"Lo fundamental era estar al lado del pueblo, impulsarlo a la lucha. No había que olvidar que nosotros, los comunistas, éramos los organizadores, sólamente el armazón. He aquí lo que no se podía olvidar un sólo instante. Y entonces ninguna fuerza enemiga sería capaz de quebrantarnos" Alexéi Fiódorov

Capítulo segundo: DIAS DIFICILES parte 13 de 13

Cuando en mi despacho de Chernígov se reunía el Comité Regional clandestino y deliberábamos qué hacer si los alemanes ocupaban la región, nos imaginábamos un esquema ideal de organización. En cada aldea, en todo caso en la mayor parte de ellas, existirían células clandestinas y grupos de resistencia. En todos los distritos, sin excepción, destacamentos guerrilleros y Comités de Distrito del Partido, con el primer secretario y el segundo y, por si éstos eran detenidos, sus suplentes. Los destacamentos, Comités de Distrito y células debían estar en contacto permanente. El Comité Regional cursaría sus instrucciones a los Comités de Distrito, y éstos a las organizaciones de base; de vez en cuando se convocarían reuniones. Todo esto, naturalmente, en medio de la más estricta conspiración...

Incluso más tarde, después de la reunión en Yáblunovka, del caos de Piriatin y de muchos días de solitario vagabundaje, seguía creyendo que tan pronto llegara a la región de Chernígov, en el primer distrito me encontraría con la gente distribuida en sus lugares y entregada a una actividad febril.

Pensábamos también que los alemanes se organizarían con mayor rapidez en el territorio ocupado por su ejército. En aquella época no podía imaginarme siquiera que en pleno día pasaría tranquilamente por los caminos, ¡qué digo caminos! por las calles de la aldea. Figurábame que tendría que disfrazarme cada dos horas, por lo menos, que estaría vigilado por espías, a los que, valiéndome de hábiles ardides, dejaría con tres palmos de narices...

La preparación oportuna de las bases para los guerrilleros, el nombramiento de secretarios de Comité de Distrito y la organización de centros clandestinos desempeñaron un gran papel. La inmensa mayoría de los hombres, que destinamos para actuar en la clandestinidad, comenzó a trabajar desde el primer día. Pero el trabajo y el ambiente resultaron muy distintos de lo imaginado.

No habíamos tenido en cuenta, por ejemplo, que para el trabajo en la clandestinidad se necesitaría cierto tiempo a fin de conocer y familiarizarse con la nueva situación, que muchas veces habría que ver con otros ojos incluso a los propios parientes y establecer con ellos otro tipo de relaciones. Tampoco le dimos la importancia debida a otra cosa: que sería la primera vez que nuestra gente vería a los alemanes y se encontraría en la necesidad de ocultarse... ¡Cuántas cosas tendría que ver y conocer por vez primera nuestro pueblo!

Por otra parte, los comunistas encargados del trabajo clandestino habían ocupado en épocas normales puestos dirigentes de más o menos importancia. La mayoría eran hombres conocidos en el distrito. Cualquier chiquillo podría reconocerlos y la primera koljosiana acercarse y llamarles por su nombre como si tal cosa... Por eso, el camarada que se encontraba en la clandestinidad, al principio padecía más que trabajaba. Para acostumbrarse a la vida clandestina se necesita un cierto tiempo, según el carácter. Si el compañero no estaba solo, se acostumbraba más fácilmente. Si se hallaba solo, la cosa era más dura. Algunos hasta enfermaban... de manía persecutoria.

Pero dejemos a un lado todo esto. He descrito ya con bastante detalle mis penas. Debo confesar que entonces ya estaba harto de ellas.

Comencé a buscar al camarada Priadkó, primer secretario del Comité de Distrito, y al camarada Strashenko, ex presidente del Comité Ejecutivo del Soviet de Distrito y más tarde jefe de un destacamento guerrillero.

En la aldea de Seskí encontré a Belovski, ex encargado de la sección de organización del Comité de Distrito. Omitiré la descripción de nuestro encuentro. Me recibió bastante bien y me contó lo que él sabía, muy poco desgraciadamente: había llegado a la aldea un día antes que yo. Cercado por el enemigo en las proximidades de Kíev, consiguió marchar a la aldea natal para ver a su mujer. Lo mismo que Simonenko; no tenía la intención de quedarse: anhelaba volver al frente.

