"Lo fundamental era estar al lado del pueblo, impulsarlo a la lucha. No había que olvidar que nosotros, los comunistas, éramos los organizadores, sólamente el armazón. He aquí lo que no se podía olvidar un sólo instante. Y entonces ninguna fuerza enemiga sería capaz de quebrantarnos" Alexéi Fiódorov

Capítulo tercero: EL COMITE REGIONAL ACTUA parte 2 de 16

El parte de guerra me había impresionado profundamente. Me imaginé en todos sus detalles las gigantescas proporciones de la lucha que sostenía el Ejército Rojo. Comprendí una vez más la espantosa amenaza que se cernía sobre nuestro Estado socialista. Y me sentía atenazado por la duda: ¿no estaría yo al margen de la guerra? El sentimiento de la propia impotencia es abominable. "Si yo me encontrara en las líneas soviéticas —me dije—, sería seguramente oficial del Ejército Rojo. En todo caso no andaría comiendo de balde el pan del pueblo. En cambio aquí... ¿Será posible que el destacamento...? " De nuevo volví a pensar en el destacamento regional. No podía admitir de ningún modo que Popudrenko lo hubiera disuelto, ni siquiera que hubiese seguido la táctica de los dirigentes de Málaia Dévitsa. Sabía que Popudrenko era un hombre de extraordinario valor y espíritu combativo. Le entusiasmaban los libros que trataban de los guerrilleros de la guerra civil, y lamentaba no haber nacido a tiempo para participar en aquella guerra; en su casa, mucho antes de la agresión fascista, le llamaban el "Guerrillero".

Recordé con qué temeridad acostumbraba a conducir su coche.

En una ocasión iba en auto al lado de la vía férrea y observó que una locomotora, al pasar, había prendido fuego a unas gavillas de trigo. El fuego se propagaba rápidamente. Popudrenko sabía que la locomotora llevaba agua y una bomba. Abandonó la carretera y, a campo traviesa, saltando por los hoyos, corrió con su auto tras la locomotora durante unos quince minutos. La alcanzó, hizo al maquinista volver y le obligó a apagar el fuego... Claro está que en la carretera rompió las ballestas del coche y se llenó la frente de chichones.

Era un hombre impulsivo, valiente, entusiasta. Mas, ¿no sería un valor aparente? No, no era así. Antes de separarnos habíamos estado hablando mucho tiempo. El frente se encontraba cerca. Los charlatanes y cobardes, la gente poco firme ya se había delatado de una u otra forma. Popudrenko seguía siendo el de siempre, con la misma obstinación ansiaba combatir. En mi imaginación repasaba en aquellos momentos todo lo que sabía de Popudrenko, los más mínimos detalles de su carácter, de su conducta, para encontrar su talán de Aquiles, por decirlo así. Recordé su tierna solicitud por la familia; nosotros, sus compañeros de trabajo, a veces hasta nos burlábamos de él. ¿Quizás echase mucho de menos a su mujer y a sus hijos? ... Pero no, no era eso. Y me vino a la memoria el siguiente caso. En uno de los primeros días de la guerra, Popudrenko entró en mi despacho de mal talante y casi furioso. Le pregunté: "¿Qué ocurre? ". Sucedía que era el cumpleaños de su mujer y ésta había propuesto el siguiente brindis: "Para que papaíto y yo no nos separemos durante toda la guerra". El "papaíto" se enfureció: "¿Cómo puedes pensar que yo, un comunista y un hombre físicamente sano, no vaya a combatir? ..." En el acto abandonó la casa. Y estaba seriamente disgustado: "¿Cómo es posible que en mi familia se pueda decir eso?

Recordé también nuestro último encuentro. ¡Con qué entusiasmo, con qué calor hablaba Popudrenko de la tupida red de destacamentos que íbamos a organizar, de los convoyes alemanes que volaríamos!

