"Lo fundamental era estar al lado del pueblo, impulsarlo a la lucha. No había que olvidar que nosotros, los comunistas, éramos los organizadores, sólamente el armazón. He aquí lo que no se podía olvidar un sólo instante. Y entonces ninguna fuerza enemiga sería capaz de quebrantarnos" Alexéi Fiódorov

Capítulo segundo: DIAS DIFICILES parte 11 de 13

Gracias a la inteligente dirección de la organización clandistina del distrito, tomaron parte en el trabajo todas las capas de la población. La intelectualidad rural participé muy activamente. Los maestros, médicos, agrónomos, veterinarios se convirtieron en ardientes agitadores y propagandistas: captaban los partes de guerra por radio, los copiaban y distribuían entre la población o los leían en voz alta por las casas.

He aquí, en pocas palabras, la historia del maestro sin partido Malozhen y su familia, de la aldea de Zhukli.

Saya Emeliánovich Malozhen era un viejo enfermo y cojo, que apenas si podía tenerse en pie. Rara vez salía de casa. Escribía octavillas en prosa y en verso y sus canciones y coplas, satíricas y mordaces, corrían de boca en boca. Se cantaban y leían no solamente en Zhukli, sino también en las aldeas vecinas. El viejo las escribía y luego eran difundidas por su hija Oxana y su sobrina Irina. Ambas militantes del Komsomol, valientes, audaces e ingeniosas.

Los agentes de la Gestapo se apoderaron del viejo. Le amenazaba el fusilamiento. Oxana se presentó en la comandancia y supo convencer al comandante de que un viejo tan decrépito y enfermo como su padre no podía ser un agitador comunista. El maestro fue puesto en libertad. Pero poco después detuvieron a la sobrina. Los alemanes la torturaron, pero la muchacha no delató a nadie. Poco antes de ser fusilada, consiguió hacer llegar a su tío dos notas. En la primera decía:

"Querido tío: No tengo miedo a la muerte, lamento únicamente haber vivido poco, haber hecho poco por mi país".

Su segunda nota de despedida era ésta:

"Tío, ya me he acostumbrado, no estoy sola, somos muchas. No sé si me dejarán volver a casa. Tal vez no me dejen. He pasado un interrogatorio. Me enseñaron las declaraciones del stárosta A. Ustizhenko. Es él quien nos ha delatado, tío. Pero es igual, no le tenga miedo a la muerte y no me asusta morir. Dígale a mamá que no llore. De todas formas no habría vivido mucho tiempo a su lado. Tengo mi propio camino. Que mamá guarde el trigo, si no los alemanes se lo llevarán. Adiós, su sobrina Irina".

En aquel mismo distrito de Jolm nació en septiembre de 1941 una organización clandestina del Komsomol que llevaba el romántico nombre de "Así comienza la vida". Al principio era un pequeño grupo de jóvenes, pero después fue en aumento y participé en ella la mejor juventud de Jolm. Todo el que entraba en la organización pronunciaba el siguiente juramento solemne:

"Al ingresar en las filas de la organización clandestina del Komsomol "Así comienza la vida", juro ante mis compañeros, ante la Patria, ante todo mi pueblo que tanto sufre, librar una lucha a muerte contra el cruel enemigo, los fascistas, y pelear contra ellos sin escatimar mi vida, hasta que nuestra tierra se vea libre de la inmundicia alemana. Juro cumplir honradamente todas las tareas que me encomiende la organización clandestina y morir antes que traicionar a los compañeros".

El grupo estaba dirigido por Kolia Yeriómenko, que antes de la guerra había sido inspector del trabajo político y cultural. El grupo puso manos a la obra con energía. Las chicas y los chicos escribían y repartían octavillas, actuaban de enlaces entre el Comité de Distrito del Partido y los destacamentos guerrilleros, salían de exploración, recogían armas y municiones para los guerrilleros.

En la región de Chernígov a los miembros de este grupo se les llama "La Joven Guardia de Jolm". En efecto lucharon como los valerosos jóvenes de Krasnodón* y la mayoría de ellos pereció heroicamente. En el segundo tomo de este libro hablaré con más detalle de ellos; en el período al cual me refiero no hacían más que comenzar su trabajo.

En el distrito de Jolm la actividad guerrillera y clandestina de los comunistas estaba bien preparada y por eso se desarrollé con mayor éxito y rapidez que en el resto de la región.

En otros muchos distritos también comenzó a notarse entonces la resistencia del pueblo a los invasores alemanes.

En el distrito de Oster, el 15 de septiembre, dos destacamentos guerrilleros libraron el primer combate contra alemanes armados de automáticos, ayudando a salir del cerco a un grupo de soldados rojos.

