"Lo fundamental era estar al lado del pueblo, impulsarlo a la lucha. No había que olvidar que nosotros, los comunistas, éramos los organizadores, sólamente el armazón. He aquí lo que no se podía olvidar un sólo instante. Y entonces ninguna fuerza enemiga sería capaz de quebrantarnos" Alexéi Fiódorov

Capítulo primero: EN VISPERAS DEL COMBATE parte 10 de 16

Aunque no me hacía mucha gracia que me recordaran cómo metí la pata en mi despacho de Chernígov (la herida en la pierna aún me dolía), extrañamente, el dolor no me inducía a ser precavido, no, más bien me alentaba: había que intensificar las actividades de diversión. Me atraía y daba alas la idea central del coronel Stárinov: los explosivos son el arma más precisa y efectiva del guerrillero... De todos modos, la imprudencia y las prisas podían hacernos un mal servicio.

Llamamos a nuestro joven jefe del Estado Mayor Rvánov. Dmitri lvánovich lo pensó un buen rato y dijo:

— Hay que llamar a Krávchenko, claro. Hay que hablar con él y... calmarlo. Tal como lo entiendo, las perspectivas son interesantes y prometedoras. Necesitamos una sección diversiva como unidad de combate. Pero eso hay que dejarlo para más adelante. Ante todo hay que cohesionar los destacamentos, elevar el espíritu combativo de los guerrilleros, educar a la gente en una disciplina y a actuar de manera ordenada. En lo que está haciendo Krávchenko hay un elemento anárquico. Que el ingeniero haga un informe de sus actividades. Entonces lo pensaremos. Esta es mi opinión. Y usted, como jefe, decida.

Miré de reojo a nuestro jefe del Estado Mayor. Resulté que hasta a mí me tuvo que calmar los ánimos.

— Pues bien —dije yo—, en un día no podemos decidirlo. ¡Que sea como usted dice! Dmitri lvánovich, envíe un llamamiento a Krávchenko. Pero, de momento habrá que detener los experimentos...

* * *

Por la tarde, todos los jefes recibieron la orden por la que se fusionaban el destacamento regional, el de Koriukovka, el de Jolm, el de Reimeritárovka y el de Pereliub, así como los grupos sueltos de hombres salidos del cerco y que habían emprendido la lucha guerrillera.

A partir de aquella fecha, el destacamento unificado se denominaría destacamento guerrillero Stalin.

* * *

La orden entró en vigor. Me convertí en jefe de un destacamento guerrillero bastante numeroso.

Sucedió esto paulatinamente. Aún en Chernígov, el Comité Regional del Partido me colocó a la cabeza del Estado Mayor Regional del movimiento guerrillero. Pero, a decir verdad, este Estado Mayor no existía. El movimiento guerrillero o, más exactamente, los destacamentos guerrilleros organizados se encontraban en toda la región. Sin embargo, de momento resultaba imposible dirigirlos de manera operativa, tal como corresponde a un Estado Mayor.

Ahora había que emprender la organización del destacamento regional. No bastaba con dar la orden. Era preciso demostrar en la práctica que no nos habíamos unificado en vano. Y yo, personalmente, debía conquistar ante los camaradas el prestigio de jefe.

En mi vida había yo mandado una unidad militar autónoma. Después de la guerra civil fui, durante cierto tiempo, jefe de una sección en un regimiento ferroviario, pero desde entonces habían pasado casi veinte años. Además, ¿cómo se iba a comparar lo uno con lo otro? Allí, diariamente, yo rendía cuentas de mis actos ante jefes expertos, existía una organización armónica, bien pensada, un orden establecido desde hacía tiempo. En aquella lejana época luchábamos contra insignificantes grupos de bandoleros. No obstante, algunos de los conocimientos que adquiriera en 1920, en la escuela de caballería, me fueron también útiles en esta ocasión. Recordaba algo de mi vida de soldado y algo se me había quedado en la memoria de los conocimientos adquiridos en los breves entrenamientos militares llevados a cabo en los campamentos de reservistas.

Tuve mis dudas antes de aceptar el mando. Temía que la dirección operativa diaria del destacamento perjudicara mi trabajo fundamental: el de secretario del Comité Regional clandestino del Partido. Popudrenko había experimentado ya esa dualidad de funciones, y no le había agradado mucho.

Popudrenko no tenía razón al poner en duda la posibilidad de un trabajo amplio, de masas, de Partido. Aunque no fuera de pronto, pero, teníamos que abarcar con nuestra influencia a todos los comunistas y komsomoles que habían quedado en la región y organizar la dirección de estos militantes. ¡Para ello se tenían que hacer aún muchas cosas!

Pero todos los miembros del Comité Regional decidieron por unanimidad que, ante todo, era preciso consolidar el destacamento.

Esto, naturalmente, era justo. Había llegado el momento de entregarse al verdadero trabajo. Surgían los problemas en enorme cantidad. Había muchísimos aficionados a hablar más de la cuenta y a dar consejos. Algunos se presentaban y exigían: "Ya que tú eres el jefe, dame armas, municiones, hombres y víveres".