En mis reflexiones nocturnas llegué a esta conclusión: era necesario abandonar las dudas y las suposiciones, y atenerse a la realidad. Acordé conmigo mismo las propuestas que haría al día siguiente, las preguntas que plantearía a los dirigentes del distrito y esbocé el proyecto de una disposición del Comité Regional. No importaba que el Comité Regional estuviese representado sólo por mí: los Comités de Distrito necesitaban ser dirigidos y era preciso demostrarles que, como siempre, nosotros les unificábamos y coordinábamos su actividad.

Al día siguiente celebramos en la casa del viejo Chuzhbá una reunión, que no sé siquiera cómo calificar, si de Comité Regional de Chernígov en la clandestinidad, o de Comité de Distrito de Málaia Dévitsa, o simplemente de un grupo de comunistas. El dueño de la casa y su mujer taparon las ventanas con lo que pudieron, y ambos se retiraron para montar la guardia: él en la terracilla y ella en la huerta. Priadkó, primer secretario del Comité de Distrito, nos informó del trabajo realizado durante un mes de ocupación.

Desgraciadamente, el viejo Chuzhbá tenía razón. Los dirigentes del distrito, en efecto, se habían desorientado. A consecuencia de ello se plantearon como objetivo principal mantener rigurosamente la conspiración. Por esa razón disolvieron el destacamento de guerrilleros, enviando a la gente a sus casas. Repartieron entre la gente los víveres de la base de los guerrilleros con el pretexto de que podía caer en manos del enemigo. "En casa de nuestros vecinos se conservarán mejor los productos, la ropa y las armas, que en el bosque" —dijo Priadkó. Obraba de acuerdo con el jefe del destacamento Strashenko. Pensaba más o menos así:

— Los hombres estarán en su casa, como si fueran simples campesinos. Pero en un momento determinado, cuando se les avise, se reunirán todos en el lugar fijado. Realizaremos la operación que sea: un asalto a una guarnición alemana, la voladura de un depósito o el exterminio de una caravana, y de nuevo a casa. ¡Que los alemanes prueben descubrirnos!

Mas cuando preguntamos a Priadkó y a Strashenko cuántos comunistas había en el distrito y cuántos combatientes en el destacamento, no supieron respondernos. Además, y esto es lo más importante, eso no les preocupaba: "El no saber dónde están y cuántos son significa que están bien escondidos".

Priadkó ni siquiera sabía dónde se hallaba Boikó, su segundo secretario. Este, dicho sea de paso, había interpretado de un modo muy original las reglas de la conspiración. Logró esconderse tan bien, que durante los dos años y medio que duró la ocupación alemana nadie le vio jamás. Solamente cuando llegó el Ejército Rojo salió de la clandestinidad. Y entonces supimos que había abierto en un extremo de su huerta una profunda cueva que a través de un subterráneo se comunicaba con su casa. En aquella cueva vivió mientras los otros peleaban. No abandonó su escondite hasta 1943, y al quinto día de la liberación… murió. Esto, desgraciadamente, no es una leyenda, sino una verdad lamentable.

El día que celebramos la reunión en casa de Chuzhbá, no conocíamos ese sorprendente caso. Pero Priadkó y Strashenko fueron criticados por su excesivo entusiasmo "conspirativo".

Zubkó decía indignado.

— ¿Dónde estamos, en nuestra Patria o en un país extranjero? ¿Por qué nos escondemos de nuestro pueblo y hasta el uno del otro? Mientras nos mantengamos en contacto, unidos y cohesionados constituiremos una fuerza. Alrededor de nosotros, los comunistas que hemos quedado conscientemente en la retaguardia del enemigo, irán congregándose todos los capaces de luchar. En cambio, si luchamos uno a uno por separado, los alemanes nos sorprenderán fácilmente y nos liquidarán.

Yo estaba de completo acuerdo con Zubkó, pero fui más violento en las expresiones. Al final de la reunión se exacerbaron los ánimos. La dueña de la casa me conté después que una vecina le había preguntado: "¿Alguien está de borrachera en su casa?"

