"Lo fundamental era estar al lado del pueblo, impulsarlo a la lucha. No había que olvidar que nosotros, los comunistas, éramos los organizadores, sólamente el armazón. He aquí lo que no se podía olvidar un sólo instante. Y entonces ninguna fuerza enemiga sería capaz de quebrantarnos" Alexéi Fiódorov

Capítulo primero: EN VISPERAS DEL COMBATE parte 4 de 16

Cabalgamos primero por un claro, pasamos los puestos de guardia y sólo después, ya dentro de un pinar nos acercamos a un prado cubierto de nieve y ambos como por una orden nos detuvimos y también descabalgamos al unísono. La nieve no estaba profunda, anduve un momento, limpié de nieve un gran tocón y le dije a Nikolái Nikítich:

— Siéntate.

— ¿Y usted? —preguntó.

— Yo andaré un poco. Quiero desentumecerme las piernas. De momento soy un jinete de medio pelo... Pero lo que es tú, montas bien, fácil. En seguida se ve en ti a un jefe de caballería... Pero ¡siéntate! ¿A lo mejor tienes miedo de constiparte?

— ¿Usted de pie y yo sentado? ¿O es que estoy en el tocón de los acusados? —sonrió torcido. Pero de todos modos, se sentó.

Mientras tanto yo me paseaba delante de sus narices, pensaba, buscaba las palabras con qué empezar a hablar. Por fin, con la mayor tranquilidad posible, dije:

— Ahora bromeas, pero ayer...

— ¿Qué, ayer?

— ¿También bromeabas? Bueno… cuando diste orden de cortar la reunión y formaste a medio destacamento para salir a la operación? ¿Qué, como con Pedro I, era un ejército de broma, de diversión?

Hablaba yo en voz baja, al parecer, no daba muestras de irritación. ¿Acusaba? ¿Juzgaba? No sé por qué entre nosotros se cree incorrectamente que si a una persona la juzgan, ésta necesariamente ha de ser culpable o, al menos, ha cometido algún delito o falta. En realidad, la misma palabra "juicio" tiene sus orígenes en el discernimiento, en el estudio de un asunto y no siempre aspira a demostrar la culpa de alguien. Porque juzgamos a la gente por sus palabras y actos en todas partes: en el trabajo, en casa, en una conversación, en la mente.

Yo conocía a Popudrenko y me parecía que lo conocía bien, tanto como trabajador, como hombre de familia y como compañero. Pero de esto hacía tiempo. Hacía tiempo, dos meses, que no lo veía. ¡Dos meses de guerra! Los hombres, al pasar a la guerrilla daban muestra de cualidades inesperadas, se transfiguraban. A muchos, de sus profundidades salían a la superficie unos rasgos nuevos que nadie conocía y a lo mejor tampoco ellos mismos.

Sobre el papel decirlo resulta largo. En la vida, una mirada, un giro de la cabeza, un movimiento de los hombros, una pose muestran al instante la esencia y a veces ponen al descubierto ideas secretas.

Indudablemente, Popudrenko se imaginaba de qué íbamos a hablar y se preparaba para ello. No tenía intención de justificarse, esto yo lo veía. Pero a mí ni me había pasado por la cabeza humillarlo, ponerlo en su lugar o algo por el estilo. El que tenía que ponerse en su lugar era yo. En el lugar que no había elegido yo sino el Comité Central. ¿Sabría hacerlo? Era la primera vez que me encontraba ante una prueba tan seria.

Popudrenko se alzó de un salto y alzó una mano. Sin comerlo ni beberlo se arrancó el gorro de la cabeza y lo estrellé contra el suelo. Yo,. sin decir palabra, me acerqué a mi caballo.

— ¿Cómo se llama? —pregunté lanzando una mirada rápida sobre Popudrenko.

— ¿A quién se refiere?

— Oye, recoge el gorro. Hace viento y te enfriarás la cabeza.

— Pues yo no noto ningún viento.

— En cambio, yo sí que lo noto. A lo mejor es por el gorro que has tirado. A lo mejor venía de ti el aire. Oye, yo me mantengo como es debido y te ruego hagas lo mismo. Anda, ponte el gorro y siéntate.

— Usted ha preguntado que cómo se llama. A lo mejor ya es "cómo se llamaba". Porque se le llamaba Nikolái Grigórievich.

