco que había llovido, el camino estaba mojado y los pies resbalaban por el barro. Era imposible continuar andando. Junto a un pequeño puente se amontonaban unos troncos. Nos sentamos a descansar y encendimos un pitillo. Simonenko me guiñé un ojo y dijo dirigiéndose a Zússerman:

— Bueno, de ésta no sales, Yákov. Seguro que no sales. Has hecho mal en atravesar los límites de Chernígov. Te tenías que haber separado antes de nosotros.

— Y ¿por qué eso?

— No lo entiende, el bobo... Oigame, Alexéi Fiódorovich, nuestro amigo no se da cuenta de lo que le puede caer. Vamos a ver, ¿vas a Nezhin, a ver a tu familia, no es así?

— Eso, iré a ver a mi familia, la ayudaré si puedo en algo y, luego, media vuelta y al frente, haré lo posible por pasarme a los nuestros.

— Pues Fiódorov no te dejará ir. Si te da la orden de no ir, se acabé la cosa, tendrás que obedecer. Ahora estás en su territorio. Así que tendrás que irte con él a la guerrilla.

— ¿Y tú? —Zússerman, al parecer, se alarmó de verdad.

— A mí no me puede dar órdenes. Ahora yo no soy de Chernígov. Ingresé en el ejército por la región de Volynsk. En cambio, tú eres de Nezhin...

— Yo no soy miembro del Partido...

— Pero ¿serás komsomol?

— Cuando me fui al ejército, me di de baja en Nezhin...

— No tiene importancia. De todos modos, sigues perteneciendo a la organización de Chernígov. Y la palabra del secretario del Comité Regional es ley para ti... ¿No es así, Alexéi Fiódorovich?

No tuve tiempo de contestar cuando Zússerman, con una sonrisa interrogante, dijo:

— Camarada Fiódorov, lo único que quiero son unos días de permiso. Sólo unos días, si es posible. Quiéralo o no, allí está mi mujer y, lo más importante, el hijito. Después de verlos, vamos a donde quiera.

La broma de Simonenko no era demasiado afortunada. Porque él tampoco quería unirse a la guerrilla, como el otro quería ver a su madre y volver después a la línea del frente. Así que tuve que intervenir en la conversación para encarrilarla por el camino serio.

— La cosa, claro, no está en qué territorio nos encontramos. Yákov, perdóname si te molesto, me parece que no eres mal chico. Te agradezco que me hayas ayudado en un momento difícil. Pero ya es hora que tú mismo te aclares qué quiere decir ser un komsomol y cómo debes comportarte en una situación como ésta. No estoy dispuesto a hacerte un examen, de todos modos, ¿me podrías decir en qué te has destacado como komsomol? y ¿qué te parece, puede un komsomol en la retaguardia del enemigo interesarse exclusivamente por su propia persona y los asuntos de su casa?

A Yákov hasta le salieron gotas de sudor, aunque no hacía nada de calor. Se quitó la gorra, pasó por sus cabellos la mano y se sentó de nuevo.

— Camarada Fiódorov —dijo avergonzado—, economicé combustible y neumáticos. Es decir, fui stajanovista, hacíamos emulación socialista, mi coche se mantuvo sin reparaciones generales durante... Ah, ya entiendo, usted no se refiere a eso... Pues, no se... Palabra de honor, ni siquiera supuse que iba a caer en una historia como esta. Es claro que lo que debo hacer... Por favor, puedo no ir a Nezhin, camarada Fiódorov.

— Lo de ir a Nezhin puedes hacerlo, claro, pero no es ese el problema...

Dejé inacabada la idea intencionadamente. Quería que el propio Zússerman comprendiera qué es lo que se esperaba de él. Al parecer, estaba cavilando con todas sus energías, tenía su mirada perdida en el campo y, puede ser, ni siquiera había oído mis últimas palabras.