En el distrito de Gremiach el Comité de Distrito clandestino supo sabotear la "elección" de los stárostas. La población se negaba obstinadamente a acudir a las reuniones. En vista de ello, los alemanes tuvieron que desistir de la comedia electoral, nombrando a los stárostas por vía administrativa. Pero en cinco aldeas: Gremiach, Buchkí, Buda, Vorobiovka y Kámenskaia Slobodá los stárostas designados se negaron a cumplir todas las órdenes del enemigo. Los alemanes fusilaron al camarada Ivanitski, stárosta de la aldea Gremiach, ahorcaron al camarada Kalabuj, stárosta de la aldea Buchkí y apalearon al camarada Fedorenko, stárosta de la aldea Vorobiovka.

Los rumores del terror alemán extendiéronse inmediatamente por todo el distrito. La población comenzó a marcharse a los bosques

En el distrito de Kozeléts, el camarada Yarovói, primer secretario del Comité de Distrito, fusioné varios pequeños destacamentos y comenzó a luchar contra las guarniciones rurales, los policías y los stárostas traidores.

Los jóvenes de la organización clandestina del distrito de Semiónovka reunieron varias decenas de fusiles, 5.000 cartuchos y centenares de bombas de mano, entregándolo todo a los guerrilleros.

En el distrito de lvánitsa, la actividad de los guerrilleros era tan intensa, que los alemanes temían entrar en las aldeas. En todas las localidades funcionaban órganos del Poder soviético.

El grupo de combate del Comité de Distrito clandestino de Dobrianka voló dos convoyes militares, un automotor y varios camiones del enemigo.

En la ciudad de Nezhin, el joven comunista ciego Yákov Batiuk, que luego fue célebre, había comenzado a formar una organización clandestina.

Todo esto lo supe mas tarde; la noche en que salí de Lísovie Soróchintsi me sentía muy solo.

Era una noche de luna, de viento y frío. Caminaba por la vía del tren. No lejos aullaban los lobos; quizás no lo fueran; entonces me parecía que hasta la tierra debía aullar.

Al cabo de un kilómetro vi el destruido edificio de la estación de Kolomíitsevo. Los raíles estaban levantados. Alrededor no se veía una luz. Todo parecía muerto. Dejé atrás la estación, atravesé un pequeño puente y de pronto sentí que alguien me llamaba, acercándose.

— ¡Patrón, eh, patrón! La voz me pareció conocida.

* * *

Un hombre delgado— —capote de soldado, el gorro con las orejeras bajadas— venía hacia mí cojeando, apoyándose en un bastón. Distinguíase en su rostro una barbita pelona.

Por si acaso, tanteé en el bolsillo el gatillo de la pistola. El hombre, respirando fatigosamente, me dijo:

— Le he reconocido, padrecito, sin ninguna dificultad. Por ese modo de andar tan seguro y ese paso tan firme. Es usted igual de día que de noche. ¡El amo es siempre el amo!

Era el "huésped" de Bodké, a quien yo bautizara en mi fuero interno de baptista.

- ¿Me permite que vaya con usted, Alexéi...? No recuerdo el patronímico...

— Maxímovich —respondí de mala gana.

El baptista se echó a reír.

— ¿A dónde se dirige? Pero, ¿para qué preguntarlo? A todas partes donde vaya siempre tendrá buena acogida y albergue: al amo se le ve en seguida. Otra cosa somos nosotros los forasteros. ¿Va usted a su tierra natal?

"Si este sujeto ha sido enviado para seguirme solo, podré con él en cualquier momento —pensé, y decidí dejarle hablar—; pero creo que me toma por otro".

El hombre charlaba con mayor desenvoltura y sinceridad que en casa de Bodkó. Me di cuenta de que estaba ligeramente bebido.

— Me he instalado en la estación —prosiguió—; es una vieja costumbre. ¡Cuánto no habré viajado en mi vida! ... Hay allí dos habitaciones pequeñas que no ha tocado el fuego, pero muy frías, y me calenté un poco con aguardiente. ¿A dónde voy a ir? En las aldeas le miran a uno con desconfianza, ni por dinero te venden nada, a excepción del aguardiente, ni te dejan pernoctar...

— ¿Por qué a mí me dejan?

— Ya veo que le dejan. Hace tiempo que busco un compañero as i.

— ¿Qué clase de compañero buscas? Dilo francamente.

El hombre se eché a reír, me lanzó una rápida mirada e hizo un gesto con la mano. Su risa me produjo una impresión desagradable. Es cierto que por la risa se puede definir a un hombre.

— ¿Quiere que se lo diga? —preguntó mirando a su alrededor.

— Habla. No hay nadie. Habla sin temor.

— Veo en usted al verdadero amo... Tiempos atrás también yo lo fui, y no tanto yo, como mi padre. A mí me tocó ver el Poder soviético. Pero durante algún tiempo me mantuve. Arrendé un poco de tierra y construí un molino. No un molino de viento como los de aquí, en la Pequeña Rusia, sino de agua...

— ¡Demonios! ¿De qué Pequeña Rusia me hablas?