Ante todo, había que distribuir exactamente las funciones, dar una tarea a cada uno. Había que empezar por seleccionar los cuadros.

En un Comité Regional legal, en tiempos de paz, el estudio y la selección de los cuadros dirigentes constituye un gran trabajo colectivo. Antes de que el Buró del Comité Regional recomiende a un comunista para un puesto de dirección, se le estudia durante largo tiempo, se oye la opinión de los camaradas acerca de su capacidad, conocimientos y honradez. Y se sopesan todos los "pros" y los "contras". Para trasladar a un funcionario o destituirlo por incapaz a veces se requiere también un plazo bastante largo.

Y esto evidentemente era correcto. En condiciones de paz, no se podía hacer de otro modo. Pero, ¿y en las condiciones de una lucha guerrillera? Hay que estudiar a la gente, ya que nuestros principios —los principios bolcheviques— continúan siendo los mismos. Pero reunir cada vez el Comité Regional para aprobar el nombramiento de un camarada es, naturalmente, imposible.

— ¿Por qué se ha nombrado a Rvánov jefe del Estado Mayor? Tenemos antiguos y expertos trabajadores del Partido, de la región de Chernígov, entre los cuales hay secretarios de Comités de Distrito, presidentes de Soviets de Distrito. Y de golpe y porrazo, ahí tenéis, un chaval de veinticuatro años, un teniente. ¡Vaya un especialista! Hasta Kuznetsov era capitán...

Había conversaciones de este tipo. Pero no era cosa de prestar oídos a todo lo que se decía. Rvánov ocupaba el cargo porque luchaba desde el 22 de junio. Porque era preciso, con dotes de mando y exigente. Y también porque, metido en este marasmo, supo conservar la compostura y apariencia externa digna de un oficial soviético. Eso quería decir que en el Estado Mayor habría orden.

Dejamos a Bessarab al mando de la sección. Claro que después de todas sus trastadas no debíamos de haberlo hecho. Pero yo no tenía aún motivos para considerarle un mal jefe. No hubo combates de verdad y había que probarle en el combate. El en persona había seleccionado el destacamento, conocía a la gente y la gente le conocía a él.

Ahora, al echar una ojeada retrospectiva, pienso a veces:

¡Peregrina situación la de aquel primer período! Como jefe, no daba cuenta a nadie. No había mando superior. Resulta que eso es desagradable y molesto. De no haber tenido un apoyo corno el Comité Regional, habría sido fácil desorientarse".

Era el jefe y, en muchas ocasiones, tenía que decidir por mi propia cuenta.

Confieso que a veces pensaba que la vida era más llevadera cuando vagaba a la ventura en busca del destacamento. Entonces no respondía más que de mi propia conducta y de mi existencia.

Al día siguiente de haber dado la orden, se presentó Bessarab.

— Espero, eso, pues, sus órdenes de combate. — ¿Ha leído la orden? Cúmplala.

— Los muchachos están aburridos. Ansían entrar en combate con los malditos invasores.

— ¿Y por qué no lo ansiaban antes?

— Esperábamos a que llegase el mando superior. A que, eso, pues, se nos diese la orden.

— Firme. Media vuelta, de frente, ¡march! —me vi obligado a mandarle.

Probablemente, eso era lo que pretendía Bessarab. Regresó a su unidad y dijo a sus hombres que el jefe, en vez de pensar en operaciones, estaba ocupado en vaya usted a saber qué selecciones de personal.

Yo conocía a bastantes hombres de Chernígov, especialmente en el destacamento regional. En las ciudades pequeñas por lo general uno se acuerda de muchas caras. No se conoce a la persona, pero se la ha visto o bien en una fábrica, o en el teatro, o simplemente en la calle. Me dediqué a estudiarlos de nuevo, Iba por los refugios, tomaba parte en las obras de construcción iniciadas antes de la llegada de nuestro grupo. No estaba muy convencido de que fuese necesario construir, pero, de momento, no ordené que se suspendieran los trabajos. La gente debía estar ocupada. Nada hay peor que la ociosidad. Poco después, empezaron a hacer instrucción, y durante ésta también estudiaba a la gente.

Raras veces iba solo. Solían ir conmigo Popudrenko, Yariómenko, el comisario de nuestra unidad, o Rvánov. Popudrenko y Yariómenko conocían bien a la gente. Aunque Rvánov era mucho más joven que yo, poseía, en cambio, conocimientos militares. Así, sobre la marcha, iba aprendiendo de los compañeros. Me fijaba en su modo de comportarse ante la gente y de enjuiciar la situación.

En ningún momento, claro está, se daba de lado a las bromas y cuchufletas. Entre los guerrilleros es imposible pasarse sin eso. Nuestros hombres se guaseaban continuamente unos de otros, tanto de día como de noche, en el combate como en la marcha o durante las operaciones guerrilleras. Algunos, con tal de provocar la risa, no se compadecían ni de sí mismos. Ello era comprensible: la risa animaba, y las privaciones eran demasiadas.

En aquel período la gente estaba muy nerviosa.

