"Lo fundamental era estar al lado del pueblo, impulsarlo a la lucha. No había que olvidar que nosotros, los comunistas, éramos los organizadores, sólamente el armazón. He aquí lo que no se podía olvidar un sólo instante. Y entonces ninguna fuerza enemiga sería capaz de quebrantarnos" Alexéi Fiódorov

Capítulo primero: EN VISPERAS DEL COMBATE parte 15 de 16

El 29 de noviembre, Yariómenko me despertó a las cinco de la madrugada.

— ¡Alexéi Fiódorovich, están disparando! ¡Levántese, Alexéi Fiódorovich!

Desde el día anterior sabíamos que una agrupación de alemanes, bastante numerosa, había emprendido una operación ofensiva contra el destacamento de Pereliub. El destacamento tuvo que retirarse a la espesura del bosque. Su jefe, Balabái, había pedido ayuda. Se le dio la orden de resistir a toda costa.

Dicho sea de paso, aunque los destacamentos se habían fusionado, de acuerdo con la orden, y oficialmente se llamaban secciones, de momento continuaban en sus posiciones anteriores y seguían llamándose, por costumbre, como antes.

El Estado Mayor Regional estaba elaborando el plan de una operación destinada a liquidar una importante guarnición alemana. No nos interesaba descubrir prematuramente al enemigo el grueso de nuestras fuerzas. Por eso negamos la ayuda a Balabái.

El plan de la operación se elaboraba con gran sigilo. Sólo unos cuantos lo conocían. En aquellos últimos días, la moral de los guerrilleros había decaído sensiblemente. En efecto, antes realizábamos algunas acciones militares, aunque de poca monta. No siempre salían bien; pero, a pesar de los pesares, disparábamos contra los alemanes y volábamos puentes. En cambio ahora se había hecho cargo del mando un jefe nuevo, y éste se dedicaba a la instrucción militar y cultural. Pero los alemanes no dormían, los alemanes sólo esperaban el momento oportuno.

Tal era la situación en el amanecer del memorable día 29 de noviembre.

— Escuche, escuche usted, Alexéi Fiódorovich —repitió Yariómenko, después de haberse dado cuenta de que yo estaba completamente despierto.

A excepción de nosotros dos, no había nadie en el refugio. Como es natural, hacía mucho que Popudrenko había salido corriendo a enterarse de lo que sucedía. Los demás miembros del Comité Regional habían hecho lo propio.

Los disparos no se oían más. Me vestí y tomé el arma. En aquel instante, la puerta del refugio se abrió e irrumpieron Popudrenko, Kapránov, Nóvikov y, con ellos, todo cubierto de nieve, Yúrchenko, el jefe de la escuadra de exploradores. Por lo rápido de la marcha,, o a causa de la emoción, Yúrchenko venía jadeante.

— Habla, ¿fuiste tú quien disparó? —preguntó Popudrenko, zarandeándole por los hombros.

— Aguarde un poco... ¿Son todos de confianza? Es decir, ¿no hay aquí bisoños?

— ¡Maldita sea! —exclamó Popudrenko—. ¡Qué elemento! No hace más que andarse con rodeos y no hay manera de sacarle una sola palabra del cuerpo. ¡Habla de una vez! , ¿fuiste tú quien disparé?

Yúrchenko asintió con la cabeza.

— ¿Por qué disparaste, para qué has alarmado a todo el campamento?

La víspera, el grupo de Yúrchenko había recibido orden de explorar el bosque en la dirección de la aldea de Samotugui. No tenía nada de particular que hubiesen encontrado en su camino a un grupo de exploradores alemanes. ¡Valiente cosa! ¡Unos cuantos tiros sin importancia! Yúrchenko no era de los que se amilanaban. Pero no fue el eco del lejano tiroteo lo que alteró la paz del campamento. Algunos disparos habían resonado allí mismo, casi junto al refugio del Estado Mayor.

— Discúlpenme, camaradas jefes —pudo soltar al fin Yúrchenko—; a causa de la emoción, disparé al aire con la pistola...

— ¿Emoción de qué? —preguntó impaciente Kapránov.

Le interrumpí y ordené que saliesen a los que estaban de más. En el refugio sólo quedamos Popudrenko, Nóvikov y yo. Yúrchenko seguía respirando fatigosamente y no acababa de hallar las palabras precisas para dar el parte. Le di un poco de alcohol.

— ¡Oh, camarada jefe, Alexéi Fiódorovich! —exclamó—. ¡Hay un traidor entre nosotros! ¡Se lo juro que hay un traidor! ¡Llame a los muchachos, ellos se lo dirán!

— Espera, ¿dónde están tus muchachos? Camarada Nóvikov, te ruego que los busques en el acto y les ordenes que, en tanto no pongamos las cosas en claro, no digan ni palabra...

— Es cierto, pueden irse de la lengua... —corroboré Yúrchenko.

Era un jefe de escuadra joven y no se le había ocurrido pensar en la necesidad de mantener en secreto una noticia de esta índole. Y en efecto, sus hombres ya habían tenido tiempo de divulgar la nueva por todo el campamento.

