"Lo fundamental era estar al lado del pueblo, impulsarlo a la lucha. No había que olvidar que nosotros, los comunistas, éramos los organizadores, sólamente el armazón. He aquí lo que no se podía olvidar un sólo instante. Y entonces ninguna fuerza enemiga sería capaz de quebrantarnos" Alexéi Fiódorov

Capítulo tercero: EL COMITE REGIONAL ACTUA parte 12 de 16

Como jefe del Estado Mayor Regional del movimiento guerrillero requerí el informe reglamentario y, antes de descansar, recorrí el campamento para inspeccionarlo.

En doce cabañas hechas de ramas, situadas bajo los árboles a varios pasos de distancia entre sí, se habían instalado los combatientes, cada uno a su gusto y como había podido: unos sobre sacos rellenos de paja, otros sobre la hierba no seca aún, algunos sobre sus pellizas. Vi tres o cuatro hogueras. En una de ellas, unas mujeres hacían gachas en un gran perol. Al lado de otras, se calentaba la gente. Dicho sea de paso, ya hacía frío: cuatro grados bajo cero, aunque no había nevado aún.

Cada combatiente llevaba las armas consigo. Revisé varios fusiles y pistolas. Estaban sucios, muchos sin haber disparado un tiro.

Vi también un mortero de compañía, inactivo y abandonado. Nadie sabía manejarlo y ni siquiera intentaron aprender. En esta primera visita de inspección lo probamos, lanzando varias minas.

Recorriendo los puestos de vigilancia y las avanzadas encontré al viejo medio loco que Simonenko y yo habíamos encontrado un mes atrás cerca de Lísovie Soróchintsi. Era aquel viejo que iba con la vaca escuálida y amenazaba con el puño a los aviones alemanes. Sentado sobre un tocón levantaba acta del interrogatorio de un prisionero. El soldado alemán tenía desabrochado el capote, la guerrera y los pantalones. Permanecía de pie, los brazos en posición de firmes y sujetándose los pantalones. Dos guerrilleros sentados en tierra le apuntaban con las pistolas. Al ver al jefe, el viejo dio un salto, hizo el saludo militar y dio la novedad con bastante brío.

— Camarada jefe del destacamento, el combatiente intérprete Sádchenko. Por orden del comisario del destacamento estoy interrogando al bandido prisionero, llamado soldado del ejército alemán...

Por lo florido del estilo ya no me quedaba duda de que era el viejo de la vaca. El no me reconoció o no quiso reconocerme.

— ¿Quién es este hombre? -pregunté al jefe cuando nos separamos—. ¿Y dónde está su vaca?

—¿Cómo sabe, camarada Fiódorov, de la existencia de esa vaca? Sí, en efecto, vino con una vaca. Dice que es profesor de alemán de Poltava. Su historia es interesante y la repite sin contradecirse, así que, por ahora, no tenemos motivo para desconfiar.

Sichov me contó con detalle la historia del viejo. La casa donde vivía en Poltava había sido bombardeada y su mujer, mortalmente herida, murió en sus brazos. Tenía un hijo en el Ejército Rojo y una hija estudiando en un instituto de Moscú. Los alemanes, al apoderarse de Poltava, hicieron un censo de todos los profesores de alemán. Le propusieron trabajar en la comandancia. Aquella misma noche el viejo abandonó la ciudad llevándose lo único que le quedaba: la vaca.

Pero el viejo tenía que registrarse en todos los sitios a donde llegaba. Los alemanes, al, enterarse que sabía alemán, le pedían que les sirviera de intérprete. Entonces el viejo cogía su vaca y se marcaba a otra parte... Luego empezó a rehuír a la gente, no entraba en pueblos ni aldeas. Así tropezó con un puesto de guerrilleros.

— Nos es muy útil: es la única persona del destacamento que conoce el alemán.

Terminada la visita de inspección, escuché el informe oficial del mando. Sólo después nos pusimos a comer.

Durante la comida nos acribillaron a noticias. Supe que Kapránov y Druzhinin estaban vivos y salvos; lo mismo que yo salieron con fortuna de Piriatin, habían estado aquí, dirigiéndose después al destacamento regional de Popudrenko.

Me enteré de que el destacamento regional actuaba y de que los rumores de su disolución habían sido propalados por un puñado insignificante de desertores.