Belovski intentó ponerse en contacto con el secretario del Comité de Distrito. Alguien le comunicó que Priadkó había evacuado a su familia y abandonado la casa y que en compañía de Strashenko andaba por las aldeas vecinas.

Por lo visto existía un destacamento guerrillero en el distrito, pero aún no se oía nada de él.

"Parece que... tal vez.., en las aldeas de alrededor..." Estas vaguedades no me solucionaban nada. Di las gracias al dueño de la casa y me fui a dormir al henal.

Sentíame fatigado por la caminata de la noche anterior, los tiros con el baptista y la discusión con Kulkó. Además, por el día tampoco había descansado. Pensaba que iba a quedarme dormido como un leño. Pero no fue así, no sé si por culpa del frío, que se filtraba a través del heno, o por los nervios y la rabia que sentía. La verdad es que todo marchaba aún mal. Había atravesado cuatro distritos sin encontrar la organización clandestina debidamente estructurada. "Pero, ¿qué significa debidamente estructurada?" —me pregunté a mí mismo. En Chernígov todas las consignas, las claves, las direcciones de los compañeros encargados del trabajo clandestino habían sido hechas de acuerdo conmigo. Claro está que no podía recordar a todos, pero conocía a los secretarios de las organizaciones de distrito, y antes de entrar en la retaguardia alemana me había trazado un itinerario que debía conducirme al destacamento regional de Popúdrenko. En este itinerario estaban previstos los centros de enlace conspirativos, los nombres convencionales (no los apellidos, sino unos nombres comprensibles solamente para mí).

Pero tuve que modificar un poco la ruta; las notas y otras indicaciones precisas para orientarme, habían quedado enterradas, con mi cartera, en el fondo del río Mnogo.

Aquello había sido un revés personal, un accidente imprevisto. ¿Qué derecho tenía, pues, a quejarme por no encontrar una organización clandestina bien montada? ¿Acaso Bodkó y los camaradas de Ignátovka no eran miembros de la organización ilegal? Me indignaba por la conducta de Kulkó, porque no sabía nada concretamente. Mas era de suponer que la dirección clandestina del distrito conocía las desavenencias conyugales" de Kulkó y que por eso no le informaba de sus planes ni de su actuación.

Así reflexionaba yo entonces, tiritando de frío en el henal. Mucho más tarde comprendí que las "casualidades", los reveses personales, incluso los descalabros de grupos considerables no eran temible6 si estaba bien meditado el plan general.

En el amplio plan del Comité Regional clandestino habíamos determinado el número de organizaciones de base que debía tener cada distrito y la cantidad de centros de enlace conspirativos en cada localidad. Aquel gran plan habíase puesto en práctica. Existían las organizaciones de distrito, también existían los centros de enlace. Por lo demás, no era cosa frecuente tropezar con un drama familiar, como me había ocurrido a mí. Convenía, sin embargo, saber que el centro de enlace no era una estación ferroviaria, con cantina, agua caliente, reloj y demás atributos propios del caso.

El saber orientarse dependía de la experiencia personal de cada guerrillero y de cada dirigente del Partido en la clandestinidad. La experiencia adquirida por mí en el camino desde el frente hasta el destacamento regional, me fue más tarde de enorme utilidad. Aprendí a caminar, a ver y a escuchar. Supe que el arte de un dirigente comunista en la clandestinidad consiste en comprender la naturaleza de las "casualidades" y poner esas "casualidades" al servicio del gran plan de lucha contra el enemigo.

El hecho de que mi cartera hubiese quedado sepultada en el limo del río Mnogo no me desvió de mi camino. Conocía bien, si no todos los senderos, por lo menos cada camino vecinal, cada caserío de la región de Chernígov. Si hubiera tenido las direcciones de los centros de enlace secretos, habría encontrado antes a mis hombres. Pero este retraso tuvo sus ventajas. Conocí mejor la vida del pueblo bajo la ocupación, el estado de ánimo de las gentes, y aprendí a tratar de distinto modo a cada persona...

Estuve dando vueltas durante mucho tiempo aún y ya comenzaba a dormirme, cuando oí de pronto pasos y voces. Me puse en guardia. Cuando comprendí que la conversación no me atañía, me encasqueté mejor la gorra para que no me desvelaran por completo. Pero todo fue inútil: el sueño desapareció e involuntariamente oí un diálogo.., amoroso.