Yúrchenko informó que, a unos tres kilómetros del campamento, su grupo había visto a varios alemanes que avanzaban en nuestra dirección.

— Abrimos fuego; ellos respondieron a nuestros disparos, pero, en el acto, los muy víboras echaron a correr... Había mucha claridad, a causa de la luna, y nos pareció... que con ellos corría uno de los combatientes de nuestro destacamento...

—¿Quién? Dilo sin rodeos.

— ¿Quién creerá usted que era?

— No es el momento para adivinanzas.

No en vano eludía Yúrchenko la respuesta directa; al igual que nosotros, seguía confiando en que habría habido alguna equívocaclon.

Pero cuando Yúrchenko nombré a la persona, dejarnos de dudarlo.

Era Isaenko, el maestro de la aldea de Siádrino.

Yúrchenko nos explicó que el hombre a quien vieran correr con los alemanes llevaba bufanda, y la bufanda era la misma que solía llevar Isaenko. Todos los muchachos la conocían bien. Además, la llevaba de una manera especial.

— ¡Márchese! —ordené—. ¡Márchese y calle! ¡Ni una palabra a nadie!

Hacía algunos días me habían informado que el combatiente Isaenko iba con frecuencia a Siádrino, a ver a su padre. Pedía permiso, naturalmente, alegando que el padre estaba enfermo y necesitaba cuidados. Más tarde, los compañeros que trabajaban en la clandestinidad en Siádrino nos comunicaron que el padre del maestro gozaba del favor de los alemanes y policías; el stárosta le había dado un buey y dos carneros del ganado confiscado al koljós.

Entonces llamé al hijo. No tenía ninguna prueba de su culpabilidad. Se presenté ante mí un hombre delgaducho, de unos treinta años, de voz insinuante y tímidos ademanes. A mis preguntas respondía con una obsequiosidad exagerada.

— Se lo contaré todo, palabra de honor... Ahora mismo le explicaré todo y seguramente usted, mejor que nadie, me comprenderá. Verá usted, camarada jefe del destacamento, mi padre es un hombre profundamente religioso. Es, por decirlo así, enemigo de la guerra fratricida... Trata a todos con una dulzura rayana a la tontería. Acogió a los alemanes con cortesía. Probablemente, con una cortesía exagerada. A los oficiales, ¿sabe? , eso les agradó. Y se lo agradecieron. Mi papá no se atrevió a negarse, y ahora quiere entregar ese buey a su, es decir, a nuestra disposición, para los guerrilleros...

— Oiga, a pesar de todo, usted es maestro y debe comprender que tantas idas y venidas para ver a su "papá" pueden acabar mal para usted. Deje ese asunto. ¡Déjelo!

— ¿Me permite, camarada jefe? Yo lo comprendo todo, palabra de honor. Pero, ¿por qué hace esas deducciones? Mi propósito es encauzar a papá hacia el trabajo clandestino. Le juro que es un patriota. Usted sabe que incluso hay sacerdotes que... Estoy convencido de que debemos utilizar su aparente docilidad con fines de información. ¿Qué opina usted?

Lo que decía Isaenko era sensato. No se le conocía ninguna falta; sin embargo, algo me sugería que era un tipo vil. Me era antipático y desagradable. Mas eso no era un indicio de culpabilidad. A pesar de todo, le previne:

— Tenga en cuenta que tendrá que renunciar a esas idas frecuentes a Siádrino. Y deje en paz a su religioso "papá". No necesitamos de sus servicios.

Empezamos a vigilar a Isaenko. Durante unos días no salió del campamento. Y, de pronto aquello...

Todos estábamos convencidos de que no volvería al campamento. Sin embargo, una hora más tarde se presentó. Incluso traía la misma bufanda. Inmediatamente fue conducido al Estado Mayor.

— ¿A dónde ha ido usted?

— Me enteré de que mi padre estaba a punto de morir, y corrí a ver le.

Era una mentira muy cómoda. Y por lo mismo podía explicar su agitación. Estaba muy pálido.

— Te lo habrán comunicado por radio, ¿no es verdad? ¿Cómo lo has sabido? A ver, desembucha.

— Vino especialmente mi hermanita para avisarme. Y... Me he detenido a la cabecera de mi padre. Reconozco que se trata de un acto de indisciplína y que he debido pedir permiso a los superiores. Pero después de la conversación que tuve con usted, temí que no me dejaran. Merezco un castigo, lo comprendo, y doy palabra de honor de que yo... de que los sentimientos familiares están de más cuando.. -

— ¿Regresaste solo?

— ¿Qué? —Isaenko echó instintivamente una mirada por todo el refugio.

La ventana era muy pequeña, junto a la ventana estaban Popudrenko y Nóvikov.

— ¡Te han visto con un grupo de alemanes, canalla! —exclamó Popudrenko, incapaz de contenerse—. ¿Los traías al campamento, víbora?. ¡Habla! ¿Los traías al campamento?

— No, palabra de honor, yo...