— Te refieres a Démchenko, mientras que yo hablo del caballo. ¿Cómo se llama? ¡Buen caballo! En un tiempo mandé una sección de caballería. ¿Te lo podías imaginar, eh, Nikolái Nikítich?

— El caballo se llama Adam —dijo en tono contenido Popudrenko sacudiendo el gorro y encasquetándoselo.

— Pues muy bien, empezaremos por este Adam. Porque, gracias a Dios, Eva no tienes. Las evas y las chicas, nuestras familias, han evacuado. O sea que vamos a hablar de hombre a hombre... No me has contestado a lo del ejército de diversión. No te lo digo para acusarte de nada. Mandas tú, pues manda. Pero, ¿por qué no me lo explicas? ¿Por qué no explicárme1o? ¿Entiendes lo que quiero decir? He venido aquí no en plan de inspección, he venido a trabajar. Que sea un cargo de primera, segunda o tercera fila, eso no tiene nada que ver. Dame una explicación aunque sea a modo de instrucción para un novato. ¿Te vale esta forma? ¿Cuándo se ha visto que alguien delante de un novato, o de un alumno, haya tirado el gorro al suelo? ¿Te imaginas que yo ahora, siguiendo tu ejemplo, coja el gorro y lo tire al suelo? ¿Qué saldría de esto, eh? Nosotros dos, Nikolái, tenemos que vivir mucho tiempo juntos, tenemos que luchar.

Nikolái Nikítich abrió de par en par la boca, tomó aire, no sé si para lanzar un juramento o para hablar tranquilamente. Pero, a juzgar por lo mucho que le hinché el pecho, no se disponía a hablar en susurros.

Yo levanté la mano y dije:

— ¡Tranquilo, tranquilo! Tengo una propuesta de trabajo. Tú sabes que el CC me ha nombrado primer secretario del Comité Regional clandestino y jefe del Estado Mayor Regional. O sea que no me ha nombrado jefe del destacamento. El que ha nombrado para este cargo ha sido el Comité Regional. Y te ha nombrado a ti. Su decisión no ha cambiado. Pero ese cargo se refiere tan sólo al destacamento regional. Nosotros, los miembros del Comité Regional, esta noche hemos llegado a la idea de unificar los destacamentos. O sea que resulta una unidad de combate mucho más importante... Calla y no me interrumpas. Justamente eso: una u n i -d a d d e c o m b a t e. De momento no la llamaremos así oficialmente, pero es algo que hay que retener en la cabeza y no olvidarse de ello... Sigo. Escucha lo que voy a decir. Cuando se reúnan los dirigentes de los destacamentos, yo, como primer secretario y jefe del Estado Mayor Regional propondré tu candidatura para el nuevo cargo de jefe del destacamento unificado. Yo me quedaré a la cabeza de los asuntos del Partido. ¿Quieres? ... ¿Quieres o no? —le miré a los ojos—. Podría trabajar contigo como comisario...

Popudrenko estaba claramente perplejo. Se quedó cortado. No había dicho nada y ya estaba cortado. El no podía dejar de entender que había encontrado para él una manera cómoda de echarse atrás: nadie lo quita de su puesto, el cargo anterior queda liquidado y surge otro nuevo, mucho más importante. Y este era el cargo que yo le proponía. Se quedé pensativo.

En el silencioso y tranquilo bosque de pronto crujió una rama y algo cayó pesadamente al suelo. Temblaron los caballos, también nosotros. Por mi cabeza pasó rauda una idea: "Los dos, jefes de suma responsabilidad, hemos rebasado los límites del campamento sin escolta y sin avisar siquiera dónde nos encontramos". La autora del susto fue una ardilla que saltaba de rama en rama. Había dejado caer una piña. En este rato Popudrenko tuvo tiempo de meditar.

— Alexéi Fiódorovich —dijo—, sin pensarlo más, rechazo su propuesta. No me pruebe si soy tonto o no, intente ver si soy bastante inteligente. El único que puede ser el jefe del destacamento unido es usted. En nuestras condiciones, el poder tanto del Partido como el militar ha de estar en la misma mano, en un mismo puño. Su autoridad...

— Olvídalo. Demos por acabada esta cuestión. ¿Aceptarías ser mi sustituto? De comisario me parece que de momento puede hacer Yariómenko, después ya veremos.

Popudrenko hizo un gesto afirmativo con la cabeza. Mi miró con ojos interrogantes: cómo es que aún no había tocado el tema del jefe del Estado Mayor.