Priadkó, que era de suyo un hombre apacible y poco hablador, estaba muy abrumado y permanecía en silencio. Alguien dijo que la táctica seguida en Málaia Dévitsa equivalía a autodisolver la organización del Partido y lindaba con la traición. Strashenko, que era más vehemente y locuaz que su compañero, se indignó.

— ¿Acaso no es una prueba de fidelidad al Partido haber trabajado conscientemente en la retaguardia enemiga? Os aseguro que también esta táctica… tiene su razón de ser. Arriesgando menos, conseguiremos más.

Priadkó te interrumpió:

— Camarada Strashenko, debemos confesar que nos hemos desorientado. Decidimos convocar en los próximos días el activo del Partido y del Komsomol y preparar una reunión de todos los comunistas del distrito.

* * *

Nos enteramos que a Málaia D6vitsa —cabeza de distrito— había llegado un comandante alemán para organizar la gobernación en el distrito. Supimos, al mismo tiempo, que se habían practicado detenciones. La llegada de las autoridades alemanas iba acompañada de fusilamientos, detenciones, confiscaciones de bienes, pillajes y violencias. Era necesario darse prisa y aprovechar la circunstancia de que los alemanes no tenían aún sabuesos en cada pueblo, por lo cual el sistema de espionaje y delación estaba todavía mal organizado.

Dneprovski, Plevako y Zubkó venían ahora conmigo y estaban decididos a acompañarme al distrito de Koriukovka, para reunirnos con Popudrenko. Mientras tanto habían pasado a formar el grupo regional.

No se me ocurría otro nombre para nuestro grupo, aunque Dneprovski y Plevako no eran miembros de la organización de Chernígov. En aquel momento ni siquiera yo sabía dónde estaban los otros miembros del Comité Regional clandestino. Yo necesitaba auxiliares' para el trabajo en la región; en primer lugar, para obtener información de lo que sucedía en los distritos.

Más tarde supimos que hacia el distrito de Koriukovka, lugar donde tenía que estar el destacamento regional, se dirigían entonces muchos comunistas. La indicación del Comité Central de crear, además de los destacamentos de distrito, un destacamento regional dio un gran resultado desde el punto de vista de organización. Algunos destacamentos de distrito se disgregaban por diversas razones, pero los hombres más firmes y fieles al movimiento guerrillero marchaban en busca del destacamento regional. La gente se enteraba de que al frente del destacamento estaban los dirigentes de la región y procuraban unirse a ellos.

Yo consideraba que mi deber no consistía en limitarme a ir en busca del destacamento, sino en congregar de paso las fuerzas regionales. Esto, en la práctica, significaba que en vez de marchar directamente al distrito de Koriukovka, tenía que dar vueltas y rodeos, tratando de abarcar la mayor cantidad posible de distritos. Muchos de los camaradas que salieran conmigo de Piriatin hacía tiempo ya que habían llegado. Yo seguía yendo de un sitio a otro. Había encontrado compañeros de camino, camaradas de trabajo.

Les dije:

— Si queréis, podéis ir solos y llegaréis antes. Pero si deseáis ayudarme, quedaos conmigo, constituiremos una especie de Comité Regional móvil.

Los camaradas prefirieron quedarse conmigo. Nos pasábamos andando la mayor parte del tiempo.

Es imposible contarlo todo, y además sería aburrido para el lector. Incluso en la clandestinidad, no se puede evitar el aburrido y monótono trabajo cotidiano. Queríamos saber con el mayor detalle posible lo que ocurría en los distritos, quiénes habían quedado allí, qué hacían los comunistas y los komsomoles.

En cada aldea encontrábamos ayudantes, casi siempre entre los jóvenes, que se dispersaban por las aldeas próximas y nos trían noticias precisas. Era una especie de servicio de información por estafeta.