— Camarada Fiódorov —dijo al cabo de una larga pausa—, me parece que he comprendido. Hace cinco años que me admitieron en el komsomol, y ya entonces me daba cuenta de que tenía que estar en primera fila. Hasta llegué a ser miembro del buró de la base automovilística. Pero si entonces me hubieran dicho que vendría la ocupación alemana y yo tendría que trabajar en la clandestinidad, con los guerrilleros...

— Entonces no hubieras ingresado en el komsomol, ¿eso quieres decir?

— No, que va, camarada Fiódorov, al contrario...

— ¿Cómo, al contrario?

— Al contrario en el sentido de que me hubiera dedicado más conscientemente a los estudios políticos. Porque ahora lo que me ocurre es que me hago un lío, no sé cuáles son mis obligaciones. Cómo comportarme y todo eso. Yo soy un chófer. Conozco mi oficio, créame. Por ejemplo, si usted me diera un coche para que yo me metiera a todo gas con unos guerrilleros contra el enemigo, eso sí que lo puedo hacer. O sea, el que yo me cuente entre los komsomoles... ahora, claro, es más importante que antes de la guerra.

— No es que sea más importante, sino que la prueba a la que está sometido todo el pueblo soviético y en primer lugar los comunistas y los komsomoles es muy seria. La responsabilidad que ahora recae sobre mí, sobre él o sobre ti es enorme. Porque ahora ocurre que casi te has olvidado de que formas parte del Komsomol. Y olvidarse de eso no puedes de ninguna manera. Hay que reconocer, a modo de autocrítica, que hasta yo no sé por qué he dejado de lado el que seas komsomol. Simonenko sigue conmigo. Con él aún tendré tiempo de charlar. Mientras que tú ahora te vas para Nezhin...

— A lo mejor no hace falta, ¿a lo mejor sigo con ustedes?

— Si de lo único que se trata es de la familia, me parece inútil que vayas, me temo que te espera una gran decepción. Pero si vas como persona encargada de hacer algo, si marchas con alguna tarea, como mensajero del Comité Regional, esto por un lado te ayudará a soportar mejor la desgracia y además te encontrarás con más ánimos. Haz lo posible por contactar con los miembros de la organización clandestina en Nezhin. Diles dónde está el Comité Regional, les ayudarás a ellos y al Comité Regional del Partido... ¿Ves claro lo que has de hacer?

— ¡Camarada Fiódorov! —Yákov me agarró de la mano, la apreté entre sus palmas y la sacudió durante largo rato. Casi se ahoga de la emoción. Lo cierto es que yo no esperaba haber causado tan apasionado sentimiento-. ¡Camarada Fiódorov —prosiguió— tengo unas ganas locas de hacer ya algo!

Nos levantamos y nos pusimos en marcha. El resto del camino que nos quedaba hasta la bifurcación Zússerman me estuvo interrogando: cómo detectar a un militante clandestino; qué debía de transmitirles de parte del Comité Regional; cómo transmitir a éste los resultados.

— ¿ ¡Sabe una cosa, camarada Fiódorov! ? —exclamó— Si mi mujer también es komsomol y mecanógrafa. Puede escribir las octavillas y proclamaciones. Probaremos en la ciudad. Y si por nuestra nacionalidad nos resulta imposible vivir allí, entonces me la llevaré conmigo al bosque. ¿Puedo? Si no puede ser con el niño, entonces lo dejaremos con alguien conocido...

Propuse a Yákov unas cuantas tareas concretas. Le di las direcciones de dos citas de la ciudad.

— Bueno, vamos a ver, Yákov, no caigas en manos de los alemanes —le dije al despedirme—. Si logras salvar la familia o aunque sea salvarte tú, vete al distrito de Koriukovka. Allí nos encontraremos.

Nos besamos. Lo cierto es que yo pensaba que nos despedíamos para siempre.

Seguimos largo rato con la mirada viendo cómo se alejaba la solitaria silueta de Yákov. Marchaba a pasos rápidos. Y hasta en su andar se adivinaba su alegría, su humor combativo.


capitulo dos parte 05, parte 01, 02, 03, 04, 05, 06, 07, 08, 09, 10, 11, 12, 13, capitulo tres parte 01