— No tenemos escolta —dije lentamente—. Vamos moviéndonos hacia el campamento, por el camino hablamos.

Marchábamos con las riendas sueltas, Popudrenko hablaba. Daba cuenta de algunas cosas y comentaba otras. Empezó desde lejos:

— Una unidad de combate.., ya, ya. Ya sé que hace tiempo tendría que hablarle de Démchenko. Con respecto a esto —cosa extraña—, todo el rato tengo la sensación de que hemos salido todos juntos en autobús de excursión.., todos gente nuestra, es decir conocidos, colaboradores, amigos, gente del lugar... De pronto hay un accidente. Y nos encontramos en el bosque. Por largo tiempo... ¿Qué tiene que ver con esto la unidad de combate? ¿Acaso puede una unidad militar estar formada por entero de paisanos? Y no hablo para despistar y de cualquier manera por miedo o por haber hecho algo mal —de nuevo se puso nervioso—. No soy el único culpable... Démchenko se ha ido. Estuvo mucho tiempo pidiéndolo: dejadme ir, dejadme ir. Pues bueno, lo dejé ir. No sólo yo, sino el Comité Regional. A Nikolái Grigórievich le propusieron distintos cargos, pero se mantenía en la orden y destino que le había dado usted. Sin embargo tampoco quería quedarse de jefe del Estado Mayor...

— ¿No quería estar contigo? ¿O eras tú el que no querías estar con él? ¿O es que no podíais veros ninguno de los dos? Explícame eso con más detalle. No se trata de un interrogatorio, sólo quiero comprenderlo. ¿Qué quiere decir que lo dejaste o lo dejaron ir? ¿Qué quiere decir que se ha ido? ¿O es que le disteis un permiso? Pero, ¿Dónde estamos? ¿Qué es esto, la retaguardia del enemigo o una unidad militar en tiempos de paz en la que el jefe da permiso a un soldado para que se vaya a su casa? Démchenko no era un soldado, no era un soldado raso, sino el jefe del Estado Mayor, un hombre que ha sido el responsable del departamento militar del Comité Regional del Partido, una persona enterada de todo. Tú lo conoces, y yo también, ambos conocemos a Nikolái Grigórievich. Como persona y como comunista. Podemos creer en él. ¿Pero puedes estar seguro que si lo torturan no descubrirá todas nuestras bases y todas nuestras organizaciones clandestinas?

— ¡Estoy seguro ¡

— Bueno, si estás seguro ¿eso quiere decir que era un hombre de voluntad fuerte e inquebrantable... Además de Démchenko sé que es un buen organizador, cuadro del Partido y especialista militar. ¿Se podía dejar ir a una persona así? ¿Llevarlo a una muerte segura?

Levanté sin querer la voz pero me di cuenta a tiempo. Me acordé que en mi camino hacia el campamento dejé ir a su pueblo al komsomol Zússerman, después dejé que Iván Simonenko se dirigiera hacia la línea del frente. No objeté nada a sus argumentos en el sentido de que la guerrilla no era una cosa seria... Dejé marchar a dos miembros preparados de la organización del Partido y del Komsomol de Chernígov. Así me comporté yo, y ahora critico a Popudrenko... Claro que Zússerman y Simonenko eran casos aislados, si los torturaban sólo me podrían delatar a mí, que en aquel tiempo también estaba solo. Pero aquí se trata de un destacamento, de varias unidades, del Comité Regional y de los comités de distrito... Si llegamos hasta el final del razonamiento, hay que reconocer que tampoco tenía derecho yo a yerme como ursa persona s o 1 a. Mi suerte personal —la vida y la muerte— no era en modo alguno algo secundario. Era necesario comprender que cualquiera de nosotros, comunistas responsables, no teníamos derecho a considerar nuestro destino separado del resto del pueblo. Y el conflicto de Popudrenko con Démchenko tenía que analizarse desde este ángulo...

Popudrenko hablaba. Yo escuchaba a medias. Para mí era una persona querida, podía tener confianza en él en todos los sentidos, comprendía lo explosivo de su carácter y su valor casi desesperado; era poco rencoroso, sabía orientarse rápidamente en cualquier situación. Pero todo eso no era nada comparado con sus cualidades: su férrea voluntad, su decisión y capacidad de llevarse a la gente y tomar decisiones al instante. Por ejemplo, cuando le pregunté qué pensaba del tiempo que pasaríamos en el bosque, Nikolái Nikítich me miró asombrado y dijo:

— En eso no hay respuesta, Oleksi Fiódorovich. Al igual que la mayoría de los habitantes de Chernígov, Popudrenko hablaba en una mezcla de ruso y ucraniano. Lo curioso era que al hablar en ucraniano pasaba a tutearte—. ¿Cómo cree que se puede poner un plazo? Como si de nosotros dependiera. ¡Darles a los alemanes hasta que no se larguen de aquí, este es todo el asunto!