Después de recorrer el distrito de Losínovka, regresamos a Petrovka, a la casa de Chuzhbá. Durante aquel tiempo, también él había estado no sé dónde, consiguiendo para nosotros cinco bombas de mano y una browning. -De su casa salimos para el caserío de Zhóvtnevo, donde celebramos una reunión del activo del distrito de Málaia Dévitsa.

Nuestras "expediciones" de reconocimiento por los distritos nos fueron de gran utilidad. Teníamos una idea bastante clara de los defectos en el trabajo de las organizaciones clandestinas, de la gente con que contábamos y del estado de ánimo del pueblo. Por eso sabíamos por dónde comenzar, cómo desarrollar el trabajo clandestino para ligarlo estrechamente con el pueblo, para que el pueblo sintiera que el Partido seguía existiendo, que lo defendía y lo llevaría a la lucha. Con esa idea, lanzamos los primeros documentos de Partido del Comité Regional: "Directiva a los secretarios de los Comités Urbanos y de Distrito del Partido" y un "Llamamiento a los trabajadores de la región de Chernígov". Este llamamiento fue difundido por nuestros mensajeros en treinta y seis distritos.

En Zhóvtnevo nos albergó Evdokía Fiódorovna Plevako, una koljosiana sin partido, ya de edad, tocaya de nuestro camarada. La hospitalaria koljosiana nos cedió su casa, repartiendo con nosotros con absoluto desinterés lo poco que tenía; le quisimos pagar algo, pero ella se negó rotundamente y nos dimos cuenta de que nuestro ofrecimiento la había ofendido.

Yo creo que no es preciso decir que a Evdokía Fiódorovna su hospitalidad podía haberle costado la vida. Si los alemanes o sus sabuesos hubiesen llegado a saber que en su casa se reunía el activo de los comunistas del distrito, la habrían ahorcado sin duda alguna. Sin embargo, Evdokía Fiódorovna ni mostraba siquiera que nuestra presencia la inquietara lo más mínimo. Seguía ocupándose tranquilamente de sus quehaceres en la casa o en la huerta, como si no hubiese alemanes y ningún peligro la amenazara.

Una vez, agarré una pala y fui a la huerta con el propósito de ayudarla. Ella se negó.

— Más vale que ayude usted al Poder soviético y al Ejército Rojo. Cuando hayamos vencido, mataré un ternero para ustedes y festejaremos nuestra victoria.

Recuerdo bien la emoción que me produjeron entonces sus palabras. Las pronunció tranquilamente, con el tono más natural. Percibí en ellas una gran fuerza de espíritu, el firme convencimiento de la victoria y la voluntad de hacer todo lo posible para acelerar la llegada de ese día, para ayudar a todos los que se batían contra el odiado enemigo.

Cada día venía más gente a visitar la hospitalaria casa de aquella notable mujer. Eran comunistas y komsomoles: nosotros les dábamos instrucciones y ellos se marchaban a trabajar: a difundir manifiestos, a transmitir de enlace en enlace las directivas del Comité Regional, a preparar una reunión general de distrito.

Los miembros del Comité Regional no sólo nos dedicábamos a dar instrucciones y a redactar octavillas. Teníamos también que multiplicar su número. Pero ¿de qué manera, si carecíamos de papel? No era fácil conseguirlo. Nos ayudé el maestro Ivanenko, que había recorrido las casas de los chicos y nos trajo unos veinte cuadernos; otra alma caritativa nos consiguió algunas hojas de papel carbón.

No era tan sencillo sacar las copias. Yo tenía mala letra; era necesario, además de escribir con claridad, economizar el mayor espacio posible porque cada hoja de papel era para nosotros oro.

Poco después, se sumaron al grupo del Comité Regional nuevos camaradas: la ex maestra Nadia Beliávskaia, komsomol, y el "zapatero" Fiódor lvánovich Korotkov.


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