"Lo fundamental era estar al lado del pueblo, impulsarlo a la lucha. No había que olvidar que nosotros, los comunistas, éramos los organizadores, sólamente el armazón. He aquí lo que no se podía olvidar un sólo instante. Y entonces ninguna fuerza enemiga sería capaz de quebrantarnos" Alexéi Fiódorov

Capítulo tercero: EL COMITE REGIONAL ACTUA parte 16 de 16

Vasia Zubkó interrumpió mis reflexiones. Me indicó un cruce de caminos a unos trescientos metros de nosotros.

— ¡Alexéi Fiódorovich, mire, son nuestros! ¡Palabra de honor que son nuestros!

Atravesando el camino por donde íbamos, pasaban galopando unas diez personas a caballo; guerrilleros por todas las trazas: unos con capotes, otros con chaquetas guateadas y entre ellos, una mujer.

— ¡Mirad, mirad, la mujer lleva un sable y un automático! ¡Desde luego son guerrilleros! —gritó entusiasmado Vasia y llevándose los dedos a la boca lanzó un agudo silbido, echando a correr hacia adelante.

No cabía duda. También yo grité, pero comprendí en seguida que los guerrilleros no oirían nuestros gritos ni el silbido. Saqué la pistola y disparé tres veces al aire. Nadia también sacó del bolsillo de su chaqueta de cuero una browning y disparé; la repercusión hizo que el arma se le cayese de la mano: era la primera vez que disparaba.

Los jinetes oyeron los tiros, sin duda, pero no respondieron, ni ninguno de ellos se volvió hacia nosotros. Por lo visto no tenían tiempo que perder.

La cosa era fastidiosa, pero nada podíamos hacer. Seguimos andando. Este hecho nos dio tema de conversación. Me pareció reconocer que uno de los jinetes era Vasia Konoválov, artista del Teatro de Drama de Chernígov, y Nadia juraba que en aquel grupo iba Popudrenko.

Luego discutimos si habían obrado bien los guerrilleros no haciendo caso de los disparos.

-¡Y menos mal que ha salido así la cosa! —refunfuñé Dneprovski—. Si hubieran hecho caso, no lo hubiésemos pasado muy bien. No dudarían que eran alemanes los que disparaban y no nos hubieran respondido con tiros al aire. ¡Menuda respuesta nos habrían dado!

Sí, no le faltaba razón. Sin embargo, era una lástima que no se hubiesen detenido. ¿No habrían salido a buscarnos?

A Reimentárovka llegamos tarde, ya anochecido. La aldea nos pareció sombría. El viento agitaba las copas de los altos árboles, aullaba un perro y no se veía un alma por las calles. Al pasar por delante de una casa oímos una monótona voz de vieja rezando en voz alta. Golpeé en la ventana; la vieja calló. Volví a llamar con más fuerza. Se abrió un ventanuco y vi una mano que me tendía un trozo de pan.

— Toma —bisbiseó la viejita.

Tomé un gran cacho de pan y murmuré confuso:

— Déjanos pasar la noche dentro, abuelita. — No es posible.

Seguimos andando. Había ya oscurecido por completo.

— Mire a la derecha —dijo Shúplik.

En la oscuridad brillaban unos puntos luminosos, como ojos de lobo.

— Es un grupo de mujiks que están fumando —adivinó Plevako.

Así era en efecto. Al lado de la caballeriza del koljós estaban unos ocho viejos sentados y fumando. Al ruido de nuestros pasos, callaron expectantes.

Entablamos conversación. Les preguntamos cuándo habían estado allí los alemanes, qué tal marchaban las cosas en la aldea. Nos respondían de un modo evasivo, aconsejándonos que fuéramos a ver al stárosta. Uno de los viejos se levantó, lanzó una blasfemia y se fue; después oímos que aceleraba el paso y echaba a correr.

Todo esto no auguraba nada bueno. Sobre el bosque se alzó la luna. Yo sabía aproximadamente dónde se encontraba la casa de Naúm Korobka, presidente del koljós "Primero de Mayo".

Korobka no estaba en casa y su mujer no quiso abrirnos. Entonces llamamos en la casa vecina. Pero estábamos tan cansados que nuestras voces sonaban inseguras y suplicantes.

El dueño de la casa salió a la puerta y con bastante grosería nos dijo que nos fuéramos.

— ¡Muchos sois los que andáis por aquí!

En aquel instante oyóse el rodar de un carro que se detuvo al lado de nosotros.

— Traen patatas —dijo el dueño sin dirigirse a nadie.

Del carro saltaron tres hombres. No tuve tiempo ni de mirarlos; en un segundo nos vimos rodeados y uno de ellos ordenó:

— ¡Manos arriba!

Mas inmediatamente, casi sin intervalo, gritó:

— ¡Camarada Fiódorov! Muchachos, ¡ha llegado Fiódorov, Alexéi Fiódorovich!

En el acto comenzaron los abrazos. El primero que se las ingenió para abrazarme y besarme fue el dueño de la casa. Resulté que la casa era un punto de enlace de los guerrilleros.