Y tenía razón. No había nada que adivinar, lo importante era actuar...

Pero de nuevo nos apartamos del asunto de Démchenko.

— De todas maneras, cuéntame de Nikolái Grigórievich —le recordé en tono algo seco—. ¿Qué pasó después? ... Lo dejaste ir... ¿Ya se conformé? Dime claro... No, antes estudiemos un poco el caso. Porque podría haber pasado que Démchenko que, como tú sabes, era mayor y llevaba en el Comité Regional los asuntos militares resultara estar en el puesto de jefe y a ti te hubieran dado el cargo de jefe del Estado Mayor. Si en esas condiciones os hubierais peleado, no hubierais hecho buenas migas, ¿podría ser que te hubieras largado?

Popudrenko se rascó el cogote y sonrió con mirada astuta:

— ¿Sinceramente? Si quiere que le diga con el corazón en la mano, no podíamos creer que se marchara. Tanto yo como los demás camaradas pensamos que con su excitación más valía que tomara un poco el aire. En pocas palabras, pensamos que se daría una vuelta, se le calmarían los ánimos y volvería... Usted me pregunta si yo hubiera podido hacer eso. Toda persona puede llegar a odiar a su jefe. O sea que a mí también podía ocurrirme. Incluso sin razón, porque cuanta menos razón tienes más te irritas. ¿Pero marcharse? ¿Irse a llevar su vida, por separado de los guerrilleros?... Un acto de este tipo no puede llamarse de otro modo que antipartido. Es cierto que Démchenko decía que pasaría la línea del frente y allí buscaría a Fiódorov, que sólo Fiódorov podía quitarle el cargo... Todo salió de manera tonta. Tengo la culpa, pero él... a mi parecer, tiene mucha más.

...Todavía no había acabado la conversación, pero para mí quedó clara una cosa: en la etapa actual más valía olvidarse de la historia de Démchenko. Había que escuchar a ambas partes. Y por lo que vi, en el destacamento nadie tenía ni idea de lo que había sido de Démchenko y de dónde se encontraba.

Vi claro una cosa: Popudrenko tenía razón al decir que una unidad de combate no podía estar formada sólo de paisanos. ¿Y un destacamento guerrillero? ... ¿Especialmente un destacamento que se encontrase cerca de los pueblos natales? ¿Y de dónde sacar gente de otras tierras? Por los bosques rondan soldados caídos en bolsas, pero ¿quiénes son? No los conocemos. ¿Admitirlos o no? Era algo que tenía que decidirse de inmediato. No los dos solos, sino con todos los camaradas. Pronto se reunirían los jefes de todos los destacamentos... Azucé al caballo, pero Popudrenko me detuvo:

— ¿Qué ha decidido de Démchenko?

— Que no tenías que haber nombrado a Kuznetsov... Pero en el Comité Regional no vamos a discutir asuntos pasados.

* * *

Pasó el tiempo y cambiamos, nuestra experiencia guerrillera nos cambió mucho. De todos modos, es bueno echar un vistazo a los primeros días, recordar cómo éramos, cómo nos formamos, cómo aprendimos a dominarnos, a forjar una táctica particular guerrillera de acciones, y una ética nueva en nuestras relaciones mutuas.

Creo no falté de interés aducir aquí el testimonio del propio Démchenko. Tuvo suerte. Por obra de la casualidad se topó con otros guerrilleros, donde se quedó. Se le condecoró con la orden de la Guerra Patria de primera categoría y la medalla del guerrillero. No era mucho, claro, pero el hombre expió sus culpas en los combates y quedó siendo un comunista. Y ya después de la guerra, Nikolái Grigórievich Démchenko, como muchos otros guerrilleros, explicó a nuestros camaradas que trabajaban sobre el balance de las actividades del Comité Regional clandestino de Chernígov su actividad guerrillera y de Partido en la retaguardia dei enemigo.

 

indice libro 2, parte 01, 02, 03, 04, 05, 06, 07, 08, 09, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, capitulo2 parte01