Popudrenko era ya conocido por su valor y su audacia. A su destacamento se dirigía la gente desde todas partes. El destacamento iba organizándose, ampliándose, pero... Y a continuación, la conversación versó sobre toda clase de temas en litigio. Pero como las discusiones deben resolverse en presencia de ambas partes, trataremos de esto más adelante.

— Cómo es posible — pregunté yo al mando del destacamento—, que habiendo mandado gente de confianza a buscarme al distrito de Málaia Dévitsa no hayan podido encontrarme? Celebramos allí una gran reunión; fue gente de todo el distrito. ¡Vaya unos exploradores que tenéis! A ver, quiero saber quiénes son.

A una llamada del jefe se presentó un muchacho alto y delgado, de unos veintitrés años, con uniforme de soldado del Ejército Rojo. Se llamaba Andréi Koritni. Su voz me pareció conocida.

— ¿Cómo es posible, camarada Koritni, que no haya podido usted encontrarnos en su distrito natal?

El muchacho me contó que le habían pillado los alemanes, y entonces advertí que se trataba de aquel mismo Andréi que en Seskí, junto al henal, hablaba con su novia.

— Oyeme, amigo —le dije—, tal vez hayas golpeado a un alemán con el hacha, tal vez seas un muchacho valiente, pero desde luego no fuiste a yerme a mí, sino a tu novia.

El muchacho se puso rojo con la grana y balbuceó unas protestas, pero yo proseguí:

— ¿Qué has decidido? ¿A dónde vas a estudiar, a Dniepropetrovsk o a Chernígov? ¿Has mandado ya aviso a tu amada?… - El muchacho creyó seguramente que yo era un brujo. Me miraba con tal aire de asombro, que todos se echaron a reír —. Ya que se lo has prometido, tráela al destacamento. Convenceremos al jefe.

También encontré allí a la muchacha jefe de brigada de Lísovie Soróchintsi y, al día siguiente, un muchachito me entregó una carta. Era la primera vez que recibía una carta desde que estaba en la clandestinidad. El muchachito me dijo:

— Me han pedido que se la entregue personalmente, en propia mano.

El papel estaba doblado cuidadosamente, formando un triángulo. Lo abrí y busqué la firma: Yákov Zússerman.

— ¿Dónde está Zússerman?

— Se ha ido al destacamento de Popudrenko. Ya son cinco con él.

He aquí lo que me escribía Yákov:

"Alexéi Fiódorovich: Tal vez crea usted que soy una persona susceptible, demasiado caprichosa y nerviosa. En efecto, tengo ahora unos nervios imposibles. Estuve en Nezhin, pero tenía usted razón, no debía haber ido. Habían concentrado a los judíos en un ghetto rodeado de alambre espinoso. La gente me dijo que a mi mujer y a mi hijito los habrían matado ya. Dos noches seguidas estuve dando vueltas alrededor de las alambradas. Faltó poco para que me atraparan. Los alemanes dispararon contra mí. ¿Qué podía hacer? Estuve cinco días escondido en casa de unos amigos, pero no pude resistir más. Por la ventana observaba a los alemanes, veía con qué insolencia se portaban, las barbaridades que hacían. Les vi pegar por la calle a un viejo, golpeándole con las culatas y les vi saquear una tienda. Entonces recordé que usted me había invitado a ir al destacamento guerrillero, pero aún confiaba en saber algo de mi familia.

Encontré a un amigo, al ciego Yasha Batiuk. Reconoció mi voz y me llevó a su casa. Esto, Alexéi Fiódorovich, me produjo una gran impresión; me sentí muy emocionado y me dio vergüenza. Yo tengo una gran fuerza física, estoy sano, en cambio Yasha Batiuk es ciego desde la infancia. Pero tanto él, como su hermana Zhenia y su padre escriben proclamas y las difunden por' la ciudad. En casa de Yasha se reúnen por la noche los komsomoles. Usted, seguramente, sabrá que él, siendo ciego, se ha quedado a trabajar en la clandestinidad. Es muy enérgico, no teme a la muerte y todo el mundo le aprecia mucho. Quise quedarme en Nezhin para ayudarle, pero Yasha me ordenó marchar, teniendo en cuenta que soy judío. Me explicó que sería más útil en un destacamento guerrillero. En la ciudad me reconocerían y detendrían en seguida. Cuando Yasha supo que había estado con usted y que sabía dónde encontrarle, se alegré mucho de que yo pudiera ponerle en relación con el secretario del Comité Regional del Partido. Incluso quiso acompañarme para hablar con usted, pero su padre y sus camaradas le disuadieron. Entonces Yasha escribió una carta y me dieron orden de salir. Me proporcionaron armas y me acompañó un muchachito al cual dejo esta carta.