Al pie del cobertizo donde me encontraba, serpenteaba un sendero bastante pintoresco, bordeado de arbustos. Hacía una noche despejada y de luna, aunque el viento rugía lo mismo que la noche anterior. Los enamorados, muy jóvenes a juzgar por las voces, primero estuvieron dando vueltas alrededor de mi escondite y después se sentaron muy cerca de mí.

— ¡Qué desgraciados somos! —decía la muchacha—. Si no hubiera sido por la guerra, habríamos terminado la casa y después de la distribución de la cosecha nos hubiésemos trasladado a ella...

— ¡Ajá! —aprobó el muchacho. Casi siempre se limitaba a esas breves réplicas, interrumpiendo frecuentemente con besos a su amiguita. Cosa que, sin embargo, a ella no le impedía seguir hablando.

— Escucha, Andréi —dijo la muchacha con la más dulce de las voces—, ¿cuando vuelvas definitivamente de la guerra, nos casaremos?

— ¡Cómo no!

— ¿Y compraremos una radiola igual a la de Karpenko?

— ¡Ajá!

— ¿Y me dejarás ir a estudiar al Instituto Pedagógico?

— ¿A Dniepropetrovsk?

— No, a Chernígov.

— Sólo a Dniepropetrovsk. Hay allí una escuela metalúrgica; en cambio, institutos pedagógicos existen en cualquier ciudad. Yo estudiaré en la escuela metalúrgica y tú en la pedagógica...

— No, Andréi, es mejor Chernígov.

Al parecer la joven pareja carecía por completo del sentido de la realidad. Hablaban de sus futuros estudios con tan simple seguridad, como si no hubiera guerra ni ocupación. La discusión de si era mejor ir a Chernígov o a Dniepropetrovsk se prolongó bastante. Debía ser un pleito antiguo. No llegaron a un acuerdo y la muchacha cambió de tema. Después del beso correspondiente, preguntó con voz más dulce aún.

— Andréi, ¿me quieres?

— ¡Cómo no!

— ¿Me llevarás contigo?

— Enviaré un avión por ti.

— No, de verdad, Andréi, no bromees, mándame aviso y yo misma iré. No olvides que soy del Komsomol. Dile al jefe que tienes una novia guapa, que sabe disparar, hacer "borsch" y vendar a un herido.

La conversación se hacía cada vez más interesante para mí. Sentía deseos de salir y preguntarles sin rodeos a qué destacamento se disponían a ir, dónde se encontraba y, de paso, cómo le iba. Pero lo pensé mejor; comprendí que les iba a dar un susto y que si el muchacho era valiente me exponía a recibir una buena tunda. Por la conversación que siguió, me cercioré que el muchacho era decidido.

No sé si es que hice algún movimiento o cualquier otro ruido extraño habría llegado a oídos de los enamorados; el caso es que la muchacha se alarmó de pronto y con voz inquieta empezó a suplicar a Andréi que se marchase lo antes posible.

— ¡Ay, Andréi, estoy inquieta! ¡Cómo empujaban a tu amigo con las bayonetas! Iban montados a caballo y él a pie. Cuando llegaban a una casa, le decían: "Busca", y le metían las bayonetas por las costillas...

— No es amigo mío. Si me hubieran dado un buen látigo, le habría zumbado.

— Pero los alemanes lo fusilaron; si hubiese sido de los suyos, no lo habrían hecho.

— Fue de rabia, por no haberme podido encontrar a mí. Si él me hubiera llevado a presencia del comandante, no le hubiesen fusilado...

¡Ah, conque era así mi enamorado! Sentí deseos de salir para estrecharle la mano.

Aquella mañana, la mujer de Belovski me había contado lo sucedido el día anterior en la aldea próxima. No preste entonces gran atención, porque pensé que me lo contaba para asustarme, para hacerme ver que las cosas no estaban tranquilas y librarse lo antes posible de mi presencia. Sin embargo, no se trataba de ninguna fantasía.

Conocí ciertos detalles de esa historia por el diálogo de los enamorados. Andréi, aunque evitaba hablar de ello, no sé si por modestia, o por no recordar cosas desagradables, comentó con su novia algunos pormenores.