No sólo yo, sino todo el mundo se hacía preguntas. Y pensaban, pensaban... En mi vida había yo visto tantos hombres pensativos. Cuando se reunían, los combatientes a veces bailaban y cantaban. Pero ambas cosas las hacían muy mal. Popudrenko, que era un gran aficionado a las canciones de soldados, me dijo en cierta ocasión:

— ¡Vaya una gente que se nos ha reunido! No hay ni un bailarín que valga la pena, ni un acordeonista. V en cuanto empiezan a cantar entran ganas de echar a correr...

Tan sólo mucho más tarde se puso de manifiesto que cantaban sólo canciones lánguidas y bailaban mal de tanto cavilar.

A menudo los jefes y miembros del Comité Regional venían a yerme para informarme de diversos casos de moral por los suelos. Por ejemplo, Balabái me conté lo siguiente:

— Me fui a revisar los puestos de guardia. Y me veo al combatiente P., un mujik sanote y fuerte de unos cuarenta años, sentado en el suelo a la turka, el fusil tirado a un lado, con la boca abierta mirando el cielo. Ni siquiera presté atención a mi presencia. Como si no fuera su jefe, sino un paseante cualquiera. "¿Qué —le pregunto—, hace tiempo que no visitas la celda de castigo? Y él me contesta con un tono familiar y tranquilo: "Estoy pensando, Alexandr Petróvich, en que hice mal en no marcharme con el Ejército Rojo. Fue una chiquillada por mi parte quedarme aquí. Los alemanes nos aplastarán como a moscas. Y mire, Alexandr Petróvich, me estoy despidiendo del sol... "

Yo mismo tuve una conversación muy interesante. Me llevó aparte el combatiente S. Parecía un hombre inteligente; había sido el encargado de la Sección de Instrucción Pública de un distrito. Puso la mano sobre mi hombro y comenzó:

— Dígame su parecer, Alexéi Fiódorovich. Se me ha ocurrido la siguiente idea: ¿qué debería hacer yo si estuviese enfermo y los médicos diagnosticasen que no tenía salvación?

Yo me puse en guardia: ¿a dónde iría a parar?

— No se debe —respondí— creer en esos diagnósticos.

El prosiguió:

- ¿Pero, y si ocurriera? Si, efectivamente, no hubiera duda alguna. ¿Qué hacer entonces? Yo, por ejemplo, preferiría no esperar. ¡Yo, camarada Fiódorov, preferiría morir inmediatamente después de la consulta, pegarme un tiro!

— ¿Y a santo de qué viene todo ese réquiem?

— Lo digo —y S. empezó a hablar con verdadera inspiración—, porque si el Partido nos ha puesto aquí para que nos sacrifiquemos, debernos pensarlo y llevar a cabo lo antes posible la hazaña de nuestro sacrificio.

El lector debe tener en cuenta que el camarada en cuestión estaba en su sano juicio y no deliraba. Tuve que explicarle que era un ser pusilánime y pesimista, y que el Partido no nos había mandado a morir, sino a luchar contra el enemigo.

— ¡Se equivoca! Si lo ordena, estoy dispuesto a hacerme saltar por los aires con un Estado Mayor enemigo, como en la obra de teatro ¡Hola, España!

Un año después, este camarada había aprendido a volar los Estados Mayores y trenes alemanes sin sufrir él el más leve daño. En 1944 recibió el título de Héroe de la Unión Soviética. En un momento oportuno le recordé esta conversación.

— Confieso —me dijo—, que no creía que fuésemos capaces de ofrecer a los alemanes una gran resistencia. Pensaba que si habíamos de morir, lo mejor era hacerlo cuanto antes y del modo más bello.

De semejante belleza no sólo se preocupaba él. Ya mencioné de paso al artista dramático de Chernígov, Vasia Konoválov. Aún sigue viviendo en paz. Luché bien, se le condecoré; pero, justo al principio... Una vez se presentó por la noche con un grupo de actores al Comité Regional de Chernígov y pasó directamente a mi despacho con la petición de que se le apuntara en el destacamento guerrillero que se estaba formando. Lo apunté en la lista. Aquella misma noche recibió su fusil. Y así, con el arma, se dirigió a casa para despedirse. Más tarde, junto al fuego del campamento contaba:

— Regresaba a casa con una alegría que más la quisiera tener cuando vaya al combate. Había que irse a dormir. Me acosté y el fusil también conmigo a la cama.

Muchos jóvenes se tomaban de esta manera romántica su ingreso en los destacamentos guerrilleros. Pero hacía falta enseñarles a estos jóvenes las penalidades de la guerra, había que enseñarles a superar las dificultades.

También por aquellos días tuve una memorable conversación con Gromenko, que acababa de regresar del "permiso". Después de la reunión con los jefes de destacamento, le autohabía autorizado a que se marchase. Fue a ver a su mujer, llevando regalos de los guerrilleros. Le dimos miel, mantequilla, caramelos y galletas. Se llevó, además, un centenar de cartuchos, dos pistolas y un par de granadas.

 

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