La carta que envió para usted Yasha Batiuk no la he enseñado en el destacamento; tal vez venga usted por aquí, entonces sabrá que yo he marchado, siguiendo sus consejos, al destacamento regional. A mi juicio, el mando de este destacamento es demasiado débil. He visto cometer a los alemanes tantos horrores, que no puedo soportar que un destacamento entero se limite a esconderse en el bosque o que dé uno o dos golpes de mano a la semana. El ciego Yasha Batiuk, con sus komsomoles trabaja más y con mayor audacia que la dirección de aquí.

Tal vez esto no me incumba; sigo el viaje como enlace. Le hubiera escrito con más detalle... Dejo esta carta por si acaso, por si no le veo en el destacamento de Popudrenko. Entonces le contaré todo con más detalle.

Hasta la vista, camarada Fiódorov, si no me matan por el camino".

Pregunté al muchachito que me había entregado la carta de Zússerman -

— ¿Hace mucho que se fue Yákov? ¿Se ha peleado con el mando de aquí?

El muchachito me dijo que no; Zússerman no había reñido con nadie, pareciendo siempre tranquilo, pero dijo que tenía que cumplir una misión en el destacamento regional y hacía aproximadamente una semana que había marchado.

El muchachito añadió.

— Yo también soy de Nezhin. Vine aquí con Zússerman, pero me gusta más estar en la ciudad, con los komsomoles. ¡Es muy interesante trabajar con el camarada Batiuk! En la ciudad le conocen todos y todos le aprecian. Antes de la guerra era abogado. Camarada Fiódorov, ¿cree usted que puedo volver a Nezhin?

* * *

De Yákov Batiuk había oído ya antes de la guerra hablar al secretario del Comité de Distrito del Partido de Nezhin Guerasimenko. Una vez me conté que había llegado a Nezhin un hombre ciego a instalarse con su padre, era komsomol y candidato al Partido. Ese era justamente Yákov Petróvich Batiuk. Poco tiempo antes había acabado sus estudios con muy buenas notas en la Facultad de Derecho de la Universidad de KIev y se le había destinado a Nezhin. En medio año de labor este abogado de veintidós años había conquistado en la ciudad gran popularidad. Pasó a ser miembro del colegio de abogados, Incluso los juristas mayores y experimentados reconocían que Batiuk era un defensor muy capaz.

Tengo que reconocer que me extrañó mucho que no evacuara. Yákov Batiuk no estaba entre los comunistas elegidos para quedarse en la retaguardia. El Comité Regional no había confirmado su candidatura. Pero es posible que lo dejara tras las filas del enemigo el Comité Regional del Komsomol. Esta decisión me pareció muy poco sensata,

Cuanto más pensaba en ello más interrogantes me venían a la cabeza. Era un ciego... Aceptemos que tiene una memoria prodigiosa, incluso fenomenal... Guerasimenko explicaba que en las causas judiciales Batiuk citaba sin error alguno cualquier artículo del Código penal, que se sabía al dedillo los detalles de cada causa y no llevaba a las sesiones ni un solo papel, llamaba a los testigos sin equivocarse por su nombre y patronímico.. Supongamos que tenga un oído magistral y también una gran memoria auditiva. Eso es frecuente en los ciegos. Pero dirigir una organización clandestina sólo apoyándose en estos elementos...

Me imaginé el primer encuentro del ciego con un alemán. Porque sólo lo oiría, no sabría cuál es su aspecto... ¿Y si en la habitación entra una persona y no dice nada? ¿Cómo saber si es o no un enemigo? Con Yákov estaba su padre, la hermana y los camaradas, estos le ayudarían. Zússerman escribe que los militantes clandestinos se reúnen por las noches. Pero para Batiuk siempre es de noche.