En la aldea de Olshani un pequeño destacamento alemán había apresado a dos soldados del Ejército Rojo. Uno de ellos era Andréi.

Los alemanes sentíanse a gusto en la aldea; permanecieron en ella varios días comiendo y bebiendo hasta hartarse a costa de la población. Obligaban a los prisioneros a realizar el trabajo más sucio y desagradable. Cuando los alemanes estaban borrachos, les pegaban y sometían a toda suerte de humillaciones. Jamás los perdían de vista un momento.

La víspera, por la mañana, el cabo había enviado a los dos prisioneros, y con ellos a un soldado, a buscar "leña" al desván. El soldado dio un hacha a Andréi y le ordenó derribar los soportes del tejado. Pero Andréi descargó un hachazo en la cabeza del alemán; cuando éste cayó, le quitó la pistola y gritó a su compañero.

— ¡Escapa!

Mas en vez de escapar, agarró a Andréi por una mano y se puso a gritar, llamando a los alemanes. Andréi, de un fuerte puntapié, logró desasirse de su "amigo" y saltar por el tragaluz. En lo que tardaron los alemanes en darse cuenta de lo sucedido y ensillar los caballos, Andréi consiguió alejarse medio kilómetro de la aldea. Al ver a unos koljosianos trillando en una era, Andréi se quitó el capote y la gorra y, empuñando un mayal, se puso a trabajar. Sus perseguidores pasaron por delante de él, sin reconocerle. Con las prisas habían olvidado llevarse al amigo de Andréi.

Después cayeron en ello: al "amigo ' le ataron las manos a la espalda y, según contaba la muchacha, fueron buscando a Andréi por todas las casas. Pinchaban al "amigo con las bayonetas, le abofeteaban a cada instante y le daban patadas en el vientre. Después de recorrer dos o tres aldeas sin haber encontrado a Andréi, los alemanes, rabiosos, fusilaron al "amigo" en medio de la calle.

Andréi se disponía a reunirse con el destacamento de Ichnia. "Sería un buen compañero de viajé", pensé yo. Pero ¡qué bien hice en no salir del heno y no haber intentado hablar con él! ... Andréi, sin duda, me habría metido una bala en el cuerpo. En la situación que estaba, no podía obrar de otro modo. Le perseguían, le buscaban... Lo notable era que después de tales emociones fuese capaz de hablar del futuro, del estudio, y no sólo de eso...

Los enamorados estuvieron arrullándose mucho tiempo aún, sin dejarme dormir y martirizándome, porque me obligaban a permanecer inmóvil.

El henal estaba al cielo raso y como hacía viento los enamorados se metieron en el cobertizo. Continuaron hablando sobre ¡os temas más diversos. Fijaban plazos a la duración de la guerra, poniéndose de acuerdo en que dentro de dos o tres meses los alemanes serían expulsados de Ucrania. Calculaban la potencia de la industria de los Urales y discutían el tiempo que los ingleses tardarían en abrir el segundo frente. Yo pensaba: "¿Cómo describen los literatos una conversación entre enamorados? Hablan de pajaritos, de la luna, de la puesta del sol. Pero resulta que el amor no hace ascos ni a la política ni a la economía".

La despedida de mis enamorados fue muy emocionante. El muchacho prometió —ella insistió en ello— que le mandaría aviso tan pronto llegara al destacamento. Entonces también ella saldría para allí.

Yo pensé escéptico: "No conseguiréis nada". Pero me equivoqué. Más tarde encontré en los destacamentos guerrilleros muchas parejas de enamorados. Algunas muchachas y muchachos arriesgaban sus vidas para unirse y combatir juntos.

* * *

Por la mañana, alguien golpeó en la casa de Belovski. El dueño de la casa salió a abrir. Desde el zaguán llegó a mis oídos una voz conocida. Era Kulkó.

— Permítame —me dijo— que le informe: su orden respecto a mi mujer ha sido cumplida. ¿Qué más debo hacer?

La aparición de Kulkó fue para mí una gran sorpresa. Pensaba que me había librado de él, y que él, por su parte, estaría contento por haberme perdido de vista. Pero he aquí que ahora se presentaba para ponerse a mis órdenes.

— ¡Cuánto me ha costado encontrarle! He recorrido tres aldeas. Pensaba que estaría usted en la casa convenida...

— Espere, camarada Kulkó. Dígame primero ¿qué ha hecho usted con su mujer?