— Te han reconocido ocho hombres... ¡Confiesa! — Yo hablaré, les diré todo, naturalmente... Había alemanes. Pero yo no los traía. Me llevaban ellos a mí... Creedme. No miento... Me apresaron cuando regresaba...

— ¿Y después, consiguió usted escapar? —pregunté yo.

— Sí, después me escapé —apresuróse a acceder—. Aproveché la confusión y me escabullí...

Nóvikov echó de pronto la mano hacia el abultado bolsillo de la chaqueta de Isaenko y sacó una pistola.

— ¿Y esto, te lo han dejado los alemanes como recuerdo, eh? ¡Ah...! ¡Cuenta toda la verdad! ¡ Inmediatamente!

Isaenko cayó de rodillas.

Media hora más tarde di orden de fusilar al traidor ante la formación. Era mi primera orden de fusilar a un traidor.

Nóvikov intentó convencerme:

— ¿Por qué delante de la formación? Esto producirá mala impresión en la gente.

— ¿Qué, a lo mejor quieres que lo hagamos como Balabái?

Tres días antes de este caso en el destacamento de Pereliub también cogieron contactando con el enemigo a uno de los nuevos y lo condenaron a ser fusilado. Pero no se atrevieron a cumplir la ejecución en público. Acabaron con el traidor en un refugio mientras estaba dormido con un disparo en la oreja. Claro, después de aquel caso en el destacamento de Pereliub se dieron los comentarios más absurdos. A la gente le dijeron que tal persona había sido fusilada por ser un traidor. Pero la gente exigía con razón que la sentencia se hiciera pública. En todo, decididamente en todo se notaba que a nuestros hombres les faltaba una rectitud y severidad militares. Y aún no se habían enfurecido de verdad. La pobreza de espíritu, la conmiseración eran algo inútil.

Isaenko fue fusilado delante de la formación.

Al cabo de media hora me informaron que del campamento había huido un hombre recientemente admitido en el destacamento, Vasili Soroka, que había sido secretario del stárosta de la aldea Kozilovka. Lo admitieron porque había traído consigo unas cuantas granadas y la lista de las familias de oficiales soviéticos que el stárosta había preparado por orden de los alemanes. Nos dimos cuenta tarde de que era una trampa.

Empezaron a correr rumores por el campamento: "El tercer traidor en unos cuantos días. ¿Qué es lo que miran? ¿Cómo es que han decidido admitir a gente de fuera?

— Ya veis —comentaban los partidarios de Bessarab—. Ya lo decíamos nosotros...

— Pero comprended —les respondían los más sensatos— que esto no es un argumento. Entonces, según vosotros, si os sale un traidor, ¿deberemos negarnos a admitir en el destacamento a toda la gente honrada que desea luchar contra los alemanes?

Pero los que sembraban el pánico proseguían su labor de descomposición. Y cada vez tenían más motivos para su actividad.

De Koriukovka, a unos veintidós kilómetros, llegó completamente destrozado y con la mirada salvaje de un loco el komsomol que trabajaba en la clandestinidad Nikolái Krivda. Este nos explicó que había llegado a la aldea un batallón de castigo que se dedicaba a los desmanes.

— Lanzan granadas directamente sobre los hombres, se lo llevan todo, asesinan a los niños...

La charla con Krivda no se llevaba en el Estado Mayor, sino en medio del campamento, en presencia de muchos. Krivda estaba muy excitado, tardaron mucho en dejarlo entrar al campamento. También en el puesto de guardia vociferaba con voz ahogada que "los alemanes destrozan y torturan; me estaban siguiendo, ahora llegarán aquí, déjenme pasar inmediatamente a ver al jefe".

Estos aullidos y gritos en medio del campamento no llevan a nada bueno. Y además con todas estas historias tremebundas a mí y a los camaradas nos pasó por la cabeza cierta sospecha. Todos, después de aquellas tres traiciones, estábamos predispuestos a la desconfianza. Por lo demás, tampoco era fácil dar crédito a todo lo que decía Krivda.

Nos contó que un grupo de alemanes se acercó a su casa. El estaba solo. Llamaron a la puerta. Pero él echó el cerrojo, se atrincheró tras la puerta y se escondió al acecho con una pistola.

— Primero llamaron a la puerta con las culatas. Pero cuando se cansaron tiraron una granada o a lo mejor toda una sarta bajo la ventana. La casa tembló toda y se puso a arder. Estoy perdido, pensé. Miro, la parte de atrás se había derrumbado, se veía un agujero hacia la libertad. La pared daba al lado de los huertos. Atravesé el agujero y a rastras, como pude me dirigí hacia el bosque. Y así llegué hasta ustedes...

Lo dejamos bajo vigilancia. Al dispersarse, la gente comentaba: aquí tienen otro provocador... De todos modos enviamos unos exploradores en aquella dirección: cuatro combatientes con el ayudante del secretario del Comité Regional Balitski. Antes del retorno de éste llegó un enlace del jefe del destacamento de Koriukovka, Korotkov, con el caballo echando espuma.

— De la parte de Domashlin —nos informó el enlace— el viento lleva un humo negro y denso, al parecer hay un gran incendio.

 

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