Venían en el carro desde el destacamento el artista Vasili Jmuri, Vasili Sudak y Vasili Masur: tres Vasilis. Aquí, en Reimentárovka, las koljosianas hacían pan para el destacamento regional; el carro venía a buscarlo.

— Ya está, ya está cocido vuestro pan —dije enseñando a Jmuri el trozo de pan aún tibio que me había dado la viejecita.

No estaba equivocado; la viejecita, en efecto, cocía pan para los guerrilleros. Toda la aldea era nuestra. Los alemanes ni se atrevían a asomar por allí.

Los guerrilleros trataron de convencernos de que marcháramos en el acto para el destacamento; estaba a unos quince kilómetros de la aldea. Pero nosotros preferíamos dormir primero.

Al día siguiente, antes de que amaneciese, subimos al carro y, lentamente, seguimos a través del bosque.

* * *

El carro estaba lleno de aromáticos y altos panes de trigo, cubiertos con una lona. En los bordes íbamos sentadas unas diez personas. Un caballo pequeño y peludo tiraba del carro por el estrecho sendero forestal, sin apresurarse y moviendo continuamente las orejas, como escuchando lo que decíamos. Hablábamos sin cesar, reíamos alegremente y con frecuencia, despertando con nuestras voces a los pájaros. Las chovas alzaban el vuelo, graznando malhumoradas, insultando seguramente a aquella gente bulliciosa que turbaba la calma del bosque.

Por entre los árboles y de los matorrales salían hombres de gesto grave con el automático apercibido, pero al saber quiénes íbamos en el carro corrían para estrecharnos las manos y se esforzaban por contarnos algo. También ellos eran de Chernígov.

— ¿Recuerda usted, camarada Fiódorov, cuando nos despidió en el teatro, antes de que saliéramos para el bosque?

— Lo recuerdo, naturalmente.

— Uno le preguntó entonces qué hacer con la úlcera de estómago. Usted le contestó: "Deje la úlcera aquí, y vaya a combatir". Aquél era yo —me cuenta el centinela de la avanzada—. Y, en efecto, aquí me tiene usted combatiendo sin acordarme de la úlcera.

En el puesto siguiente, otro centinela me preguntó:

— ¿Va a estar mucho tiempo con nosotros, camarada Fiódorov?

— ¡Hasta la victoria!

- Soy el carpintero de la fábrica de instrumentos musicales, ¿recuerda?

— Recuerdo.

Amanecía cuando el carro se detuvo en un prado junto a un auto de turismo. Bajo las tupidas ramas de los abetos, los techos de los refugios formaban una especie de pequeños cerros. Al lado de uno de ellos distinguí a un hombre gordezuelo y bajito muy atareado con un cajón. El hombre levantó el rostro y nos miró fijamente.

— ¡Kapránov! —grité—. ¡Vasili Lógvinovich! ¿No quieres reconocer a tu gente?

Como una bola se precipitó rodando hacia nosotros, todo sofocado por la emoción.

— ¿Por qué no nos habéis prevenido, demonios? Hubiera preparado el samovar, algo de comer... Estamos como en casa, acostumbrados ya... En aquel refugio duermen Popudrenko y el comisario. Despertadles, despertadles...

Inclinamos la cabeza y entramos en el refugio.

— ¡Dormís demasiado, demasiado!

Popudrenko tardó un buen rato en reconocernos. Luego, de la emoción se le saltaron las lágrimas. Nos abrazamos, naturalmente. Y después se levantaron todos. No hacían más que mirarnos, comentaban nuestro atavío, nuestras barbas, nos daban palmadas en la espalda, nos abrazaban, nos apretujaban. Luego nos hicieron sentar ante una mesa enorme. Y alrededor se congregaron todos los de Chernígov, los de la ciudad: rostros conocidos, sonrisas amistosas...

Humea un gran perol. Todos tienden las manos hacia él y sacan unas patatas. Vasili Lógvinovich llena de aguardiente los jarros.

— Diga algo, Alexéi Fiódorovich.

Yo estaba muy emocionado.

—,Pues bien, camaradas —dije alzando el jarrito metálico—. Estamos vivos y eso ya es bueno. Vosotros no me habéis engañado ni me habéis hecho traición, ni yo tampoco a vosotros. Habíamos convenido en encontrarnos en el bosque y aquí estamos. Me dijeron, cuando andaba buscandoos, que el destacamento se había disuelto. No lo creí. También a vosotros seguramente os habrán contado de mí muchas tonterías. Pero en estos dos meses nos hemos desarrollado, hemos aprendido un poco, y los alemanes y demás canalla no nos engañarán fácilmente. Vosotros habéis aprendido aquí, yo en el camino que me traía hacia vosotros. Y ahora vamos a luchar como es debido, ¡A luchar en contacto con los demás destacamentos, con todo el pueblo ucraniano, con el Ejército Rojo, bajo la suprema dirección del Partido.

El refugio estaba abarrotado, y alrededor, en el prado, también había gente; todos los que podían, habíanse reunido allí. Popudrenko y yo abandonamos la chabola. Espontáneamente se organizó un mitin.


capítulo 2 parte 13, capitulo 3 parte 01, 02, 03, 04, 05, 06, 07, 08, 09, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16

libro 2 capitulo1 parte 01