Kulkó miró de reojo a Belovski, se acercó a mí para hablarme al oído, pero en seguida, haciendo un ademán, dijo:

— No tiene importancia, Alexéi Fiódorovich, se lo diré después. Está viva y salva. Pero calla y seguirá callada. Eso es seguro.

Salimos juntos de casa de Belovski. Kulkó me pidió que le dejara acompañarme. El suponía que Priadkó y Strashenko se encontraban en Peliujovka, una aldea a doce kilómetros de Seskí. De camino me conté que había dejado a su mujer todas las cosas para que las escondiera y enterrara como le diese ¡a gana. A sus vecinas —tres mozas garridas y fuertes— les había dado el encargo de vigilar a su mujer y no permitirla salir de la aldea. En caso de desobediencia, tenían orden de atarla.

— Ahora no dejará sus trapos; ya no necesita a nadie —concluyó con amargura, y comprendí que el hombre sufría.

Kulkó me describió con bastante detalle la situación del distrito: en los primeros días de la ocupación un pequeño destacamento guerrillero acampé en un bosque próximo a la aldea de Buda. Los alemanes, al enterarse, enviaron una compañía o quizás una sección de automáticos con perros. En vista de eso, los guerrilleros decidieron cambiar de táctica. El secretario del Comité de Distrito dio la orden de dispersarse por las casas, hacerse pasar por gente pacífica, ocultar las armas y, después, conforme lo permitieran las circunstancias, realizar asaltos y diversiones en grupo.

Cuando llegamos a los bosques de Kámenka, Kulkó marchó a Peliujovka en busca del secretario del Comité de Distrito. Yo quedé esperándole en la linde del bosque. Regresó poco después. En el centro de enlace le dijeron que los muchachos —se sobreentendía que eran Priadkó y Strashenko— habían estado el día anterior, pero que en aquel momento ignoraban su paradero.

Entramos en la casa del guardabosque. También él había visto a Priadkó y a Strashenko. Nos aconsejó que fuéramos a Buda. Tal vez estuviesen allí. Pero tampoco allí encontramos a los dirigentes de la organización clandestina de Málaia Dévitsa. En todas partes nos respondían: "Han estado aquí poco antes de llegar ustedes. No sabemos a dónde han ido". Yo tenía la impresión de que el pueblo los ocultaba de nosotros. Posiblemente no me equivocaba. Tal vez no faltase quien pensara que éramos agentes alemanes, enviados en busca de guerrilleros y comunistas en la clandestinidad. Kulkó y yo estuvimos vagando cuatro días, hasta que en el caserío de Zhlobi tropecé con un viejo conocido: Vasia Zubkó.

Este encuentro me alegré mucho. Por fin, había hallado a un hombre a quien conocía personalmente y en el que podía tener plena confianza.

Vasia Zubkó había sido secretario del Comité de Distrito del Komsomol de Málaia Dévitsa; después, trabajó de ayudante del secretario del Comité de Distrito del Partido. Fue enviado a estudiar. Al terminar los estudios, pasó a trabajar en los órganos del Comisariado del Pueblo de Asuntos Interiores.

Vasia Zubkó no estaba mejor enterado que yo de la verdadera situación del distrito. Había servido en una unidad, formada especialmente por personal del Comisariado en las proximidades de Kiev. El enemigo les había causado muchas bajas y sólo pequeños grupos consiguieron salir del cerco. Después de muchas peripecias y penalidades, Vasia había quedado solo.

— Me dijeron que en la región de Chernígov había un gran movimiento y por eso me dirigí hacia aquí...

Estuvimos hablando largo rato de nuestros conocidos comunes y cambiando impresiones. Zubkó, lo mismo que yo, había deambulado mucho tiempo solo por tierra ocupada. Lo más importante era que no pensaba en su suerte personal, sino en el pueblo, en cómo organizar el movimiento popular de resistencia. Razonaba como un verdadero combatiente en la clandestinidad. Comprendí que tenía en él a un buen compañero de combate.

Los tres nos pusimos a buscar el Comité de Distrito de Málaia Dévitsa. Para no perder tiempo, nos separamos: Kulkó se dirigió a Málaia Dévitsa, y Zubkó y yo fuimos a Petrovka, que era un poblado importante, donde Vasia tenía un compadre.


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