Siguiendo con mis pensamientos, me esforcé en imaginarme en el lugar de Batiuk. Cerré los ojos. Qué pequeño se hizo el mundo que me rodeaba. Acaba allí donde llega la mano. Para mí, que veía, la Patria era enorme. La Patria eran los inmensos campos de los koljoses, los ríos, los mares, un barco, una estampa hermosa; una fábrica con sus máquinas complejas e inteligentes, un tren, un coche, un avión en el cielo... El teatro, el cine... La brillante y emocionante manifestación del Primero de Mayo... Un bosque, un prado verde...

Cerré los ojos, pero recuerdo todo esto, Incluso en el caso de que me hubiera quedado ciego después de una vida en la que veía, todo lo visto se conservaría en mi memoria...

Por la tarde llamé al chico que acompañaba a Zússerman.

— ¿Conoces bien a Yákov Batiuk? Cuéntame todo lo que sepas.

El chico no sabía muchas cosas. Entonces lo pregunté:

— ¿Qué crees, puede el ciego Batiuk ser realmente el dirigente de la organización clandestina?

El muchacho me miró casi con desprecio. Contestó con voz cortante con una nota de ofensa:

— ¿Usted sabe cómo es? ¿Usted se cree que es ciego? Cuando empieza a preguntar y te clava sus gafas negras resulta más penetrante que usted, camarada Fiódorov, ¡palabra de honor! Cuando escribe a máquina casi no llegan a dictarle de lo rápido que va. Y sin un error. Por la calle va sin bastón y sabe ¡qué deprisa! Zhenia, su hermana, explicaba, y Piotr Ivánovich también que, en Kíev, Yákov Petróvich puede también pasearse libremente sin el bastón... ¿Qué quién es Piotr Ivánovich? Pues quién va a ser, el padre de Yasha y Zhenia, claro. El también trabaja en la clandestinidad, pero no creo que conozca a todos. Yákov Petróvich ha organizado el trabajo de una manera que los miembros de base de la organización conocen sólo su zona. Yo, por ejemplo, sólo tengo contacto con dos aldeas. Estuve en una sola reunión... Y no fue de noche, sino por la tarde. Todavía había luz. Me hicieron saber que tenía que ir. Me acerco a la calle Rosa Luxemburgo, donde viven los Batiuk y oigo una gramola que toca canciones. Hasta me pareció que me había equivocado. Pero resulté que era allí justamente donde cantaban. Las ventanas estaban abiertas, había jóvenes, hasta una botella de vino encima de la mesa. Luego supe que el vino sólo estaba para despistar...

El muchacho soltó toda esa parrafada de una sola tirada. Después calló y ya me costó más animarlo a hablar.

— ¿Yákov Petróvich también cantaba con todos?

— Sí. Tiene una voz fuerte, de bajo.

— ¿También se bailó?

— Sí, se bailó, hasta algunas chicas llevaban los labios pintados. Pero todo esto se hacía adrede, para que los vecinos pensaran que era una fiesta de verdad.

— ¿Había mucha gente reunida?

— Unas doce personas. Pero algunos salían y venían otros.

— ¿Tú estuviste mucho rato?

— Unos veinte minutos.

— ¿Hablaste con Yákov?

— Me llamó él, nos taparon en un ángulo. Su hermana me susurré: "Da la mano a mi hermano". Yákov Petróvich me saludó cogiéndome de la mano y me dijo: "Algo débil. ¡Un joven bolchevique debe ser fuerte! " —y me apreté la mano con tanta fuerza que tuve ganas de gritar. Luego me preguntó: "¿Has dado el juramento? " Y yo moví la cabeza en señal de afirmación, pero Zhenia me susurré: "No hay que mover la cabeza, mi hermano no ve". Pero él, Yákov Petróvich, no me lo preguntó otra vez. Me hizo esta otra pregunta: "¿Quieres ser guerrillero, no tienes miedo del bosque?" Y yo le dije que sí quería. "Mañana irás con esta persona. Todas sus órdenes serán ley para ti. ¿Está claro? ". Yo le contesté que sí, que estaba claro; de nuevo me estrechó la mano y me fui. Zhenia me acompañé. Ya en la calle me explicó dónde me tenía que encontrar con Zússerman y todo lo demás.

— ¿A qué se dedica ahora Batiuk, cuál es su situación oficial?


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