— Le comprendo y me conduelo. Pero es que siento grandes deseos de pronunciar las palabras prohibidas por el Poder soviético. El que se llame Pequeña Rusia o Ucrania poco importa; lo bueno es que, por fin, vuelve nuestra ley. Usted tiene suerte. ¡Quién sabe cuándo llegarán los alemanes a mi tierra, la provincia de Kostromá!

Estábamos de pie al lado de un pequeño puente ferroviario. Detrás de nosotros se alzaban los escombros de la estación y alrededor de ella algunos cobertizos abandonados al parecer. Pasado el puente comenzaba la estepa. A unos tres kilómetros se divisaba una aldea donde yo tenía que buscar la casa indicada por Bodkó. No sabía qué hacer con este kulak de Kostromá. El proseguía entusiasmado.

— ¿Sabe, Alexéi Maxímovich? , en el tiempo que llevo recorriendo su Ucrania he visto que habrá que hacer muchas cosas para restablecer el orden. Al principio probé a decir con toda franqueza a la gente que yo era de los despojados y que me alegraba el nuevo poder. Pegar no me pegaban, pero nadie me daba de comer. Tal vez porque soy ruso. Pero no. Iba conmigo otro muchacho de Riazán, y éste se las arreglaba bien. En una ocasión intenté recurrir a la fuerza: enseñé el pase alemán y exigí que me atendieran, amenazando, en caso contrario, con presentarme a las autoridades. Pero me fue peor aún. ¿Sabe, Alexéi Maxímovich? ¡Aquí hay que hacer agitación con el látigo, sacudiendo buenos azotes, para que se acuerden del padrecito zar!

Su voz tornóse chillona por la ira con que pronunció esas palabras. Por lo visto estaba seguro de ser escuchado con simpatía. Yo sentía unos deseos irresistibles de acogotarle allí mismo, sin más contemplaciones... Recordé la simplicidad con que los chóferes habían suprimido a aquel traidor. Este kulak anhelaba que los alemanes le pusieran un látigo en su mano implorante. Pero cuando sucedió lo del chófer estábamos cerca del frente, donde yacían centenares de muertos, y entonces aquello podía pasar desapercibido. Ahora me encontraba ya a unos cien kilómetros en la retaguardia. Podían presentarse las autoridades judiciales de Priluki. Había que pensar bien las cosas. El kulak sintió probablemente que algo no muy agradable para él andaba yo cavilando, pues, de pronto, calló.

— ¿Qué tal te encuentras de salud? —le pregunté.

No me respondió; debió darse cuenta de que aquello tomaba un mal giro.

Su rostro tornóse negro del todo.

— ¿Dices que eres de Kostromá? No temas, iremos juntos, conmigo no te perderás.

Le puse una mano sobre el hombro. Había decidido llevármelo a la estepa y terminar la conversación en medio del campo, lejos de los cobertizos.

De repente el hombre se agaché y, escurriéndose de mis manos, salté a la cuneta oscurecida por la sombra del puente. Disparé varias veces en aquella dirección y salté a mi vez. El hombre lanzó un agudo grito, gimió y me respondió con un disparo. Sentí el crujir de las hojas secas y en ese momento, como adrede, una nube ocultó la luna. Anduve un minuto rebuscando por la cuneta. Of otro disparo. La cuneta era más profunda de lo que yo creía. Estaba llena de agua y a su lado los espesos zarzales no permitían distinguir nada en la oscuridad. Además, me cegaba la furia. Intenté salir de allí y me enganché en el breñal. El baptista seguramente se habría arrastrado por el barro de la cuneta.

— ¡No te escaparás, canalla, esperaré hasta que amanezca, hasta que sea de día! —gritaba yo furioso en medio de la oscuridad. Pero cuando me serené un poco, comprendí que aquello no conducía a nada.

Salí de la cuneta. Las nubes habían ocultado la luna y comenzaba a llover. Pero mi vista habíase acostumbrado ya a las tinieblas y distinguí los contornos del camino. Permanecí de pie al lado del puente, con la pistola de la mano, unos diez minutos. ¡Qué de maldiciones me eché en aquellos momentos! Mas, ¿Qué podía hacer?

Supuse que el baptista no había vuelto a disparar por haberle yo herido y tal vez mortalmente. A nadie conté lo sucedido. La cosa era estúpida. Todavía me da vergüenza haber dejado escapar ante mis narices a un traidor indudable.

*Se refiere a los miembros de "La Joven Guardia", organización clandestina del Komsomol que luchaba heroicamente contra los invasores hitlerianos en la ciudad de Krasnodón (cuenca del Donets). Los dirigentes de esta organización y la mayoría de sus miembros perecieron en los calabozos de la Gestapo. El Gobierno de la Unión Soviética ha concedido a los jefes de esta organización como honor póstumo, el título de Héroe de la Unión Soviética. (N. del Trad.)


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